Espera Fúnebre

El reloj marcó. 13:10. Hora en la que él se hallaba, junto a varios de los suyos, en una esquina, esperando la llegada del ómnibus. Faltaba poco. Vendría a las 13:15. Todos lo esperaban. Llovía. Llovía bastante. Las gotas eran delgadas punzadas que descendían de una oscura nebulosa, superior a todos los animales que receptaban el manantial de chispas húmedas. Desde el asfalto mismo se levantó un viento inofensivo, pero frío. Ese viento era tan chico que entraba en un vaso. No tenía la culpa de ser tan frío. Alguien lo había hecho así de frío. Ése vientito se puso a deambular por la esquina, donde estaban muchas cosas amontonadas allí, esperando un carruaje. La lluvia parecía lastimar al viento, porque se acentúa su presencia, casi en un modo agresivo. Y caían más gotas. Un enfrentamiento climático entre la brisa y el agua. Se había hecho tarde. Parecía haber pasado una eternidad. La exageración estaba perdonada. Lo estuvo hasta que el transporte era visto por todos antes de cruzar el boulevard y llegar a la esquina. Faltaban metros todavía. Ahí fue cuando se escuchó el violín del diablo.

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