Despierto.

Me acomodo en un fresco deseo de elevar mi mirada y que choque con tu barbilla. La mañana repite ansias constantes de que mi frente roce tu pecho.

Estabas conmigo, mi pie tocaba tu tobillo.

Despierto. Mi sábana me ha llamado embustera.

El sol y las flores me dicen que no estoy loca.

Ayer me sonreíste cuando el viento golpeó mi cara. No eras tú, era yo, pero te sentí.

Me conformo con saber que en un universo infinito, tú y yo compartimos la existencia. Somos almas contemporáneas en una era de soledad.

Despierto. Sube el día con la cuestión: ¿Acaso no es una dicha estar vivo?

Mis átomos se dispersarían en el clímax de la euforia si pudiera tocarte hasta evaporarme.

He idealizado la dulzura de nuestros tejidos comprimirse uno con el otro.

Hay notas musicales que me arrastran por los pies, hablando de ti sin palabras.

He de dormir pronto, para sentir real dos cuerpos en el mismo espacio. Tus manos pesadas, tibias, unir sus palmas a mis mejillas. Pestañear cosquillas a mi cuello con tu oreja en mi clavícula.

Y yo despierto. Un reloj ha dado más vueltas de las que quiero contar. El tiempo olvidó tu nombre, te ha llamado utopía.

No estoy segura de estar segura de algo.

La intensidad que violenta mis sentidos ha propuesto atenuarse.

Cierta tarde azul te pensé. Se arquearon levemente las comisuras de mis labios. Mis párpados se arrugan con el esfuerzo de recordar un sentimiento.

Despierto. Ya no te siento.


Septiembre 2018

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