Blaze! Capítulo 43

Capítulo 43 – Pelea de espadas II.

El armado caballero lanzó una estocada con su espada desde encima del caballo, la que Blaze evitó sin problemas, bajándose velozmente del equino, obligando a la maga a desenvainar su arma blanca, atacando en repetidas ocasiones, acorralándola, evitando así que usara técnicas mágicas.

Sabes cómo abordar a una hechicera, ¿acaso nos conocemos? –preguntó Blaze entremedio de los sablazos, presionando su espada contra la de su contrincante para luego retirarse, intentando hacerlo perder el equilibrio, pero el hombre no se movió ni un centímetro de su posición, sin caer en la treta.

Mientras menos hablemos, mejor –respondió escuetamente el rubio hombre, retomando la ofensiva, golpeando el arma de la joven, tirando de la empuñadura de su espada, oculta bajo un paño color caqui firmemente amarrado, pero los filos de las hojas estaban fuertemente pegados con algo imperceptible, sin ser capaz de separarlas.

Magnetite Sword, ¿creíste acaso que tenía que retirar las manos de mi espada para lanzar uno de mis hechizos? Ahora me dirás tu nombre y quien te envía –exigió la maga, pero fue impactada en medio del pecho por una patada del caballero, en la zona en que la armadura de la maga no alcanzaba a cubrir, soltando su espada sin chistar para proporcionarle el castigo a la joven.

¿Creíste acaso que lo único que tengo para pelear es mi espada? –preguntó el hombre, recogiendo su arma, dándole la espalda a la joven, elevando una plegaria al cielo con los ojos cerrados, apoyando su frente en el filo de su espada, mientras Blaze recuperaba el aliento.

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¡Es el León Dorado! –gritó un chiquillo al ver un caballo con su jinete al frente de una pequeña compañía de soldados, todos heridos y maltrechos, pero felices de poder regresar con vida a su reino, donde muchos eran esperados por sus familiares, no así para el hombre de brillante cabellera.

Señores, pueden ir con sus seres queridos, yo hablaré con nuestro rey para darle las buenas nuevas –dijo el feroz y felino caballero, siguiendo el camino, mientras todos los otros guerreros se desperdigaban por distintas rutas, deteniéndose frente a las caballerizas reales, desmontando a su potro, dirigiéndose a los aposentos de su señor.

El Rey de Zdrada estaba con sus consejeros frente a un gran mapa, determinando las acciones a realizar para poder extender y resguardar los terrenos del reino, pidiéndoles a todos que se retiraran para hablar con uno de sus más valiosos hombres.

Belárus –dijo el Rey, saludando al soldado, sin dejar de observar sus tierras.

Mi Rey –saludó Belárus, inclinándose ante su monarca—. He venido directamente a contarle los acontecimientos del asedio de…

No te preocupes, Bel, ya lo sé todo, no pierdas el tiempo en esas cosas, mejor dime, ¿qué es lo que ves acá? –preguntó el soberano, agarrándolo del hombro de su sucia armadura, enseñándole el mapa.

Bueno… Veo una buena estrategia, aunque no utilizaría tantas tropas en esta zona –respondió el león, descolocado y contrariado, habiendo escuchado rumores de que entre sus propias filas había gente espiándole, no creyendo que su Rey mostrara esa desconfianza hacia él—. Señor, ¿cómo es que…?

Te veo confundido, Bel. No es que desconfíe de ti, pero necesito estar informado para poder tomar las decisiones de la manera más rápida posible, no puedo esperar a que vuelvas del campo de batalla para realizar mi próximo movimiento, la expansión y protección del reino son lo más importante –explicó el Rey—. Sabes que tienes mi venia para todo lo que determines en batalla…

Mi señor –dijo Belárus, arrodillándose nuevamente, con el corazón acongojado.

Bel, tu abuelo y tu padre sirvieron a la corona como ningún otro soldado del reino, tú sigues la misma línea y, debo decir, en ascenso, dejarás la vara muy alta, pero creo que deberías comenzar a preocuparte de otros temas, no pensarás en dejar al reino sin tu linaje –dijo el Rey, intentando persuadirlo de dejar descendencia, siendo malentendido por el soldado.

Pero, mi Rey… ¡Aún puedo seguir batallando! –dijo Bel, subiendo el tono, sintiendo que lo estaban desechando por su edad.

No te exasperes, Bel, ve a tomar una ducha, cura tus heridas, diviértete, aliméntate, bebe, descansa. Sé que puedes seguir luchando perfectamente, pero debes apaciguar tu corazón, ya hablaremos del futuro –ordenó el Rey con suavidad, entendiendo el temperamento de su preciado guerrero, acompañándolo a la salida de la sala de armas.

Eso haré, mi señor –respondió Belárus, caminando lentamente, regresando a su solitaria casa.

Belárus hizo tal cual le ordenó su Rey, emborrachándose hasta más no poder, llorando sus penas en la taberna, sintiéndose menospreciado por su monarca, como si necesitara ser vigilado para cumplir con lo que prometió de corazón realizar, con la confianza rota. Las batallas siguieron, los años pasaron, y el soldado nunca sentó cabeza, no sintiéndose cómodo con más seres a su lado, importándole sólo ser útil para el reino y también empeñándose en llevarle la contraria a su monarca, no queriendo ser reemplazado por sus hijos y tan sólo dejando para la posteridad sus aciertos y errores, siempre pensando en quien o quienes eran los informantes de su monarca, sin llegar a descubrir la verdad. Por el contrario, el Rey procreó tantas veces como pudo, dejando hijos tanto dentro como fuera de su matrimonio, desgastándose físicamente por el constante ajetreo de mantener su reinado y tierras, enfermándose con el pasar de los años, tratando muy poco con sus hijos, que más lo veían como un viejo decrépito que los mantenía que como su padre.

Por esta misma falta de relación padre-hijo fue que Belárus tuvo un altercado con uno de los herederos al trono, terminando de la peor manera algo que comenzó como el juego de un niño.

¿Sigues por aquí, viejo hombre? –preguntó Chloos, hijo del Rey, séptimo en la línea de sucesión, al encontrarse con Belárus en los pasillos del castillo de su padre, un poco antes de que el sol se ocultara completamente.

Príncipe Chloos –saludó el soldado, reverenciando ante el niño que de seguro nunca sería Rey de Zdrada, vestido con su armadura completa.

Sabes que cuando llegue mi hora, tú ya no estarás aquí para servir a la corona, ¿cierto? –preguntó el joven, sabiendo que le faltaban años y muchas tragedias para poder llegar al poder—. Además, tampoco me gustaría tener a alguien que debe ser constantemente vigilado…

¿Qué dice, mi príncipe? –preguntó Bel, recordando el pasado, sintiendo como viejas heridas en su corazón se abrían—. Mi Rey no me mantiene vigilado por ser peligroso o un desastre, es para poder tomar decisiones más rápidamente y…

No te preocupes, no te lo tomes tan seriamente, es sólo una broma, escuché a mi padre hablar sobre eso y de cómo lo hacen cuando estás batallando, eres toda una leyenda –explicó el joven de la realeza, quitándole peso a sus palabras, siendo agarrado por sus ropas por Belárus, que tenía los ojos desorbitados, como si se hubiera vuelto loco, sacudiéndolo.

¿Quién fue?, ¡¿quién fue?! –preguntaba Bel insistentemente, sacudiendo al pequeño príncipe, sin notar que lo estaba impactando con los guantes de su armadura, rasgándole la barbilla, haciéndolo sangrar, enloquecido ante la idea de por fin descubrir al infiltrado que informaba al Rey de todo lo que pasaba en sus batallas, habiéndose devanado los sesos los últimos años pensando en su identidad–. ¡Debes decirme quien fue todos estos años!

Me has cortado, me has atacado, ¡estás loco! –gritó el niño, agarrándose el rostro, gimiendo de dolor—. ¡Guardias, atrapen a este traidor lunático!

Belárus salió de su estupor, notando la sangre del príncipe en una de las espinas de su guantelete, echándose a correr por los pasillos del castillo, huyendo del lugar despavoridamente, perdiéndose en la noche. El soldado corrió y corrió, llegando a las caballerizas, montándose en su caballo, galopando sin mirar atrás, esperando dejar atrás a sus captores, temiendo el precio a pagar por haber dañado al muchacho, aunque fuera sin intención, alejándose del reino de Zdrada para no volver jamás.

Bel huyó por días, casi sin dormir, sintiendo en todo momento el galopar de caballos detrás de él, desesperado, acorralado, sin escapatoria, paralizándose de miedo, como si estuviera en un callejón sin salida, temeroso incluso de respirar, esperando no ser escuchado… Sin embargo, los captores nunca llegaron, nunca los vio. Llegó a un pequeño poblado escondido entre millares de árboles, estableciéndose en el lugar, convirtiéndose en leñador, vendiendo a su caballo para comprar herramientas para esta tarea, construyéndose una casa donde escondió celosamente su antigua y brillante armadura junto a su espada, olvidando su vida pasada. Después de un año de vivir de este modo, un emisario del reino de Zdrada llegó a su casa con una misiva de su Rey.

¡Señor Bel, señor Bel! –gritó el cartero frente a la puerta de la casa del exsoldado.

Ya voy… ¿quién llama? –preguntó Bel, con su hacha de leñador en la mano derecha, dejándola caer al ver al hombre portando el estandarte del Rey de Zdrada—. ¿Cómo…?

Señor, una misiva del… –dijo el muchacho, ofreciendo el papel sellado con lacre, el cual le fue arrebatado por Belárus sin que alcanzara a reaccionar— Rey de…

Belárus leyó el papel, sumergiendo sus ojos en la hoja, echándose a llorar al terminar, enterándose de que fue él mismo quien le informaba de todo al Rey, habiendo sido hechizado en el momento en que se ordenó caballero, trasmitiendo todo lo que veía y escuchaba a una bola de cristal que un mago le entregó a su Rey para enterarse de todo lo que ocurría en el campo de batalla. También supo que, la noche del altercado con el príncipe heredero, no fue seguido por nadie, ya que el Rey hizo llamar al mago para ver si lo que su hijo decía era completamente cierto, notando la falta de intención en el ataque, dejándolo huir libremente, liberándolo de sus responsabilidades con la corona, así como también del hechizo.

Espero que ahora encuentres la calma que te quité con todos estos años de guerras, sangre y secretos –dijo Belárus, citando el final de la carta, llorando en el piso, sintiendo como toda la presión y culpa se desvanecían con tales palabras.

Belárus le pidió encarecidamente al emisario que le agradeciera al Rey su misiva, además de pedirle perdón al joven príncipe por su exabrupto, entendiendo que todo se debió a su falta de confianza con el monarca, creyendo que él lo menospreciaba y no le tenía confianza. El emisario se fue, dejando solo a Bel, que optó por quedarse en casa ese día, durmiendo profundamente, olvidándose de persecuciones, galopes y ejecuciones.

Días después, caminando por el pueblo, ayudó a una pequeña niña que estaba siendo golpeada por unos adolescentes, ofreciéndose a enseñarle a utilizar la espada, la última acción que haría como caballero para su Rey, pasando sus conocimientos a las generaciones venideras, como si se tratase de uno de sus hijos.

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El joven caballero dejó de rezar, poniéndose en guardia frente a la recién incorporada Blaze, quien recuperó su espada del piso, dispuesta a atacar.

No sé quién eres, pero tu forma de pelear se me hace conocida –dijo Blaze, lanzando una estocada con su espada, con la intención de que la esquivara, para poder atacarlo de cerca con una Fire Ball, pero el hombre atajó la hoja del arma con su axila, enrollando el brazo alrededor de esta, agarrando el filo con el guantelete, utilizando toda su fuerza.

Ya sabrás la razón de eso –dijo el caballero, elevando su brazo libre y armado, golpeando la hoja de la espada de Blaze con su puño, partiéndola cerca de la empuñadura, explotando por el hechizo Inner Explotion infundido en ella, destrozando el brazo y la armadura del caballero, haciéndolo caer, quemando el paño que cubría la empuñadura de su espada, descubriendo la identidad del soldado.

Blaze reconoció la empuñadura, abalanzándose sobre su maestro Bel, tratando sus heridas con el hechizo Regeneration, pero no parecía surtir efecto, sangrando internamente producto de las esquirlas liberadas por la explosión, además de que empezó a envejecer rápidamente, regresando a la edad que debía tener, balbuceando sus últimas palabras.

Perdóname, no… se me ocurrió otro… modo… Ellos vienen… por ustedes dos, Echleón está en peligro, es posible que… a esta hora esté muerto ya… Huye, Ileana, huye… ellos… –dijo Belárus antes de dejar de respirar, cerrando para siempre sus ojos, dejando a Blaze confundida y destrozada, con lágrimas en sus mejillas por la muerte de su maestro.

Un reencuentro sangriento y doloroso. ¿Quiénes están detrás de Blaze y Echleón?, ¿cuál es la razón del ataque?, ¿cómo estará el milenario maestro de la joven hechicera? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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