Alquiler de ilusiones

Alquiler de ilusiones

Chepert HPN

09/08/2018

El 19 de Enero María volvió a creer en los cuentos de hadas. “Esta vez será distinto”, pensó mientras los labios de un turista francés, o tal vez belga –siempre le costó distinguir entre uno y otro–, se paseaban por los relieves de su cuello. Esa fecha trae de la mano recuerdos y emociones encontrados. Ese es el día en que su hermano menor nació, el día en que se sometió a su primer aborto, el día para animarse a creer en un mejor mañana.

El turista, como buen europeo, era romántico y pintón. Le susurraba al oído promesas que tejían un sueño, trazaban un lienzo donde aparecía Ella viviendo con su hermano en una hermosa ciudad llena de vida y color. Éste, al menos, no huele tan mal –pensó María mientras arqueaba su espalda, acercando sus senos al rostro del hombre que los buscaba como bebé hambriento. El francés (o tal vez belga) se deleitaba con la firmeza de su busto. María le gemía en el oído, pero escondía una risa causada por una barba madura que picaba las aureolas de sus pezones. “Te amo, je t’aime, te amo…”, exclamaba el europeo durante una corta pausa producida después de largos besos sobre el cuerpo de la dama. María se extasiaba con su acento, y no por una razón sexual, sino que su mente se imaginaba escuchar a otras personas hablando ese maravilloso idioma durante una visita al mercado de la ciudad. Una imagen ficticia de un futuro incierto. Desdichada María, esperemos que esta vez sea de verdad.

Para María “el oficio” ha sido un salvavidas. Lo describe entre sus amigas (de ocupación) como el orificio por donde respira su vida. Su ocupación le ha dado de comer a Ella y a su hermano por mucho tiempo y también les permite darse el gusto de salir a pasear al menos dos días por semana. Los momentos más duros fueron cuando su padre falleció, pues había sido él la persona que más ha amado en toda su vida, seguido por su hermano menor. Su muerte la sumergió en una gran depresión, de la cual, tardó bastante en salir. “El oficio” la ayudó. Consuela es el nombre de su mentora en el negocio. Ella le recomendó desde sus primeros días una serie de reglas básicas. Por el culo gratis, no; nunca veas a los ojos a los clientes porque te puedes enamorar; nunca escuches nada de lo que te dicen, son puras mentiras. Una mujer muy sabia. Grandes consejos que María parece asimilar de a uno. En su primer año se enamoró de la mitad de sus clientes. A la fecha, es creyente de que las promesas no son frágiles y que aún puede encontrar a un hombre que le diga la verdad.

Han pasado muchos años desde aquellos días en que María se gastaba las tardes llorando un hombre que prometió volver y darle una vida mejor, pero nunca lo hizo. ¿Qué culpa tienen los clientes del corazón permeable de María? Ella misma llegó a preguntarse si efectivamente alquilaba su cuerpo o sus ilusiones: su capacidad de creer. Hubo un valle de oscuridad en que María pensó haberse acabado sus ilusiones como si se trataran de moneda corriente. No podía creer ni en ella misma. Esa etapa la sumió en un profundo sueño. Sin embargo, aquel 19 de enero, María pareció despertar cuando el franco-belga acariciaba su clítoris con la yema del pulgar y le prometía que en esta ocasión las promesas se harían realidad. María se dió la revancha de volver a creer, tomó al europeo del rostro y lo jaló hasta su boca. Rompió su máxima de no besar a los clientes.

El caballero procedió a penetrar a María, quien se encontraba recostada sobre la cama, mirando al cielo. La dama comenzó a imaginarse lo que podría haber en un mejor país, lo que podría hacer si tan solo tuviera la oportunidad de comenzar una vez más. Creía que la vida le había enseñado a los golpes, pero que esos aprendizajes quedaron marcados como un tatuaje en su cuerpo. Juró no cometerlos jamás. Su único deseo es comenzar de vuelta y poder ser el mejor ejemplo para su hermano, así como lograr enorgullecer a su difunto padre. El franco-belga le pidió cambiar de posición: perrito. Ahora estaba viendo los cobertores y en los pliegues que se formaban veía a olas rompiéndose en una playa imaginaria. Tal vez el turista viva cerca del mar –pensó ilusionada.

El europeo gemía bastante y eso no le permitía a María concentrarse en su mundo. Las embestidas se volvieron más violentas, pero Ella no sentía nada, solo sentía el olor de una ciudad europea, el empedrado debajo de sus pies, el sabor a libertad. María sintió el fuego que anunciaba la corrida europea. Él la tomó entres sus brazos y empujó hasta donde su miembro le permitió. Gritó un poco. El franco-belga se quedó ahí por un par de minutos, jadeando y mirando lascivamente la espalda de la dama. María fingió una seguidilla de sollozos. Su miembro, aún dentro, se iba achicando conforme pasaban los segundos. Se separaron, el turista se sentó en la cama y encendió un cigarrillo. María lo veía profundamente con amor; enamorada no de él, sino de las promesas que parecían estar tan cercanas. El hombre terminó el cigarrillo, tomó una ducha precipitada y se vistió para partir. Antes de cruzar la puerta se acercó a María, quien se encontraba acostada en la cama, soñando despierta. El europeo besó su frente. “Au revoir mon amour”, cruzó el umbral de la puerta,

María sabía que su jornada había terminado. Después de unos minutos. Se levantó de la cama, se duchó, se puso su ropa casual y partió del cuarto del hotel. Pasó por la tienda que aún seguía abierta, tenía que comprar el papel para envolver el regalo de su hermano menor. Por la calle iba María, cargando al hombro sus sueños e ilusiones, expectante de una segunda oportunidad.

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