Juego de probabilidades

Cuando la vista pasa su primer encandilamiento se descubren sobre la mesa algunos poemas, algunos malos poemas.

Entonces, la mesa de escribir se convierte en la mesa de revisión, y más tarde, cuando los antidepresivos que se encuentran en el borde hayan hecho su efecto sobre los dolores del poeta, esta zona iluminada se transformara en la mesa de disección. El balcón, ahora, ofrece un juego de probabilidades.

El poeta intenta hacer morir la tristeza, se para frente a la mesa, se come uno a uno sus poemas y por último, se toma todos los antidepresivos, sale corriendo hasta el balcón y vomita, lo que le permite dormir tranquilo.

También pude suceder que el poeta meta cada una de las hojas en el vaso de agua y haga una pasta con la que moldea un muñeco esquelético a quién le da a tragar las pastillas, salga corriendo hasta el balcón y arroje el muñeco al vacío, muriéndose de risa.

Si este poeta fuera admirador de Bukowski, lo más seguro es que se masturbara sobre sus malos poemas como lo haría sobre una vieja puta recogida en una mala esquina, después orinara cada uno, los lanzara al balcón del vecino de los bajos, ese al que le molesta el ruido de la máquina de escribir en la madrugada, y envidia profundamente la tristeza del poeta que mezcla sus antidepresivos con whisky. El vecino de los bajos es alcohólico y hace años que no bebe, el poeta también es alcohólico, pero nunca ha pensado en renunciar, ni a la tristeza, ni a los antidepresivos mezclados con whisky.

Todo el mundo piensa que el poeta es un tipo totalmente loco, pero si fuera cierto, este hubiera llegado a casa y luego de llorar profundamente sobre sus malos poemas como hijos muertos, haría aviones con ellos, los lanzaría por el balcón junto con los antidepresivos, desconectaría los cables de la lámpara y se encendería con ellos.

El poeta también tuvo una mujer, que un día seguramente soñó con prenderle fuego a los poemas, tomarse los antidepresivos y llamar a su madre para contarle que ahora sí todo iría bien.

Finalmente, el autor se sienta frente a la mesa, se toma sus antidepresivos y pasa toda la noche corrigiendo sus poemas, armando un volumen al que le coloca un seudónimo. Por último, los manda a concurso y gana un premio. Pero por supuesto, esto sería lo menos triste, lo menos poético, lo menos probable.

Massiel Rubio

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