Verónica tenía un amigo. Hector.

Él siempre tiraba una moneda para decidir que hacer.

Ella era su amiga desde hacía bastante tiempo. Él hacía bastante tiempo que quería algo más. Solían salir de paseo juntos, y siempre la pregunta flotaba en el aire de sus conversaciones, y no es que a Ella le molestara la idea de algo más, solo que no estaba segura. Si salía de la amistad se cerraba una puerta que ya no se volvería a abrir. La amistad es estable, mientras que el romance es triioduro de nitrógeno, explota en cualquier momento,y, volver a la amistad, se vive como un retroceso. Entonces por que arriesgarse ? Solo porque Él lo desea ? Y Ella ? Al fin y al cabo desde que la veían siempre con Él no se le acercaba ningún hombre…Tenía que pensar. Alejarse.

Fue a una agencia de viajes, miró el mapa que estaba colgado, y posó su dedo sobre un país de oriente. Laos.

Llamó por teléfono a su amigo y le dijo que se iba por un mes. Él insistió en verla, en llevarla al aeropuerto…Ella se mostró inflexible. No.

El avión hizo muchas escalas. En todas subía gente mas y mas exótica, tanto que temió que en la cena le sirvieran hormigas fritas.

Al fin llegó. Tomó un taxi hasta la ciudad, y una bicicleta taxi hasta el hotel. La delgadez del conductor le impactó, en los movimientos de su espalda se podía adivinar Laos.

Mientras viajaba, notó que algunos carros no tenían siquiera bicicleta, y era el conductor que trotaba portando un arnés que lo sujetaba al carro. Estos eran aún más flacos.

También había motos, en un caos de transito donde estaba ausente toda regla. Pese a todo, parecían mas felices que cualquier occidental con comodidades.

El hotel era como casi como cualquier hotel del mundo, con detalles internacionales. Sex Pistols transmitido en música funcional. No era lo que esperaba.

En la habitación, dentro de un sobre, estaban las sugerencias de actividades turísticas, todas bien lavadas y preparadas para la ocasión.

Cerró el manual de sugerencias, se acostó, y durmió.

Al otro día aceptó un excursión al puente de bambú. Estaba tan limpio que parecía recién estrenado.

Al otro día fue a visitar un templo Budista. Luego se enteró que los que había visto eran solo simuladores. ya que los verdaderos monjes eran de clausura, y no se les permitía hablar ni mostrarse.

Basta. Eso dijo para si. Basta.

Llamó a la conserjería y pidió un taxi con tracción humana. Se lo desaconsejaron, podía pedir un Volvo con chofer, que era mucho más seguro…No aceptó.

En la puerta la esperaba el carro. Parado a su lado estaba la tracción a sangre, un hombre extremadamente flaco, con sandalias que apenas tenían suela.

Cuando Ella se acercó la saludó con una reverencia. Fue lo primero auténtico que vio desde que llegó.

Un intérprete la acompañó hasta la puerta, al tiempo que le daba instrucciones al conductor de donde debía llevarla.

Se sentó, y cuando doblaron en dirección al sur lo hizo detener. Sacó su traductor y le escribió: Al mercado.

El problema era que el dueño del carro no sabía leer.

Se sacó sus collares y pulseras y se las enseñó agitándolas, mientras unos ojos negros dentro de una piel aceitunada la miraban inexpresivos. Saco un billete de a veinte y los ojos se tornaron vivaces. Los tomó, y comenzó el carro a andar.

Pasó por callejuelas, en medio de gente sucia, drogatas, religiosos, predicadores y de a ratos el caballo humano miraba a su pasajera, que con un ademán rápido le indicaba que continuara.

Llegaron al mercado. Una interminable fila de carpas cochambrosas, y dentro, vendedores que no dejaban de hablar, compradores que regateaban y limosneros.

Se apeó. Le llamó la atención una tienda que tenia monedas de distintos tipos. Se acercó, sacó el traductor, y para su fortuna el vendedor si sabía leer.

El precio de las monedas iban desde dos dolares hasta diez, salvo una que valía cien. Ella se interesó por esta.

Con el traductor en la mano comenzó a regatear. El vendedor no solo se negó a bajar el precio, sino que no mostraba ningún interés por venderla.

El tendero le explicó que esa moneda daba la decisión correcta cuando se la arrojaba frente a una duda, a una diagonal, en la que necesariamente hay que tomar una dirección, y si la persona se equivocara, y continuara en el camino errado, el destino correcto quedaría mas y mas lejos a medida que se avanzara por el erróneo.

Pensó en Hector. Que mejor regalo que ese le podría llevar ?

Pagó la moneda. El tendero quedó sombrío, sin alegría, tocando su boca y luego si frente parecía estar comenzando una silenciosa plegaria. Regresó al hotel con el mismo transporte.

Los días pasaron entre la piscina, el Tai-Chi, y las excursiones lavadas y perfumadas.

Dejó el hotel, esta vez en un Volvo, tomo un vuelo directo y regresó a Rosario.

Hector sabía que volvía y estaba ansioso. Le había pedido que no fuera al aeropuerto. Al otro día se encontrarían el el bar EL CAIRO.

Él fue el primero en llegar. Pidió una cerveza. Un niño pasó vendiendo estampitas. Le dio una moneda y siguió mirando por el ventanal al tiempo que Verónica cruzaba la calle.

Al entrar, Él se paró. Ella le dio un beso en la mejilla. Se sentaron. Ella pidió otra cerveza y comenzó a relatar el viaje. Él la miraba sin escucharla. La miraba.

-Estoy pensando en pedirte algo,- dijo Hector sin dejar de mirarla.

-Pero antes debo tirar la moneda para saber si en la piscina hay agua.

-Y dale.-Contestó Ella fría y mordaz.

Hector buscó y rebuscó una moneda. Miró por la ventana y vio alejarse al niño de las estampitas, y también a su última moneda.

Ella sacó una pequeña caja y se la dio. Él la abrió. dentro estaba la moneda, que según el vendedor, tendría el poder de un oráculo.

Hector miró la moneda, la sacó de la caja, la puso en la palma de su mano, y en ese momento sintió una vibración parecida a la que hace un móvil en silencio. La tiró al aire y la dejó caer sobre la mesa, pero en esta ocasión no mostró ninguna de sus caras, cayó de canto sobre la mesa, rodó un poco hasta el cenicero y quedó inmóvil, sin caer.

Dentro de la cajita, enrollado, había un pequeñísimo pergamino. Verónica tomó una foto, la puso en el traductor y apareció el siguiente texto «SI ESTA MONEDA CAYERA DE CANTO AL SER ARROJADA AL AIRE POR EL CONSULTANTE , SE LE CONCEDERÁN TRES DESEOS, PERO CON TRES EXCEPCIONES:

1-NO PUEDE PEDIR QUE ALGUIEN MUERA.

2-NO PUEDE PEDIR QUE ALGUIEN SE ENAMORE DE ALGUIEN.

3-NO PUEDE PEDIR QUE LOS MUERTOS REVIVAN.»

Hector quedó decepcionado por no poder pedir que Verónica se enamorara de Él, y pidió sus deseos casi por despecho. Pidió vida eterna, y, recordando el olvido de EOS, la diosa griega, también, y como segundo deseo pidió juventud eterna. Se guardó el último deseo. Guardó la moneda en la cajita y le agradeció el regalo. Pagó, se despidió, salió a la calle para caminar sin rumbo.

Se quedó pensando si los deseos se cumplirían. No tenía paciencia para esperar ni valor para comprobarlo. Seguía con las ideas confusas. Quería tomar algo mas fuerte que cerveza, mirar algo más que la calle desde el bar de siempre. Distanciarse.

La terraza de ese hotel tenía una bar caro, camareros obsecuentes, y sobre todo mucha altura, estaba en el piso veinte. La altura de los precios también era considerable, pero no le importó. Lo necesitaba, y mucho.

Hacía calor, pero soplaba una brisa que lo llevó a tomar su gintonic acodado en la baranda, pensaba que si tuviera el valor de tirarse podría descubrir si la moneda había realmente funcionado…

Estaba concentrado en sus pensamientos, cuando un caniche se escapa de una mesa donde una mujer estaba tomando un té, un camarero con ganas de ganar una buena propina, viendo que se dirigía hacia la baranda intentó detenerlo justo cuando su dueña tiraba de la correa, que se enredó en sus piernas empujando a Hector, que vio alejarse el cielo cayendo de espaldas hasta parar contra el pavimento con un terrible impacto. Lo curioso es que, tirado de espaldas, seguia viendo el cielo. Su primer deseo se había cumplido.

El hotel le dio una gran indemnización, reconociendo responsabilidad en el accidente. Los diarios, la tv, y las revistas hablaban de milagro, le pedían entrevistas, y Él pedía dinero por darlas. El segundo de publicidad se quintuplicó en los programas en los que aparecía.

Hector comenzó a tener dinero, mucho. A verónica le gustaba viajar, eran amigos, y Él ya quería dejar atrás el asedio de la prensa.

Planearon un viaje a Texas. Viajaron en primera y sin escalas. En el viaje estuvieron hablando sobre su caída. Lo curioso es que no tenía lesiones de ningún tipo. ¿Era verdad lo de la moneda ?. Ella comenzó a pensar el el gesto sombrío del tendero al vendérsela, y en la oración que creyó ver. Quería decirle algo con respecto a eso a Hector, pero calló. Miró a su derecha cuando la azafata le alcanzó dos copas de champagne francés.

El avión aterrizó suavemente despertando aplausos. Tomaron un taxi. Llegaron al hotel y se alojaron en habitaciones separadas. Contiguas. Ella durmió el jet-lag. Él miró la tv sin entender casi nada.

A verónica no le gustaba el turismo tradicional, y es por eso que desechó un manual de vistas guiadas.

Se encontraron para cenar y decidieron ir al bar de descanso de los obreros del petroleo, tomaron un taxi, y cuando le pidieron el destino el chofer se los desaconsejó. Inútil. Llegaron hasta allí. En la barra estaban sentados todos hombres, también en la mesas, tomando cerveza y whisky. Cuando se abrió la puerta los miraron, en especial a Ella, al tiempo que se oía un murmullo generalizado en un slam.

Luego de una hora de estar bebiendo y soportando un trato sordo y hostil, Hector no tuvo mejor idea que invitar una copa para todos, pensando que eso haría más amigable las cosas. No fue así. Lo tomaron con resentimiento, muchos de ellos eran «espaldas», mejicanos ilegales, y no les gustaba que estubieran en su bar, y menos un «stranger», alardeando, acompañado por una mujer.

El primer golpe lo sintió en la espalada. Verónica salió a pedir ayuda en vano, estaban en el medio de la nada, se echó a llorar, gritó que pararan, pero solo escuchó risas. Una botella explotó en su cráneo, mientras otro sacaba una navaja y la clavaba cinco veces sobre el pecho de Hector, quien permanecía indiferente. No sentía dolor, y la última puñalada le había dejado la navaja clavada en su pecho.

¡Vamos-!, dijo Hector a Verónica, que luchaba por soltarse de un cretino que la quería besar.

Hector se sacó la navaja del pecho y apuñaló al tipo que tenía sujeta a Verónica, quien cayó con una mirada incrédula sobre el charco de su propia sangre.

La policía llegó. Alguien la había llamado.¿El dueño del bar ? Tal vez. Lo cierto es que estaban allí esposando a Hector, presunto culpable de asesinato en riña. No presentaba ninguna herida de arma blanca, y si bien tenia la camisa ensangrentada, no era difícil creer que esa era la sangre de la víctima.

Le formularon cargos. El tribunal se constituyó con ciudadanos destacados. Ella le contrató el mejor abogado que pudo pagar.

El juicio duró tres semanas, al cabo de las cuales Hector fue sentenciado a muerte. Al oír la sentencia soltó una sonora carcajada pensando en la sorpresa que se llevarían al tratar de ejecutarlo.

Se lo llevaron. Lo pusieron en una celda solitaria. Él solo esperaba la ejecución.

Al cabo de una semana, Verónica recibió un llamado del abogado diciéndole que la apelación había sido positiva, y que se conmutaría la pena.

La mañana siguiente era día de visita, Verónica se acercó al locutorio donde esperaba un Hector sonriente y despreocupado. Eso fue hasta que le oyó decir que la apelación había cambiado la sentencia de muerte por cadena perpetua. en ese momento Hector pidió su tercer deseo. Morir.


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