Un viaje a ningún lugar

Los paneles del aeropuerto indicaban que el embarque se había abierto.
Su vuelo a Santiago de Chile salía a las 23,45 horas. Llevaba sentada en aquella silla dura e incómoda desde las 18,00 horas, intentando decidir si, finalmente, tomaría dicho vuelo.
Hacía mucho frio fuera y la nieve había empezado a caer perezosamente sobre la ciudad. Edimburgo sufría el más severo temporal de frio ártico de los últimos años. Pero en Chile era verano. Y sería fantástico zambullirse en el calor.
A su pensamiento regresaban, una y otra vez, sus miedos y sus prevenciones. Sabía que ese viaje era algo arriesgado. O, quizás, mucho. Lo había sabido desde el primer momento, pero no quiso reflexionarlo. Sin embargo, en ningún momento desde que había tomado la decisión, le había abandonado una inquietud desagradable. Sentía que era un error. Sabía que era, incluso, eso que cualquier mente sensata, habría calificado de locura.
Pero, quizás, todos sus temores estaban equivocados. Quizás ese viaje era posible. Deseaba tanto hacerlo.!
A su memoria volvieron a acudir esas frases que habían disparado sus alarmas. Esas frases distorsionantes. Esas frases que no encajaban en la situación. Aunque, quizás, solo eran coincidencias.
Pero, cómo ignorar que, desde el principio, solo había habido mentira y engaño.
Lentamente, se levantó de la silla y se dirigió, sin prisa, a la puerta del aeropuerto que le devolvería al desamparo del frio, pero también al cobijo de su hogar.

Al final agradecía haber elegido, aquel día oscuro, su abrigo de visón.

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