Abrió los ojos, pero no vio nada, todo se encontraba oscuro. Pasaron los segundos y sintió la necesidad pararse. El cascaron en el que se encontraba se había roto. Efectivamente, era un ave; más específicamente, un canario, uno de una tonalidad completamente negra.

Ya pudiendo ver, observó a su alrededor a otros canarios: algunos estaban sentados en grupos, otros jugando, unos peleando, algunos eran viejos, otros más jóvenes y otros de edad intermedia. Todo el conjunto se encontraba dentro de unos barrotes de acero. Fuera de ellos reinaba una oscuridad absoluta. El negro canario empezó caminar un poco por el lugar, camino y exploro sin detenerse hasta que choco con los barrotes de aquella jaula. Las tinieblas de fuera le generaron un pavor sofocante, pero decidió empezar a picotear los barrotes, pues observo que otros lo estaban intentando. Pasaron los minutos y pareciese como si sus intentos por doblar esas barras fueran inútiles, pero a cada picotazo sentía como su pico se hacía más fuerte. Luego de unos agotadores treinta minutos logro doblar las barras lo suficiente como para poder pasar. Las tinieblas lo penetraron, pero su determinación lo llevo fuera de la jaula. Ya en el otro lado, la oscuridad se tornó en luz. Se volteo a observar que el pasaje que había creado se comenzaba a cerrar, luego de tres segundos los barrotes habían retornado a su forma original.

Comenzó a volar libremente por el lugar. El espació aquí era mucho mayor y había menos canarios. Su alegre aletear se vio interrumpido con la presencia de esos duros y fríos barrotes. Observo que detrás de estos se extendía nuevamente una infranqueable negrura. Intento doblarlos, pero eran más resistentes que los anteriores. Luego de una hora de arduo esfuerzo logró atravesarlos, otro canario había utilizado también la abertura que había creado para escabullirse antes de que se cerrará. De manera predecible, la sala se volvió a iluminar. Ya no se observaban barrotes en la lejanía.

Emprendió el vuelo libremente, pasó por encima de un canario que se encontraba sentado en posición de pensador, otro que estaba echado mirando al cielo y un tercero que hacía garabatos en el suelo.

Al avanzar durante unos minutos, las observó temeroso, las imponentes filas de acero negro estaban nuevamente en su camino. En esta ocasión se demoró más de dos horas en lograr penetrarlas. Del otro lado, ya no solo se encontraban canarios, también había cóndores, gorriones y águilas.

Luego de volar durante tres horas, se volvió a encontrar con los altos y desesperanzadores barrotes. Cerca de él se encontraba un canario rojo que estaba estampando su rostro repetidamente contra la jaula. En esta ocasión conto con la ayuda de otros cuatro canarios para lograr franquear juntos aquel obstáculo. Al cruzar las rejas, la luz baño nuevamente todos los horizontes,

El negro canario voló, los segundos se hicieron minutos, los minutos horas, las horas se reflejaron en sus ojos cansados, los ojos cansados dieron paso a un aletear fatigado, todo culminó en su caída. Ya en el suelo, contempló el infinito cielo y creyó comprender la naturaleza de la realidad en la que se encontraba. Cerró los ojos…

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