I

-Sí, ahora lo siento. Una muerte pronunciada, el destierro de este cuerpo transigente. Lo siento, lo siento… Siento el acecho de un ojo ubicuo que recorre cada vena en mi cuerpo, con el juego de luces entre su pupila y mi sangre, pronto desgarrará mi último suspiro de vida-

Dejé inconcluso un trago que llevaba a la garganta y azoté con cautela la cerveza sobre la mesa. Eduardo, que ya sostenía con los labios su tarro, abrió un solo ojo, y apenas lo bajó, me dijo.

– ¿A qué te refieres? -.

-A que alguien me está matando, mi buen amigo-.

– ¿Te están matando? Querrás decir “me quieren matar” ¿no? ¿O será acaso que estás enfermo?- bajo la cabeza y puso la mano cubriéndole los bigotes, y con un susurro continuo – ¿O es que realmente un hombre te está cazando? -.

-Así es, alguien me está cazando y tus palabras serán llevadas con las mías a la misma muerte, eso es lo que más me entristece-.

– ¿Quieres decir que yo también moriré? –

– Y lo lamento, enserio-.

– ¡Tonterías!, yo no debo nada a nadie-. Refunfuñó y dispuso de nuevo del tarro.

– La misma vida es una deuda; una eterna cuota que te aferra a lo inefable-.

– ¡esos cuentos déjalos para otro del cual su afán sea la letra!, A mí no me intentes asustar-.

-Si no es espanto, sólo advertencia. Pero si prefieres no creerme, es tu problema. Te recomiendo que vayas con tu familia y des a todos inmensos abrazos. Que los aprietes mucho a tu pecho, tan cerquita de ti que sientan el palpitar de tu corazón. -llevé mi dedo índice al pecho y apreté dos veces- Yo haré lo mismo, tratando en este afán zafarme de las manos de mi óbito y de paso también del tuyo-.

-Viejo loco. Tienes razón, antes de tus desvaríos, prefiero estar con mi familia. Aún con el carácter de Renata, que su genio últimamente me ha aguardado a diario en las cantinas-. En ese momento agarró su tarro de cerveza y se lo llevó de un sólo jalón al estómago. La espuma colgaba de sus bigotes disparejos, y él succionó cada gota con sus dedos hasta que sus 5 yemas se tocaron. Después sacudió la mano un par de veces, llevándola a secar por completo en su pantalón. Se levantó de su silla, sin siquiera la cortesía de volverla a acomodar en su lugar. Colocando de nuevo su gabardina en los hombros y a lo largo de sus brazos, nada más hizo un ceño de disgusto, y frunciendo la boca se dirigió a la puerta. Se fue y dejó su cuenta sin pagar, qué más da.

II

-Amor, qué bueno que has regresado. Te estaba esperando. ¿A qué se debe el retraso? –

-Ven, cariño. Asómate por esta ventana. Destapa de las cortinas este cielo inmenso. ¿Preguntas por qué me retrasé? Tu respuesta está aquí, justo enfrente de tus ojos -.

Agarró las cortinas y las arrinconó cada una a una esquina distinta. Se postró intrigada sobre la ventana, inspeccionando a cuerpo completo la faz única que limitaba ese contorno rectangular frívolo. Después de mover la cabeza de arriba a abajo en son de búsqueda, usufructo, me dijo.

-A qué te refieres, yo no veo nada en especial-.

-El atardecer, míralo. Siente cómo se plasma en tus mejillas rosadas-

Ella regresó la vista al paisaje, pero con cierto desánimo e inmutable.

-Lo veo, el atardecer es muy bonito el día de hoy-.

– Todo un regalo. Un preciado tesoro. ¡Ay! que lleva una manera tan fortuita en su curso que ya poco sorprende al hombre sus bastas bellezas, no saben, Marisol, te digo, no saben apreciar lo que es verdaderamente solemne. Aquello que no involucra la fría mano del hombre, eso es lo único que vale de este mundo-.

– Sí, pero no es muy distinto a cualquier otro atardecer -.

Suspiré. Aparté gentilmente a mi esposa de la ventana y dibujé una sonrisa sobre el reflejo del cristal que resplandecía tenuemente contra el tornasol de la tarde. A lado de mis tersas comisuras, la silueta transparente de mi mujer desenmascaraba un gesto de cuidado. Entonces regresé con ella.

-Sí, creo que no hay nada de diferente-. Apagué la pupila, y la suspendí al suelo.

-cariño, ¿te sucede algo?, tienes un tono palidísimo en la piel, te notas con un desanimo al actuar y sin duda llevas cierta melancolía en la voz-

-No es nada, mujer-

-No mientas, sé que…-

Se encendieron unas voces livianas por el corredor de la casa, unas pisadas diminutas tomaban un ritmo feroz, y crecían y crecían. Al voltear vi a mis dos pequeños hijos. La menor, Sofía, se lanzó a mi cuello. La sujeté y ella dejó correr su risa por toda la garganta. El otro, Luis, se amarró a mi pierna derecha y pegó la nariz al pantalón.

-Hola, papi- El pequeño destapó la cara y me lanzó sus ojos débiles.

Bajé a la pequeña Sofía, y a Luisito lo moví con una mano al lado de su hermana.

-Mis hijos-. Los inspeccioné de pies a cabeza. Un destello se filtraba por la ventana e iluminó los cabellos de Sofía. Aquellos castaños hilos que colgaban de su pequeña cabeza tenían un pequeño moño rosado para sujetarlos; como padre nunca pude concebir las intenciones pícaras a esos ornamentos, pero hoy ella se veía particularmente linda, tierna e insondable. El haz de luz se escurría levemente por su cara, con el sol en pronta huida, se acomodó el destello justo en sus ligeros labios. Ella siempre sonriendo, con una sonrisa impaciente de vida, lozana y deslumbrante, tan distinta a la sonrisa de mi esposa, Marisol, que con el paso de los años ha perdido su color. Me pregunto si es por mí, o por ella misma; por su existir en decadencia que funde lentamente en lo fortuito sus anhelos. Es como le decía hace unos momentos: sólo lo natural no tiene por anatema el hastío, es sufrimiento único del humano. Por eso la gloria únicamente está en ello, dónde los viejos pecados del hombre no alcanzan la fatiga y dolor del alma. En el orden natural no existen esas turbaciones, por eso su belleza. Y mirando a Sofía, con sus ojos almendrados e infinitos; regresaba las pupilas blandísimas al semblante de mi espíritu decrépito que va esfumando de poco a poco el tiempo. Yo pensaba, la risa de Marisol ya no es como la de Sofía, su risa persevera la inocencia y lo diáfano, y ella nunca para de entonar sus armonías. Marisol, sin embargo, ya no encuentra esa alegría en las cosas, con más peso en los años, el arrobo ya es un cuento muy lejano.

Mis ojos atraparon al otro, con su mirada tristísima, con las manos siempre jugueteando la una con la otra, nerviosas e inquietas. Parecía desatinado por el mundo, incomprendido e inexorable al juicio de todos. Creo que nunca supe apoyarlo, jamás tuve la cortesía de darle ánimos frente a la crítica de todos sus compañeritos de la escuela, “sé cómo un hombre” le decía, “no te dejes intimidar tan fácil” rezongaba después. Nunca pude decirle que aquellos dibujos que hacía podrían desembocar el más grande de sus talentos; tenía miedo de que pudiera llegar a ser artista. Tampoco le compré, en su cumpleaños, la guitarra que hacía tiempo había pedido; que desperdicio que perdiera una carrera universitaria, real, por la música. Y me preguntaba el porqué del tener la frente siempre sembrada al suelo. Si nunca hice más en su vida que dudar de él. De todos los triunfos que pudiera tener yo sólo quería tomar los que me enaltecieran. Por eso sus pasos perdidos en el rumbo, pues ese nunca sería su camino.

Cuando él era poco más pequeño, tenía la idea de que su cara estaba llena de colores, y de que sus manitas se estiraban, inquietas, en busca de todo; de aprender todo, de tocar todo, destruir todo. Ahora que ha crecido, se la ha metido por fuerza la idea de que debe cumplir sus sueños bajo normas bien estrictas. Casi pareciera que, en lugar de crear su sueño, lo tuviera que seleccionar; la gente, a esa des-comprensión de su alma, le llama éxito. Ahora, de ese resplandor que tenía, logro ver su cara levemente pálida, con pequeñas pecas sombrías que adornan sus mejillas. Dicen físicamente se parece a mí, yo no le desearía tal des-fortunio.

Me agaché hacía ambos, y cada brazo mío tomó a un niño. Se sentía el entusiasmo de la niña, el otro, por el contrario, proyectaba el bochorno. Los dejé, me levanté y sólo llevé una mano a la cabellera de mi hijo. El curveó la cara y me vio, con ambas manitas apretadas ya en el pecho. Yo le sonreí, él trató de hacer lo mismo, pero a punto de tomar ambas comisuras una curva y destellar su casi extinta sonrisa, bajó abruptamente la cabeza y se quedó viendo al piso. Yo sólo sacudí sus cabellos.

-Quiero caminar un poco por el parque. No hace falta que me esperen para cenar-.

-A lo mucho han de ser las 6 de la tarde, para la cena aún faltan unas horas. Las cuales serían muchas si sólo irás al parque, como dices-.

-No te preocupes, Marisol. Atiende a los niños-.

-Por favor, suban a sus recamaras-

Ambos subieron rápidamente las escaleras, sin un reclamo siquiera.

-Ahora sí, dime ¿qué es lo que pasa?, no intentes engañarme, si los años ya te han conocido, conmigo, de sobra.

-los años- dije tenuemente en un susurro.

– ¿Qué dijiste? – Plantó la oreja cerca de mí. Di un suspiro fugaz y respondí.

-Bueno, creo que es justo, por todo el tiempo que has sido mi confidente y compañera, decirte lo que pasa. Alguien me está matando. Lo siento aquí, en todos ustedes, eso es lo que más me irrita. Teniendo como deseo robar todo de mí, mi alma, mi palabra, mis dolores. Quiere exprimir de mi boca hasta el último de mis deseos-.

– ¿¡De qué hablas!?-

-No lo sientes y eso me alegra. El dolor es todo mío, la pena de perderles es sólo mi martirio-.

– ¿Perdernos? Lo único que has perdido será sólo la cabeza-.

-Y el corazón también lo pierdo; mis hijos, mi mujer, cada viejo amigo. Todos son víctimas de mi agrado y mi cariño-. Solté unas lágrimas, suprimiendo el llanto total por lo poco que me quedaba de hombría. Ella cruzó los brazos, dio la espalda, y de aquel nudo desató sólo el brazo derecho y con ella la mano echó en un ademan indiferente.

-Entonces vete. No estoy dispuesta a seguir escuchando esto. Necesitas aire fresco, eso queda claro-.

No dije nada, caminé lentamente hacia ella, y le solté un beso falluto en la mejilla. Ella apenas y lo recibió. Yo sabía que era la última vez que la veía, pero era inútil soltar la lucha por su credibilidad. Me fui sin decirle lo mucho que la amo, qué más da.

III

Iba caminando por las calles desoladas. El céfiro de la tarde me recorría por todo el cuerpo. Cálidos destellos de luz se proyectaban en la cara, aunque apenas y podían sostenerse para desmoronarse con el paso del cielo nocturno. ¿No gustas de ese lienzo anaranjado y violáceo que se pinta justo en el ocaso? es mi grado favorito del día. Ese momento donde se dibujan sólo unas cuantas nubes en el cielo esparcidas como tenues fractales a lo largo del horizonte. Iba yo solo contra el mundo, en un largo camino que me llevaba de la zozobra a la rabia. Sabía que cada palabra me era robada por la mismísima muerte; que me sigue viendo, acechando a cada momento, no dejo de sentir su ojo helado y sus manos tiesas y agrietadas. Gritar no lo ahuyentaría, sólo lo acercaría un poco más a mí.

Mis pasos fantasmas estuvieron por alcanzar a una paloma, por su vuelo fugitivo y sus alas convulsas, logré tomar alerta de mi abismo y paso errante. Aquella paloma jugueteo por el cielo y se posó sobre una reja negra y opaca que resguardaba justo al parque que buscaba.Seguí mi camino, abrí la reja dónde estaba aquella paloma y ella salió de nuevo. Revoloteando, aterrizó sobre el concreto donde estaban dispersas varias migas de pan. Se acercaron otras palomas, empecé por contar tres, pero seguían llegando otras cuantas. Enfrente de ellas, un hombre maduro, con tiernas mejillas y un semblante tenue, vestido como si el frío pudiera arrancar su piel; llevaba una bufanda amarrada por el cuello y cubriendo levemente sus labios, con sus manos tambaleantes aventaba el pan sobre el suelo. Hacía cierto silbido con la boca, imitaba a un ave, pero con su voz casi hueca. Dejé de verlo y continué caminando. Entonces, aquel anciano, dijo con una pequeña risa

– ¿Acaso ya no te acuerdas de mí? –

Al voltear, el anciano se paró. Aquellas palomas soltaron, todas, el vuelo. Él se sacudió unas migas que tenía sobre la larga gabardina y destapó la bufanda de su cara. Apenas y pudo dar una sonrisa en cortesía, extendió los brazos y abrió las manos inmensamente.

-Soy yo, don Ignacio- Dijo de manera bonachona y apacible.

– ¿Profesor Ignacio? -.

– ¡Así es! ¡vaya, muchacho! Cómo has crecido-.

– Naturalmente, iba en la secundaria cuando tuve el agrado de tomar sus clases-. Entonces solté los brazos hacía él, con un abrazo y una risa, mis palmas chocaron contra su espalda tres veces, con la afinidad de un metrónomo “tic, tic, tic”.

-Tome asiento, por favor-. Lo tomé del hombro y del brazo, dejándolo suavemente contra la banca en la que estaba sentado.

-Que no te impacienten mis arrugas y estas manchas hepáticas que parecieran calcinar mi espíritu. Sigo vigoroso como un roble-. Dijo inflando el pecho y azotando el puño contra él.

-Eso puedo notarlo, disculpe la cortesía si es que le incomodó-

– ¡Bah! Tonterías, no pasa nada. Sólo estaba jugando contigo-

-Cuénteme, profesor Ignacio ¿sigue dando clases en aquella vieja secundaria? –

-No, no. La docencia es algo que he dejado ya hace tiempo. Aquellos chiquillos piensan que este cuerpo arrugado es senil y blando; ya no hay respeto como en esos distantes y viejos tiempos. Si ellos hubieran sido de mi época, hubiera bastado con un buen…-lo dijo como refunfuñando lúdicamente, y en el viento llevaba su palma bien recta de izquierda a derecha-. Ya no hay respeto, ya no hay respeto. Por eso es que ya ni me paro cerca de las escuelas. Bueno, eso, y que ahora soy pensionado-echó una risa ronca y pausada-.

-Oh, ya veo-.

-Sí, ahora dispongo de todo el tiempo del mundo. Por lo menos del que disponga dios sobre este cuerpo-.

-Es curioso, profesor Ignacio, creí usted no era creyente-.

-A esta edad uno se cree lo que sea. Un dios, tres o mil, ¡bah! Ya qué más da. Estoy demasiado viejo para andarle huyendo a la muerte. Si llega que llegue-Dijo frunciendo un seño indiferente y calmo, el brazo derecho lo hizo largo y la mano pareció librarse de algo-

-La muerte- Encorvé la pose, y con la cara hacía abajo apenas pareció que aquellas palabras hayan salido de mí. El viejo Ignacio, ni siquiera me escucho, así que siguió hablando.

-Ahora he dedicado ese tiempo restante de completo a mis lecturas y a disfrutar del paisaje, dar de vez en cuando comida a los pichones, palomas o cualquier animalito que se me acerque a los pies. Disfruto de otro tipo de vida, de la real, la exterior.

– ¿De la real? -.

-Así es. Fíjate bien- echó al suelo unas cuantas migas, y una paloma llegó con sus pasos intermitentes, empezó a picotear buscando la comida- cuando me concentro en las aves puedo ver de ellas lo liviano, revelan sus espíritus indolentes e incorruptibles. Aquellos pesares que no aspiran nuestros dolores; aquella que viene del sustento, la codicia y los anhelos, eso que nos mantiene despiertos frente al sueño que es la vida. -En ese momento la paloma se aventó a los cielos. Ambos nos quedamos sumidos en su vuelo, en el umbral de su destino. Pasados unos cuantos segundos, él continuó.

– De una lectura de Schopenhauer me recuerdo haber leído acerca de un perro, la quintaescencia dice él, el “archeus”-Se sacudió de nuevo- En la naturaleza, fíjate muchacho, uno puede ver lo intransigente; la vida inmutable, el mero paso del tiempo. El ciclo sempiterno; la nada idílica- Entonces tomó un aire inmenso, infló el estómago y se quedó inmutable. Pareciera haberse dejado suspendido, cuando empezó de nuevo a hablar- En mis lecturas…Lo más complicado, la vida misma del hombre. Sabes, antes de trabajar en la secundaria en dónde ibas, recuerdo haber sido antes maestro de matemáticas en otra, dónde comencé mi labor de docente. Pero verás, como los niños reclamaban de complicada a la materia ¡harto ya me tenían! enserio. ¿Puedes creerlo? – Soltó una pequeña risa inflada- ¡complicada! – reprochaba de manera histriónica con las manos- Complicadas no son las matemáticas ni las ciencias; total, es la manera más sencilla que nos dimos para ver cómo funciona el universo. ¡Las matemáticas buscan ser sencillas! Que nuestra comprensión sea vacua a esos fenómenos, bueno, eso es diferente. ¿Quieres saber qué es complicado? El hombre, hijo. El hombre es lo más complicado. Por eso decidí ser después profesor de filosofía, historia y literatura, para tratar de entenderles. Adiestrándome en esas ramas de las humanidades tan enredosas y ofuscadas. ¿Quieres saber qué es complicado? -repitió hondamente y con una voz ligerísima, como si tuviera en la garganta un globo que se estuviera desinflando- El amor, el odio, los tratos extravagantes que se da la gente, las guerras y cualquier tipo de riña, la displicencia que se tiene uno con el prójimo; con el mismo tipo de Ser que uno sufre. Las matemáticas ¡bah! Te digo que ni son complicadas-

-Pero, profesor, no me podrá negar que son muy aburridas- alargué el brazo y le di una palmada en la espalda, dejando una risa amena para la conversación-

-Sí, puede ser, puede ser. Pero volviendo al tema, ahora en cuanto a mis lecturas, no sabes cómo gozo de aprender del hombre a lo largo del tiempo. Lo salvaje, lo pueril, sus desamores e infinitas pasiones. Verás que eso… realmente es complicado, entender al hombre es por demás complicado. Primero porque hay que entenderse con uno, con eso ya tienes de sobra para toda una vida; bueno y si lo alcanzas a lograr, no dudaría que muchos, pese a los años que arrastran, nunca se hayan llegado a entender del todo. Ahora imagina poder comprender de forma ecuménica al hombre. ¡Nombre! Dios tuviera semejante carga- Entonces empezó a buscar de su pesada gabardina algo entre todas las bolsas que figuraban grandes y pequeñas, casi incontables- ¡Ajá! –exclamó. En la mano llevaba un libro y lo alzó airado. – ¡Mira esta belleza! Es Unamuno ¿Alguna vez lo leíste? -.

-Lamentablemente dejé las lecturas recreativas pasado el bachillerato. Sabe, pensaba ya no tenía ni tiempo para dormir -.

-Lamentable, como dices, muy, muy lamentable. Con libros de esta calidad, uno no sólo aprende a dormir, sino también a soñar. La niebla, ¡uf! Pero qué librazo, te digo- Lo colocó justo enfrente de mí, con una mano lo sujetó y con la otra dio dos palmadas contra él – No es por amargarte el libro, si es que estuvieras dispuesto a leerlo, pero hay una parte que me encanta y que muero por contar. Ésa donde Augusto, el protagonista de la obra, se revela contra el mismo Unamuno; se revela contra su creador ¡contra su misma muerte! –

En ese momento fijé la vista hacia don Ignacio, dejándole bien sembrados los ojos. Él me pareció incomodado, alargó la mano hasta mi hombro y con un tono severo me dijo.

-Oye ¿estás bien?, de repente me dio la sensación de que dije algo inapropiado-.

-Sí, sí. No se preocupe, sólo me pareció interesante- traté de esbozar una sonrisa, pero ésta apenas y la sostenía.

-Bueno, bueno. Ése ni siquiera era mi punto, sino hablar del hombre. El misterio más grande entre lo nimio, en toda la inmensidad de nuestra parafernalia-.

-Disculpe usted la interrupción, don Ignacio, pero me gustaría consultarle algo. Y es justo de la muerte. Ya me han tomado de loco, pero siento la confianza de poder hablarle de esto-.

-Anda muchacho, que este viejo también está un poco loco-.

-La verdad es que vine aquí sin vocación; con el espíritu endeble y hecho trizas. Mis piernas apenas y me movieron a lo largo de la ciudad para poder llegar. Tuve mucha suerte de encontrarle, pero ahora también temo de perderle. ¿Se pregunta por qué? El porqué es porque me están matando. Así es, y ni siquiera sé quién me dará la puñalada, eso es lo que más me asusta.

-Ya veo, ya veo. Verás, por mi muerte no te preocupes. Como te dije, si llega que llegue. Pero tu desasosiego es inminente. Lo expresas con ese color decrépito en el rostro. Se nota que te extingues-.

-Así es, ¡me extingo y conmigo los extingo a todos ustedes! -.

-Pues si es así, sólo te queda una cosa y es tomar venganza-.

– ¿Venganza? –

-Sí, sí, ¡claro! ¡Venganza! –

– ¿Y cómo obtendré venganza? –

– Déjame explicarte, como te decía, acerca de los libros, te voy a confesar algo. Dentro de la literatura, lo que más disfruto son los cuentos, donde la imaginación es la que reina. Inmensa vida producto de una cabeza, de todas las ideas que toman la labor de Dios en un solo hombre. Por supuesto que también están las novelas y demás, donde la imaginación es participe en todo instante de igual modo, no he de desvalorarlas. Pero el cuento es corto, efímero, eso es lo que me gusta. Llega a ser tan corto, incluso, como nuestra vida. Nosotros mismos hemos de figurarnos como un cuento; Uno que sólo se hace real a través de los demás. Sólo somos una historia esperando a ser contada. Existimos porqué sentido sino éste que nos deja amparados de lo ignoto. Somos una fugaz réplica de espacio. El sueño corto de cada uno de nosotros: los olvidados por el tiempo. ¿Por qué olvidados por el tiempo? Porque sobrevivimos de manera inmaterial por nuestra historia, por las aventuras que escribimos en los hados de la vida. Hagamos un pequeño juego mental: imagínate en la incepción del mundo. Al abrirse tersamente los cielos, figúrate sobre un pastizal sin mesuras, con el viento arrebatándote el aliento y con los rayos de luz impactándote en las pupilas achicándolas infinitesimalmente. Pero no hay más, sólo tú ahí parado. Con una historia sin ojos, sin cuerpo ni manos. Sólo unas palabras al aire, justo como aquel acertijo del árbol que cae en el bosque. Tú, de igual forma, no puedes ser escuchado, mucho menos contado. Si sufres ahora por existir, imagínate de esa no existencia. ¿Uno existe por qué? Yo preguntaría, más bien, a través de qué. Uno sólo existe a través del otro, uno muere de igual forma. ¿Puedes creer que pese a ello la gente siga tan sumida en el ego? Te digo, la vida es puro cuento-

– Oiga, don Ignacio, y al final de esto. ¿Cómo es que he de obtener mi venganza? –

– ¡ah! Sí, es verdad – empezó a reír – Pues es sencillo, ya con la premisa. Pues si tú has de morir, lleva contigo al desgraciado. Entiérralo con tu misma vida, con tu mismo mundo. Descubre quién es y llévatelo.Sólo existe la muerte para quien te existe, aunque suene redundante, escucha bien. Aquel que te maldice es aquel que te hace real en su cabeza, te lleva en bandeja de plata directito a la muerte. Cuando lo encuentres sólo ríe y dile que él igual que tú “está condenado”-.

Él se levantó trabajosamente, yo ya no intenté ayudarlo. Nos pusimos de frente, el estiró la mano, yo maquinalmente estrujé la suya. Se despidió y se apartaba con una tierna risa, sus pasos apenas y lo sostenían. Se fue y no pude siquiera agradecerle, qué más da.

IV

La noche ya se levantaba de su sueño, todo se habría marchado y envuelto en la penumbra. Las calles sólo eran iluminadas por los postes subsecuentes de las banquetas. Como odiaba esa luz, fría, artificial y nada cálida, las estrellas apenas y se podían contar gracias a esa luz inmunda. Quise pararme en un último lugar, dónde pasaría las últimas y más obscuras de mis horas.

Frente a otra reja me posé, una que ya parecía oxidada, y que con el viento azotaba un estruendo infernal a lo largo de su calle. Esta reja estaba bien amarrada con un candado y unas cadenas gruesas y pesadas. Tuve que saltarme, aunque los soportes eran nulos, me las ingenié. Al estar casi hasta arriba pude, por fortuna, agarrarme de una cruz. En cuanto mis piernas me lo permitieron, salté. Me revolqué sólo por unos segundos en el suelo y me paré. Ahí también había grandes árboles, pero sin hoja alguna. Parecían salir de las ramas garras gigantes, cuyas sombras se enredaban por el concreto y a lo largo de la luz de luna. Había ciertas aves volando alrededor e inmiscuyéndose por los árboles, pero eran fácilmente perdidas de vista por su plumaje que se camuflaba con los brazos de la noche. Sólo dejaban su canto lúgubre, su son quimérico y abominable. Seguí caminando, revelando mi destino en cada nombre que estaba en la tierra escrito, hasta que tuve frente a mí a mi padre y a mi madre. Estaban calmos, silenciosos y anidados de los brazos el uno con el otro.

– Cuánto tiempo tenía sin venir a visitarlos. Vengo aquí, por último, porque quiero descansar junto a ustedes -. No hubo ni un solo ruido.

-Han de saber que me están matando. Pero no se preocupen, ya sé de quién se trata. Ahora sólo falta vengarme-. Di una risa despreocupada y gentil, no fue muy larga. Pareció que iban a contestar, pero sólo se escuchó un cuervo, a lo lejos, graznar. Entonces atenué la risa, empecé de nuevo a hablar.

-Sé que llevamos tiempo sin vernos, pero en verdad lo lamento. Lamento no haber sido lo que esperaban, lamento no haberlos amado lo suficiente. Lamento que esta vida no haya sido suficiente para mantenerlos a la suya sujetados. Quiero que escuchen a mi corazón desbaratarse, porque así lleva haciéndolo desde el primer día de su partida. Todo este dolor me impedía venir a verlos, creo que aún no les he perdonado haberme dejado en este mundo inmenso y sin ustedes. Pero ahora que estoy aquí, con los dos, espero ya nada nos separe -. Pero nada es lo que se escuchaba, todo quedaba en un vacío hondo. Ellos parecían no inmutarse. Y yo, también inmóvil, sólo aventé las lágrimas por donde pude. Un nudo me estrangulo de la garganta, y al ver que ninguno de los dos pareciera conmoverse, sólo apreté firmes los párpados de donde se seguían escurriendo lágrimas, y con la garganta ardiendo, trémulamente dije

-Gracias, Los amo. Nunca se rindieron, eso es lo que más aprecio-.

Mis ojos estaban sepultados y yo seguía tambaleante. Del gélido viento de la noche, empecé a sentir un abrazo cálido. Al desencadenar los ojos, en una imagen inmemorial, yo volvía a ser un niño y mis padres me sujetaban fuertemente. De ese matiz pálido, mi madre logró esbozar la más luminosa de las sonrisas jamás creadas. Mi padre me puso la mano sobre el hombro, él parecía un gigante ¡qué digo! Parecía un titán. Me sujetaba vigorosamente y en su sonrisa podía ver su orgullo todo enmarcado en las comisuras de sus labios. No dijeron nada, ni una sola palabra. Mis lágrimas se secaron por completo, cuando su espectro se esfumó. Quedé frente a sus lápidas, la de papá y mamá, arrodillado justo en la tierra que resguarda eternamente su óbito.Se fueron sin decirles lo mucho que los extraño, qué más da…

me voy con ellos.

V

Estás condenado.

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