Capitulo 2.

Destino: Encrucijada del recuerdo que no.

Desperté, eran las 4 de la tarde y la casa olía a café, el viento movía las cortinas blancas que habíamos comprado el verano pasado, recorrí cada rincón con los ojos entre cerrados y adormilados, repitiendo tu nombre entre dientes, supuse que no estabas y necesité la azotea para recoger una toalla limpia antes de salir, tomé una taza de la cafetera y subí al ascensor arrastrando mis sandalias, pisé el botón del décimo. Bostezando entre sorbos calientes y pensando en ti me perdí por unos momentos en el blues, se abrió en el medio la puerta doble y pude ver parado en el centro del elevador como dabas un paso final al vacío desde la baranda. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí?

Me apresuré al fondo de la piscina y quité un tapón de unos cuarenta centímetros de radio, lo que me haló de las piernas de manera apresurada por la tubería, no había espacio para respirar, cuando todo se tornaba oscuro cerré los ojos y recordé.

Recostado ante un ancho mar y recibiendo la brisa de frente al rostro, recostado en tus piernas sentí paz, cerré los ojos y desperté, entonces aquella tubería se hizo tobogán y la oscuridad se hizo espacio en una apresurada caída de 75 grados de inclinación que me aceleraba sobre la lama tibia, a pesar de lo caótico del asunto el aire era senil y húmedo; aquí huele a muerto.

Me lastimaba la nariz, me invadió la alegría y la desesperación, cuando, hiperventilado, caí en aguas más profundas y menos densas; ahora estaba en una cañería mucho más amplia, casi toqué un fondo a 3 metros pero un flujo de agua fuerte y constante con el que se unía la lama al caer no permitió que mi energía se disipara en un golpe final contra el suelo, caudalosos momentos pasaron mientras estaba flotando por la cloaca sucia y mohosa, mi cuerpo chocó contra cientos de podredumbres que no quisiera poder recordar, un riachuelo de mugres y mierdas me empapó mientras me dejaba llevar en esos causes, luego, pude tomarme de lo que parecía un tronco, quise pensar que era un trozo de madera, escuché la broma de un hilarante sujeto gritar entre desesperos que era como una tabla de surf, menudo despilfarro, sólo pude sentirme más incómodo, aunque mi mano izquierda se posó sobre un seno desnudo y podrido, flotaba, y yo necesitaba vivir, lo suficiente para sostenerme de aquello sin dudar.

Pude notar un camino de concreto como dispuesto para reparaciones a la derecha del caudal, así que cuando lo encontré más calmado me agarré del borde de cemento y trepé hasta salir de aquel afluente de pus de ciudad, el olor era nauseabundo, al principio no me despojé de la ropa puesto que me protegía de otros factores, vibraba mi bolsillo derecho, me quedé de pie en donde estaba y saqué el aparato, sus manecillas revoloteaban desesperadamente en los niveles más altos de presión, costaba respirar, caminé cuarenta y dos pasos de frente con la mirada perdida en los números y en respiraciones cortas y poco útiles que me iban mareando.

Perdí por unos segundos el semblante, de pronto estaba de pie frente a una casa totalmente cerrada por un plástico horrible, brillante, verde y amarillo a rallas horizontales que reposaba desde el techo hasta el suelo por fuera, haciéndola parecer un circo mal decorado, recordé aquella vez que madre enfermó por los químicos que había usado la cocalera para fumigar sus pestes, de repente un hombre estaba parado frente a mí, un brillo color amarillo robó mi atención cuando las manecillas apuntaron directo hacia abajo, tirado en el suelo y metido en ropa de trabajo de goma.

Vi lo que debería ser un rostro con una máscara de gas caída, de nuevo sin ojos y sin un solo cabello ni cejas, con la nariz respingada, los labios descoloridos y los pómulos marcados por la falta de carne, al bajar la bragueta del overol de goma se reveló un cuerpo pálido y huesudo, como si el aire se lo hubiera comido, aunque se notaba un poco hinchado, despojé al malaventurado de su ropaje seco y me deshice rápidamente del mío, al vestirme con esta nueva provisión aquel cuerpo desapareció en cenizas que se fueron levantando del suelo hasta desaparecer difuminadas, una maleta color negro, una pistola y una linterna de pecho que se apagaba de una pequeña perilla al costado acompañaban aquel cuerpo dispersadas como si hubiese caído rendido después de una extensa jornada.

Desperté, estaba cavando un túnel bajo tierra, escuchaba explosiones que tras el vibrar de los muros de roca sólida dejaban un alarido increíblemente agudo en el oído interno, sudaba por el arduo trabajo de pica, los hombres de la mina murmuraban canciones mientras extraían las piedras y las subían a carretillas, intrincados laberintos con raíles que atravesaban kilómetros y kilómetros de terreno estaban a mis espaldas, llevaba 8 años trabajando en aquella mina y deseaba con fuerza unas vacaciones ¿Tú me extrañabas, amor, antes de dejarte caer?, este mes habíamos cavado más que ningún otro, deseaba estar en casa recostado, lo desee hasta que una carga mal calculada causó una explosión en una de las galerías que hizo volar esquirlas que cobrarían 5 vidas, incluida la mía.

Desperté, toqué mi nuca para secar el sudor provocado por aquel extraño sueño, fui a buscar cereal a la cocina y salí a caminar en la tranquilidad de la mañana con un perro que no era Karenin, faltabas en la casa, contemplé belleza en la simpleza de un día soleado y la complejidad de todo lo que lo compone, hoy tampoco pude encontrarte entre sueños, encendí un cigarro y me senté a charlar con Nadie, ese día reímos como nunca en aquel mirador junto a la ciudad, sin saber que sería la última vez que lo haríamos de esa manera, nos sentamos a ver la vida pasar como desde una silla de mimbre, un timbre dejó de sonar tenue en mi oído y se hizo campana, sonaba como bronces chocando, ruidoso, avizor del recreo del colegio vecino, de pronto estuve caminando entre niños vestidos todos igual, con chalecos grises, todos de caras deformadas y furiosas.

Cuando terminé de ajustarme la mascara y de acomodar el filtro de aire, apreté y requinté hasta que el seguro reprodujo el click de seguridad, respiré profundamente, tranquilo, sacando todo el aire putrido de entre esa mascara y mis pulmones.

Unas botas de goma negras, un traje de goma ajustado en las extremidades y de color amarillo, un cinturón con la funda de la pistola, guantes negros, una pistola C96 en mi mano derecha, más arriba un reloj que indica el tiempo de duración del filtro con relación a su desgaste, en mi espalda una mochila que tras revisarla me confirmó, 2 filtros más y una cajita con 18 balas, en mi pecho la linterna y ahora el maldito aire no sería el problema.

Caminé con la pistola en frente y la linterna encendida, siguiendo el cauce de aquella canaleta hasta que escuché como si golpearan una tabla de madera contra las paredes de piedra del largo túnel, el eco sonaba distante, puse mi mano sobre la pared de la derecha y empujé con fuerza, el ladrillo calló y el sonido de pronto se hizo más presente, quité unos cuantos más y ahora mi linterna iluminaba un largo túnel que parecía sin fondo y terminaba en aquella pared que yo había derribado. Unos 2 metros de alto y 3 de ancho, todo de piedra, comencé a avanzar por allí en búsqueda de lo que producía el ruido, perdido en aquella oscuridad escuché de nuevo nuestra canción para calmarme, caminé y caminé, ya no había nada ni delante ni detrás de mí… Y ahí me detuve, cerré los ojos y miré.

Vi a fausto, el maestro de la universidad que nos enseñó condigo morse prácticamente gritando en todo momento y con una regla en su mano, golpeando seguido su escritorio y maldiciendo en alemán y en inglés, recordé lo mucho que pude odiar a ese profesor, pero lo mucho que adoraba ir aclase para poderte ver de reojo en la silla de al lado, siempre tan bella.

Cuando abrí los ojos vi una luz titilando en código desde muy lejos y como si el túnel tuviera una curvatura hacia la derecha, decía “-.-. .- — .- .-. .- -.. .- / — / -.-. .. …- .. .-.. .-.-.”, – Aunque gracias por esto, maldito seas, Fausto – Respondí: “-.-. .- — .- -.. .- .-. .- / . … / .- –.- ..- . .-.. / –.- ..- . / .–. .. … .- / .-.. .- / – .. . .-. .-. .- .-.-.”, aquel que emitía el mensaje también me dijo que era seguro acercarme a ese sitio, y cuando me acerqué, se identificó como Iturrud Arutnevaneub, sin dudarlo puse mi pistola en rumbo a su frente y jalé el gatillo 7 veces, la séptima fue inútil pues mi cargador sólo podía llevar 6 balas, vi caer el cuerpo y me quedé de pie admirándolo por unos momentos, aproveché para cambiar el filtro de aire.

Luego, me puse de rodillas junto al camarada muerto y posé mi mano sobre su frente, al cerrar los ojos entre el reflejo amarillento de nuestros trajes y la luz de nuestras linternas pude dilucidar una gran estafa, cientos y cientos de personas que eran diariamente abusadas y sometidas en labores insensatas que no los llevarían ni a ellos ni a sus hijos a ninguna parte, el camarada me dio algo de su conocimiento y pude ver una biblioteca, un enorme bastión custodiado por dos preciosas brujas ninfas que serían la única salvación, y mi destino.

Algo raro me espera, pero, en el mundo en el que habito, otras leyes reinan las capacidades de aventura y otras cosas roban mi tiempo.
Camarada, ¿deseas apoyarme?

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