No sabía que le iba a suceder, pero su presentimiento eran tan malo, que había quedado inmóvil, casi inhibida de pensar y de hacer. Esto le sucedía desde el accidente que había tenido cuando era niña.

Cerró su mochila, y salio abrigada a la calle. Las copas de los arboles se bamboleaban para todos lados, y el viento helado pegaba contra su cara repleta de cicatrices, que hacía que estas parecieran recientes. Las marcas en su rostro, eran el recuerdo de las mordeduras de un perro cuando ella tenia 7 años, y a quien no pudieron sacar a tiempo cuando la atacó.

Mientras esperaba el colectivo, se repetía la rutina diaria. Veía abrir el puesto de diarios que cada vez vendía menos, veía cerrar la panchería que estaba abierta durante toda la noche, y veía a los mismos perros de la casa en la que estaba la parada del colectivo. Y luego de un par de miradas asustadizas hacia estos, llegaba su transporte que la llevaría a su destino. Este era un casino, y su trabajo era monótono y tedioso. Entraba a las 6 AM y salia a las 6 PM, y era la camarera de los que gastaban mucho dinero y bebían alcohol. Nunca supo si no le dejaban propina por las cicatrices que portaba en su cara, o porque estaban ensimismados en su juego y en la fantasía de ganar y comprar la felicidad, embargando sus sueños.

Sus patrones le habían sugerido con vehemencia que revoloteara cerca de las mesas de los jugadores para ofrecer tragos pues así ellos ganarían mucho mas, aunque le hacían creer a ella que las dádivas de los clientes, engordarían su bolsillo.

Nunca les creyó, ya hacia cuatro años que trabajaba ahí, y apenas podía llegar a fin de mes. Tampoco les creía a los clientes, que le decían » bonita, tráeme otro champagne» y apenas la miraban.

Esa madrugada, había varios hombres jugando al póker, sus caras estaban impávidas y uno de ellos tenia un tic: guiñaba el ojo derecho mientras estaba absorto en su jugada. Otro era un asiduo concurrente que murmuraba siempre en voz inaudible. Los demás eran como fantasmas solitarios que parecían no estar allí.

Esa mañana, el presentimiento se volvió realidad. Un tipo entró armado a la sala y comenzó a disparar a diestra y siniestra matando a unos cuantos hombres de la mesa que ella atendía.

Todos muertos, incluso el tallador. Ella tendida en el piso mirando al techo. Gente gritando, corriendo, dejando sus fichas y sus tragos, empujándose unos a otros para escapar. El tirador, quedó parado recitando frases sobre el capitalismo y la pobreza.

Ella continuaba tirada, asumiendo su presentimiento. rehuyendo las miradas que no la veían, escuchando gritos de personas que no la escuchaban.

Su mirada se fue apagando, su respiración entrecortada solo le permitió balbucear lo mas fuerte que pudo » tan sola y tan acompañada».

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