Veinte segundos, toda la humanidad contemplaba la cuenta atrás en sus televisiones, dispositivos móviles, en el metro, en los colegios, en las grandes pantallas publicitarias de cada gran ciudad o de cada pequeña población. Miraban ignorantes como caían los números sin apenas imaginar lo que pasaría cuando el contador llegase a cero.

Año 2111, el mundo crecía a un ritmo desmesurado, la superpoblación obligó a las grandes metrópolis a expandirse aún más consumiendo cada trozo de tierra edificable. En los últimos 30 años, los grandes científicos e investigadores consiguieron ofrecer un modo de vida incomparable, inventos y proezas en la medicina que parecían inalcanzables, lograron curar el cáncer y la esperanza de vida aumentó en diez años. Envueltos en tecnología y comodidades sofisticadas, todos crecían y vivían en un sistema perfectamente ordenado.

Aunque agotaron todas las reservas de petróleo del planeta, idearon nuevas tecnologías para adaptarse en un mundo tan saturado y avanzado. En el único viaje espacial productivo, de otros tantos, descubrieron un mineral que lo cambió todo, la “Pirita de Hierro” fue decisivo para el avance tecnológico, sus propiedades eran extraordinarias, aplicables en la construcción y robótica. Se reconstruyeron todas las carreteras y vías de transporte para hacer funcionar cualquier vehículo con electricidad, y se aumentó el rendimiento de cada fuente de energía natural, el derroche no era un problema. Lo que hacía unos años parecía un lujo sorprendente, se convirtió algo cotidiano. Cada edificio y cada hogar estaba automatizado y controlado por dispositivos móviles que todo el mundo llevaba como parte indispensable de su existencia.

Tirion era una de las grandes y superpobladas ciudades del continente Europeo, cuyo paisaje parecía pintado de un blanco apagado y azul, excepto los descomunales edificios de cristal cuya energía recibían en su totalidad del sol. Las calles estaban siempre limpias, había mucha seguridad, grandes luminosos en cada esquina anunciando nuevos productos de estética y rejuvenecimiento, todo en armonía con el estilo de cada fachada, en simetría a las predominantes líneas rectas, todo estaba controlado, cuidado, todo… estaba en orden.

Desde cualquier punto de la ciudad se podía contemplar la majestuosa Torre Auris, situada en entre dos colinas al norte de la capital, hecha casi en su totalidad de pirita de hierro, este monumento al dominio era el centro masivo de datos y control, todo controlado por el ineludible Gobierno Central, obsesionado por el orden establecido y la estabilidad de su sistema.

Melissa Patrick, última presidenta del GC, dirigía una sociedad industrial muy productiva y eficaz, económicamente estable gracias a las grandes fábricas y laboratorios de investigación, consiguiendo tener a todos los ciudadanos conformes y obedientes, despreocupados dentro de su linealidad cotidiana. Todas sus leyes autoritarias eran aprobadas de forma indiscutible, mientras no afectase a su modo de vida, todos estarían de acuerdo.

Durante el prospero año 2112 se aprobó la ley global “Pratman”, una ambiciosa iniciativa de M. Patrick que los distintos gobiernos consintieron bajo el pretexto de una necesidad inmediata de controlar a la población. Todo hombre mujer y niño del planeta debería implantarse un Nanochip de “protección y autocontrol”, totalmente inocuo e inofensivo. Su propósito, según la campaña publicitaria anunciada por todo el mundo; “Nuestro objetivo es el de facilitar la seguridad y protección de cada uno de los habitantes del planeta, con este chip se podrá localizar a cualquier delincuente y a cualquier perturbador del orden que ponga en peligro nuestro sistema”, “Queremos que cada familia de Tirion se sienta segura, se sienta protegida y se sienta feliz”, ”Este microscópico dispositivo será vuestro aliado, previniendo enfermedades y os ayudará a controlar vuestra salud y alargar vuestra esperanza de vida” y esto fue lo que los convenció. Cuando todo el mundo vio que podía alargar su vida, aún pareciendo inverosímil lo querían y lo aprobaban, las cuestiones morales habían quedado en un segundo plano.

Pocos días después de aprobar la ley, se instalaron centros improvisados para la implantación del nanochip “pratman” (así es como lo terminaron llamando), en cada colegio, hospital, fábrica o lugar público, y en menos de un año todos los habitantes censados de la tierra estaban conectados. Fue el mayor proyecto de ingeniería social jamás logrado en la historia de la humanidad. El Gobierno Central ya tenía el poder absoluto, desde la Torre Auris, lo controlaban todo, una interminable base de datos con información de cada persona implantada, localización, estado anímico, actividades… Una fuente de conocimiento de un valor incalculable. Muy pocos eran los que dudaban del preclaro fin del proyecto, no era fácil expresar con total libertad la disconformidad con algunas de las leyes o prácticas de los gobiernos y ya circulaban rumores sobre algunas muertes súbitas en la ciudad, explicadas de forma incoherente por las autoridades, pero la gran mayoría permanecía callada, indiferente a todo aquello que reprimiera su cómoda existencia. Se hablaba de pequeños grupos Anti-GC que habían conseguido eludir la implantación de los chips, se autodenominaron «Facción LIGHTEC», no se sabía mucho de ellos salvo algunos rumores sobre pequeños altercados y manifestaciones, en cualquier caso permanecían bien escondidos.

Lian Scott era un portentoso ingeniero de origen africano que comenzó a trabajar como programador en el campo de la nanotecnológica dos años después de la entrada en vigor de la ley. Su labor consistía en controlar el flujo de datos de los chips que entraba en el servidor central, tardó poco en descubrir algo inusual en el código, era el mejor en su campo. Investigando y sorteando barreras de seguridad consiguió descifrar el código completo, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, nervioso e intentando disimular, cerró todo y borro su rastro para que no lo descubrieran, siguió trabajando como si nada. Esa misma noche sin poder dormir, Lian pensaba en lo que había descubierto, «no tardarán mucho en averiguar que me he entrometido, y no van a hacerme nada bueno… todo el mundo tan ignorante sin saber lo que tienen en su cuerpo, tengo que hacer algo» el dilema se hizo pesado en su mente y decidió actuar ante algo que le venía inmensamente grande, pero inminente y sin vuelta atrás. Al día siguiente como un día normal de trabajo, empezó a escribir un código para introducirlo en el sistema, estaba sudoroso y sus manos escribían ágiles, sintió una mano sobre su hombro.
—Señor Scott —escucho una voz firme— Acompáñeme por favor.
Scott se levantó mirando la pantalla y lo llevaron al despacho de Melissa Patrick. Se sentó frente a ella, estaba de pie mirando una gran ventana donde se podía contemplar la ciudad de fondo, la presidenta tenia una postura recta y firme, siempre vestida con pantalones y camisa blanca y azul, colores de Tirion, imponía su presencia con gesto serio y aires de superioridad. Desde que se dio a conocer, lucía un pelo corto y blanco resaltado por unos grandes ojos verdes sobre una fina cara de piel clara y tersa a pesar de sus 47 años. En la parte derecha de la sala había un hombre sentado con un traje gris perla y una corbata recta color azul, miraba con media sonrisa que dejaba connotar unos pequeños hoyuelos en la mejilla, Hikari Tatsuya , del continente asiático, vanidoso y de apariencia calmada, llevaba siempre un pelo que le llegaba hasta el cuello muy bien peinado y brillante, era la mano derecha, asesor y consejero principal de la presidenta, decisivo para llevar a cabo la ley Pratman. Lian estaba inquieto, ella empezó a hablar mientra contemplaba todo Tirion.

—He dedicado muchos años de mi vida para conseguir lo que ahora ves ahí fuera, seguridad, trabajo, un sistema ordenado y limpio. He logrado que cada familia se sienta protegida y con una calidad de vida incomparable. Yo quiero a esta ciudad, las medidas que he tomado siempre han sido por el bien de todos, somos una unidad, un gran equipo que funciona perfectamente sincronizado para proteger nuestro futuro.

—¿En serio?… Tan solo con presionar un botón, podéis acabar con la vida de cualquier persona, y eso no es lo peor ¿Por… por qué es eso necesario? —respondió Lian excitado.

—Control señor Scott, control. No podemos permitir un desequilibrio, una sublevación, no podemos permitir que se repitan los errores que cometimos no hace tantos años —Aseveró mientras se sentaba frente a Scott tras una larga mesa.

—La gente debe saberlo, nos habéis engañado, jamás hubieran aprobado la ley de ser conscientes de que sus vidas están en las manos de su gobierno.

—La gente no quiere saberlo, lo único que necesitan es dinero, distracciones, tener una vida cómoda y con todos los lujos que puedan permitirse, yo les doy lo que quieren y tengo el derecho a tener el control.

—Has condicionado la mentalidad de las personas a tu antojo, para tu beneficio.

—Les he dado lo que pedían, lo que querían, lo que necesitaban —gritó— solo eres un informático, y no voy a permitir que me cuestiones.

—Sí, solo soy un informático, pero no puedo participar en esto… voy a acabar con esta farsa y con usted, no seremos esclavos de su gobierno.

Melissa sonrió con desmesura —No lo entiende señor Scott, no puede hacer nada, somos el gobierno central y usted…

—No podrás dete….

Acto seguido, antes de que Scott pudiera terminar de contestarle, una jeringa metálica atravesó su cuello a manos del vigilante que lo trajo, en segundos sufrió un paro cardíaco, sentado, sin apenas escucharse un ruido. Melissa le dijo al vigilante que lo quitara de su vista y se deshiciese de el. Hikari, se levantó y le dijo que no le había dejado terminar la frase, ella le contestó —¿para qué?, ya he escuchado suficiente, adiós al problema.
Hikari asintió sonriente. Un hombre irrumpió en el despacho nervioso y muy desconcertado,

—Tenéis que ver esto, ¡rápido! —Salieron del despacho apresurados y se dirigieron hasta un ordenador de la sala de control, en la pantalla no paraban de salir líneas de código.

—¿Que es lo que pasa, que significa este código? —preguntó Melissa alterada

—Es un virus, un virus de cifrado inverso —Hikari contestó atónico.

—No, no en nuestro sistema, ¿quien ha…?, joder, ¡hijo de puta!. Tienes que detenerlo Hikari, ¡rápido!.

Hikari se sentó frente al ordenador. —Dios mío, va a desactivar toda la red Pratman, va a desactivar todos los nanochips.

—Haz algo, páralo, páralo —gritó Melissa— si los desconectan morirán todos, dios todo el mundo va a morir.

—No responde ninguna función Melissa, este código desvincula el nanochip del huésped y lo apaga. Está bloqueado, no se que hacer…

Todos los hombres de la sala miraban lo que estaba sucediendo, lo escucharon todo, perplejos y confundidos no sabían qué hacer. En ese instante apareció un mensaje en la pantalla “todos habéis sido engañados, dentro de vuestra cabeza hay un arma para controlaros, para destruiros, la ley Pratman es una farsa creada e ideada con el único fin de someter a cada hombre, mujer y niño al control del Gobierno Central, pero todo acabará pronto”. Todo el mundo en cada rincón del planeta lo estaba viendo, Apareció el número veinte y comenzó la cuenta a atrás, caían los segundos y Melissa no daba crédito a lo que estaba sucediendo, su mirada se perdió en le vacío de los números, cambiando el gesto seguro y serio de su cara por el de la incertidumbre y el miedo, era inevitable, y solo unos pocos sabían lo que pasaría, tras vanos intentos de pararlo quitó sus manos del teclado, 3, 2, 1, “Sois libres”.

Melissa e Hikari vieron como a su alrededor caían todos los trabajadores, desplomados en segundos tras agarrarse fuerte la cabeza y con señales evidentes de dolor. todo tembló, un leve terremoto, un sonido dantesco producido por el impacto de millones de personas cayendo al unísono sobre el suelo, en sus trabajos, en sus hogares, en cada colegio… Trenes elevados descarriándose y atravesando los edificios, aviones en picado cayendo en las ciudades, coches impactando contra todo, el fin más absoluto en tan solo 20 segundos, sin que prácticamente nadie pudiera preverlo o imaginarlo, humo, muerte y fuego sobre la ciudad mas prospera y moderna.

Fueron pocos los que sobrevivieron, algunos de los altos jefes y cargos importantes de los gobiernos no se implantaron este dispositivo de ejecución masiva. El 90% de la población mundial murió, de la minoría que pudo eludir a la muerte, a algunos extrañamente no les afectó la desvinculación, quizás porque su cuerpo los rechazó, pero otros se volvieron locos, desquiciados sin propósito y extremadamente violentos, su piel y la esclerótica de sus ojos te tiñeron de un azul extraño, efecto provocado seguramente por el contacto directo de la pirita con la sangre al romperse y la posterior mutación a nivel celular, su vida al igual que su mirada estaba perdida, carecían de identidad y condenados a vagar para saciar su inexplicable necesidad de matar.

En cualquier caso, había un gran vacío con millares de cuerpos sin vida en aquella fastuosa ciudad. Solo quedaban unos pocos y harían lo que necesario para sobrevivir.

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