Maribel merecía cielo

Maribel merecía cielo

Roberto Massi

28/11/2018

La carta sale del monedero. Rompe el sobre y desdobla la hoja moviendo las manos como si fuera truco de magia. Un mago debe haber escrito esto o un hechicero:

“Claro es que no me conoce, desde hace mucho tiempo no quiere hacerlo. Siempre la espero la dejo pasar, no soy esquivo pero me ignora. Su nombre es una infidencia que sus amigas no supieron custodiar, conquistarlo mi mejor tesoro. He apreciado el perfume que deja a su paso he escuchado su risa cuando trina feliz. Conociendo su esencia indiscretamente deseo salir de la cárcel que componen las letras de esta esquela para brillar a la luz de sus ojos. Estaré en la esquina. ¿Vendrá?

Que atrevido -piensa Claribel- sonriendo mientras su corazón late acelerado. ¿Con cuántos se ha acostado que no ostentan ni un ápice de la labia que propone el remitente de la misiva? Si hasta el mudo Ocampo ha probado sus mieles.

-Debe ser un tonto, nadie escribe algo así a una mujer como yo. Si anduvo averiguando sabe por los carriles que transita mi vida. Tal vez sea algún estudiante de filosofía y letras falto de dinero con claras ideas innovadoras para conseguir sexo gratis- sigue calculando su mente. Ese ¿Vendrá? la conmueve.

Mira el reloj y recuerda que no puede demorarse hoy es uno de esos días en que el trabajo fluye hay que conocer bien cada cliente sacar lo mejor del repertorio y despacharlos pronto sin que sospechen, la mesita de luz conoce muy bien cómo se apilan desordenados billetes de los más altos colores cuando los varones se van entre contentos y confundidos.

Los miércoles la pensión de los viajantes se llena, los foráneos son más generosos e ingenuos. De tanto retacearse los secretos vienen a la pieza escondiéndose entre partidas de naipes. Disimulan para que los nuevos no puedan disfrutar las mismas aventuras. Si fueran maridos serían los mejores especímenes de cornudos, los auténticos miedosos que vigilan con sigilo lo que no pueden sostener con amor.

El tiempo vuela en su encierro, ha acaecido poca novedad para registrar, López la embadurnó con su gel para el pelo y Rudolfh la insultó como hace con su mujer toda vez que abrió la boca, Cantón se pone pesado con fantasías insólitas, esos disfraces ridículos lo hacen vivir otra realidad o liberarse de su cuerpo de hombre o vaya a saber qué, sólo él se entiende. Lo único interesante es que paga doble por la discreción. El pobre Peralta, empeora, manda que apague la luz y duerme, más tarde reclama le cuente los detalles de sus bondades amatorias, por supuesto recibe las más épicas historias que puede protagonizar un macho cabrío. Por lo general deja algo de más en agradecimiento a las mentiras piadosas que le permiten sobrevivir su decrepitud.

Abandona el edificio apurada, saluda a otras colegas, recuerda que la heladera está vacía. ¿Le pareció o en la sombras se recortó una figura? No, ahora no puede, tampoco debe. Pero sí, recuerda ese perfil, lo ha visto por allí vagando alguna noche, de ser así no sería descabellado entonces que alguien la espera desde hace tiempo. Vuelve a recitar los compromisos contraídos para distraerse, mañana está ese tema del cura, por la siesta, antes de que empiece a llegar gente. Le gusta así, después pasa primera por el confesionario, es entonces cuando el clérigo pone énfasis en que absuelve a los dos débiles pecadores por tres padres nuestros y dos avemarías que rezan juntos allí mismo. Nunca reza por el dinero que saca de las limosnas para darle. Algunos toman la religión como una cooperativa.

Pasa la mano por dentro de la correa de la cartera apoya el brazo en ella, es una costumbre que repite cada vez que se siente cansada. Vuelve su mente sin proponérselo a la carta y a la sombra sin rostro en la oscuridad. ¿Quién sería el inoportuno que la llama de esta manera? Usando esas pocas y esquivas palabras pareciera que está llamando a un perro. Ella comprende que en su destino precario la utilizan como animal, lejos está de serlo, de hecho en estos momentos experimenta una ilusión y eso es un rasgo que los animales no reconocen. Sin darse cuenta llega junto a las cinco esquinas, el fósforo que enciende el cigarrillo también ilumina media cara, un poco de barba un simpático sombrerito pequeño, otra vez penumbra.

_La brisa acercó su perfume antes que sus pies la traigan hasta aquí –dice él-

_Me asustó soy de llegar a casa sin distraerme, a esta hora mi única ambición es dormir de un tirón hasta mañana –Contestó ella-

-Me gusta caminar por la rambla a esta hora, las mejores cosas suceden cuando menos gente hay para contarlas.

_Camine cerca de mí no le veo la cara y me espanta hablar con gente sin rostro.

_Tal cual como escribí no es mi responsabilidad que no me conozca.

_Es usted de por aquí?

_ ¿Qué es más importante el lugar donde uno nace o el lugar donde se es?

_Supongo que las dos cosas tienen importancia según el momento.

Un foco que se mece desparrama luz difusa, allí puede verlo bastante bien, de barba flaco no demasiado alto ropa oscura joven nervioso ese sombrerito lo hace distinto.

_En que trabaja –dice la joven-

_En lo que Ud. desee puedo ser empleado de Banco actor dramático recolector de residuos.

_ Me parece demasiado inteligente para lo último.

_No subestime a la gente se puede llevar una sorpresa ¿caminamos descalzos por la arena?

Noche hermosa, estrellas como pecas la luna semeja la mirilla de una negra puerta gigante sugiriendo un mundo por descubrir, es sencillo decir sí.

_La nota que me envió me pone en desventaja.

_No entiendo por qué lo dice.

_Ud. conoce cosas mías, tiene deseos. Dígame su nombre.

_ ¿Es importante?

_ ¿Le gusta que le rueguen?

_Pedro

_Un nombre con historia Bíblica. ¿Su madre es creyente?

_ No conocí a mi madre supongo que a la luz de algunos hechos no lo era.

La mujer siente compasión y lo besa en la mejilla siente el deber de quitar esa mueca de dolor que ha causado. El joven gira su cara y provoca un beso en la comisura de los labios, se comen la boca, comienza un intercambio de caricias que confunde a Claribel, ella está acostumbrada a tratar con puercos egoístas que solo buscan provecho propio. En cambio ahora puede sentir, no que la toquetean no que se refriegan asquerosamente en ella, percibe que la disfrutan e invitan a hacer lo mismo por ello se entrega sin límites. Sabe cómo acabar con esto de la manera más dinámica pero no está interesada en estropear lo mejor que le ha sucedido desde que la abandonara Antonio a los diecisiete. Los dos son un cúmulo de necesidades insatisfechas en busca de alguna solución que los saque de esas vidas miserables. Abrazados sobre la arena, alejados de las luces con la luna como espía furtiva y cómplice farol, intercambian miradas agradecidas con ojos extasiados de placer. En tanto se normalizan las respiraciones siguen los besos se obsequian muchas más caricias y sonrisas, se reconocen amos indiscutidos de todo lo que acontece, plenos de emoción.

_Pedro ¿qué clase de hombre es que no lo tenía en la agenda?

_Tal vez, de los comunes que saben volverse especiales, depende para quien.

_Si, eso he escuchado. No lo creí hasta hoy suena a oportunidad irrechazable.

_ Diga lo que diga no pronuncie ninguna tontería le suplico.

_ ¿Porque debería hacerlo? Después de tanto interés y tantos piropos ¿Ahora me trata de tonta?

_Se lo pido de corazón a corazón.

_Béseme Pedro, si esta noche no voy a dormir necesito sentir que no es en vano.

El joven se inclina sobre ella y la besa apasionadamente, jugando con todas las maneras conocidas hasta ese mordisco fatal que sugiere y reclama mucho más. Ella reacciona instintivamente se abalanza sobre él lo tumba de espaldas como poseída. No lo haga no toque mi fuego, puede ser que le diga que sí. –Dice ella despeinada por la brisa del mar.

_No he preguntado nada.

_Hubiera preferido no hacerlo con Ud. a un hombre así puedo llegar a decirle que lo amo.

Repentinamente la cara es una oscura máscara caótica mueve el brazo bruscamente, con fuerza inusitada el sombrero hace piruetas por la arena.

Ella convierte su sonrisa en una mueca desencajada los ojos pierden brillo quiere hablar y no puede, la sangre que corre por su boca la ahoga.

La empuja hacia un costado removiendo el puñal hasta arrancarlo, la hace rodar hasta acabar boca arriba, inmóvil.

Pedro explota en llanto, desesperado corre por el muelle, grita apretándose las sienes:

_ ¡Le advertí que no dijera tonterías me ha obligado a hacerlo! No fue fácil esta vez. ¿Sabe?

¿Dice que me ama y me deja perdiéndose entre la gente? ¡No lo haga otra vez, mamá! No puedo respirar. ¡Tengo miedo! ¿Que hice mal? ¡No me abandone, mamá! ¡Perdón por favor!

La marea continúa subiendo, olas templadas arrebatan de la mano inerte la artera carta que bajo promesa de cielo encendió el infierno

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