El frío de Noviembre siempre trae consigo los recuerdos de mis peores momentos. El viento helado me invade por debajo de la ropa, se vuelve tan siniestro como las manos de un fantasma que intenta despojar mi piel de calor humano… que busca arrebatar mi alma. A pesar de que hayan pasado tantos años, aún escucho los lamentos de mis hermanos caídos. Esos gritos ahogados que quedaron enterrados entre tierra, carne y plomo.

Hoy Noviembre me traslada a las trincheras. Recorro en mis memorias aquellas madrigueras con pinturas rupestres, trazadas por la mano cubierta de sangre de un moribundo que intentaba sostenerse de las paredes. Percibo el olor de fosgeno y cloro que quedó impregnado a la tierra. Siento las ratas caminar entre mis pies y escucho como roen los huesos de personas que pueden llegar a estar vivas o muertas. Mi boca se llena de un fuerte sabor a hierro.

Noviembre trae a mi memoria la última conversación que tuve con León, refugiados como insectos en un pozo: el primer círculo del infierno. Fue ahí donde me mostró el anillo de compromiso que le había cambiado a un británico por cigarrillos. Me prometió que terminada la guerra, se casaría y sentaría cabeza de una vez por todas. Juró que yo sería su padrino de bodas. Pobre León, no se imaginaba que esa misma tarde un proyectil de obús haría volar su testa, dejando detrás un cráneo abierto lleno de sangre hirviendo, por donde se escaparían sus sueños e ilusiones.

Noviembre me recuerda al fin de la guerra. Cuando las armas callaron, se abrió el telón para presenciar el festival de los horrores. Primer acto: viudas, huérfanos, padres sin hijos, hermanos muertos, amigos que se fueron y no volverán. Segundo acto: inválidos, chuecos y tullidos, caras-rotas, locos sin remedio. Tercer acto: la muerte paseando entre el público. Un espectáculo que nadie podrá olvidar.

Es Noviembre y hoy deambulo entre un mar de tumbas. No reconozco ningún nombre, pero cada uno de esos hombres vivió el mismo infierno que yo… los conozco demasiado. La tarde se despide anunciando que el cementerio está por cerrar. El viejo enterrador se acerca y me comenta que la guerra también a él le arrebató la vida. El mal de esta época –me aclara– es que las personas son cada vez menos persona.

El frío de Noviembre me acompaña de regreso a casa.

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