Blaze! Capítulo 37

Capítulo 37 – Encadenado.

Blaze, Albert, Bhasenomot y Joseph desaparecieron dentro de un torbellino de viento, dejando a Altair, la mujer rubia y a los niños rescatados a solas.

¿Qué… qué ha sucedido? –se preguntó Altair, con las piernas temblorosas, sujetando fuertemente al bebé que minutos atrás se le encargara, precipitándose al piso, impactándolo con sus posaderas.

No lo sé, ni siquiera sé que es lo que estoy haciendo aquí –respondió la blonda y turgente mujer, mirando a Altair y los niños, desorientada.

¿Me ayudarás a cuidarles? –preguntó el ex hombre peste a la mujer–. Son muchos para mí…

Bueno, nada puede ser peor que lo que estaba viviendo antes de aparecer aquí. Sí, ¿por qué no? –respondió la fémina, haciendo una referencia con su falda.

Los adultos y los niños se alejaron del lugar de la mágica desaparición, esperando que el muchacho y los otros viajeros estuvieran bien, allá dónde estuviesen, perdiéndose en el horizonte. Desde las sombras de la tarde, escondido y atento, emergió un carnero humanoide de ojos amarillos como la luna y pelaje café oscuro, bufando vapores tóxicos desde su hocico, apretando sus afiladas garras en las palmas de sus manos, moviendo los dedos con ansiedad.

Señor –dijo el ser, arrodillándose en el piso.

No me puedo equivocar, la hechicera debe saber algo de él, a pesar del tiempo que ha pasado no he podido olvidar esa maloliente esencia humana, y estoy seguro, ella exudaba ese pútrido aroma –dijo Chained God desde su desconocido emplazamiento–. Síguelos y tráemelo para completar finalmente mi venganza.

Cómo usted diga –respondió el carnero, moviéndose rápidamente, desapareciendo del lugar sin levantar un grano de polvo del piso.

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Joseph cayó sobre el tejado de un pequeño granero, rompiendo unas delgadas tablas con su espalda, aterrizando sobre un blando pajar; sin embargo, quedó inconsciente por la violenta experiencia de ser engullido por un torbellino. Bhasenomot se percató de esto y procedió a reanimar el cuerpo que lo hospedaba, pero este no reaccionaba, comenzando a preocuparse.

Despierta, pequeño, no tenemos todo el día –reclamó Bhase, golpeando con sus manos en el interior del cuerpo astral del niño, haciéndolo retumbar–. Reacciona, bolsa de carne inútil.

Bhasenomot siguió molestando a Joseph sin lograr despertarlo, gritando y golpeando desde su interior, pasando minutos que luego se convirtieron en horas, desesperándose por sus infructuosos intentos. El muchacho despertó solo al otro día, cuando el demonio ya se encontraba resignado y cansado, atrapado en su interior.

Espera, ¿qué es lo que haces? –preguntó Bhase, mirando pasivamente como era cargado sin que sus deseos y palabras fueran escuchados, golpeando el cuerpo astral del chiquillo, aunque esta vez no logró que este resonara–. ¿Qué me sucede?

Bhasenomot notó como su cuerpo estaba siendo ralentizado, perdiendo su velocidad y fuerza, como si estuviera sumergido en un viscoso líquido, aletargándose hasta dormirse profundamente.

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Joseph salió del granero algo aturdido, sobándose la espalda, mirando hacia todos lados tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba.

Sin duda alguna no estoy en mi pueblo natal –pensó Joseph, sobándose aún, sobresaltándose por el cacarear de unas gallinas que se asustaron por su presencia, alejándose de la propiedad privada que estaba invadiendo sin querer.

Bhasenomot se encontraba durmiendo tranquilamente, hundido en una negrura inalterable, preso en una somnolencia que no le pertenecía, desconociendo lo que ocurría a su alrededor.

Tengo hambre –dijo el niño, caminando por las calles de una ciudad desconocida para él, sin nada de valor para intercambiar por algo nutritivo.

Joseph utilizó sus últimas fuerzas en una peligrosa incursión, robando una hogaza de pan de un puesto callejero, corriendo desesperadamente para no ser detenido, pero el hambre le jugó una mala pasada y fue capturado por el panadero que amasó el pan, quien lo agarró fuertemente desde el brazo con el que sujetaba el producto sustraído, levantándolo del piso.

Si lo hubieses pedido, no te lo hubiera negado, pero ahora que lo sacaste… –dijo el panadero, sacando un madero de su puesto, dispuesto a golpear al muchacho.

Joseph abrió enormemente sus ojos, aterrado por la tabla que lo iba a impactar, soltando el pedazo de pan, cayendo este al suelo, iluminándosele la misma mano con la que lo cargaba, disparando una ráfaga de luz que destruyó el puesto del panadero, quien quedó estupefacto, soltándolo de inmediato, echando a correr sin mirar atrás, atemorizado, olvidando su pan y el castigo que iba a impartirle al niño. Bhasenomot sintió un pequeño malestar.

¿Qué rayos fue eso? –se preguntó Joseph mientras se miraba la mano, comiéndose el pan, rumiándolo pensativamente.

Joseph se fue a un bosque cercano, encontrando una cueva vacía, donde intentó imitar lo que hubiese logrado anteriormente sin proponerse ni saber que podía hacer. Intentó de todas las formas posibles, pero le faltaba algo y no sabía que era, echándose a dormir después de mucho intentar. Pasó un rato y se despertó por un sigiloso ruido, mirando con ojos somnolientos hacia la abertura de la cueva, encontrándose de frente a un oso que se abalanzó sobre él, reaccionando instintivamente, extendiendo sus brazos para cubrirse el cuerpo con ellos, sintiendo como si un peso inmenso saliera de sus manos, aplastando al animal contra el suelo, matándolo, produciendo también un desmoronamiento de las rocas de la cueva, atrapándolo dentro de ella, quedando sumido en la más absoluta oscuridad.

Después de algunas horas, desesperado y sintiendo que el aire se le acababa, dio con la respuesta: miedo. A pesar de ser un niño no tan pequeño, aún le temía un poco a la oscuridad, aprendiendo a utilizar este sentimiento para obrar un nuevo milagro, encendiendo el pelaje del aplastado oso, logrando iluminar la cueva, pero sofocándose a la vez por el humo hediondo proveniente del animal, destrozando las piedras que bloqueaban la salida de la caverna con otra ráfaga de luz emitida por sus manos, saliendo presurosamente al exterior para recuperar el aliento, tosiendo con fuerza.

Lo logré… ¡Sí, lo logré! –exclamó Joseph, levantando sus brazos, llenando sus pulmones con aire limpio.

El niño salió en búsqueda de ramas para hacer una fogata con la cual cocinar la carne del oso que involuntariamente mató, asegurando su ingesta proteica por al menos un mes.

Qué carne más deliciosa, sobre todo tomando en cuenta que la cacé por mi cuenta –dijo Joseph, congratulándose por la presa, engullendo los trozos de carne que logró sacar del aplastado animal, evitando ver el desarmado cadáver o su cena ya no le resultaría tan agradable–. Suerte que pude sacar estos pedacitos sueltos sin tener que meter mucha mano…

Joseph durmió con el estómago rebosante de carne, despertándose temprano a practicar el dominio de sus nuevos poderes, desconociendo completamente su procedencia, mientras Bhasenomot estaba siendo drenado desde su interior, cayendo en un sueño cada vez más profundo y realista, donde sufría de una constante hambre que aumentaba con el tiempo, sintiendo como si llevara años encadenado sin poder probar bocado, mirando con ansías enfermizas sus propias extremidades, deseando arrancárselas a mordiscos para saciar su infinito apetito, sin lograr aproximarse a ellas, sin fortalezas suficientes para moverse, desfalleciendo lentamente.

Quiero comer… –pensaba Bhasenomot, arrojado en un árido y desolado terreno, mirando su propio cuerpo como único referente alimenticio, sin fuerzas para nada, sintiendo como el vacío de sus entrañas se extendía eternamente, disipando su existencia, como si fuera a difuminarse en el desierto que se encontraba tirado.

El cuerpo del demonio se acurrucaba más y más dentro de la mente de Joseph producto de que el chiquillo le estaba robando su energía mágica, hundiéndolo en una pesadilla que no parecía tener fin. El niño logró manipular la magia a su antojo sin necesidad de utilizar el miedo después de un autodidacta entrenamiento que se extendió por algo más de dos semanas, efectuando coloridos y devastadores ataques con los que destruyó enormes piedras que utilizó para practicar, además de elevarse por los cielos levitando, surcando las nubes a gran velocidad, observando desde las alturas las construcciones, aterrizando sobre un alto edificio de la ciudad en la que fue arrojado por el torbellino.

Es una bonita ciudad, creo que me quedaré aquí, ahora puedo valerme por mí mismo, nadie negará mis deseos con estos poderes que tengo –dijo Joseph, saltando desde el edificio, cayendo lentamente al piso, caminando con seguridad por las calles, asustando a algunos transeúntes que lo vieron caer desde tal altura.

Bhasenomot se sentía consumido. Al menos la mitad de toda su fuerza había sido robada por el muchacho que lo contenía, sin acceso a ninguna fuente de energía que lo revitalizara, profundizándose su inconsciencia y tortura, continuando dentro de la pesadilla, desquiciándose por el hambre.

¿Cómo fue que caí aquí? Yo… yo estaba… Ayuda, alguien que me ayude –imploró dolorosamente Bhasenomot dentro de su mente, con un cuerpo reseco que se mostraba muy similar a un esqueleto humano forrado en una piel arrugada, delgada y oscuramente brillante, moviéndose por el viento que azotaba al lugar y no por decisión propia, con los ojos hundidos en sus cuencas, sutilmente fulgurantes, casi sin vida.

El demonio dejó de sentir su cuerpo, así como también el hambre, perdiendo el sentido de ubicación, persistiendo sólo su mente sin recipiente alguno que la alojara, ocupando un indeterminado espacio, extendiéndose sin límites.

Muy grande y fuerte… –pensó Bhasenomot, retumbando, envolviendo, engullendo–. ¿Quién soy?, ¿Dónde estoy?, ¿Quién eres?

Joseph descubrió a unos ladrones intentando abrir una bodega donde se guardaban barriles de vino, increpándoles por su errado actuar.

¿Qué creen que están haciendo? Eso no les pertenece –dijo el niño, interrumpiendo el actuar de los malhechores.

Puede que sea verdad, pero esto no te incumbe –replicó uno de los villanos, con un arma blanca en su mano, intentando asustar al pequeño.

Yo decido lo que me incumbe –respondió Joseph, enviando a volar al hombre con un movimiento de su mano, estrellándolo contra una pared, derrotándolo ante los incrédulos compañeros de este, huyendo del lugar sin cometer el ilícito, llevándose a cuestas al vencido.

Eso fue fácil –pensó el niño, sonriéndose por la cobardía de los hombres.

Joseph se dedicó a salvar y ayudar a los pobladores utilizando los poderes que drenaba de Bhasenomot, haciéndose famoso y muy querido por todos, recibiendo regalos y comida por sus servicios a la comunidad, mientras que el demonio en su interior se consumía más y más con cada día que pasaba, cediendo contra su voluntad toda su energía mágica irremediablemente.

¿No creen que deberían meterse con alguien de su tamaño? –inquirió Joseph a unos adolescentes que molestaban a unos niños, extendiendo sus manos para lanzarles unas pequeñas e inofensivas bolas de luz a los atacantes, como medida disuasoria.

Joseph se quedó con los brazos extendidos, sacudiéndolos con fuerza, bloqueado y sin poder acceder a los poderes que asumía eran de su propiedad, mientras que los atacantes dejaron de protegerse en vano, acercándose lentamente, comprendiendo que el niño que tenían en frente era solamente eso, un niño indefenso como cualquier otro.

¡No, deténganse, por favor! –gritó Joseph, procediendo a cubrirse con sus brazos, sintiendo la impotencia de la debilidad, comenzando a ser golpeado por los adolescentes.

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Señor, creo que encontré algo que puede interesarle –dijo el carnero al dios encadenado, viendo desde lejos a Bel, el maestro de espada de Blaze.

Muy bien hecho, Gaddala. Ahora déjalo en mis manos –respondió Chained God, sonriendo macabramente.

¿Qué le pasó a Joseph y por qué no pudo utilizar más los poderes de Bhasenomot?, ¿será que el falso demonio ha…?, ¿el maestro de Blaze se encuentra en problemas? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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