Bajo el jacarandá

Bajo el jacarandá

Adriana Mesiano

15/10/2018

Me senté en ese banco, debajo del enorme jacarandá. Eran las siete de la mañana y pensé que también ese día estaría sola por algunas horas, absorta en mi lectura.

Fue entonces cuando escuche tu voz, ronca y fuerte, preguntándome qué estaba leyendo; gire mi torso de golpe y te vi. Conocía tu figura desde siempre, te había escuchado reír y aplaudir mientras cabalgaba el enorme semental de la calesita; y disfruté que estuvieras absorto, escondido tras los arbustos, cuando cantábamos con mis amigos cada tarde, en nuestra cita en el parque.

Estoy leyendo a Alessandro Baricco, te dije, y unos minutos después nos estábamos confrontando sobre lo que más nos gustaba de ese autor. Mientras el sol se erguía, tú recitabas los veinte poemas de amor de Pablo Neruda.

Me contaste que estudiaste filosofía y letras, hiciste una pausa y con un dejo de pena agregaste que había pasado mucho tiempo…, y seguiste hablando de otros autores y de viajes hechos en tu juventud. Yo me pregunté sorprendida, por qué dirían que eras loco, que no debía acercarme a vos, que podías ser peligroso.

Era casi mediodía cuando de golpe se cruzó una nube por tus ojos claros, ellos empezaron a llover y salieron corriendo hacia el pasado. Fueron gritos ahogados y palabras sin sentido; mientras te alejabas escuche en tu voz dolor y oscuridad, hablaste de una niña muerta y otros mil fantasmas… Te vi asustarte en mi miedo y mi expresión perpleja y desilusionada. No pude evitarlo, lo último que deseaba era ofenderte.

Traté de entender lo que te sucedía, busqué “salud mental” en Google; después llamé por teléfono a una tía enfermera, ella pasó por casa y me explicó algo sobre tu enfermedad. Me habló del dolor que producen la estigmatización y la discriminación que surgen de la ignorancia de la gente, y me invitó a no temerte, a ofrecerte mi confianza, e invitarte a participar en los encuentros con mis otros amigos.

Lo habría hecho si esa misma tarde no cruzabas la calle en busca de algún ángel o sirena que te llamaban; si no hubieras cruzado sin mirar, si tus fantasmas no hubieran venido a buscarte….; si me hubieras solo dado tiempo.

Te esperaré bajo el jacarandá cada mañana, tengo tanto que contarte: ¿sabes que soy voluntaria en una asociación?, le enseño a cocinar a una adolescente que está aprendiendo a vivir en forma independiente. Me hace mucho bien sentirme útil, y tengo la certeza de que a vos te gustaría saberlo.

Ahora que te comprendo y sé como aceptarte, llena mi corazón tu ausencia.

(-Finalista I Concurso Cuentos cortos sobre salud mental. Almería Tierra sin estigma. España 2018. )

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