El aroma del café.

El aroma del café.

Miguel Ruiz

24/07/2018

El Capitán de corbeta (retirado) Martín Pérez era un tipo que amaba la disciplina. Era su vida. Había sido admirado y odiado por eso.

Ahora, a sus sesenta y cuatro años, vivía solo, en un pequeño departamento en el centro de la ciudad, cerca del hospital y de los servicios esenciales.

Uno de esos servicios era desayunar un cortado con medialunas en un bar decente. Encontrar ese lugar no fue tarea fácil: uno no tenía la luz que quería, la mesa de la ventana estaba siempre ocupada, el café sabía horrible, las medialunas eran chicas y no de manteca; en otro el mozo era desprolijo, la máquina no calentaba suficiente, y un sinfín de inconvenientes que no estaba dispuesto a aceptar.

Luego de una búsqueda de campo (cuatro manzanas a la redonda de su casa), dio con el lugar indicado y no se movió de allí.

—Buen día, Carlitos —dijo cuando entró en La Giralda como cada mañana.

—Buenos días, Martín, ¿cómo está hoy? —Contestó el mozo—. Su mesa está pronta. ¡Marcha lo de siempre para don Pérez!

Llegó a la mesa y frunció el ceño: había dos sillas, no una. Colgó su abrigo en el respaldo, colocó el libro a cinco centímetros del borde y cinco de la pared. Se sentó, se puso los anteojos y tomó el diario. No era el habitual. Lo dejó. Su pierna derecha comenzó a temblar.

—Permiso —dijo el mozo mientras bajaba la taza y el plato con las medialunas—. Cambiamos la marca de café, también el fiambre de siempre. Fundió el proveedor, ¿sabe? Una pena.

El tic del párpado volvió. Miró por la ventana a la misma hora en que siempre pasaba la pareja que le hacía recordar sus años de juventud. Caminaba ella sola, con la cabeza gacha. La siguió con la mirada y su semblante cambió.

En la mesa, todo estaba en su sitio y, sin embargo, nada era igual.
Tomó la taza, inspiró el aroma del nuevo café, apuró su contenido y sonrió.

Eran las 8:30.

Como cada mañana, Carlos preguntó desde la barra:

—¿Le llevo la cuenta, Martín?

Bajó la taza despacio, miró al mozo con la misma sonrisa pero con otro motivo:

—Hoy no, Carlitos, hoy me quedo a leer un rato. ¿Me traes otro cortado?

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