Desperté de un sueño, estaba recostado en la falda de una pequeña colina, abrí mis ojos y solo vi el inmenso cielo con su falso azul. Me levante, vi tu figura en la cima de una colina, tu cabello negro azabache descendía por tu espalda en una lluvia de rizos enmarañados hasta tocar la rivera de tus caderas, como me encantaba tu cuerpo y cuantas veces me había arrodillado por tocar con mis labios la suave piel aterciopelada de tus piernas, caderas, de tu espalda, de tus nalgas. Me levante hipnotizado por la visión de tu imagen, avance junto a ti en la cima de la colina, no te diste cuenta cuando estuve atrás de ti, te abrase y tu cuerpo sintió escalofrió, me extrañabas, giraste tu cuerpo, quedamos frente a frente, me reflejaba en tus ojos y tú en los míos, dejaste que te besara, mis labios rozaron con los tuyos y sentí el lento y constante movimiento de tu lengua, me llene de placer y de bocanadas de satisfacción. —Te extrañe—dijiste—, has tardo mucho esta vez en despertar. —Solo un poco más, pero siempre pensado en ti, —conteste—. Una sonrisa en tu rostro se apareció, me tomaste de la mano y te seguí a donde me llevaras. Bajamos la colina por el lado contrario de donde había subido y empezamos a caminar por un camino bordeado por arboles; eran altos con copas de un follaje denso que daban sombra a todo el largo y ancho del camino, dejando pasar solo pequeños rayos de sol que iluminaban el sendero en forma de lluvia de luz, se escuchaba el bullicio de la vida que existía en aquel lugar donde éramos invasores. —No me sueltes —murmuraste en aquel momento—, nunca me sueltes. Yo solo te mire y mis ojos respondieron a tu plegaria, pero tú ya sabias lo que pasaría, siempre lo sabias, porque lo que yo pensaba tú lo pronunciabas. Llegamos hasta el centro del bosque, un enorme árbol más grande que ninguno que haya visto se encontraba ahí, nuestros labios se acariciaron nuevamente bajo aquel imponente gigante y pude sentir la necesidad de tu cuerpo por el mío. Te bese fuerte, mordí tus labios y un pequeño sabor del rojo de tus venas se quedó en mi boca, en mis labios, sentí placer inmediato y seguí besándote.Seguiste el ritmo de la danza próvida con tu cuerpo pegado al mío. Bese tu cuello y una fuerza eléctrica recorrió tu ser, deslice el pequeño camisón blanco que cubría tu cuerpo, tu pechos pequeños y erguidos quedaron al descubierto, los bese, los mordí y los toque con mis manos, sintiendo entre mis dedos los pequeños pezones endurecidos de placer, tu solo te agitabas y se forzaba tu respiración, me abrazaste cayéndonos al piso que estaba cubierto de hojas que se sentían húmedas pero agradables, en ese momento me di cuenta que ya no eran hojas si no pétalos de color rosa, rojos y violetas, aquel enorme árbol se había convertido en algo imposible, un árbol que en vez de hojas tenia pétalos de diferentes colores.Tu quitaste las prendas de mi cuerpo, entonces estuvimos desnudos, nos acariciábamos y nos revolvíamos entre aquellos pétalos de colores,te arrodillaste y me diste la espalda, hundí mi rostro en la espesura de tu cabello, dirigiste mis manos a hacia tu cuerpo; por tus pechos y tus caderas. Mi mano bajo por tu vientre hasta donde este terminaba, la humedad en el centro de tu cuerpo te inundo, mis manos la sintieron, temblaste al sentir mis dedos en tu interior. —Hazlo únete a mí, seamos uno.—Susurraste— y mientras lo decías te inclinaste hacia delante, en ese momento pude ver la invocación de la vida y la muerte entre tus piernas. Estuve dentro de ti y uno solo fuimos, te embestía y en cada embestida el lugar se llenaba del sonido del éxtasis que escapaba de tus entrañas, del placer que en tu cuerpo había estado atrapado por mucho tiempo, te separaste un momento, me tiraste de espaldas, montaste arriba de mí y volvimos hacer uno, no dejabas de mover tu cuerpo, tus ojos me miraban llenos de deseo, de fuego, de infierno, de cielo, los movimientos se hicieron más rítmicos y sentí que la vida me empezaba abandonar, de repente todo estallo, te inundaste de mí y en unos segundos morimos y volvimos a nacer. Tu cuerpo cayó a un lado del mío. —No te vayas otra vez, te amo, —me susurraste al oído—. Yo solo te mire y bese tu frente.

Después mi mundo se llenó de tinieblas y volví a soñar.

~ M.Loera ~

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