BLA, BLA, BLA.
Dijo el loro a la rana:
-No me seas casquivana
y déjate ya de croar
que, desde esta mañana
no has parado de cantar,
y ya me tienes medio histérico
sin poderme concentrar,
en secarme el plumaje
con el sol primaveral-.
Contestó la ranita:
-Si te molesta el croar
¡pavo real, venido a menos!
márchate a otro lugar,
donde el sol te queme menos
y no te haga desvariar-.
Acertó a pasar entonces
por el borde del estanque
un gallo altivo y pedante
quien, con su cresta y su pico
dijo a los dos en litigio:
De la rana, sus ancas
también quita mosquitos,
y del loro presumido
no se aprovecha ni el pico;
pues… si tiene buen plumaje
y colores muy vistosos,
no por ello es menos cierto
que es altivo, necio y osco
y además, repetitivo
que si escucha alguna frase
de ese «animal de dos patas»
del que dice ser su amigo,
luego nos dá la lata
repitiendo de contínuo…
«lorito bonito, lorito bonito».
–No me hagas de reír, ki, ki, ri, ki-.
(dijo entonces el loro)
-Pues por ti habla la envidia
a mi empaque y mi donaire,
y te gustaría tener
mi lustre y mi lenguaje,
(que aun que sea imitación
del idioma de Cervantes)
el hablar es todo un don
que distingue al ser parlante,
de los que como tu y yo
presumimos de plumaje-.
-Bien esta, lo que bien empieza
mal esta, lo que mal acaba:
(dijo perpleja la rana)
Pues… al croar yo esta mañana
no pretendía emular a un divo
en sus arias,
ni tampoco molestar
al vecino de la rama.
Y, menos aun desatar
una contienda verbal,
entre el «Gran Loro Real»
(académico de Granada),
y ese «Pollo Peleón»
que opta por el sillón
de la Real Academia,
como insigne defensor
de la rana y su contienda-.
Así pues,
abrir bien las orejas
y escuchar la moraleja:
«Presume sólo lo justo
sin menosprecio de nadie,
no defiendas pleitos pobres
aun que pienses que te atañen,
da siempre de ti lo mejor
sin envidias ni rencores,
da las gracias por vivir
y, que el Cielo te valore».
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