Llegó el invierno a su corazón en pleno Agosto. Él se había ido, se sentía pétrea, hueca y aturdida. En aquel momento no quiso escuchar su despedida, era demasiado dolorosa. Después se arrepintió.

-“Me dejaste!” – gritó al viento

¿Cómo pudiste hacerlo? Deberías haber luchado más, haberte aferrado a mí, pero no, no conseguiste deshacerte de ella, la seguiste como un perro faldero. Sin forcejeo te entregaste mansamente a su elección, sumiso a sus deseos seguiste sus pasos y te alejaste de mí. Te odie por mentirme, me habías prometido que te quedarías, que querías estar a mi lado, que lucharías por seguir junto a mí. Te creí sin cuestionar ni una sola de tus seductoras palabras. No podía, no quería admitir lo que la mente me dictaba, mi corazón estaba, continua estando, lleno de amor hacia ti”. –le susurraba al poniente.

Ofuscada empezó a deambular sin rumbo, con la esperanza de encontrarle en cualquier lugar. Obstinada frecuentaba los lugares que habían compartido, pero su mundo había desaparecido. Se sumió en la desolación y el ostracismo. Pasó el tiempo, mucho, poco ¿quién lo podía medir? En un atardecer dorado, le escribió…

-“Corrí en dirección al mar, a aquel lugar donde me cogiste de la mano, rodeaste mi cintura, juntamos nuestros labios, unimos nuestros cuerpos y juntos reíamos y nos dejábamos mecer al ritmo de las olas del mar teniendo la luna como testigo de nuestro amor pero… allí tampoco estabas. Regresaba con la angustia y la certeza desesperante de que jamás volvería a verte. ¡Cuánta amargura!”.

-“Me volví huraña, callada, perdí varios kilos, estaba ojerosa. Te lloré, te lloré desconsoladamente durante muchos días y largas noches. ¿Cuánto tiempo? no lo sé. Llegó un día en que no me quedaron lágrimas que derramar, mis ojos secos intentaron buscar la humedad del llanto pero ya no me quedaba ni una gota. Me había marchitado”.

-«Me negué a pasar frente a tu nueva morada, ni siquiera quise saber dónde está, que piso ocupas que número marca el frontis de tu fachada. La pena, la desesperación por tu marcha duele. ¡Duele tanto tu ausencia!»

-“Y, llegó un día que definitivamente me atreví a no negar la realidad a ser consciente del abandono y finalmente te vine a visitar”.

-“Me ha costado mucho reponerme a tu perdida, dicen que el tiempo lo cura todo, no es cierto, la cicatriz queda y el recuerdo abre la herida haciendo que una y otra vez sangre, pero lo he comprendido. Sigo afligida por tu desaparición, te añoro cada día sin que pueda remediarlo, pero te tengo en mi corazón, sé que aunque me falte tu presencia, estas a mi lado, aunque no tenga tus caricias, las he disfrutado”.

-«Ahora, estoy más aliviada, el gris invierno ha quedado atrás y poco a poco el tibio sol de la primavera me ayuda a mirar la vida de otra forma, me siento con fuerza. He vuelto a salir a la calle, recorro sin vehemencia nuestros rincones, disfruto de nuestros recuerdos, no deambulo desorientada, mi trayecto tiene meta. Ya pongo flores en tu sepultura y hasta he colocado una losa con tu nombre bien escrito y una dedicatoria que estoy segura, te gustaría”

-“He vuelto a sonreír!”.

-“Te prometo que cuando ella venga a buscarme la seguiré dócilmente, cederé a sus deseos con alegría y con la seguridad de que nos reencontraremos en el otro lado y en nuestra futura vida eterna, haremos todo lo que nos ha quedado por hacer”.

Dobló delicadamente la hoja de papel en la que le había escrito su declaración de amor y la introdujo en la ranura que ha propósito se dejó entre la losa y el nicho. La vieron correr en dirección al mar, en su rostro iluminado por los rayos del sol destacaban las brillantes lagrimas que incontroladas brotaban de sus ojos. Se enfrentó a las olas, se mojó los pies mientras escribía, en la dorada arena, su última dedicatoria.

“Te quiero amor mío. En todas las vidas”

©2018 Mª Teresa Marlasca Orea

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