El talón de mi hermano

El talón de mi hermano

Roberto

08/11/2018

Tepic, Nayarit.

Mi padre se negaba a comprar una bicicleta para alguno de sus hijos.

—Es un riesgo innecesario —decía.

—Nada más con oír las noticias se da uno cuenta de los accidentes que ocurren.

Pero…  mi madre no terminaba de dar sus razones.

No se hable más de este asunto, no quiero exponerlos.

Era su argumento a mi madre, cuando se interponía en nuestro favor. 

Sin embargo al poco tiempo reprimió sus  convicciones, y finalmente mi hermano Javier tuvo su bicicleta.

En ese tiempo con mis diez y seis años de vida, me encontraba de visita con mis padres; eran vacaciones forzadas por los acontecimientos del movimiento estudiantil de 1968. Cuatro años atrás nuestros padres nos enviaron a la Ciudad de México a estudiar, ya que en nuestra ciudad aún no había universidades. 

Días antes de aquel fatídico dos de octubre, mis padres preocupados por nuestras andanzas en dicho movimiento, nos llevaron a su lado mientras se aplacara la revuelta.

El día de mi relato, mis hermanos, Javier, Paty, Sergio Alberto y yo, acompañamos a mis padres a visitar a sus compadres, Alfonso y Ana Luisa, ambos dedicados a la docencia; él además fue mi maestro en el sexto grado de primaria, profe de figura delgada con gesto duro, su rostro podía competir con alguna cara esculpida en madera.

Recuerdo la forma en que ejercía su autoridad en clase, sí te veía papando moscas (distraído) o no sabías la respuesta correcta a sus preguntas, te hacía la seña de que te acercaras y estando frente a él,  te volteaba la cara con una bofetada.

Ante semejante correctivo, no había más alternativa que alinearse. Afortunadamente nunca me tocó probarlo; quiero pensar que era un chico bien portado o… ¿Tendría algo que ver el compadrazgo con mis padres?

Al regreso de aquella visita; Javier, montado felizmente en su recién adquirida bicicleta y nosotros a pie; propuse adelantarnos camino a la casa; mi padre accedió de mala gana, yo por ser el mayor conduciría y Javier, iría en la parrilla trasera con Sergio Alberto, que apenas contaba con 5 años de vida.

De repente al suelo fuimos a dar, Sergio Alberto metió su pequeño pie entre los rayos de la rueda trasera, su zapato salió disparado, sepa Dios dónde, me apresuré a levantar a mi hermano, quien gritaba de dolor, su calcetín se tiñó de rojo y la sangre escurría en gran cantidad, sin titubear retiré el calcetín para ver la herida; hay momentos que la adrenalina te hace actuar, Javier estaba tan aterrado como yo; vi su talón totalmente desprendido y colgando de una pequeña tela de piel, su hueso se veía a simple vista, aquella bola de carne la tomé con mi mano e intentaba pegarla a su pie, para volverla a unir,  lo tomé en mis brazos y corrí a una clínica de maternidad que se encontraba a escasos cien metros.

Ya estaban dándole primeros auxilios cuando llegaron mis papás, ellos venían con Paty en un camión urbano y nos vieron entrar a ese centro hospitalario. De ahí lo trasladaron en ambulancia al hospital del Seguro Social; el mejor que existía en esos años en la ciudad, 

Sergio Alberto quedó internado más de un mes, siempre acompañado por mi madre y eventualmente por alguno de nosotros, re acomodaron su talón con un montón de puntadas.

Al paso de los días, aquel talón tomó una coloración cada vez más negra y nuestro pesimista pensamiento era la gangrena. Sin atreverme a mencionarlo imaginaba a mi hermano con el pie amputado.

El Dr. Aguilar, era el médico a cargo de mi hermano y además el de cabecera de la familia. 

Lo recuerdo con su vozarrón de locutor, y sin ninguna consideración decir a mis padres

—De no mejorar tendré que retirar el talón y hacer un injerto de carne con otra parte de su cuerpo

Afortunadamente no fue necesaria tal medida y poco a poco fue mejorando, hasta sanar completamente.

Javier volvió a usar su bicicleta; no por mucho tiempo. A los tres meses tuvo otro percance y se fracturó el brazo, hasta ahí llegó su bici, antes de que le retiraran el yeso para usarla nuevamente, mis padres la vendieron.

La cicatriz quedó por siempre.

A mi hermano Sergio Alberto, en su piel

A mí en la conciencia

Sintiéndome responsable de aquel desafortunado accidente

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