Espectadores del edén

Espectadores del edén

Chepert HPN

08/08/2018

“La Tierra es un paraíso, el único que conoceremos en toda la vida”, leo y sonrío: Miller es un cirujano de la palabra. Pago la cuenta, cierro el libro y emprendo mi camino. El clima en esta época del año es agradable. El día está soleado y hay una ligera corriente de aire frío que te ayuda a refrescar las ideas. La calle me recibe indiferente, sutilmente distante, pero encantadora. Disfruto el trayecto paso a paso. De lejos veo mi destino y el corazón sonríe.

El agua parece estar caprichosa el día de hoy, inquieta como una mujer que espera a su pareja en el andén de una estación de tren. De a poco me acerco y el oleaje cede al punto de ser casi imperceptible.

Cada lugar es un cúmulo de experiencias, un cúmulo de historias. En particular, este lago guarda más secretos que la historia de la humanidad. Tomo asiento en la primera roca que advierto, alzo la vista y observo. Frente a mí, la nada. Jönköping siempre ha sido una ciudad chica, pero su lago, el Vättern, evoca la inmensidad. Me permite conversar conmigo mismo y, mientras hablo, esa inmensidad se encapsula de forma tan perfecta que hace que uno se sienta dentro de una habitación privada y confidente… sin paredes alrededor.

Ante mis ojos, diviso un paisaje inmejorable: agua y atardecer. A mis costados, en forma de semicírculo, se alinean las rocas deseosas de contemplar la maravilla de estar vivo. Este escenario me hace recordar las anécdotas de Ítalo Calvino, La Distancia de la Luna, en particular. La historia, querido lector, se ubica en el tiempo en que la Luna se codeaba bien de cerca con la Tierra. Caída la noche, los niños salían a navegar y, con la ayuda de una escalera, pegaban un ligero brinco para llegar a la Luna. En la superficie se podían contemplar moluscos y peces violetas, atraídos por la fuerza de gravedad de aquel imán lunar. Uno de esos jóvenes admiraba a una mujer de ojos de diamante, pero nunca se atrevió a declararle su amor. Una noche, mientras élla estaba en la Luna, las órbitas se fueron haciendo cada vez más grandes y el astro comenzó a alejarse. La mujer decidió quedarse ahí para siempre, pellizcando las cuerdas de un arpa, convirtiéndose en Luna. El joven, ante un instante de indecisión, se mantuvo aferrado a la Tierra. El astro se alejó para siempre. Por esta razón, los perros aúllan durante las noches de Luna llena, recordando el dolor de ese hombre por la pérdida de la mujer amada. Así, querido lector, es como Calvino (1965) nos expresa la solemnidad de la naturaleza.

Este lago guarda ésa y más historias. Guarda los secretos de los tantos adolescentes que algún día se entregaron al amor en sus orillas, mientras él se encargaba de cobijarlos por la noche. Todos estos escritos, todas estas vivencias, él también los guardará.

Hoy me refugio en el Vättern para encontrar un respiro. Este lugar atemporal te permite, aunque sea por un instante, alejarte de la realidad. Te permite reflexionar y charlar con tu espíritu. Me veo en el reflejo del agua y me muestra una imagen más clara que el espejo. Este lago ha dialogado con mi alma.

Ahora la noche ha caído y, lector, le he de confesar que es posible ver las conchas y peces fosforescentes que alguna vez habitaron la Luna. Las luces periféricas del área iluminan la arena y cada granito parece ser un secreto. En mis adentros me gustaría tomar un puñado y descifrar cada uno de ellos en la intimidad. Tal vez eso me permita escribir por muchos años más.

Las algas, por la noche, brillan y vuelven aún más lindo el paisaje, resaltando la magia del lugar. El agua, que lleva momentos y recuerdos, nos devuelve la más hermosa introspección. Durante el invierno, a pesar de estar dormido, el lago nos proyecta en el cielo unas lombrices iluminadas que serpentean como escribiendo en arameo, algunos las llaman auroras boreales. Buñuel decía que la evolución del cine se habrá concretado cuando usted lector, y yo, podamos tomar una píldora y podamos proyectar a través de nuestros ojos las imágenes que se nos vienen a la mente. Este lago, tomando la píldora del invierno, nos abre la puerta de la imaginación.

Aquí, las olas son causadas por el viento, pues la Luna se encuentra ya muy lejos. Emanan un dulce sonido de paz. Los animales a mi alrededor parecen estar inmersos en un profundo sueño. Las aves se suspenden en el aire como si pendieran de un hilo sujeto a un techo imaginario. Los árboles que circundan el lugar se sumergen en un hechizo nocturno. El peso sobre mis hombros se vuelve cada vez más ligero. Sin la carga, me siento como un cangrejo en las profundidades del lago, viendo a los peces flotar por encima de mí. Cierro los ojos y levito con las aves y los peces, con ese enjambre de fauna que se forma sobre el Vättern. Ahí estamos gravitando. Ahí estamos todos nosotros, espectadores del edén.

Mi celular vibra en mi bolsillo. Es la realidad que me llama, es hora de volver. Miller, tenías tanta razón: éste, amigo mío, es el paraíso. Ahora le invito a usted, querido lector, a descubrir algún día la eternidad, a contemplar este anticipo de cielo… el único que conoceremos en vida. Le prometo, no se va a arrepentir. Me despido arrojando una piedra al lago y con ella van mis sueños e ilusiones, que serán guardados y archivados en las profundidades del Vättern. Otro escritor más que pasa por acá. Otro relato. Otra historia que contar.

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