El olvido y otros rincones.

El olvido y otros rincones.

Sam Quecha

21/09/2018

En memoria de Itzel Hernández Torres

La muerte llega de manera inesperada, sin avisar, sin tocar la puerta, llega espontáneamente, en ocasiones, en el peor momento. Unos lloran, otros no, unos se acongojan, otros se liberan; la muerte llega para liberar, para desesclavilizar, para con las aves empezar a volar. La muerte también acerca, también encuentra y reúne almas, corazones y espíritus, pero en otras se llegan a olvidar. Cuando uno se encamina al sueño profundo, no siente y si no sientes no vives; es triste hablar de esto, sin embargo desde nuestro nacimiento sabemos que tenemos los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses e inclusive los años contados. Tenemos nuestro calendario, nuestra fecha de caducidad, nuestro vencimiento y si tenemos eso, aunque sea, sería grato tener el privilegio de estar preparado para cuando suceda; pero no solo nosotros para nosotros, sino nosotros para con todos.

Después de pasar el umbral de la muerte, para los durmientes no hay retroceso. La muerte tal como la conocemos trae consigo dolor, impotencia, tristeza, depresión, y la más mortal de todas las causas, aquella cuyo padecimiento crea de la muerte la muerte misma, aquella cuyo deseo de exilio está en todos los que descansan para los que viven, aquella que para morir de verdad es necesaria, sí, exacto, la causa mortal del fallecimiento es el olvido. El olvido con sus seis letras mata más que la muerte misma; el olvido desaucía, exilia, elimina, regurgita y expulsa la poca vivacidad que quedaba de ti, ya que con recuerdos hay vida, con olvido hay muerte.

Para la muerte no hay edad, no hay tiempo ni espacio y para el olvido tampoco. Uno cuando muere ya no tiene conciencia de nada, se entra a una etapa en la cual diversas religiones la catalogan como un “sueño profundo” de la cual nunca despertaremos sino hasta la llegada de nuestro salvador Jesús. Pero hasta cuando eso suceda, ¿Qué pasa con nosotros?, ¿Qué sucede con nuestra anterior vida? Y la mayor incógnita de todas, ¿Qué sucede con nuestras memorias en los recuerdos de los demás? La vida te da un lapso de tiempo irreal e ignorable, del cual podemos disfrutar o no, eso es una decisión individual; asimismo, en ese lapso de tiempo marcamos experiencias, anécdotas, dejamos huellas, escribimos historias, y sellamos con recuerdos a aquellas personas que estuvieron a nuestra diestra mientras estuvimos despiertos.

La muerte no tiene forma, se desconocen sus vértices, sus aristas y por ende sus rincones. Podrá tener miles, quizá más, sin embargo existe uno que destaca de entre todos, que sobre sale como el so entre las aguas del mar, uno en particular que le da otro sentido a la muerte: el olvido. El rincón del olvido no tiene colores, no tiene ventanas, solo una puerta y sin retroceso, los yacentes no entran en ella, los hacen pasar. Cuando uno muere todos los recuerdos en la memoria de nuestros compañeros se hacen más fuertes y pareciera que nada podría eliminarlos de ahí, sin embargo el tiempo pasa y la vida vuela y aquellos recuerdos que creíamos persistentes se hacen cada vez más nulos y estamos caminando más deprisa a la puerta del olvido, a la puerta del abismo y la perdición, a la puerta sin retorno y a nuestra muerte después de la muerte. Los aún despiertos continúan con su vida, con sus pendientes y algunos que otros esperando el tiempo suficiente para verte. A muchos quizá no los invitan al rincón del olvido sino a otros; como el de la soledad, el del recuerdo a largo plazo, el olvido a largo plazo, el llanto constante, al rincón de la impotencia y, por qué no, al rincón de la incertidumbre. Éstos forman las aristas y vértices de la muerte, pero el rincón del olvido hace de ella un viaje inigualable. Del rincón del olvido se puede salir, se puede escapar, empero depende de cada sujeto para volver a abrir la puerta e invitar a salir al yacente, es imposible, sí sucede, sí hay casos y personas que hasta inclusive no cayeron en ella. Yo soy uno de aquellos que decidieron alejarse de ahí, sin pensarlo, no quisiera que mis durmientes tuvieran que pasar dos veces por la misma tragedia y sobre todo yo no quisiera vestir de luto otro año más.

Portar el color negro no es ningún martirio, lo triste es tener motivos, tener una respuesta real e irrefutable al contestar las preguntas de los demás. La realidad no es otra más que la siguiente: el dolor y el sufrimiento no se pueden fingir, todos estamos convencidos que cuando lloramos por la muerte no solo lloramos por ese motivo, sino por todos aquellos en los cuales no pudimos llorar, asimismo después de la muerte no hay vida, no hay retorno, no hay reinicio, solo hay sosiego, paz, calma; hay un “dulces sueños”, una esperanza de resurrección, una esperanza de nueva vida eterna a lado de todos aquellos quienes se nos adelantaron tempranamente y sobre todo la seguridad de saber que al irnos nunca nos olvidan, siempre nos recuerdan, siempre persiste nuestro aroma, nuestros colores, nuestra risa, nuestro andar, nuestro hablar, nuestra inocencia y nuestra sensibilidad que en vida tuvimos y nos llevamos tres metros bajo tierra sin refutar. Así que es grato recordar que no hay olvido, no hay rincones después de la muerte, solo hay esperanza, fe y solidaridad por aquellos a quienes un día nos aseguran ver sin que se vuelvan a apartar de nuestro lado.

“Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado. También su amor y su odio y sus celos ya han perecido, y no tienen ya más porción hasta tiempo indefinido en cosa alguna que tenga que hacerse bajo el sol.” Eclesiastés 9: 5,6.

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