DESAMOR (obra)

DESAMOR

Poco más de unos minutos cuando el sol empezaba a caer, sentada en la pequeña cama se encontraba Esther. Empezaba a maquillarse, con tan solo un pensamiento, el cual no podía remover de su mente, recordaba el momento en que José le dijo que esa noche se iban a escapar para estar juntos por siempre.

La cama estaba tendida como nunca antes lo había estado, el pequeño armario de la joven Esther ya estaba vacío, la maleta sobre la cama, repleta de algunos harapos y de un vertido azul que su abuela le había regalado. Una carta sobre la mesita coja, la cual sirvió por mucho tiempo como soporte para escribir las desenas de cartas que la joven enviaba a José; en la cual detallaba a su padre por qué no iba a regresar esa noche. Tenía su mejor vestido puesto, su pelo entretejido hacia atrás, que le daban un toque de dulzura. En la pared de madera y cortinas, una fotografía de su abuela que yacía muerta desde hace algunos meses.

–Bueno, ya es tiempo—dijo Esther—.

Tomando la maleta y dando un leve suspiro de adiós, a la habitación que por el curso de toda su vida la había acogido.

–Esther donde estabas, te estuve buscando por todas partes—dijo Rosalía su mejor amiga—No fuiste a la escuela hoy, la profesora me pregunto por ti, pero no encontré que decirle, solo le dije que de seguro estabas enferma y que por eso habías faltado.

–Pero y esa cara Rosy, ¿Qué te ocurre?

–¿Cuándo fue la última vez que hablaste con José? Espera un momento, ¿Adónde vas con esa maleta?

–No te lo había dicho porque no había hablado contigo desde que salimos de la escuela ayer, pero José y yo nos vamos a casar esta noche, ayer por la mañana hable con él y me dijo que esta noche nos juntaríamos detrás del edificio de la panadería, y precisamente para allá es que voy ahora mismo.

En ese momento el rostro de Rosy cambio totalmente, sus ojos se nublaron, sintiendo para sí misma el dolor que la noticia que tenía que darle a Esther le iba a causar. De sus labios salieron unas palabras que al menos podían ser escuchadas por el viento.

–Desgraciado, maldito bastardo.

–Discúlpame Rosy, sabes que eres mi mejor amiga, sé que debí buscarte para decírtelo, pero estaba tan emocionada, que simplemente me deje llevar por el sueño y el tiempo.

–Escucha muy bien lo que voy a decirte, ese desgraciado no te merece, quizás sea un poco duro lo que voy a decirte, pero eres mi amiga y sé que lo entenderás. José se fue de la ciudad, se fue a vivir al extranjero, porque se casó con la hija de un comerciante muy reconocido en ese país. Pensé que te vería en la escuela para hablar, pero no fuiste, me imaginé que lo savias y que estabas muy dolida con este asunto.

–Mentira—le dijo–¿cómo puedes decir eso? Sabes que José me ama, me lo ha dicho siempre, simplemente estás celosa, porque él me eligió a mí y no a ti. Siempre supe que estabas enamorada de él, y sé que solo quieres molestarme con tus comentarios, él y yo nos vamos a casar, el me lo dijo.

Y con lágrimas en sus ojos se marchó. Rosalía no encontró palabras, no podía creer lo que había escuchado, y se marchó a su casa, mientras Esther continuaba su camino hacia la parte de atrás de la panadería.

–Ya es demasiado tarde—dijo Esther–Le habrá pasado algo a José, él me dijo que aquí nos juntaríamos, y aquí estoy desde hace ya un buen rato.

La soledad, y las penumbras de la noche querian invadir el único rincón de esperanza que quedaba en su corazón. El tiempo transcurría, y el desconsuelo pisoteaba el ocaso rinconcito de amor que embargaba el corazón de Esther.

–Será que Rosy tenía razón—dijo–Será que José de verdad se fue de la ciudad, será que se casó con la hija de un comerciante, será que me dejo sola en mi soledad. Yo no vuelvo más a esa habitación, donde solo el recuerdo de mi abuela me hacía sentir viva, no vuelvo más a la soledad, no vuelvo más a los sinsabores que cada noche se adueñaban de mi cuerpo, transformando la suavidad de mi piel, en una escarcha de amargura, no volveré a ser usada por ese bastardo que cuando menos lo esperaba ya estaba dentro de mí, prefiero no sentir el aire en mis pulmones, prefiero arder en las llamas de la eternidad, que ser devorada por las pesuñas de un perro salvaje al cual le llaman padre.

Esther dejo la maleta en el suelo y se subió por la escalera de emergencia del edificio de cinco plantas de la panadería. Subió al techo, y mirando hacia el cielo brotaron dos lágrimas de sus ojos.

–No te pido que me perdones Dios, solo quiero dejar de sentir eso que ahoga mi pecho cada día, cada noche, no puedo seguir sufriendo más, muchas veces te pregunte ¿cómo puede alguien sufrir tanto en tan corta edad?

Esther se dejó caer al vacío, muriendo instantáneamente en el suelo.

j.tletrasdelalma

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS