MALTRATO DE OTRO GÉNERO

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Teléfono contra el maltrato 016

El maltrato sicológico existe y lo sufren muchas personas en silencio, como las hemorroides (disculpad la asociación). Consiste en anular a la otra persona por completo, en hacerla sentir lo que no es, hacerla sentir que no es. Este tipo de maltrato es entre los dos géneros y no existen estadísticas, pero haberlo háylo.

Conocí a una persona recién extraída de un pozo, que estaba empezando a caminar por sí misma tras haber recibido ayuda de su familia y amigos para comenzar a ser de nuevo una persona, para comenzar a ser como era antes de conocer a su anterior pareja. Para referirme a él le llamaré Íñigo. Íñigo me comentó que ahora ya estaba mejor, que había recaído varias veces, había fracasado en algunos intentos, pero, que creía que ya lo estaba consiguiendo.

Mi curiosidad me hizo preguntarle qué había pasado con su vida para llegar a caer en aquel agujero, qué había pasado para llegar, incluso, a arrastrarse, qué había pasado para dejarse arrebatar su integridad. Entonces Íñigo me lo contó:

Era una persona normal, muy normal, extremadamente normal: complexión media, estatura normal, pelo moreno, ojos marrones normales, tez blanca normal, usaba gafas, como es bastante normal; en definitiva, no era ni guapo ni feo, o sea normal. Su carácter era normal: ni extrovertido ni introvertido, ni simpático ni antipático. Su vida era normal: se sacó una diplomatura que le permitió trabajar como cajero en un banco normal. Su sueldo era normal, sus padres y su hermano eran normales, vivían en una casa normal en un barrio normal de una ciudad normal; tenía amigos normales e hizo las cosas normales en su niñez y juventud. Conoció a varias chichas normales, y como es normal, no cuajó con ninguna de ellas. Hasta que la conoció a ella, Juana, que era amiga de un amigo que los presentó en una fiesta, algo muy normal.

Era algo gruesa, tenía algo de sobrepeso, como se suele decir, pelo moreno fosco, tez algo bronceada, ojos algo oscuros de un color indefinido, pero muy vivaces, que le proporcionaban un atractivo entre deslumbrante y emocionante al no saber con certeza qué pasada por su mente. Su temperamento era fuerte y extrovertido; muy segura de sí misma, muy inteligente y suspicaz, lo que provocara que liderara las reuniones de amigos; le gustaba mandar siempre.

Desde un principio Íñigo creyó que se había enamorado de ella y ella de él. Empezaron a salir con el grupo de amigos, a veces a solas, a veces con las amigas de ella; casi siempre lo que ella decidiera. Él, al principio, no se daba cuenta que empezaba a perder su autonomía y estaba pasando a ser un autómata a las órdenes de ella. Se fue haciendo con la batuta de la vida de él.

Pasaron los meses, los años y decidieron casarse. Ni que decir tiene que la boda se hizo como ella quiso: dónde y cuándo ella dijo. Se invitó a quién ella decidió invitar. A él le daba igual, así podía dedicarse a otras actividades; eso de organizar no le apasionaba y lo delegó en ella; bueno. eso es lo que él creía. La boda salió muy bien, todos contentos, todo parecía perfecto para él. Como dicen: si estás enamorado de alguien, ¡cuidado se te nublarán sus defectos!

Compraron una casa a las afueras con tres habitaciones porque querían tener varios hijos. Todavía ella no había decidido cuántos. Su vida conyugal empezó a ser bastante rutinaria tras su viaje de novios que ella también diseñó. Ella empezó a poner excusas para no quedar con los amigos de él, cada vez le era más difícil, incluso, quedar él solo con ellos. Ella siempre buscaba una escusa para evitar que él tuviera más relación que con ella o con quién ella decidiera. También hacía lo mismo con respecto a los familiares de él. ¡Había empezado a tejer su tela de araña e Íñigo no se estaba dando ni cuenta, estaba ciego!

Así, poco a poco, le fue anulando; era como su perrito faldero, como un cero bien a la izquierda. Estaba empequeñeciendo como si hubiera atravesado la niebla radioactiva de la película ‘El Increíble Hombre Menguante’, como si los indios Jíbaros le hubieran aplicado su técnica no sólo para reducirle la cabeza, sino a todo su cuerpo. Iba menguando hasta la mínima expresión. De quedarle, no le quedaba ni expresión en su cara: era siempre apagada, sin una mota de alegría, totalmente apático. La única sonrisa que podía utilizar es la de los emoticonos de los Whassap. Ese emoticono que, aunque fácil de presionar, a él le costaba horrores utilizarlo. Su dedo huía de él siempre; se le desplazaba sin su control a la carita triste o la desesperada. Íñigo pensaba que iba a inventar un nuevo emoticono para manifestar su estado, una cara sin ninguna expresión, sería una cara sin cara, sin ojos, sin nariz, sin boca, un simple círculo, que no expresa nada. Eso es lo que él transmitía cada vez más: ¡nada!

Fue poco a poco dejando de ser dueño de su persona, de su cuerpo, de su alma incluso. Ella le sorbía muy despacio para mantenerle vivo, le succionaba su sangre, sus vísceras, su orgullo, su autoestima, su hombría, …, su esencia en definitiva. Lo hacía como los vampiros con las víctimas que quieren mantener con vida, que los tienen a su merced. Las mantienen así para saciar la sed por su sangre embriagadora y que no quieren dejar de disfrutar; para ellos el poder que se creen con derecho a tener sobre ellas es un gran manjar.

En aquella situación su familia empezó a inquietarse por él; con ayuda de algunos amigos y compañeros de trabajo pudieron detectar lo que le estaba pasando. Vieron que la situación era insostenible y, tras varios intentos, consiguieron tirar de un brazo y después del otro, hasta que consiguieron sacarle de aquel pozo profundo y oscuro, en el que estaba sumido. Ni él sabía cómo había caído hasta allí, ni él sabía dónde estaba, ni siquiera el cuándo.

Gracias a los que le querían de verdad sin tener que decirlo, no a la que decía que le quería sin hacerlo, pudo reemprender una nueva vida, no sin olvidar y aprender de lo que le aconteció. Me comentó que ese agujero, ese pozo sin fondo había que sellarlo, aunque creo que no sabía que, aunque lo cerrara, hay muchos por todos los sitios, y otros que se están cavando ahora mismo frente a nuestros ojos. Lo importante es saber verlos, ir siempre con todos los sentidos alerta para no caerse, e incluso ayudar o prevenir a aquéllos que no los ven.

Antes de despedirse, Íñigo me comentó que había comprado unos tablones de madera, clavos, martillo, pala, pico, cadenas, candados, ….. y que se dirigía a aquel pozo, a su pozo, para anularlo, para cerrarlo para siempre, para que nadie pudiera, ni siquiera por un descuido, caer en él; para que nadie pasara por lo que él había pasado, para que no se repitiera su experiencia. Cuando se iba alejando me recorrió un escalofrío y sentí una punzada en el estómago al pensar: “¿Qué me había querido decir? ¿Adónde se dirigía?”

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