MIS LECTURAS: ON THE ROAD (EN EL CAMINO)

MIS LECTURAS: ON THE ROAD (EN EL CAMINO)

On the Road (En el Camino) ha sido conocida como la Biblia del movimiento beat. Jack Kerouac, su autor, curiosamente estuvo alejado de los gustos musicales del rock, por razones puramente cronológicas, pues surgiría pocos años después, encuadrado en este movimiento musical y urbano. Kerouac bebía de otras fuentes musicales, que ensalza en esta novela como el jazz y su subgénero bebop. Buena parte de la novela suena a esta música. En sus páginas, se declara firme y rendido admirador de Charlie Parker, y no menos seguidor de Thellonius Monk y Gillespie. Pero bebe en todos los manantiales en los que mana la desgarrada música negra del sur de los Estados Unidos. Curioso, a la par que irónico, que esa geografía del imperio tenga su huella cultural más profunda en el genio de sus antaño esclavos y, hasta anteayer, poco menos que siervos.

Kerouac escribe en una de las páginas de On the Road: una vez hubo un Louis Amstrong que tocaba sus hermosas frases en el barro de Nueva Orleans; antes que él, estaban los músicos locos que habían desfilado en las fiestas oficiales y convertido las marchas de Sousa en “ragtime”. Es el reconocimiento de una huella cultural de la más profunda raíz popular. Con el añadido de una admiración sin corsé por lo que toca a las élites sociales, que parecen buscar y encontrar en los tugurios de las orquestas de jazz, una redención a su tedio y ajustar cuentas con su mala conciencia de raza pretendidamente superior.

Algunos críticos han señalado a Kerouac como un escritor alejado en estilo y reivindicación de la música sesentera que invadió de rebelión generacional la sociedad occidental. Lo que parece cierto es que son los iconos de los distintos movimientos de la generación beat (The Beatles, Rolling Stones, Janis Joplin, Jimmy Hendrix…), quienes adoptan On the Road como la guía espiritual de sus ansias liberadoras. A sus postulados se suma también el movimiento jipi. Jim Morrison, cuerpo y alma de The Doors, proclama, junto al resto de integrantes del grupo, que éste no hubiera existido sin la novela señera de este autor, juglar de la libertad.

¿Por qué esa reverencia a On the Road? Más como hipótesis que como certeza, por lo que encierra este relato de contestación de la juventud hacia sus predecesores. Seguro que se ocultan más argumentaciones; pero, muchas veces, lo sencillo, lo expuesto parece lo más escondido.

Beat se traducía a principios de la década de los sesenta del pasado siglo como persona joven, sin expectativas. ¿Les suena? Es algo muy próximo a la generación perdida que empezó a asomar a finales de la primera década del siglo XXI, y que hoy azota las éticas de la generación dominante, controladora del poder, en la constatación de que parece imposible seguir la cadena histórica de relevos generacionales en mejores condiciones de riqueza y oportunidades.

Ateniéndonos a los tiempos y ciclos de la novela, ésta toma como núcleo argumental una juventud superviviente del mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad. Encontró el autor la inspiración en el año 1948, la terminó dos o tres años después y conoció el éxito, ya avanzada la década, en 1957, cuando el movimiento beat alumbraba sus esencias.

El nudo de la trama se localiza en los sucesivos viajes de dos jóvenes por la América interior y profunda (el granero de votos de Donald Trump), recorridos de costa a costa. Sal Paradise es el alter ego de Jack Kerouac, y Dean Moriarty, el de Neal Cassady, uno de los integrantes del círculo literario más próximo al autor.

El, o los viajes, son toda una orgía de encuentros y desencuentros con marginados o perdedores. No se pierda de vista esa épica del viaje recogida en la novela como metáfora de libertad irreprimible, la misma que encontraron una década después en el mismo término de viaje, con efectos más artificiosos, los consumidores de ácido o LSD. Buscando más simbología, se encuentra esa acepción de perdedor que el americano medio o winner, en el exclusivo ámbito de las rentas engordadas sin límite y sin estética, espeta como insulto demoledor a los grupos sociales rebozados en la pobreza material.Junto a esta tipología humana emergen muchachas, recién salidas de la adolescencia, a la búsqueda de una liberación sexual (primer capítulo de otros muchos que habrán de seguir) en una sociedad puritana hasta la asfixia.

El choque entre machos pretendidamente alfas y estas mujeres resulta explosivo. La versión editorial de On the Road atenúa bastante lo crudo y explícito de estos encuentros que se narraban en los borradores, y que fueron muy suavizados para eludir procesos contra la moralidad y las buenas costumbres del John Smith de las clases medias, que bastante tenía con sortear las histerias de la Guerra Fría.

Muchos personajes, bien cincelados en sus grandezas y perfidias, desfilan por las páginas del libro. Pero el estrellato indiscutible recae en Sal Paradise y su antagonista, Dean Moriarty. El primero, el narrador en primera persona, se describe como un ser más reflexivo. Tiene lazos familiares, y eso hace de él un buen chico, que delinque, únicamente, si se ve obligado a subsistir. El otro es un desclasado, una especie de pedazo de carne con ojos, que parece existir solo para llevarse al tálamo a todo lo que se encuentra por delante del sexo opuesto; o bien para ser abducido por cualquier automóvil, una actitud que hace muy difícil al lector distinguir dónde encuentra semejante individuo sus mejores orgasmos: si en los brazos de una mujer o con las manos sujetando el volante de un coche.

Este último es otro punto de retorno a la alegoría. La especie de sinrazón de Moriarty por los automóviles es la llave maestra a una libertad que no entiende de cortapisas, tanto en la movilidad como en la urbanidad. Es por ello que se comporta como un loco de la carretera, que no respeta normas, que roba vehículos para saciar monos de drogadicto. Cuando filosofa no se puede encontrar parangón alguno de caos mental. Trata por todos los medios de hallar un significado de la amistad que sustituya sus frustraciones de individuo sin horizonte. Es egoísta, pues no duda en dejar a su suerte a los amigos si conviene a sus intereses o instintos, casi siempre difíciles de distinguir de puro mimetizados que están. Al final de la historia, con el paso de los años, intenta decorar su vida con alguna pincelada de sentido común, más en lo teórico que en lo práctico.

Los viajes se pueden traducir como huidas hacia delante de una juventud desesperada por emanciparse, y encontrar en esa forma liberadora, un aprobado de futuro garantizado e idealizado en la oposición examinadora de la vida misma.

Kerouac, convencido seguidor de Jesucristo, y curioso, aunque luego desilusionado, del budismo, sugiere en esta su obra más conocida, una búsqueda casi desesperada de su yo, esa primera persona que en tantos semejante es dificilísimo, cuando no imposible, de encontrar o percibir. En los encuentros de su alter ego (Sal Paradise) con los distintos tipos humanos que salpican On the Road, derrocha una bondad y un compromiso que ni asoman en Dean Moriarty. Tiene su ética, aunque la pone en cuarentena en las acciones y lenguajes de borracheras que salpican la historia. Digamos que tiene mal vino, en este caso, mala cerveza.

Pocas novelas he leído como ésta, en la que se marcan tan diáfanamente principio y final.

Principio: conocía a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos. Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, excepto que tenía algo que ver con la insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto. Abre ya los interrogantes.

Final: …y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie, excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos; pienso en Dean Moriarty, en ese padre al que nunca encontramos; sí, pienso en Dean Moriarty. ¿Cierra los interrogantes? Apuesto que no.

ÁNGEL ALONSO

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