Lana vivía en una comunidad boscosa en la que los habitantes compartían sus vidas con osos. Es sabido que estos pueden atacar al hombre, pero en este poblado, si bien no eran domésticos, estaban lo suficientemente neurotizados para relacionarse con la gente.

Sus habitantes solían dejarles comida en las ventanas y ellos la tomaban o bien robaban algún pastel que se enfriaba en la ventana.

Lana era feliz. Siempre había deseado relacionarse con los animales silvestres de esa manera, sin jaulas. Odiaba los zoológicos. Recordaba uno que funcionaba en argentina, donde iban de excursión los escolares. Eso era una falsa libertad.

Para que los niños tuvieran mayor cercanía a los animales se les permitía alimentarlos.

Esa tarde el guía habló de los osos, su alimentación, su hábitat y costumbres. Luego los escolares comenzaron a pasar frente a las jaulas, las cuales tenían un alambrado formado por grandes cuadrados, por donde los osos podían sacar sus brazos.

Un niño miro a uno de los osos. El animal miró el emparedado de jamón en la mano del niño. Este se lo alargó sin soltarlo para que comiera de su mano. Al oso le costó percibir donde terminaba el bocadillo y comenzaba la mano. El niño perdió su mano y brazo. El zoo fue clausurado, y su dueño, un ambientalista, fue procesado por negligencia criminal, y, expulsado de los medios televisivos, no se supo mas de él.

A la comunidad se mudó un hombre. Los vecinos fueron a darle la bienvenida regalándole una planta. Él abrió, tomó el obsequio, sonrió y cerró.

Se veían cada vez menos osos, nadie sabía porque.

Una mañana un oso entró a la casa de una mujer. Ellos nunca entraban. Ella le arrojó un plato con galletas de miel, pero el animal miró a la mujer, y siguió avanzando al tiempo que ella retrocedía. Cuando estuvo contra la pared, ya sin escapatoria, le disparó y lo mató.

Nadie mas le habló, hasta que, aislada, se fue.

El hombre se llamaba luis. Salía poco. Un día lo vieron ir en dirección al bosque. Iba con un carro cilíndrico con ruedas. Se internó en la espesura hasta que no lo vieron mas.

Ya estaba oscureciendo y luis no volvía. Temiendo que se hubiera perdido salió Lana a buscarlo. Ella conocía todos los senderos y bifurcaciones de ese bosque.

En uno de esas sendas encontró a un oso desangrado. Una trampa le había cortado una pierna, se llevó una mano a la boca, y siguió caminando con mucho cuidado, podía haber mas trampas. Un palo pisaba en el lugar donde ella pisaría, igual que si estuviera caminando por un campo minado. De hecho así lo era…

Vio otro oso atrapado, ya sin fuerzas en un charco de sangre absorbido por la tierra. Ya estaba casi oscuro. Apuntó su linterna mas allá y lo vio a Luis. Estaba sentado en un tronco con la cabeza ladeada, a su lado tenía un panal de miel silvestre. Estaba cubierto de hormigas. No se movía ni respiraba. La miel lo había paralizado. Las hormigas lo estaban devorando. Ahora estaba muerto. Cuando comenzaron a comerlo, solo paralizado.

Al volver Lana al poblado llamó a sus vecinos, estos escucharon consternados su relato y decidieron entrar a la cabaña de Luis en busca de algún contacto, alguien a quien avisar lo sucedido.

Al entrar encontraron varias pieles de osos salándose al sol en un patio interno.

Al salir, Lana encontró una agenda, la abrió, y dentro de un sobre había una foto en la que estaba Luis delante de la jaula de los osos, sonriente, en una tarde de sol, con un megáfono en la mano, hablando al frente de una fila de niños con guardapolvos blancos.

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