God hate us all

God hate us all

Jorge Milone

20/11/2018

GOD HATE US ALL

(DIOS NOS ODIA A TODOS)

“—Porque este mundo es del odio. Todo el mundo vive odiando. El alma del hombre es odio puro. El amor no es más que una tregua neurótica. Una corta tregua entre un odio y otro odio. El hombre no sabe sino odiar y ese es el pecado que arrastra Dios, el de habernos hecho a los hombres y a sus varonas. Por eso, sobrino, no hay redención posible si hasta Dios es pecador.”

Geno Diaz

La persiana americana filtra algunos rayos de luz. Paula duerme, una pierna fuera de las sábanas.

Sobre la pared, un póster de John Lennon. Suena el despertador. Se despereza y salta de la cama. El living tiene un sofá, una mesa ratona con libros. El desayunador que separa a la cocina. Se dirige allí para tomar un jugo. Se demora lo justo y suficiente en el baño. Sale del departamento en jogging y con los auriculares. Correr es parte importante de su vida.

La pared, antes pintada de verde, está descascarada. Del techo cuelga una bombita. La cocina de dos hornallas también está en muy malas condiciones. Sobre el fuego se calienta una pava. Una mujer mayor está esperando junto a ella.

—Ya va a estar el agua para el mate, andá comiendo unas galletas.

Sentado en una mesa que tiene un mantel de hule con estampas de navidad, se encuentra un muchacho inmenso. La silla cruje cada vez que se mueve. Frente a él hay un plato con galletitas.

—Gracias, Abu

Entre sus manazas las galletitas desaparecen.

En la pared hay un retrato donde está una pareja joven con un niño inmenso (sin duda el gigante). Y más allá un póster de Carlos Gardel.

La anciana apaga la hornalla y lleva la pava y el mate a la mesa.

—Ahora tomamos unos matecitos y me acompañás al banco.

—SI, abu. Como todos los meses. Y como hoy hace calor, capaz que me comprás un helado.

La mujer se ríe. Y le acaricia el brazo al gigante en un gesto de ternura.

—Ay, Marquitos. Qué haría sin mi nietito querido. Mi única familia.

El humo picante se filtra entre las paredes de ladrillo. El Loco Raúl le pasa el faso a la Patona. Está desnuda tirada sobre el colchón en el piso. A su lado hay dos armas, un 22 largo y una Tumbera. En una de las paredes hay un póster del Pepo y otro de Pablo Lescano. Se abre la puerta y entra Malambo.

— ¡Qué hacé, animal! No sabé golpiar ante de entrar.

De todas formas, la chica no hace ningún intento por taparse.

—Uy, disculpá Patona. Miro para otra parte miro.

—No hay drama, pibe. La cara de Dios no se le niega a nadie. Además somos todos amigos. Y vos déjalo tranqui, Loco.

—Bueno, dale. ¿Qué queré Malambo?

—Ya está lista la moto, papá.

—Por fin. Ahora sí. Vamo. Busquemo un banco cualquiera en un barrio tranqui y damo un buen golpe. Cualquier viejo, que hoy se cobra jubilaciones. Garrá un fierro.

—Pero, Loco. La Tumbera no es muy de fiar.

—Que no va a ser, que no va a ser. Llevá la Tumbera y no jodás. Chau mi amor.

Salen con las armas. La Patona toma el celular y se pone a chatear con otro tipo. Se escucha el arranque de una moto.

Paula escucha música mientras corre. Ve una mujer paseando a su perro, el can hace sus necesidades y la mina se hace la distraída, sigue caminando como si nada. Le dan ganas de decirle que debería llevar una bolsita para juntarla. Casi tropieza con alguien que duerme en la calle, increíble que todavía. Y pensar que está ese Juan Kar, cada vez más parecido a Flanders, nunca le gustó. Pasan los gobiernos y esto sigue. Ahora casi la atropella una bicicleta, está bueno lo de las bicisendas, pero los peatones también tienen derechos. Dale una oportunidad a la paz, la música la envuelve de nuevo.

Marcos, el gigante, se aburre. Sabe que después lo espera un helado. Pero la espera lo aburre, además le molestan las miradas de la gente. Algunos parece que van a reírse y otros lo miran con miedo. Como si él fuera una amenaza. Justo él que se la pasa mirando dibujitos. Justo él que, cuando su abuela no lo ve, espía por la ventana a los chicos jugando y llora. Porque no puede jugar con ellos. Justo él que no podría lastimar ni a una mariposa. Pero la gente siempre lo miró raro, hasta el cura en la iglesia lo mira distinto, aunque sabe por la confesión que a sus veintidós años se mantiene puro. Entonces Marquitos decide no esperar a la abuela justo frente al banco, como habían quedado. Y se para en el costado de la puerta. Le parece que ahí contra la pared se hace más chico, más indiferente. Que lo miran menos.

El Loco manda la moto a mitad de cuadra.

—Dale, Malambo. Andá con la Tumbera, ahí sale una vieja y está sola.

La anciana sale buscando al nieto frente al banco. De pronto aparece un pibe corriendo y tira de su cartera, la mujer hace fuerza, se escucha un disparo, la cara de la mujer desaparece en un estruendo de pólvora y sangre oscura. Pero cuando el ladrón comienza a retroceder con la cartera en la mano, un puño parecido a una montaña estalla en su cabeza y se la aplasta. Nunca supo lo que le sucedió. Quedó de rodillas, el cráneo un amasijo de huesos y cartílagos.

El Loco Raúl no lo pensó dos veces apuntó la 22 y disparó varias veces, pero el gigante venía corriéndolo. Pateó la moto y no arrancaba. La sangre empapaba la camisa del grandote, pero se le venía al humo. Por fin, la moto arrancó. Dio un alarido de satisfacción y salió despedido hacia adelante sin mirar. No vio el camión.

Fue apenas un toque, pero bastó para mandarlo volando a la vereda. Paula no lo escuchó hasta el último instante. La moto la aplastó en un segundo. La cabeza del Loco Raúl estalló contra la vereda, nunca había usado casco.

Marquitos murió en el hospital. Dicen que sus últimas palabras fueron que se había quedado sin helado.

¿Yo? Soy el que chateaba con la Patona. Me contó parte de la historia. Acá está, en mi casa. Todavía le gusta andar desnuda y admirar mi colección de posters.

Mi preferido es Lucifer.

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