¡EL TELÓN SE LEVANTA! Apuntes sobre “Aniuta” de Antón Chejov

¡EL TELÓN SE LEVANTA! Apuntes sobre “Aniuta” de Antón Chejov

En la primera escena vemos a nuestro personaje central: “Aniuta, morenilla de unos veinticinco años, muy delgada, muy pálida, de dulces ojos grises […] mal vestida y despeinada”. Sentada en una silla, cosiendo una camisa de hombre. El decorado de la escena: la peor habitación de un detestable hotel, desorden de ropas y libros por doquier, cama deshecha a las dos de la tarde, platos sucios, un lavabo descuidado. Acompañan a Aniuta dos personajes “menores” Stepan Klochkov estudiante de tercer año de medicina y el pintor Fetisov, éstos, al igual que los cinco universitarios anteriores que han vivido con Aniuta en los últimos seis o siete años —Y que ya terminaron sus carreras—, la utilizan a conveniencia mientras pasan por múltiples carencias, para luego olvidarse de ella:

Aniuta apresuraba cuanto podía su labor para llevarla al almacén, cobrar los veinticinco Kopecs y comprar tabaco, té y azúcar”.

No es Aniuta un personaje heroico, no tiene gestos exagerados, ni frases grandilocuentes, apenas pronuncia tres frases durante todo el relato: “¡Tiene usted los dedos tan fríos!…” dice, cuando Klochkov palpa una a una sus costillas para orientarse sobre su tórax, por considerarlo útil, “…conviene orientarse sobre un esqueleto o sobre un ser humano vivo…”. ¿Cree usted que es un placer para mí? Pregunta a Klochkov, ante la solicitud de Fetisov para que le sirva de modelo a uno de sus cuadros, un proyecto al que ha llamado “Psiquis”. La última ocasión en que nos deja escuchar su voz es cuando Klochkov decide separarse de ella. Aniuta se coloca su abrigo, envuelve sus costuras en un periódico, toma las agujas y el hilo, separa unos cuantos terrones de azúcar y dice de manera lacónica a Klochkov “Esto es de usted”. La obra en sí misma, no es dramática por su trama. Muestra de manera simple la relación de Aniuta con los universitarios; una situación económica complicada; los estados de ánimo de unos personajes a quienes en apariencia, no les sucede nada. Chejov en ningún momento menciona la tristeza de nuestro personaje, pero nos describe la escena de tal forma, que suscita gran melancolía.

La aparente sencillez del cuento tiene un trasfondo, una segunda historia que intuimos misteriosa y que da sentido al relato. Nos sugiere la voz narrativa que detrás de los terrones de azúcar, que Aniuta provee con su trabajo, hay oculto un drama, al cual somos arrastrados —sin remedio posible—, una reacción sensitiva posterior a la lectura. El dilema de tipo emocional lo sufrimos instantes después de conocer la historia. Asistimos sorprendidos, a una segunda trama ya de orden psicológico y que deriva de los sucesos que nos han sido narrados.

Aquí me detengo e intento concebir la estrategia, Chejov más que contarnos la vida de Aniuta, nos la sugiere. Utilizando como marca de la casa, su estilo simple: nos configura una mirada entre irónica y melancólica del ser humano y su fragilidad, su oquedad y profunda estupidez. Es frágil la condición humana en la medida que la búsqueda del sentido de la vida nos lleva a estados mínimos que nos permiten —es la intención— explicar de forma coherente la existencia.

Chejov al contarnos lo que pasó, nos deja de modo sutil en la bandeja de pendientes, las claves que nosotros como lectores fogueados, debemos intuir. Un conjunto de eslabones disgregados por toda la trama que surten sus efectos y van dejando su impronta, casi que nos obliga a cuestionarnos sobre su importancia. Si vamos al detalle, no hay situaciones límites, ni dramáticas, no hay gritos, llantos o silencios estremecedores. Ni siquiera vemos en el mutismo de Aniuta esa carga emotiva que pueda devenir en una venganza. Simplemente, enfrentamos una escena cotidiana —ordinaria si se quiere— el susurro casi tierno de la vida de Aniuta y la vacuidad melancólica de sus pensamientos.

Convertidos a esta altura en compasivos lectores, reflexionamos, asumimos el relato como el retrato fiel de la decadencia universal, un fenómeno triste e incontestable, ante el cual sólo nos queda un asomo de esperanza, amalgamado con nuestra férrea voluntad de comprensión y amor. Un recorrido personal por ese camino —perfilado en la vigilia del sueño—de nuestra propia felicidad.

En este punto es bueno recordar que Chejov escribió sus textos en una época donde la decadencia, la inquietud y la frustración, eran lugares comunes en la sociedad. Disipados los efectos de las reformas efectuadas en Rusia alrededor de 1860, la nación se hallaba en un estado de estancamiento y el escritor captó con ingenio el espíritu de su tiempo. Muchos de sus relatos y sus personajes lo reflejan así. De allí su veracidad como escritor, influida por un optimismo natural, que no ocultaban sus anhelos por un futuro esperanzador. En palabras de Chejov:

“Me parece que el escritor narrativo no debería intentar ser el juez de sus personajes y de sus diálogos, sino tan solo un testigo imparcial. El artista debe juzgar únicamente aquello que comprende, y su papel es observar, escoger, adivinar y combinar. Su oficio consiste en exponer y no resolver un problema”.

Y para despejar mucho más el camino, Chejov nos deja esta sentencia:

«En las tablas, todo debe ser tan complejo y simple a la vez como en la vida misma. Las gentes se sientan a la mesa y, mientras cenan, tal vez se decide su porvenir de felicidad o se destruyen sus vidas sin remedio. Los espectadores esperan que el héroe y la heroína actúen siempre de manera dramática; pero, en la realidad no todos los días se pega la gente un tiro, ni se ahorca, ni hace declaraciones de amor ni emite constantemente verdades profundas. ¡No! Lo más frecuente es que se coma, se beba, se corteje a una mujer y se digan tonterías. En una obra de teatro debe mostrarse a la gente en sus idas y venidas, cenando, hablando de la temperatura o jugando a la baraja, no por un propósito deliberado del autor, sino porque esto es lo que sucede en la vida diaria. La vida debe mostrarse en el escenario como es realmente, y los personajes no deben ser artificiales sino de carne y hueso».

Podríamos interpretar lo anterior como una renuncia de Chejov a asumir una actitud subjetiva ante la vida. Nos basta revisar la lista de escritores destacados en la historia de la literatura: los mejores entre ellos, han sido realistas en sus obras, con un propósito consciente. El tema es, que al escribir sobre la vida en forma tan real, nos han sugerido al mismo tiempo, la vida como debería ser.

Para cerrar estos comentarios, traigo a la conversación las palabras del escritor Máximo Gorki a quien Chejov estimuló desde el comienzo de su carrera y que, en Yalta, llegó a ser su gran amigo, hacia el final de su existencia escribió a su colega Andreiev:

«Aprenda de Chejov la concentración de ideas y la economía de expresión, pero que Dios le guarde de imitar su lenguaje, ya que es inimitable, y si usted lo copia, sufrirá las consecuencias: es como una belleza que se muestra fría y no se entrega a nadie».

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