Ayer que morí…

Ayer que morí…

Yess Torres

14/02/2017

_¡Por favor! ¡pareces sordo, te lo dije ayer, antier, todos los días!.

_ahhh, ajá, bueno, mmmm…

Se escucha un portazo en el cuarto de él.

Las lágrimas de impotencia empiezan a caer por el rostro de la madre, quien recoge de mala gana la basura y enseres sucios de la cocina. Se pone a limpiar, lava los vasos, platos, con tanta energía que casi los rompe. Está molesta. La actitud de su hijo adolescente la convierte, le cambia el alma, la llena de ira, de enojo y a la vez la deprime, la inunda de tristeza el sentir su apatía por sus sentimientos, por no darse cuenta de lo mucho que lo necesita, un abrazo, un «te quiero mamá».

Queda todo en orden en la casa, le sirve de terapia. Se esmera en cada esquina, cada mancha; que no quede ropa sucia; limpia paredes, cristales. Sus manos descuidadas, ásperas, han perdido la textura suave desde hace tanto tiempo, están agrietadas como su corazón. Termina de trabajar tan exhausta que se queda dormida en el sofá.

Su hijo adolescente susurra, maldice, con los dientes oprimidos. Va y se tira en la cama, toma el celular, pone música, se coloca los audífonos para no escucharla; después de todo le dirá lo mismo, le reprochará algo. Quiere estar solo, perderse en sus pensamientos, ser parte de otra realidad, una que le sea mas cómoda; aún más…

Ella despierta. Ya la luna atraviesa la ventana; su luz ilumina su silueta, no enciende ninguna lámpara, conoce cada rincón de esa casa como la palma de su mano. Camina a su cuarto; despacio, no quiere molestar a nadie, ya todos estarán dormidos; hasta su esposo que llega del trabajo y simplemente se «desconecta». No puede pedirle ayuda con los problemas con sus hijos, porque se irrita, se molesta. Ella solo busca que sea una figura de apoyo para saber cómo manejar los problemas, pero bien sabe que no cuenta con el, que nunca lo hizo. 

Su otro hijo, que está entrando en la pubertad, ése, que antes le decía todo con una sonrisa y ahora se lo dice todo con una mueca. 

Busca una pastilla para la jaqueca; atrae su mirada un medicamento del cajón; lo toma con un movimiento ligero; duda. Son las pastillas que le recetó el doctor para evitar su ansiedad, la depresión de sentirse tan sola, usada, estúpida de permitirse resolver todo para «no molestar» al progenitor. Al cual su enseñanza de ser padre fue solo trabajar, darle importancia a un mundo exterior, que se desvanecerá. Nunca ha sentido que la prioridad para el sea ella, su familia. 

Siente que las sombras y la oscuridad de la noche van a la par de su corazón. Empieza a llorar, en silencio, no tiene mas lágrimas…

Comienza a tomarse una a una, despacio, su mirada dirigida a la nada, su mente envuelta en sueños, perdida en deseos, retrocede años, se mira asi misma sonriente, cuando era ella y sólo ella, sin esas promesas incumplidas. 

Empieza a sentir su cuerpo ligero, todo su sentir se transparenta, su mente empieza desconectarse del corazón, de los recuerdos. Está a punto de terminar el contenido de una caja y la de otra más… como un último reflejo de su cerebro se hace la pregunta que nunca se pudo ni se podrá contestar: ¿ y desde cuándo fue que morí?…







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