EL PATITO GUAPO -Cuento infantil-

EL PATITO GUAPO -Cuento infantil-

Serafín Cruz

22/08/2018



Un alegre desfile de amarillos patitos corría en fila india tras su madre, la pata Lica. En total eran siete, todos salidos de sus correspondientes huevos casi al unísono. Y, como hermanos que eran, hacían las mismas cosas a la vez: jugar, comer, nadar por el lago…

La pata Lica estaba algo preocupada, a pesar de disfrutar viendo a sus polluelos siempre alborotados con sus juegos y correteando incansablemente de un lado para otro y de acá para allá, y tal preocupación era debida a un octavo huevo que estaba negándose a resquebrajarse y dar vida al último de la nidada. Por supuesto que estaba feliz y contenta, pero la serenidad no llegaría mientras el último de los ocho huevos siguiera intacto.

El tiempo que les exigían los patitos que ya no necesitaban su huevo, la pata Lica lo necesitaba para dar calor al huevo que seguía entero, y se debatía entre jugar con sus polluelos o quedarse a seguir calentando el tardío huevo, por lo que a veces no hacía ni una cosa ni otra de tanto ir a incubar ir a vigilar, ir a vigilar ir a incubar… y así sucesivamente.

Una cosa más tenía preocupada a la pata Lica: el color del dichoso huevo que no acababa de finalizar su función. A diferencia de los huevos que ya sólo eran blancas cáscaras rotas, éste último era negro como la endrina y, que la pata Lica supiera, su puesta fue de ocho huevos, osea, que no se lo había puesto nadie allí. Por qué motivo había salido uno de color totalmente opuesto a los demás la tenía anonadada.

Pasaron tres largos días con sus tres correspondientes noches antes de que el huevo, por fin, comenzara a perder su firmeza para dar lugar a una, cada vez más, visible rotura. La pata Lica se asustó -también se alegró- cuando notó que, por fin, la llamada de la naturaleza estaba obrando en su favor. No tardó en asomar un diminuto pico… luego una cabeza… ¿blanca? «¡Pero si tenía que ser amarilla!» -pensó atónita la madre-.

Cuando el último de los hermanos acabó de zafarse de su negro huevo, la pata Lica creyó estar soñando. Un hermoso pato blanco, con unas aún pequeñas pero casi albinas alas blancas y un pulcro plumaje del mismo color, acababa de venir al mundo.

La belleza del más tardío de los hijos de la pata Lica era tal, que no tardó en correrse la voz entre todos los animales, insectos y peces del lugar, y las visitas que recibía el bello ánade eran interminables.

-¡Guapo, guapo! -piropeaban nada más verle.

Eran tantos los agasajos que recibía el destacable patito blanco que acabó acostumbrándose a ellos y, por ende, creyó que su belleza era perfecta. Debido a ello, cuando se vio por vez primera reflejado en las aguas del lago, se enamoró de sí mismo.

-Debes jugar con tus hermanos, Duc -le pedía su madre cuando su narciso hijo no salía con ellos.

-Ellos son feos y amarillos… y vulgares. Yo, en cambio, soy excelso… y no voy a mezclarme con la mediocridad -decía pavoneándose de su belleza el pato blanco.

Llegada la hora en la que Cupido dispara sus flechas, los patitos amarillos encontraron sus medias naranjas con las que se unieron para crear sus propias familias. Duc, que seguía enamorado de sí mismo, evitó ser alcanzado por la flecha que le correspondía y… acabó solo.

El tiempo fue pasando y el lazo de sangre que unía a los patitos amarillos había cogido tanta solidez que todos y cada uno de ellos se comportaban como si de uno solo se tratase, haciéndose siempre notar una hermandad absoluta y envidiable entre ellos, reinando una paz armoniosa y una inmejorable prestación de ayuda. En cambio Duc se había quedado solo, no tenía con quién hablar ni con quién compartir sus cosas y, debido a ello enfermó de tristeza.

Los consuelos de su madre aliviaban levemente la pena de Duc, pero era a todas luces insuficiente.

-¿Por qué me invade esta triste penuria, mamá? -se quejaba el pato blanco-, ¿Por qué ninguno de mis hermanos se interesa por mi salud?

La pata Lica se negaba a darle una explicación al benjamín de la familia, pues daba por hecho que si le informaba a su enfermo hijo del desprecio que por él sentían todos sus hermanos, las consecuencias podrían ser nefastas para la salud ded su hijo.

La pata Lica no tuvo las fuerzas suficientes para ver cómo a su vástago más pequeño y hermoso lo consumía la pena a pasos agigantados, por ello una mañana amaneció sin vida junto a su hijo pequeño.

Roto de dolor al ver a su madre muerta, Duc creyó caer en un pozo sin fondo donde sólo veía dolor, pena y tristeza.

-¡Mamá… mamá! -sollozaba desconsolado.

El lago le quedaba cerca.

Se acercó a él y se asomó al agua desde la orilla.

Un pato muy feo, con cara de moribundo y ojos hundidos por la tristeza, dio un susto de muerte a Duc.

FIN


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