Nos advirtieron sobre los peligros del océano, nos previnieron de la furia del Dios de los mares y aun así nos aventuramos a lo desconocido hacia el infinito mar atlántico, pasamos días enteros buscando el tesoro perdido ese que los noticieros e historiadores pregonaban como un mito queríamos ser los que hiciéramos historia, los que trajéramos el mito a casa y así ser reconocidos a nivel mundial, ¿de que nos serviría? económicamente de mucho pero mas que nada elevaría nuestros egos hasta las nubes haciéndonos sentir casi unos dioses del mismísimo Olimpo.

El Inmortalis partió ese día que toda la ciudad jamas olvidaría, veinte de mayo de 1950 ese día en que se nos viera con vida y felices despidiendo a nuestros seres queridos por ultima vez , zarpamos hacia el norte con el viento de oriente empujando nuestras velas,con nuestras agallas en la mano yendo a las mas inavitadas profundidades hasta donde ningún hombre había llegado jamas, seis días navegamos de manera normal hacia nuestro destino con las gaviotas cantando en los atardeceres y el sol iluminando nuestros rostros mientras la brisa soplaba nuestras largas melenas, pero el Dios del mar no tardo en despertar de su sueño eterno de milenios incontables, los hombres no pertenecen al mar y la tormenta nos azoto con crueldad ola tras ola golpeaba al Inmortalis destrozando la proa y la popa y ahora los cielos ya no eran azules sino que se cubrieron de gris y el ojo de la luna se reía de nuestra inminente desgracia, los vientos cortaron nuestras velas de tajo y el timón ya no respondía mas, estábamos perdidos varados en el medio del mundo sin esperanza alguna.

Solo un sueño en común nos sostenía…volver a casa vivos, perdimos la noción del tiempo pudieron pasar días, horas o meses las provisiones empezaron a escarcear el liquido vital cada vez era menos y nuestras agallas se extinguían mas y mas como el fuego que se extingue en la polvorienta hoguera, los buitres empezaron a sobrevolar los cielos saboreaban nuestras almas desahuciadas y nos observaban desde arriba esperando pacientes nuestro final, tuvimos que recurrir a lo mas bajo y ruin de nuestros pensamientos desesperados y en una suerte de ruleta rusa sacrificamos a nuestro compinche mas joven consumimos su carne y bebimos su sangre solo para alargar mas nuestra miserable existencia a esas alturas nuestra vergüenza era insoportable.

Justo al anochecer toda la tripulación yacía flotante sin vida en las turbias aguas del atlántico, antes del alba mis ojos observaron el ultimo rayo de sol que presenciaría en vida…. y así morimos sin nombres, sin rostros y sin identidad…. dicen que el mayor miedo de un marinero es morir en el olvido y llegue a creerlo pero ese fue nuestro castigo el ambicionar el tesoro y el poder de los dioses…»

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