SUBE AL TREN

Sube al tren de las 7:02; ya lleva más de veinte minutos esperando, ahí casi inmóvil, sudor frío, mirando al móvil cada poco, mirando una cuenta atrás “catorce minutos y treinta y nueve segundos”, ajeno a todo lo que le rodea, al fin y al cabo no le interesa lo más mínimo qué o quién está a su alrededor, pues los demás no tienen ni idea de lo grave de su situación ¿de su situación? Nadie puede ayudarle, pero ¿ayudarle a qué? Quizás mejor no decir nada a nadie. Quizás un día se reirá de esto porque igual que ocurrió un mal día, puede que, un buen día, deje de ocurrir. Quizás es algo que sólo está dentro de su cabeza, pero eso le convertiría en un loco y no, él no está loco ¿o sí? No. Debe concentrarse a lo que ha venido a constatar: un hecho que se ha repetido en más de veinticinco ocasiones, y si hoy ocurre otra vez, será el momento de hacer algo o se volverá loco. Algo.

Se sienta donde siempre desde que pasa: ahí, justo delante del panel luminoso donde se indica la hora, los grados centígrados, la estación de destino y, con suficiente antelación, la próxima estación y sus correspondencias. Mira de reojo la cuenta atrás “cuatro minutos y veintidós segundos”. Ha visto entrar y salir siluetas, ha comprobado que cada minuto, medio minuto o tres segundos que han bajado de su cuenta atrás, son los mismos que han subido en el reloj del panel. Queda poco: “treinta y cinco segundos”: los pelos de los brazos y las piernas se le empiezan a erizar y la respiración es cada vez más seguida y fuerte, siente el corazón en la garganta cada vez más tenso, se inquieta y se repite que no, que esta vez no ocurrirá, que esta pesadilla va acabar y se olvidará en menos tiempo del que ha llegado a obsesionarse. No está loco, no.

Mira furtivamente el móvil: “veintidós segundos”. Ya viene. Tiembla incontroladamente y agita ruidosamente su respiración delante de todas las personas que están cerca de él, pero, a la vez, tan lejos. Sus ojos, inyectados en sangre en su rostro blanco, enfermo y huesudo de apenas no dormir ni comer, sólo miran lo que, aunque no quiere, vuelve a revivir; y así pasan las letras y los números que le enjaulan en su particular pesadilla:

<<7:16 17º C TREN CON DESTINO: MANRESA PRÓXIMA PA – SABEMOS DÓNDE VIVES – RADA: PLAÇA CATALUNYA CORRESPONDENCIA CON…>>

Ahora sí, busca entre la gente a alguien que también lo haya leído, que haga una pequeña mueca de incredulidad, unos ojos cómplices, una risa nerviosa, un comentario jocoso, un meneo con la cabeza de desaprobación, un grito, algo, un algo que demuestre que no está sólo en su cabeza, que los demás también se han dado cuenta, que existe, pero nadie hace nada. Nadie. Nada.

El tren se para y se abren las puertas. Debe seguir y no tiene mucho margen “unos quince segundos”, baja corriendo del tren empujando a quien estorbe en el camino hacia las escaleras mecánicas donde se monta sin importarle los insultos y quejas de su alrededor, y clava la mirada al panel que hay arriba del todo y susurra “no, no lo pondrá, no, no puede ser” pero realmente lo dice neutro sin darle significado, en el fondo sabe que ocurrirá:

<<POR SU SEGURIDAD ESTA ESTACIÓN ESTÁ DO – SABEMOS DÓNDE TRABAJAS – TADA DE CÁMARAS DE VIDEOVIGILANCIA>>.

Se gira de repente sobre si mismo buscando un “sí, lo he leído” pero solamente ve a un joven asustado que medio se agacha y se cubre la cabeza con el antebrazo; y oye, como desde la lejanía, insultos y comentarios despectivos y con displicencia. Vuelve a correr y se frena en seco porque no encuentra la T10 para salir e insulta al mundo en medio del silencio de la gente que va a trabajar por la mañana, que se despierta de golpe. Los guardajurados empiezan a mirarse entre ellos, una señora les dice que estaba sentada a su lado en el tren y que se comportaba muy raro. Se abalanzan sobre él cuando empieza a propinar patadas a los bancos y columnas gritando.

Ahora se mueve como un epiléptico entre los dos agentes, uno lo coge de las axilas y el otro de los pies. Hacen oídos sordos a las suplicas para que lo suelten, que es muy importante, que se comportará, que ha pagado el billete, que no lo pueden retener. Sin saber de dónde saca las fuerzas y la agilidad se suelta de un pie y le da una patada en el mentón al gorila de delante que cae al suelo. Con toda la adrenalina está desbocado y como con una llave de alguna arte marcial consigue hacer volar al otro tirándolo encima del primero. Echa a correr hacia la salida más cercana sin mirar atrás al oír un disparo al aire. Una vez sale de la estación sigue corriendo hacía la farmacia. Se frena en seco y mira fijamente la cruz:

<< 18º C 07:31 FÓRMULAS MA – SABEMOS QUIÉN ERES- GISTRALES>>

Un fuerte golpe en la espalda, la cabeza contra la acera y todo negro.

Ya es por la tarde y ya está en casa, sentado en el sofá con una mano en la cabeza vendada y la otra con un vaso de agua que sorbe para ingerir la cápsula de metamizol. Deja el vaso y coge una hoja de papel donde está recogida la denuncia de la policía y la multa que debe pagar. Por lo menos ha colado lo de “enajenación transitoria” y no ha tenido que pasar un día en las dependencias. Ha hecho bien de comportarse y colaborar con la policía y no decir nada de la situación: se lo ha inventado todo, un mal día, stress. Tendrá que acudir cada equis tiempo a un psicólogo; si hubiese dicho la verdad la cita sería con un psiquiatra, o aún peor, y eso no lo sabe, estaría en prisión.

Deja el papel en un cajón, ahora mismo eso es muy secundario. Debe descansar, encender las alarmas y la cuenta atrás. No puede cometer otro error si quiere descubrir lo que está pasando. Se prepara la cena, se pega una ducha caliente, respira. Otro vaso de agua, el dexteprofeno trometamol le pasa garganta abajo. Una tila y se mete en la cama, música relajante y a dormir.

Suena la alarma a las 6:10, se levanta de golpe. Se mete en la ducha de agua fría, debe estar despejado para subir al tren de las 7:02. Le duele la cabeza y se toma un ibuprofeno con el desayuno. Llega a la estación, “veintisiete minutos y cuarenta y ocho, siete, seis segundos” lee en la cuenta atrás. Hoy sí, hoy mira quién hay en el andén: una señora que abrocha el abrigo de su hijo y le pone un gorro de lana a su hija, dos muchachos metidos en su móvil, un señor lee prensa, dos chicas sorbiendo sus respectivos cafés para llevar, el segurata bostezando: nada especial.

Oye la alarma que indica que se bajan las barreras del paso a nivel; le empiezan a sudar las manos, el tren está llegando. Vuelve a mirar el móvil cuando sube al tren, “catorce minutos y treinta y nueve segundos”, como siempre, y como siempre se sienta en el asiento donde se tiene la visión más privilegiada del letrero luminoso. Mira hacia delante y algo le recorre el cuerpo: esa chica lo está mirando y al momento que él cruza sus ojos con los de ella, ésta, disimulando fatal, aparta su mirada. Vuelve a mirarla y esta vez está observando fijamente las letras y números del letrero luminoso. Mira la cuenta atrás: “dos minutos y tres segundos”, fija la mirada al frente y le sorprende mirándole otra vez, aparta la mirada: mil preguntas le pasan por la cabeza como una ráfaga de diapositivas: ¿Quién es? ¿Es policia? ¿Lo está controlando? ¿Es quién escribe esos mensajes? No hay tiempo para más preguntas “cinco segundos” marca el móvil y murmura “tres, dos”:

<<7:16 17º C TREN CON DESTINO: MANRESA PRÓXIMA PA – SABEMOS DÓNDE VIVES – RADA: PLAÇA CATALUNYA CORRESPONDENCIA CON…>>

Sí, ha vuelto a pasar, y como cada día, la cuenta atrás vuelve a marcar 15 segundos para el siguiente mensaje, pero en una pequeña fracción de segundo, antes de bajar del vagón, ha visto a la chica haciendo un pequeño gesto de asentimiento mirándolo a él, lo ha leído ¿lo ha leído? Y corre hacia las escaleras mecánicas con la sensación de estar perseguido y sus ojos no pueden dejar de mirar hacia arriba:

<<POR SU SEGURIDAD ESTA ESTACIÓN ESTÁ DO – SABEMOS DÓNDE TRABAJAS – TADA DE CÁMARAS DE VIDEOVIGILANCIA>>.

Una respiración fuerte y agitada le recorre por los pelos del cogote. “Sí, sí” le dice ella casi inaudiblemente, y al acabar las escaleras ven como un guardajurado habla por el walkie. Y sin decirse nada salen por el mismo torno, y por la misma salida, y se van hacia la misma calle donde los dos saben que en la cruz de una farmacia hay otro mensaje que ya conocen de sobras. Y mientras andan hacia allí, ella le aprieta el antebrazo como señal de advertencia y con un gesto con la cabeza le indica que atrás hay dos policías que les siguen.

<< 18º C 17:21 FÓRMULAS MA – SABEMOS QUIÉN ERES- GISTRALES>>

Se miran y siguen caminando apretando el paso, serpenteando por callejuelas para dar esquinazo a los dos agentes. Ya no los ven. Deciden sentarse en una terraza de la plaza George Orwell.

-¿Desde cuándo?- se preguntan a la vez y surgen risas nerviosas. Y disimulan al ver pasar un coche de policía, medio tapándose la cara con la mano. Siguen hablando y coinciden en esas advertencias y amenazas que han leído en letreros luminosos en distintos puntos comunes y otros en que no. Una débil sensación de paz y tranquilidad al percatarse que no están locos, puede haber más personas que también lo hayan leído. El camarero se acerca disimulando y a media voz susurra: “También os habéis dado cuenta, os he oído”. Se sobresaltan y el camarero hace ademanes de calma mirando a un lado y otro de la plaza y dice en voz baja pero clara:

-Somos muchas personas las que nos hemos dado cuenta, muchas. Hay dos opciones: – entrega una tarjeta con una dirección – Ir aquí o, como la mayoría, hacer como que no pasa nada.

Se le acelera el corazón al escuchar que la mayoría que va ahí no vuelve y se le encoge cuando ve que la chica se larga por donde vinieron. El camarero recoge la tarjeta que le dio a ella y sigue con sus quehaceres sin volver a dirigirle la palabra, ni siquiera lo volverá a mirar. Respira, mira alrededor, suspira, se guarda la tarjeta.

Nunca más se supo de él.

En el tren, alguien busca entre la gente a alguien que también haya leído el letrero luminoso, que haga una pequeña mueca de incredulidad, unos ojos cómplices, una risa nerviosa, un comentario jocoso, un meneo con la cabeza de desaprobación, un grito, algo, un algo que demuestre que no está sólo en su cabeza, que no está loca, que los demás también se han dado cuenta, que existe, pero nadie hace nada. Nadie. Nada.

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