WITCH-HUNT (Relato Corto)

WITCH-HUNT (Relato Corto)

Cipriano Jiménez

24/09/2018

Se desvanece en el ambiente, en los fracasos y las victorias que relata tan emocionada la gente. En las habladurías y en las miradas, es un humo espeso de apariencia resistente pero que no perdura. Un engaño inofensivo, una evasión, la forma de recordar a los demás que no todo lo que ven se soporta con la razón. En aquel mercado, las sombras sobre sus miradas y bajo las boinas se entrelazan en el corro. La amargura de sus almas desaparece también en la tinta de quien los presenta.

Inocentes susurros, producto de la valentía de los caídos, danzan en las calles. Los vicios los unen a todos y también la necesidad de sobrevivir. La continuación de la vida sentada en un banco frente al corro recordándoles a los niños que sus días acabarán.

En la suciedad del ambiente resurge un esbelto caballero de espalda ancha y ágiles piernas. La seguridad en sí mismo y el pensamiento de que algo va a ocurrir los mantiene a todos al acecho de la presa Un arma de doble filo, renacida de las manos de un cazador.

La muchedumbre lo observa, todo el mundo habla de él pero nade sabe exactamente quién es ni de donde proviene. En todo Covent Garden se dice que es un irlandés huérfano tan borracho como lo debía de ser su padre y tanto para entrar en el cuerpo de policía de Londres.

En cualquier caso, su ascendencia irlandesa debe de ser cierta. Si hubiera crecido en el mugriento barrio donde se hospeda no estaría pisando la acera de la calle. Si las circunstancias le hubieran obligado a nacer en Covent Garden habría muerto de sofoco en alguna fábrica de la zona a los dieciséis años. Si la madre hubiese parido a la criatura en el distrito del Soho, ella y su bebe hubieran muerto de cólera.

Por lo tanto, aun sabiendo de su estado de huérfano y el hecho de desconocer su pasado, el populacho reconoce la suerte del hombre. Unos hablaban de Dios como su salvador, otros debaten si su suerte proviene del Estado en el caso de que sea un hijo bastardo de la familia real, y otros discuten la posibilidad de que sea un caza-recompensas al que no le importa perjudicar a la población londinense.

Y allí está, junto al corro de admiradores y adversarios, siendo alabado y criticado. Todos desvían sus miradas cuando el agente se percata de ellas y se distribuyen entre varios puesto de venta, disolviendo el corro.

El agente dirige su atención hacia un viejo puesto de verduras. La madera ha sido raída por el tiempo y el cartel donde debería leerse: Greengrocer’s tiene un trazo tan gastado que la mayoría de sus clientes conocerán el puesto porque su familia siempre lo ha frecuentado.

Detrás, junto a una gran viga de madera hay amarrado un pequeño carro impulsado por dos mulas. En el carro hay una gran cantidad de productos, todos envueltos en sacos deshilachados y tan raídos como la tienda misma. Pero un gran baúl, antiguo y de buena composición descansa en el borde del carro. El oficial lo observa con recelo, mostrando su curiosidad frente al encargado que lo atiende de forma inmediata.

-Deseo abrir ese cofre – se muestra directo el agente con el dependiente.

-Dios mío, no tiene usted acento irlandés – intenta desviar el asunto.

-¿Es que tengo pinta de irlandés? Abra el maldito cofre.

-Usted no puede hacer eso – el dependiente sube al carro y ambos quedan cara
a cara.

-El reglamento no me impide registrar las pertenencias de un verdulero, baje ahora mismo del carro y los trámites serán pacíficos.

El dependiente, desilusionado, preocupado y algo asustado, baja del carro de un salto y observa como el agente descerroja de un golpe el baúl, hasta que su interior queda accesible.

Los ojos del oficial se iluminan cuando éste cae del carro. Las mulas corren a toda velocidad y el carro desaparece del mercado entre gritos de gente que ha perdido género en la estampida y suspiros de otros que, aliviados, observan la desgracia ajena.

Todos observan asustados el furioso agente tendido en el suelo, que se levanta de un salto. Sacude su chaqueta empapada del polvo de la tierra y acude a tranquilizar a la familia que se encuentra enfrente. Al colisionar el carro contra su puesto durante la huida éste se ha venido abajo tanto como sus dueños, que ahora discuten como van a pagar la reparación del puesto y del género. El oficial se asegura de que nadie ha sido herido y rompe a correr atravesando la puerta del mercado. Deja a su sombra la nube de polvo provocada por las grandes pisadas y a decenas de mercaderes temerosos de haber trabajado junto al asesino del que todo el mundo habla.

El oficial se dirige al telégrafo cifrado más cercano que conoce y tan rápido como las piernas se lo permiten. Al final de una gran avenida junto a la antigua casa de nobles, en el barrio rico. Un portal de madera de castaño soporta una gran tabla de madera que cuelga atada de dos cadenas a la viga superior, en ella se puede leer: Telegraph.

El encargado se asombra ante tal figura que entra en su local corriendo, llena de polvo con el largo flequillo adherido a la frente por tanto sudor y sofoco.

-Señor, no tengo comida. Sólo envío mensajes.

-No soy un mendigo, soy el agente Abraham Brennan y necesito enviar un mensaje a todas las comisarías de Londres.

-No puedo ofrecerle ese servicio, están fuera de nuestro alcance – replica el encargado asombrado por la apariencia del policía.

-Podríamos haber encontrado a Jack El Destripador.

El encargado enmudece ante tal noticia. Todos y cada uno de los ciudadanos malviven aterrorizados de que un día, el famoso asesino de patillas largas se presente en la puertea de sus casas y sus familias acaben masacradas. Después, El Destripador se zafaría de la policía como en tantas otras ocasiones y el caso únicamente quedase archivado como un simple no resuelto.

El joven no lo piensa dos veces y empieza a teclear inspirado. Como si imaginara la detención del individuo mientras traduce el mensaje que le dicta Abraham. Para cuando el mensaje ha sido enviado, el agente pregunta cuánto valdría un coche que le trasladase a la comisaría de Covent Garden. Luego de esto, le agradece los servicios al joven que le replica:

-Encantado de colaborar con nuestra nación – le ofrece la mano al oficial y este la estrecha mostrando una risa burlona antes de marcharse.

Un buen mozo está dispuesto a llevarle a su destino por treinta y dos peniques. Abraham observa, desde su asiento de madera cubierto con dos grandes mantones, la lucha de un anciano desamparado contra el hambre. Eleva sus canosas greñas ante la libertad exigiendo los derechos de todo ser humano acompañado de una pancarta. El agente reflexiona sobre los valores que lo convierten en policía, como el deseo de ayudar y servir a la gente le mantiene vivo después de tantos años.

La comisaría, carcomida por el tiempo, aparece en su reconocimiento de las calles. Tras pagar el viaje el fornido oficial exhibe su esbelta figura por los pasillos hasta llegar a la oficina del comisario.

La penumbra del despacho confunde la visión de Abraham. El comisario, de edad avanzada, le invita a sentarse frente a su escritorio rodeado de estanterías repletas de libros e informes. El alto cargo disfruta de una pequeña taza de té, un vaso corto de coñac y un cigarrillo. La pose y mirada del hombre demuestran su satisfacción ante la llegada del agente, como si hubiera esperado que su rudo cuello sobre el que descansa su admirable tez entrasen por la puerta rodeados de un aura rebosante de victoria.

-Señor, ¿le han comentado el asunto del mercader de hoy? – el agente sabe que cada uno de los casos pasan por sus manos, pero tiene curiosidad por la respuesta.

El comisario abre el cajón cercano a su mano derecha y extrae de él un nuevo número del diario local, que expone en la mesa. Sobre la ilustración de un hombre, tendido en el suelo y apenas reconocible, se encuentra el titular que hiela la sangre del agente: MERCHANT SHOT DOWN.

-Será relevado de su puesto como oficial de homicidios. Debe comprender que el estado de la nación es deprimente, sobre todo el económico, y la policía no se salva. Y como usted juró proteger Inglaterra no tendrá ningún problema ante el cambio, ¿no? Gracias a los artículos sensacionalistas usted tiene monedas que llevarse al bolsillo, así que ahora le toca devolverles el favor, señor Brennan – es directo el comisario desde su trato de mayorazgo.

Abraham dirige la mirada al suelo, tan abatido como el mercader, y cuestiona la decisión de su superior. El recuerdo durante el viaje en coche, de todo lo que ha prometido a su país, se derrumba. Reflexiona en el hecho de que, en ocasiones, las personas que ejercen la autoridad son aun peores que los asesinos a los que persiguen. Y el deseo de sobrevivir, y mejor, llevar una vida plena justifica el vender su alma al diablo. Igual que lo hace El Dragón saciando su sed de sangre.

Abril de 2018

Edición de la buena mano de Antonio Valero.

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