Título nobiliario

Título nobiliario

Chepert HPN

10/08/2018

Fue durante la salida del colegio que Jorge –Jorgito para su abuela– se acercó a Francisco y le comentó que lo esperaba en su casa después de la cena. Era apenas su quinta salida nocturna, su primera fiesta de egresados, Jorge se sentía todo un adulto. Pasó toda la clase de Historia haciendo una lista de las cosas que necesitaría para la previa. ≪Unas cuantas cervezas y le sacamos una botella de vino a mi viejo. Mario me dijo que su hermano le compró una botella de vodka y la piensa traer hoy. Vamos a terminar descontrolados≫. Se dispusieron a caminar juntos a la salida, donde sus respectivas madres los verían, como todas las tardes. En el trayecto, los dos advirtieron a una hermosa chica de pelo rubio. Llevaba puesta una falda corta que resaltaba el largo de sus piernas y ese bronceado que la hacía brillar como algo celestial. Lucía un corpiño oscuro como el pecado, que se asomaba entre la delgada tela blanca de su blusa. Jorge y Francisco se chocaron el hombro accidentalmente. Los dos iban unos pasos atrás de la rubia, queriendo soplar tan fuerte el viento como para levantar los pliegues de la falda con una mano invisible y poder completar el rompecabezas mental. En señal de complicidad, uno le golpeó la mano al otro y le pidió que guardara silencio; sacó su celular y le tomó una foto, enfocando la imagen en la frontera de ese culo redondo y macizo. Por motivos de privacidad, el autor se reserva el derecho a omitir el nombre del pecador.

–Dolores Landeros… –Jorge susurró, mientras admiraba la escultural figura de la ninfa– ese culo tiene nombre y apellido. Está bastante fuerte, así como el resto de las chicas que están en último año.

–Si, la verdad es que no puedo creer que sea tan linda. Espero que hoy a la noche vaya a la fiesta.

–¿Te puedes imaginar?, ¡qué lindo que sería!… está más buena que orinarse encima –reflexionó entre risas–.

–Si, un sueño hecho realidad.

–Sueño húmedo –agregó Jorge.

–¡Jaja! Ahí está mi vieja, me tengo que ir. Te veo a la noche.

–Intenta llegar temprano, Fran. No te olvides de traer algo para mezclar con el vodka. Hoy nos pasamos de golosos –se despidieron.

La tarde pasó de largo sin grandes acontecimientos. Jorge escondió desde temprano la botella que hurtó de la cava familiar, tiró un par de mensajes a algunas de sus amigas para saber quiénes irían a la fiesta por la noche. Abrió Tinder, se acabó los likes. El sueño lo atacó sin piedad a eso de las siete y decidió tomar una siesta vespertina, la cual se prolongó más de lo esperado. A las diez despertó en la penumbra de su habitación, dejando en la almohada una pócima de baba y sudor. Sentía que lo había arrollado un tren, pues últimamente no había sido muy adepto a dormir por la tarde. Desde que abandonó las prácticas de fútbol, tenía tanta energía que simplemente le era imposible conciliar el sueño cuando el sol aún se asomaba en el cielo… extrañaba el fútbol. Se giró sobre su hombro derecho y buscó el celular. La pantalla lo cegó con una luz que parecía propia de un cuarto de interrogación. 154 mensajes sin leer: el grupo de los muchachos, el grupo de la clase, el grupo de la familia, la vieja “qué vas a cenar”, y las amigas. Por un instante la imagen de Dolores Landeros volvió a acaparar su mente. ≪Te falta cagar al trote, yegua≫. Dejó las conversaciones en visto, se levantó al baño y lavó sus dientes con mucha pasta dental, pues necesitaba deshacerse de aquel aliento volcánico. Una vez terminado regresó a su habitación para ponerse algo de ropa, pantalón de fútbol, cualquier remera. Se acercó a la cocina, ya sentía hambre. Jorge advirtió que sus padres habían salido ya de la casa, irían a visitar a los tíos. ≪A ver a qué hora llega Fran. Debemos de apurarnos≫. Terminó de cenar y se dió cuenta que le quedaba poco tiempo, tomó una ducha rápida y se vistió. Francisco tocó a la puerta. No solo era él, también se encontraba Mario, botella bajo el brazo.

–Hace diez minutos que te estoy golpeando la puerta –reclamó Mario

–Perdón, me estaba duchando

–Seguro te estabas haciendo la paja –bromeó el joven.

–No, estaba con tu vieja, por eso no te escuché.

–Bueno, bueno. Vamos a tomar –interrumpió Francisco–. ¿Tienes esa canción que tocó el DJ antes de que cerraran el boliche?

–Pasen. Ahora la buscamos –respondió y cerró la puerta detrás de los muchachos.

La noche se fue marinando con tragos de alcohol. De vaso en vaso, se acabaron una botella, después la otra. Estaban contentos, hablaban de mujeres y de su última salida. Compartían entre ellos canciones que escucharon en la semana: reggaeton, cumbia, tecno. Después de la tercer botella de cerveza, llegó el grupo de chicas a la previa, eran cinco. Las conocieron luego de un partido de fútbol, paseaban cerca del Club. Decidieron entrar en confianza jugando a un juego que los obligara a beber más rápido. Cuando terminaron las cervezas, decidieron abrir el vodka pero advirtieron que Francisco había olvidado traer la gaseosa para preparar las bebidas. Los ocho consensuaron en tomar un trago blanco de aquel licor. Después otro más, y otro. Nunca se sintieron tan soviéticos, el ardor en su garganta les permitía sentir la Revolución Bolchevique correr por sus venas. Una patada de adrenalina. En un abrir y cerrar de ojos la botella se vació y la música se escuchaba ya muy fuerte. Los jóvenes cantaban a gritos y bailaban con pasos descoordinados. Una de las chicas advirtió que era hora de ir al boliche, contaron las entradas y salieron en busca de dos taxis. Cada vehículo llevaba consigo una botella de Booze traído por las chicas, botella que luego beberían en la fila de espera, antes de entrar al boliche. Desde fuera se podía escuchar el barullo de la música y los gritos de la gente. Habían llegado ya los egresados. A lo lejos advirtieron a una mujer de cabellera dorada, vestido corto, calzado de plataforma, pucho en mano.

–¡Uy, ya viste quién viene caminando por ahí! –le comentó Jorge a Francisco.

–¿Será ella? Te dije que vendría –una chica le pidió un cigarrillo–. No fumo, disculpa.

–Cada vez que veo a Landeros entre todas las mujeres yo me quedo con Dolores, con dolores en los huevos –bromeó Jorge, buscando la risa aprobatoria de su amigo, no advirtió que las palabras se le resbalaban por la lengua, lubricadas por el oportuno alcohol soviético.

–Son unos babosos –le reclamó una de sus acompañantes, mientras la gente comenzaba a empujar en la fila… todos querían entrar.

–Tengo que ir al baño, tomé mucha cerveza –señaló Jorge.

–Espera un poco, ya estamos cerca de la entrada.

–Hoy vamos a ver quién se besa con más chicas –interrumpió Mario de forma desafiante.

–¡Jaja! Seguro que yo voy a ganar –respondió, intentando distraerse de las insoportables ganas de orinar–. ¡Déjame entrar de una vez, me estoy meando! –gritó al aire, sacó su celular para aligerar la espera. Había tres matches ya.

–Espero que haya muchas chicas ahí adentro. No he tenido relaciones desde que Teresa y yo terminamos, ya pasaron casi seis meses –confesó Francisco.

–Dale gracias a Dios que el agua de los pelones no se echa a perder. Yo no la he puesto desde la semana pasada y ya me empiezo a sentir mal –al fondo rieron las chicas, conscientes de la patética mentira de Jorge. Un borracho vomitaba en la esquina de la cuadra y sus arcadas le revolvieron el estómago. Todo parecía moverse lentamente.

Arreciaron las ganas de orinar, a tal punto que Jorge empezó a bailar, apretando sus dientes para aguantar un poco más. Al fin se encontraban frente al guardia, quien pidió sus entradas. Las chicas pasaron primero. El guardia les ordenó a los jóvenes que esperen. Se podía escuchar la música y el escándalo de la gente. Era la canción favorita de Francisco, la misma que les había mostrado más temprano esa noche. A lo lejos se acercaba de a poco la rubia colosal. Jorge pidió un cigarrillo a la gente que se encontraba alrededor, nunca había fumado pero creía ser capaz de prenderlo. Siempre hay una primera vez para todo. Prendió el pucho y tosió fuertemente, el humo le hacía cosquillas en el pecho. La rubia pasó por al lado del guardia y entró a la fiesta. Cuando estuvo muy cerca de éllos, se dieron cuenta que no se trataba de Dolores. Claro que no era Dolores. Ésta era feúcha de cara pero, a fin de cuentas, en la oscuridad todos los gatos somos pardos. A pesar de sentirse un poco desilusionado, Jorge encontró la inspiración para tirarle un piropo mientras entraba al lugar. ≪Cagame en un ojo y llamame pirata de mierda≫. La rubia siguió inadvertida. Aún guardaba cierta esperanza de ver a Dolores Landeros dentro del boliche. El guardia se reía de los improperios de los jóvenes. “Chicos, olvídense, esta noche no van a pasar. Ya están muy borrachos. Se van de aquí”. Los muchachos se ofuscaron, gritaron e insistieron un par de veces más. Pronto se dieron cuenta que era inútil y emprendieron su retirada. El ruido de la fiesta parecía hacerse más fuerte, como invitándolos a pecar. Se alejaron de la fila y caminaron en busca de algo para comer. Fue una buena noche a final de cuentas –pensó Jorge– nos divertimos bastante. A esta altura, al joven ya le importaba muy poco lo que sucediera en la noche, así que se decidió a regalar halagos por la calle a las damas que se cruzaran por su camino. ≪Te depilo con la lengua≫, ≪Flaca, tirame un hueso≫, ≪Te hago un abrigo de baba≫, entre otras expresiones coloridas que el autor prefiere evitar por motivos morales.

Con una sonrisa torcida en el rostro va Jorgito de regreso, llevando con orgullo su lenguaje florido, casi como un título nobiliario.

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