Como cada mañana, despertó entre bostezos, estirando sus brazos como si intentara tocar el cielo. Su pelo enredado y las ganas de comerse el mundo eran una clara señal de un buen descanso. El olor a café recorría toda la casa, el sútil tostado del pan lo acompañaban. Los rayos de sol entraban por la ventana, calentando todo aquello que por su paso tocaba. La mañana era fría pero aun así los pajáros cantaban.

Sonó su teléfono, él la llamaba. Al contestar con una dulce sonrisa que esbozaba su cara, reflejó su deseo y ganas de verle. Como si de un huracán se tratara, desenredó su pelo, acarició su cuerpo con un vestido de estampado alegre y colores vivos y pinto sus labios de carmín rojo. Él la esperaba.

El claxón sonó para ella como la canción más bella. Abrió la puerta y con paso firme, intentando dar coherencia al latir acelerado de su corazón, se sentó a su lado. Aquel perfume erizaba el bello de todo su cuerpo, aquella mirada la petrificaba y el roce de sus manos que sintió en su cara hizo que se sonrojara.

– Buenos días princesa- dijo él con voz suave.

Ya desde hace tiempo, dejo de preguntarse si de verdad el amor existía, pues ella lo vivía todos los días.

De camino al trabajo conversaban, ambos estaban ilusionados, pues los proyectos que tenían entre manos estaban dando sus frutos. Trabajaban juntos pero cada uno ocupaba su sitio. Ella era dulce y sensible, empatizaba y por ello sabía mover a las masas. Él era firme y fuerte, gestionaba y solucionaba.

Al llegar a la oficina, cada uno ocupaba su puesto. Comenzaba la jornada.

A mitad de la jornada, como de costumbre, ambos se veían en ese pequeño espacio, que en la misma oficina crearon juntos. Tomando el té de pronto, ella decidió sentarse, pues recorrió por todo su cuerpo una extraña sensación de cansancio. Ante él hizo como sino pasara nada, y obviando su intuición, continuaron con la conversación.

Se acercaba la hora de finalizar, pues el día había sido duro pero en perfecta armonía. Ella decidió salir un poco antes, el cansancio se hizo más latente.

– Cariño, he decidido visitar al doctor de camino a casa-dijo con la dulzura que la caracterizaba.

Él la acompaño a la puerta y con tono contundente pero cariñoso la dijo:

– Espérame en consulta que pasaré a recogerte.

Caminaba cabizbaja, su piel cada vez era más pálida. Cada paso que daba era como hacer cima en una montaña, pues ese extraño cansancio pasó a ser como llevar a cuestas mil kilos de piedras y cayó al suelo desplomada.

Mientras tanto

-Doctor, llevo esperando más de una hora, ¿ha visto usted a mí novia?.

– He estado toda la tarde pasando consulta y siento decirle que su novia no ha pasado por aquí.

El latir de su corazón se aceleró, no contestaba a sus llamadas. Intentó localizarla a través de amigos y familiares, y ni rastro de ella. Como si se tratara de magia, había desaparecido, nadie sabía nada.

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