Enredo Circense

Enredo circense


Como si sus huesos estuvieran hechos de plastilina, la contorsionista era capaz de introducir su cuerpo, de metro setenta y seis y de sesenta kilos, en una caja de cristal que no levantaba más de cuarenta centímetros del suelo ni medía más de ochenta de largo. Después era la persona más torpe del mundo conduciendo su desvencijado Renault. Se había enamorado de su compañero de función, el equilibrista que, atenido al orden de reparto, actuaba los días impares compartiendo cartel con Jhony el mago, Franky Cuchillos —lanzador de cuchillos—, los trapecistas, el funambulista y Los Pipolinos —payasos—. El equilibrista hacía caso omiso a las lisonjas de la contorsionista, pues se sentía atraído por la hermana de Franky Cuchillos, la bicéfala —»Bifa» la llamaban sus compañeros de lona—. “Dos cabezas, dos bocas, doble opción para cuando necesite que me la chupe”, pensaba el muy pervertido. La bicéfala tenía sus cabezas ocupadas en otro menester: ponerse de acuerdo la una con la otra. Por eso no podía pensar en amores, y mucho menos en relaciones íntimas de ese tipo, además, era lesbiana —las dos cabezas—, y mantenía una amistad muy acalorada con Rosaura, la compañera femenina del patinador artístico. La chica ayudante del lanzador de cuchillos era de Rusia y mantenía una relación extraoficial con Rodolfo, el dueño del circo, que estaba casado con Sandra, la domadora de leones que, a su vez, aprovechando las ausencias de su marido, se prestaba voluntaria para comprobar la musculatura del pene —si es que eso existe— del levantador de pesas, un portugués de Tavira que decía tener todos sus músculos muy desarrollados —había ironía histriónica en sus palabras—, y que, pese a su arrogante “masculinidad”, era bisexual, fogosidad que le sofocaba Suso, el patinador artístico. La taquillera era hija de Rodolfo, pero no de Sandra, y odiaba a su madrastra, pero desahogaba sus necesidades más íntimas con el tragafuegos, hijo de Sandra y sólo de Sandra, que semejante mujer no pronunció jamás —que se sepa— el nombre del padre de su hijo. El incesto queda, por tanto, descartado. Pero no era con éste con el único que apagaba su fuego interno la niña del dueño del circo, pues Franky, el lanzador de cuchillos, fijaba el tino en la entrepierna de la joven, y su arma, en vez de afilados cuchillos, era, para tales casos, de punta roma, rosada y de veinte eróticos centímetros. El tragafuegos había tenido algún que otro roce con Gnoma, la enana, que le gustaba hacer con él lo que le gustaría al equilibrista que le hiciera la bicéfala… las dos cabezas. Pero tuvo sus más y sus menos con Popo, el gigante, que era tonto el pobre y decía que estaba enamorado de la enana. Había que ver liados a un tozudo de dos metros treinta y una enana que escasamente superaba el metro. Popo era muy dócil —qué propio, ¿verdad? — por eso abusaba de él el encantador de serpientes, que era tan vago que convencía a Popo para que lo trasladara sobre sus hombros. Menos mal —para Popo— que no pesaba más de cincuenta kilos. El encantador de serpientes y Susi, la pitonisa, eran uña y carne, y el encantador tenía “encantada” a la pitonisa, sí, por el tema que ya usted, amigo lector, habrá llegado a deducir. Y es que el enclenque hombre tenía una virilidad envidiada por todo hombre. La pitonisa —gajes del oficio— tenía por costumbre decir, cada vez que se daba un revolcón con el encantador de serpientes, que ya sabía que ocurriría. La pitonisa era una gitana de Bulgaria, tosca, desvergonzada y más basta que unas bragas de esparto; no en vano se había ganado el apelativo de La “Bulgar” (Bulgar—ia). Los trapecistas eran tres hermanos, Floro, Benito y Soraya. Ésta última se casó en segundas nupcias con el funambulista, y la boda se celebró en el circo. Al funambulista le duró muy poco la fidelidad que le debía su mujer y, aunque antes ya había intentado mantener en secreto su relación con Frac, el menor de los payasos, no tardó en volver a intentar mantener un nuevo secreto, aunque esta vez con Mac, el payaso de más edad, doce años mayor que Soraya. El tercer payaso, Pac, el que completaba el trío de Los Pipolinos, era muy avispado y, además de llevar con mucho rigor su puesto en la función que los tres payasos memorizaban, daba de comer a los leones de Sandra, por lo que recibía un sueldo extra y, de vez en cuando, era recompensado por la esposa del dueño del circo, ¿se acuerda usted? Sandra, la esposa del presentador y dueño del circo, el que mantenía una relación con la rusa, la ayudante del lanzador de cuchillos, ya sabe, el que cambiaba los cuchillos por la punta roma de su pene y sofocaba el fuego de la taquillera, la hija de Rodolfo, el dueño y presentador del circo que estaba casado con Sandra, la domadora de leones, madre del tragafuegos que procuraba apagar, a su vez, el fuego de su hermanastra, la taquillera que se beneficiaba, además de a su hermanastro, a Franky Cuchillos, el hermano de la mujer de dos cabezas, la bicéfala, que mantenía una amistad muy acalorada con Rosaura, la patinadora artística y compañera de trabajo de Suso, el que mantenía relaciones con el bisexual de Tavira, el levantador de pesas, el que…

Continuará… o no.

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