Blaze! Capítulo 35

Capítulo 35 – No sólo una niña.

La niña jugueteaba con la bolsa de dinero de Albert, lanzándola entre sus manos, abriéndola para revisar su contenido, iluminándosele los ojos.

¡Wow! Si distribuyo bien esto, tengo asegurado varios meses –dijo la pequeña que vestía una camisa de mangas cortas de color caqui, con el cuello arrancado, y un pantalón rojizo, descalza.

Ni… niña, devuélveme eso, no tengo tiempo para juegos, tengo algo muy importante que hacer –dijo el oráculo, intentando quitarle la bolsa a la jovencita, pero fue evitado grácilmente, pasando de largo.

Albert intentó varias veces, en vano, quitarle el dinero a la niña, pero ella era más ágil que él sobre la arena.

Vamos –dijo Albert, esforzándose en capturarla, logrando agarrarla desde la punta de los dedos de su mano derecha.

El oráculo recibió inmediatamente una de sus visiones, soltando a la muchacha, volviéndose y caminando en dirección opuesta, contrariado.

Tengo hambre, voy a sacar unos peces, ¿quieres comer conmigo? –invitó el joven, haciendo un ademán para que le enseñara su nombre.

Marina –respondió la niña, dudando un momento, viendo como Albert se alejaba, siguiéndolo después.

Albert se sacó las piezas de armadura y espada, dejándolos caer sobre la arena, quitándose también la ropa mojada, quedando sólo con el pantalón, enseñando su delgado y marcado abdomen, gracias al entrenamiento impartido por Blaze.

Cuídame esto, por favor –pidió el oráculo, metiéndose en aguas poco profundas, siendo capaz de nadar solo en ese tipo de condiciones.

Marina se sentó al lado de las pertenencias del joven, esperando largos minutos por la comida prometida, guardándose la bolsa de monedas dentro de sus ropas.

No me fue muy bien, pero con esto alcanza para los dos –dijo Albert mostrando tres pescados, que más parecían monstruos de las profundidades–. No se ven buenos, pero son sabrosos, no es la primera vez que los cojo, son lentos y fáciles de cazar.

Mientras los prepares tú, no tengo problema –dijo Marina, apuntando despectivamente a los pescados que aún se movían entre las manos del desconocido joven–. ¿Cómo te llamas?

Albert –respondió el joven.

Claro, no podía ser de otro modo –murmuró Marina, frunciendo el ceño.

Espérame aquí –pidió Albert, dejando los pescados en la arena, corriendo al bosque cercano, volviendo con ramas para encender una fogata.

Albert encendió una pequeña fogata frotando enérgicamente las ramitas, procediendo a limpiar los pescados, removiendo los interiores y las escamas sueltas, empalándolos, poniéndolos cerca del fuego para que se cocinaran, todo bajo la atenta mirada de Marina.

¿Vives sola con tu padre? –consultó el joven.

Algo así, tengo un hermano y hermana pequeños, vivimos con mi padrastro –comentó Marina, sin intenciones de entrar en detalles.

¿Están bien? Digo, ¿él los trata bien? –preguntó el oráculo, sabiendo que algo andaba mal en la casa de Marina.

Marina se sintió incómoda por la intromisión del joven desconocido, callándose por un rato, pero igualmente le respondió, era lo mínimo que podía hacer después de haberle robado su dinero y que le invitase a almorzar.

Supongo que sabes que ya no podrás recuperar tu dinero, ¿cierto?, está guardado a buen recaudo –dijo la niña, golpeándose cerca de las posaderas, evitando responder la pregunta de Albert.

No importa, te lo regalo –respondió Albert, moviendo las ramas encendidas–. Volviendo a mi pregunta anterior…

¿Qué fue lo que cambió? Dijiste que tenías algo importante por hacer y que no tenías tiempo, y ahora estás atizando el fuego sin apuro –preguntó Marina, interrumpiendo a Albert, agarrando la katana del joven, intentando amenazarlo.

No te preocupes, no te haré nada, sé por lo que has pasado –respondió melancólicamente Albert, girando los pescados para que no se quemaran.

¿Quién te crees que eres? No sabes nada de mi vida, nos acabamos de conocer, ¿qué puedes saber sobre mí? –interpeló Marina, arrojando la katana desenvainada sobre la arena, dándole la espalda al dueño del arma.

Soy un oráculo, pero no como todos, en el momento que te agarré pude sentir cosas de tu pasado y… –explicó Albert, con los ojos enrojecidos, secándose una lágrima.

Marina quedó pasmada, postrándose en la arena, sacando la bolsa de monedas desde su escondite, lanzándola con fuerza hacia atrás, impactando a Albert en pleno rostro, haciéndole sangrar la nariz.

No quiero tu misericordia –murmuró Marina, atajando lágrimas con ambas manos–. Si robo es por el bien de mis hermanos y no es de tu incumbencia, no deseo limosnas, si no puedo ganarlo por mis propios medios, no lo quiero…

Y yo te dije que ya no quiero este dinero, la bolsa huele mal, deberías bañarte más a menudo –respondió Albert, sobándose la dañada nariz, arrancándole una sonrisa a Marina–. La dejaré aquí, si quieres la coges, yo no lo haré. Está listo, ven a comer.

Los jóvenes comieron en silencio, dividiendo a la mitad uno de los pescados, mirando al sol depositarse sobre el inmenso océano. Marina recogió conchas y piedras de la orilla, lanzándolas con fuerza al mar, apuntando al astro rey, sin llegar a darle.

Ya es tarde, debo volver –dijo la niña, guardándose la bolsa de dinero–. Gracias, por el pescado.

No te preocupes, cuídate –respondió Albert, sentado en la arena, mirando el horizonte.

Sé cuidarme sola. Si no me cuido, no habrá nadie que se haga cargo de mis hermanos –respondió Marina, endureciendo su rostro.

Marina corrió por la arena, perdiéndose en la lejanía, dejando solo a Albert, quien se levantó al rato, vistiéndose, retomando su viaje.

Ahora, a encontrar un puerto –dijo el joven, sacudiéndose la arena del trasero.

El oráculo caminó sin mirar atrás, pisando fuerte en la arena, intentando no pensar en la chiquilla, pero su mente no dejaba de darle vueltas al tema.

Sabes cómo terminará todo esto, ¿cierto? –pensó Albert, recordando las palabras del maestro de Blaze, deteniendo su caminar.

Albert recordó la visión que tuvo cuando tocó a Marina, sintiendo náuseas, girándose.

Pero la ayudé, le di todo mi dinero –murmuró, continuando con sus cavilaciones–. Sabiendo como va a terminar todo, ¿no hiciste nada realmente significativo por ella?

Nuevamente repasó la visión experimentada, recriminándose por su pasiva ayuda, sabiendo que ella volvería a ese diario infierno, quedándose pasmado durante minutos.

Su pasado no puede ser cambiado, no puedo ayudarla… Pero ¿qué hay acerca de su futuro? No sé qué pasará a partir de ahora en su vida –divagó Albert, moviendo inquietamente sus piernas, indeciso.

Albert se quedó girando como un perro persiguiéndose la cola, murmurando, pensando en Marina, pensando el Blaze, decidiendo sus próximos pasos.

No más, la ayudaré a huir con sus hermanos, su destino estará sellado si no la ayudo –dijo Albert, corriendo de vuelta, llegando al lugar donde estuvieron juntos momentos atrás–. Blaze es fuerte, puede apañárselas sola…

El sol acababa de ocultarse, además el mar se encargó de eliminar las ligeras pisadas de Marina, dejando sin pistas al escudero.

¡Maldición! Seguiré recto –determinó Albert, corriendo en la misma dirección que la niña, esperando hallar su hogar.

Albert corrió por la orilla del mar, llenándose de arena el interior de sus calzados, gritando el nombre de la pequeña, deteniéndose por el cansancio de correr en el costero terreno, apoyando su mano derecha en el piso.

Claro, eso es… –se dijo a sí mismo el oráculo, dejando fluir su energía mágica por la orilla, recibiendo una visión de Marina corriendo por el lugar, sabiendo donde dirigirse–. Ella estuvo aquí.

Albert se metió nuevamente al bosque, siguiendo el recuerdo de su percepción, escuchando unos desgarradores chillidos no muy lejos, apurando su marcha.

¡Marina! –pensó el joven, encontrando a la niña postrada en el piso, ensangrentada y con su ropa rasgada, a punto de ser nuevamente abusada por su padrastro, que estaba con el pantalón abajo, mientras los hermanos pequeños de la niña miraban toda la escena, llorando, abrazados.

El padrastro tenía la bolsa de monedas que Albert le había entregado, con el rostro hinchado de ira le gritaba furiosamente a Marina, encontrándola minutos atrás con la gran suma de dinero en sus manos e intentando ocultarla en un agujero que había cavado en la tierra para poder ir sacando de a poco, sin advertir la presencia del oráculo, que se abalanzó sobre él, golpeándolo con el cuerpo para derribarlo.

¡Deja a los niños! –gritó Albert, desenvainando su katana, amenazando al hombre que rápidamente se incorporó, subiéndose el pantalón.

¿Y quién eres tú?, ¿tú le diste el dinero a la pequeña puta? –preguntó el padrastro, con etílico aliento, sacando un cuchillo de entre sus ropas.

El oráculo recordó el entrenamiento con Blaze y se adelantó, golpeando al hombre fuertemente en la muñeca de la mano que sujetaba el cuchillo con el borde sin filo de su katana, desarmándolo, procediendo a patearlo en los genitales, haciéndolo doblarse dolorosamente, agarrándolo del cuello con una mano, mientras que con la otra lo apuntaba con la katana, con los ojos enrojecidos de rabia, llorando profusamente.

¡No me mates! Déjame ir y no los molestaré más –pidió el hombre con voz ahogada, levantando los brazos, cerrando los ojos, apartando el rostro.

Albert estaba en trance viendo en bucle lo que pasaría con Marina y sus hermanos debido a la decisión que estaba a punto de tomar, soltando al hombre del cuello, sin atreverse a matarlo, llorando por su cobardía.

Sabía que no lo harías –dijo el hombre, aprovechándose del inerte y ensimismado joven, pateando el piso para lanzarle tierra en los ojos, cegándolo.

Marina se levantó gritando de entre las plantas en la que se encontraba tirada, intentando correr hacia Albert, para protegerlo.

Sabiendo como terminará todo, ¿realmente no harás nada significativo por ella? –pensaba el oráculo, mientras se sacudía la tierra de los ojos, con la katana en alto, rememorando todas las visiones experimentadas sobre Marina y sus hermanos–. ¿Vale la pena hacer algo de bien haciendo algo malo?, ¿a qué le temo?

El padrastro de Marina arremetió contra Albert, agarrando la katana desde el filo, intentando arrebatarle el arma al joven, pero el escudero apoyó todo el peso de su cuerpo sobre sus brazos, desgarrando los dedos del hombre, cayendo herido al piso.

No, no… –murmuró el hombre, agarrándose el miembro cercenado, intentando frenar el sangrado, mientras que Marina cambió de dirección, protegiendo a los pequeños, tapándoles la vista.

A veces no hay otra forma, simplemente no la hay, tendré que cargar con el peso de mi decisión, al menos sé con certeza lo que pasará –dijo Albert sonriendo entre lágrimas, levantando su arma, reflejando la luz de la luna en ella–. ¿Cuál es tu nombre?

Albert –respondió el padrastro, tapándose el rostro, con los ojos cerrados.

El joven oráculo dudó, con su mano elevada y temblorosa, mientras que el herido padrastro abría lentamente sus ojos ante la falta de acción del muchacho que le había cortado tres dedos, recibiendo un golpe seco de la katana, la que partió el cráneo del hombre, matándolo en el acto.

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Los pequeños durmieron acurrucados los tres, la primera noche tranquila en años, lo que debiese ser una duradera paz, según había visto el oráculo. Albert nunca había interferido en el curso de las visiones que su habilidad le permite percibir, quedando sorprendido por el cambio en el futuro de los niños gracias a su intervención, quedándose despierto toda la noche, sentado al lado de la cama donde Marina y sus hermanos pernoctaban.

Necesito un poco de aire –dijo Albert al ver el sol matutino, saliendo de la casa de Marina, caminando serenamente hasta la orilla del mar.

El oráculo no podía sacarse de la mente su primer asesinato, recordando con lujo de detalles como se sintió el que la espada se hundiese en la cabeza del ahora muerto padrastro de Marina, lo que le costó retirarla del cuerpo sin vida, la limpieza de la sangre del filo del arma, el superficial hoyo en el que enterraron al hombre, sin lágrimas de pena, sin angustia ni remordimientos.

¿Pudiste dormir? –preguntó Marina, sentándose al lado del joven, estirando los brazos.

No –respondió escuetamente Albert–. Sé que el dinero lo traías a tu casa, pero ahora siento que los he dejado desprotegidos…

No digas eso, estamos mejor así a como estábamos antes –corrigió Marina, intentando animar a Albert.

El oráculo siguió pensativo y en silencio por algunos minutos, con la brisa del mar moviendo su cabello.

¡Ya sé! –dijo el joven, iluminándosele el rostro, cambiando su semblante por completo, esbozando al fin una sonrisa después del fatal encuentro nocturno–. Vamos, sígueme.

Albert y Marina fueron a la ciudad más cercana a la casa de la niña, entrando en una tienda de compra y venta de armas.

Buenos días, ¿cuánto me da por esto, esto y… esto? –preguntó el oráculo, despojándose de todas sus protecciones y katana, entregándoselas al tendero para que las revisara.

Pero ¿qué estás haciendo? –preguntó Marina, posando su mano sobre las pertenencias del oráculo, tratando de detenerlo.

Está bien, no te preocupes –respondió Albert, mirando al hombre detrás de la barra–. ¿Qué me dice?

Estas son piezas de calidad, te puedo dar un buen dineral por ellas. La espada no sé, es rara, curva, no sé si pueda venderla después –comentó el dueño después de revisar la mercancía, despreciando la katana.

Deme un poco de dinero por la katana y… esta espada –dijo Albert, agarrando un arma blanca liviana y oxidada–. Obviamente, aparte de las piezas de armadura.

Está bien, nadie quería llevarse esa chatarra, te daré unas monedas más por tu katana, para que no digas que te estoy timando. El precio por la armadura fijémoslo aparte –dijo el tendero, confirmando la compra de los productos.

Albert ganó mucho dinero con la venta de sus pertenencias, guardándolo en la misma bolsa de monedas de oro que Marina cargaba.

¿Qué harás con todo ese dinero? –preguntó Marina, recibiendo de vuelta la bolsa con dinero.

¿Sabes cultivar? –preguntó Albert a la niña.

No –respondió esta.

Ahora aprenderás, no quiero que dependan del dinero para poder alimentarse –dijo el oráculo, sonriendo.

Fueron a una tienda en que vendían semillas y tubérculos comestibles, comprando distintos vegetales, volviendo a casa para tomar desayuno y comenzar a trabajar la tierra. Araron el terreno, plantando los vegetales, regándolos, despejando después algunos árboles para permitir la entrada del sol y que este alimentara el cultivo con su energía. Una vez terminada la faena, Albert tomó dos ramas rectas, entregándole una a Marina, comenzando a enseñarle todo lo que logró aprender de Blaze en su entrenamiento, repasando y puliendo sus habilidades, traspasándoselas a la niña para que pudiese defenderse a sí misma y a sus hermanos.

Así, así y así; no pierdas tu postura –dijo el joven, corrigiendo y estimulando a la cansada niña.

Por la tarde, Albert se dedicó a afilar la oxidada espada, raspando el filo con una piedra porosa, retirando la herrumbre lentamente, limpiando el arma.

Así pasaron los días, regando, practicando y afilando, preparando todo para cuando Albert retomase su viaje, momento en que Marina y compañía quedarían realmente solos.

Toma esto –dijo Marina, impactando a Albert en una pierna con su rama-espada, toda abollada por los intensos impactos recibidos en los entrenamientos.

Eso fue artero, pero efectivo –dijo Albert, sobándose el muslo–. Creo que estás lista, ya sabes cómo cultivar algunas cosas, tienes algo de dinero para comprar víveres y, muy importante también, sabes cómo defenderte, aprendes rápido, ¿te lo había dicho?

Ya lo sé, soy joven e inteligente, tengo todo para poder aprender –afirmó Marina, recordándole a Albert la forma de hablar de Blaze.

Bueno. Han sido días ocupados y te has esforzado mucho, por lo mismo, quiero hacerte un regalo… –dijo Albert como introducción.

¿Otro más? Recuerda que acepté a regañadientes que me dieras todo tu dinero, lograste convencerme asustándome con eso de la gente mala –comentó la niña, secándose el sudor de la frente, mirando como jugaban sus hermanos en la arena.

Como sea, toma, es tuya –dijo el joven, entregándole la espada que nadie quería comprar, ahora limpia y afilada, reluciente–. Esta es nuestra despedida.

Gracias –respondió Marina, tomando la espada, examinándola por todos lados, tirándola luego a la arena, abrazando a Albert por su torso–. Gracias por todo.

No la tires, me costó mucho limpiarle el óxido –dijo Albert mirando hacia otro lado, intentando desvincularse emocionalmente de la situación, sintiendo como su corazón se apretaba en su pecho, aguantándose las lágrimas–. Hasta luego, Marina, nos vemos.

Albert se alejó del lugar en silencio, caminando por la orilla del mar, mirando hacia el frente, girándose a los pocos metros, levantando sus brazos, agitándolos.

¡Se los aseguro, nos volveremos a ver! –gritó Albert a los pequeños, quienes le hacían señas de despedida desde la lejanía.

Albert ha retomado su viaje, dejando atrás una bella y nueva amistad, sabiendo que todo lo que haga de ahora en adelante será por las razones correctas, ¿logrará llegar a Blaze?, ¿podrá serle de ayuda?, ¿cómo terminará toda esta travesía? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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