Cuando lloran las flores…

Cuando lloran las flores…

Ya llevamos un tiempo de casados. Él trabaja durante la mañana y la tarde en una fábrica. Durante el día solamente nos vemos a la hora de comer y a la siesta, Cuando llega del trabajo, se ducha y sale con sus amigos. Lo entiendo, trabajó todo el día y quiere distenderse un poco. Yo también trabajo por la mañana y a la tarde le dedico mi tiempo a la casa. No digo nada cuando sale, solo le dedico una sonrisa comprensiva. El problema es que regresa muy tarde, de madrugada, a la hora de colocarse la ropa de trabajo y marcharse. Lo esperé toda la noche con mis mejores prendas de dormir, entusiasmada y feliz pero con el paso del tiempo me quedé dormida, no sin antes soltar algún lagrimón. Mis primeras noches de soledad. Mi mente comienza a imaginar cosas. Sacudo la cabeza y recuerdo que me juré a mí misma no ser como mamá, no ser molesta ni represora, dejarlo libre, porque si él es feliz yo también lo soy.

Esta situación se repite noche tras noche. Me acuesto sola, me levanto sola, lloro sola. ¡Cómo iba a sospechar que esto era solo el comienzo, que pasaría 30 largos años en soledad!

Una noche tomo valor, lo espero levantada y le recrimino y reclamo sobre sus salidas. Se enoja muchísimo, comienza a gritar y a insultar, ni mi madre ni hermanas se salvan de las injurias. Me asusto, me acurruco en la cama y lloro silenciosamente, nunca lo había visto así. Por primera vez me da miedo. Termina diciéndome que si yo saliera me portaría mal, porque lo llevo en los genes, por eso pienso que él lo hace.

La próxima vez no lo dejaré salir, esa es mi decisión.

Cuando llega del trabajo y comienza con la tarea previa a marcharse le pido, le ruego que no salga, que se quede conmigo pero solo consigo hacerlo gritar y empujar muebles y tirar cosas. Comienzo a llorar, entonces se calma, me dice que solo me ama a mí y que sale con sus amigos a distraerse un rato nada más. Yo le creo, después de ese beso tan apasionado como no creerle que soy el amor de su vida. Todavía estoy soñando con esa caricia cuando siento el ruido de la puerta, se ha marchado.

No importa. Tengo algo para soñar unas cuantas horas.

Esta vez está su hermano de visita y él decide marcharse como siempre, noto sonrisas cómplices entre ellos y me rebelo. Me da rabia que me tomen por tonta y le digo que no salga. Su hermano al ver que la situación se complica decide marcharse. No bien cierra la puerta, un tirón de mi cabello me hace retroceder. Gira mi cuerpo apretándolo hacia abajo y al inclinarse mi cabeza hacia adelante, un golpe de puño en la nuca me mueve todos los sentidos. Ocurrió tan rápido que no entendí nada. Mi primer golpe. Su primera amenaza: -“Nunca vuelvas a hablarme así delante de mi familia”. Y se marcha.

Lloro mucho, el llanto no me deja respirar. Nunca entendí la violencia. Mi madre jamás me golpeó, no hacía falta pues yo siempre fui muy obediente. La culpa es mía. Yo lo provoqué, le falté el respeto. Debería haberme callado, no responderle y mucho menos reclamarle.

Otra noche más en soledad pero ahora aprendí algo nuevo, los golpes duelen, menos mal que me pegó en la nuca, allí no queda marca.

El tiempo pasa, las cosas no cambian, empeoran. Una noche decide salir y nuevamente me opongo. Los niños ya están durmiendo, entonces creo que es mi oportunidad de hacer valer mi opinión al respecto. Creo que mi opinión no le gustó. Me tira a la cama de un empujón, coloca su rodilla sobre mi garganta y aprieta, cada vez con más fuerza. Casi no puedo respirar. Manoteo desesperada pero no puedo apartar su rodilla de mi garganta. No me puedo ver pero creo que mi rostro está cambiando porque comienza a ceder la presión y me suelta. Se marcha y yo me quedo allí tendida un rato, apenas si puedo respirar, mi cuerpo aún no responde. Cuando me recupero corro a la habitación de los niños pero ellos duermen plácidamente, no se han enterado de nada. Suspiro aliviada. Me pongo a llorar y me doy cuenta que de mis ojos brotan lágrimas pero de mi garganta solo brotan ronquidos. Intento hablar y no me sale la voz. Me asusto mucho porque no tengo voz, no puedo hablar. Gracias a Dios los niños no han escuchado pues esta situación los hubiese asustado mucho. Trato de tranquilizarme, coloco compresas frías en mi cuello para bajar la hinchazón y las manchas carmesí que ya comienzan a aparecer. Luego me acuesto con la esperanza de que mañana al despertar todo esté mejor. Lentamente regresa mi voz primero ronca luego se va aclarando.

Toda experiencia de vida te deja una enseñanza, creo que ahora ya aprendí que no debo rebelarme ante sus decisiones ni salidas.

Esta situación no termina aquí, se repetirá durante treinta largos años, con la diferencia que ya no hay violencia física pues los niños han crecido y él sabe que no le permitirían tocarme un solo cabello. Ahora solo es violencia verbal y psicológica. Me pregunto: ¿Hasta cuándo? ¿Por qué sigo soportando este maltrato? Tal vez por cobardía, he vivido tanto tiempo de esta forma que no conozco otra y no me gusta correr riesgos.

NO TE QUEDES ATRAPADA EN EL PASADO, NO LE TEMAS AL PRESENTE, NO LE HUYAS AL FUTURO.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS