Recuerdos de un ayer

Recuerdos de un ayer

Javi Barrantes

27/10/2018

Era una tarde cualquiera… venia del yugo del trabajo hacia mi hogar,tomando bus de 3:00pm ¡de milagro! Si no me hubiera montado en este, me hubiese tenido que esperar dos horas y media en la aburridora ciudad de Naranjo – así como lo oyeron- ¡aburridora ciudad¡

aunque esto no les guste a unos cuantos defensores de ese estancado lugar.

Las ventanas -típico del invierno- venían cerradas, haciendo un bochorno infernal y como era de costumbre, cuando el tiempo me daba el privilegio de poder tomar ese bus, tocaba ir de pie.

Después de 20 minutos se vacío un campo que daba justo a la ventana, ¡como amo este maravilloso campo! ver el camino pasar, me lleva en una divagación por todos los rincones del pensamiento, añoranzas amores, tristezas y alegrías son recordadas, mientas la cabeza hace retumbos contra el vidrio, por el mal estado del camino.

Y fue en una divagación como las ya mencionadas donde la vi – ¡hay estaba!- la casa de madera, ubicada alrededor de cafetales. Donde hacia una niña jugando en el corredor, con un juguete de madera, mientras la madre le peinaba el pelo, recordé, de como me gustaban los juguetes de madera… en especial, los troncos de café cortadas a la mitad, tomando forma de arma que usaba para jugar, horas de horas imitando a un soldado que combatía contra los malvados alienígenas, a pies descalzos en medio de cafetales, donde las calles de café eran trincheras y las copas de los arboles eran las grandes naves invasoras, donde emanaban estos pestilentes y blandos seres.

Esos mismos pies descalzos que levantaban grandes cantidades de polvo en las plaza de futbol de mi pueblo, donde primero, en temporada de cogidas de café , tenía que esperar el permiso de mi padre para poder ir alas impresionantes y emotivas mejengas, ¡qué me importaba el cansancio del trabajo¡ apenas daban el permiso esperado, salía como un cachiflín, entre matorrales y callejones en mas de una vez pegaba el dedo con una piedra, tronco o lo que hubiese en el camino, la uña semi arrancada y sangrentada no eran detención alguna, para el disfrute de la mejenga, un cuechazo en la herida y listo.

Mejengas que nunca eran una cualquiera, siempre era una final, donde se corría a mas no poder y hay del quien votara la bola al guindo y no la encontrase rápido, seria abucheado por enfriar el partido, casi siempre aparecían en el cafetal de Don Calo – propietario del terreno-donde fue una vez la cancha más gloriosa del mundo.

Cafetal donde me recordaba los clubes hechos de ramas y palos secos donde a escondidas veíamos las revistas prohibidas que hacían ocultas en las casas, pero que siempre la travesía de un pequeño la fuese a encontrar.

Travesías que nos llevaba por las fincas en búsquedas de lugares donde fueran las próximas posas del verano.

Veranos que nos alegraban el alma y que decir de los inviernos.

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