El aporte de la soledad

El aporte de la soledad

Igor Mortecino

12/12/2018

Y pensar que hace solo unas horas mis ojos brillaban de codicia frente a la ruleta, en el casino del barco.

Ahora flotaba solo en una balsa, en algún extremo de la inmensidad del mar. ¿Dónde se había ido todo el mundo? Los interminables vaivenes y el profundo olor a sal no me dejaban concentrar y en mi cabeza solo se agolpaban imágenes de experiencias felices, sin embargo, me cuidaba de reír, ya que repentinos lengüetazos de agua azotaban mi cara, recordándome con nauseabundos tragos salados quien era el dueño de la situación.

Muy pronto me di cuenta de lo insignificante que somos. Rodeado de horizontes, yo solo era un punto, trémulo y opacado cuya única finalidad de vivir era poder respirar otra bocanada de aire y poder saciar mi sed. Nosotros, los señores de este planeta, somos frágiles trozos de carne a merced de los elementos. Solo hace falta despojarnos de nuestras cómodas corazas para poder verlo.

Tras horas oteando el infinito me convencí de que estaba solo y que tenía que actuar. Adosado a las paredes internas de la balsa había un pequeño «kit» de supervivencia que, en mi angustia y desesperación pasé por alto. Este pequeño maletín hizo que de inmediato mi orgullo y vanidad humanas afloraran como si de la extirpación de una fístula purulenta se tratara. Tomé con desesperación de una de las botellitas de deliciosa agua dulce. La rehidratación hizo maravillas en mí. Saqué mi pecho y agucé la mirada, tarde o temprano vendrían a rescatarme y volvería a mi vida normal.

Pero la felicidad no duró mucho. El cielo perdía su azul y la penumbra no tardaba en adueñarse de todo, las aguas se tornaban oscuras, me sentí desfallecer ante el advenimiento de la oscuridad y el llanto me invadió, lloré mucho pero el mar lavaba mi cara constantemente y no dejaba salir las lágrimas, ─ ¡pobre de mí! ─Repetía una y otra vez.

De nuevo comenzaron los temblores cuando finalmente la noche se cerró y no podía ver mi mano frente a la cara, el sonido se adueñó de todo y con cada movida de la balsa pensé en caer y perderme irremediablemente en ese oscuro abismo. No obstante, de alguna manera la balsa lograba mantenerse a flote, las profundidades no terminaban de tragarme, me quede sin fuerzas y me derrumbé, y por alguna absurda razón me quede dormido.

Por la mañana me despertó el grito ensordecedor de la sirena de un barco. ¡Me había salvado! Pero ahora no estaba seguro de querer regresar, el mar tiene la rara cualidad de dar y quitar la voluntad de vivir.

Crédito de la foto de la portada:

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