Eloi Yagüe (Accésit 2018)

Eloi Yagüe (Accésit 2018)

Eloi por Eloi

Escritor, periodista y profesor universitario español y venezolano. Nací en Valencia de España el 10 de agosto de 1957. Resido en Venezuela desde 1964. Estudié en la Universidad Central de Venezuela donde obtuve el título de Licenciado en Comunicación Social. He laborado durante muchos años como periodista y desde el año 2000 como profesor de la misma escuela donde estudié.

Me inicié como escritor en la adolescencia, emborronando cuadernos escolares con textos muy extraños, a medio camino entre la prosa y la poesía, donde estaban muy presentes la muerte y la errancia, temas que me acompañan desde la infancia debido a ser huérfano temprano de padre –murió a los pocos meses de nacer yo– y a mi condición de emigrante.

En la universidad participé en talleres y grupos literarios. Tras una etapa inicial como poeta me enrumbé definitivamente hacia la narrativa, primero el cuento y luego la novela, abordando los géneros policial, de terror y política ficción.

En 1988 publiqué mi primer cuento, titulado El Nudo del diablo en la Revista Nacional de Cultura. Se trataba de un homenaje a mi abuela Felisa, mujer valenciana que tuvo gran influencia en mi infancia y de la cual aprendí, entre muchas otras cosas los secretos de la cocina. De esta manera abrí una vertiente autobiográfica en mi literatura que se plasmaría en 1990 con mi primer libro de cuentos, El Nexo vertical,donde prevalece el tema de la memoria.

Al principio mi escritura narrativa se basa más en la imaginación que en la memoria. En mis cuentos iniciales exploro el relato policial, el de terror, la ciencia ficción y la política ficción. Dos cuentos premiados me animan a proseguir en la vía del relato policial, el primero es Esvástica de Sangre, que obtuvo el premio Carlos Castro Saavedra en Medellín en 1995, y el segundo fue La inconveniencia de servir a dos patronos, que obtuvo el premio Juan Rulfo-Semana Negra de Gijón en 1998. Ambos relatos, y otros de corte policial, fueron recogidos en el libro Esvástica de Sangre, publicado por Norma (Bogotá, 2000). En el cuento que le da título al libro aparece por primera vez Fernando Castelmar, periodista que se me mete a policía por accidente.

En 1999 aparece mi primera novela titulada Las alfombras gastadas del gran hotel Venezuela,protagonizada por Castelmar, y publicada por Planeta Venezuela. Con ella fui finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2001, gracias al entusiasta apoyo de Roberto Bolaño, quien la consideraba una obra del “gótico tropical”.

En 2005 aparece mi libro de cuentos Autorretrato con Minotauro, fuertemente autobiográfico, que obtiene el premio municipal de narrativa de Caracas. El texto que le da el nombre al libro proviene de un autorretrato que hizo mi padre, que era pintor, donde por un lado aparece él normal, bien trajeado y con expresión relajada, y por el lado de atrás un monstruo horrible. Él decía que era ambos, según cuenta mi madre. Este carácter dual me inspiró este cuento donde retomo el mito del minotauro como gran relato mediterráneo, a partir de ahora asociado a mi padre.

En 2006 aparece mi segunda novela, también del ciclo Castelmar, titulada Cuando amas debes partir. En ella, Castelmar asesina al jefe de redacción del periódico donde trabaja. Es una novela donde intento establecer un puente entre un relato íntimo de un periodista que vive la crisis de los cuarenta años y un país que culmina con «El Caracazo», la insurrección popular de 1989, un ciclo de cuarenta años de la llamada «democracia representativa». La novela fue publicada por Seix-Barral y obtuvo los premios Salvador Garmendia y Mejor Libro de Narrativa de 2007.

En 2012 aparece mi tercera novela negra titulada Amantes letales, publicada por Ediciones B en la colección Vértigo, diseñada para impulsar la novela negra en Venezuela. Dos personajes, un policía veterano y una psicóloga, protagonizan un thriller con una fuerte carga de erotismo mezclada con una trama de crimen organizado.

Se trata de una novela hecha no por encargo pero sí con un parámetro que había que cumplir: que una mujer fuera la protagonista, reto que asumí creando a la doctora Andrea Lina Miranda, atractiva psicóloga que arriesga su vida al asumir «el lado oscuro» de su personalidad. Hay una reflexión sobre el tema de la belleza y la intervención corporal mediante cirugías y otros métodos, a la que son muy aficionadas las mujeres venezolanas.

Mi cuarta novela, El show de Willy, fue publicada en Barcelona, España, por la editorial Carena en 2015. Es la historia de un niño de la calle que hace malabarismos con limones en las esquinas de Caracas hasta que un día se detiene un magnate de la televisión y adopta a este niño que con el correr del tiempo se convertirá en el showman más famoso del país. Es la historia de su auge fulminante y su estrepitosa caída.

En esta novela traté de plasmar mis inquietudes por el lado oscuro de la televisión, asociada a la corrupción, a la política y a la satisfacción de los «bajos instintos» de la audiencia que un día entroniza a una figura y al día siguiente la olvida. Es un tema muy vigente en Venezuela donde hasta la política se ha adaptado a la influencia avasalladora de la TV. El Show de Willyfue llevado al cine, en una versión libre, por el cineasta venezolano Fernando Venturini.

Ellos eran tan bellos, el proyecto de escritura de mi quinta novela, que ha obtenido el accésit del premio CAFÉ MADRID 2018, será laconsolidación de la vertiente autobiográfica de mi escritura. Se trata de un homenaje a mis padres, a su hermoso romance que tuvo como lugar la Valencia previa a la Riada del Turia que ocurrió la madrugada del 14 de octubre de 1957, donde murió mi padre cuando yo tenía apenas tres o cuatro meses.

Es un proyecto donde se entremezclan los recuerdos de una Valencia que yo conocí a los 6 o 7 años y, la ficción, pues intento reconstruir una historia que desconozco, que es la historia del enamoramiento de mis padres. A la vez pretende ser una reflexión sobre la emigración debido a que las condiciones que los obligaban a irse de una España aplastada por una dictadura militar, son muy parecidas a las que obligan a millones de venezolanos a emigrar hoy de una nación que alguna vez fue considerado «el mejor país del mundo».

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Semblanza

Sabía de Eloi Yagüe Jarque por comentarios en la prensa y en conversaciones con escritores. En todas el veredicto era el mismo: “Él es uno de los mejores cuentistas de actualidad”. Nos conocimos en septiembre de 2014 en Caracas, en una emisora de radio donde lo entrevistaban con motivo de la edición de su más reciente obra literaria, Santa Ángela del Cerro.

A las dos de la tarde era la cita, estaba un poco tensa pues no tenía idea de cómo sería el personaje a entrevistar. Sabía, sí, que el hombre tiene los horarios cuasi que cronometrados porque está en muchas cosas que le abarcan mucho tiempo. Vestía una camisa azul intenso, jeans oscuros y estaba acompañado por uno de sus hijos. Al terminar el programa de radio fuimos todos los presentes —entiéndase, el personaje, su hijo, la entrevistadora de la radio, la editora y yo— a tomar un café y a hacer la entrevista; en el ínterin cayó un aguacero con rayos y truenos de esos fantásticos que sólo pueden darse en Caracas en los días que rodean al famoso Cordonazo de San Francisco.

Al observarlo con un poco más de detenimiento noté un par de pequeños pero muy brillantes ojos que van registrando todo lo que acontece en su alrededor. Me dio la impresión de que siempre está tomando notas mentales de lo que ve: las gentes, los lugares, las cosas por triviales que parezcan son elementos con los que va estructurando esos tapices de la ciudad que vienen a ser sus cuentos. En el libro Santa Ángela del Cerro, que consta de once cuentos de género negro, vemos unos personajes perfectamente delineados con pocas pero elocuentes palabras que nos permiten imaginarlos con bastante exactitud.

Al iniciar la entrevista el hombre estaba tenso, se notaba que no le es muy de su agrado hablar de sí mismo. Permitir a otros que hurguen en su intimidad. Las respuestas fueron breves y concisas, diciendo lo que le pareció necesario sin dar chance a más. Un ejemplo fue cuando le pregunté si relaciona vida y trabajo o si por el contrario es de quienes pueden desvincular ambas facetas. La respuesta fue tajante: “No, no puedo”. Claro que no todas las respuestas fueron así de breves, se extendió más en las referentes a la literatura.

Hijo de emigrantes españoles —como muchos de los caraqueños de la segunda mitad del siglo XX para acá— Eloi Yagüe Jarque es un hombre que se mueve entre dos procesos culturales que si bien se acercan al mismo tiempo son distantes y diferentes, pero que en él están muy arraigados. Y así lo hace saber él: “Mi infancia fue muy nómada entre España y Venezuela, naturalmente me quedé en Venezuela pero siempre teniendo la conciencia de que formaba parte de estructuras o de que tenía estructuras de dos culturas. Y lo malo de mi infancia fue que tuve unas pérdidas muy duras. Se murió mi padre muy prematuramente y eso me afectó, me afectó bastante. Bueno, digamos que influyó en mi vida. Y lo otro fue el desarraigo, que de tanto viajar pues siempre… desarrollé una especie de desarraigo. Cuando empezaba a aclimatarme a un lugar ya me tenía que ir, entonces eso fue para mí también importante. Por lo demás mi infancia fue muy satisfactoria”.

Al hablar de su familia se percibe una combinación de orgullo y dulzura: “Mi familia es pequeña pero muy feliz, muy querida. Tengo tres hijos de diferentes edades, que me dan muchas satisfacciones. Mi familia, o la mayoría de mi familia, ya falleció. Una familia de emigrantes españoles a la que le debo mucho. Especialmente mi interés por la literatura y la cultura en general”.

Y como con esta entrevista pretendemos conocer un poco más de la persona que hay detrás de la obra del artista le pedimos que nos contara una grata anécdota que viniera a su mente. Nos contó dos, pero a la que queremos hacer referencia en este momento es a la de índole familiar: “Otra cosa que me gusta mucho recordar es que a mi esposa, Gladys, la conocí en un taller literario. Yo daba el taller literario y ella era mi alumna. Pero cuando ella fue alumna mía no nos hicimos mucho caso. Ni ella me paró a mí, ni yo le paré a ella. Pero después, tiempo después cuando ya no era profesor de ella ni ella era mi alumna, sí nos encontramos y sí nos hicimos caso”. Lo cual nos lleva a lo que es su concepto del amor: “El amor me parece la experiencia humana más total, más integradora, y la siento muy necesaria para poder crear. Necesito amar y sentirme amado. Es para mí como un alimento espiritual”. Todo lo anterior nos indica que nos encontramos ante un hombre para quien los afectos son fundamentales y que ha logrado darse cuenta de ello, asumirlo y disfrutarlo. Que ha podido llegar a ese nivel en la vida donde se comprende que lo verdaderamente importante es dar y recibir amor.

Actualmente es profesor de literatura en la Escuela de Comunicación Social de la UCV y al mismo tiempo da talleres fijos. Definitivamente su vida y su pasión es la literatura, en sus ratos ¿libres? lee y escribe aunque también oye música y ve películas, las otras dos cosas que lo apasionan. “Afortunadamente a pesar de los años —que cada vez son más— creo que se abren nuevas posibilidades. Me siento afortunado de haber escogido este oficio de escritor porque creo que a medida que pasa el tiempo lo hago mejor y no es como otras profesiones. Por ejemplo, si fuera deportista pues ya no podría seguir, sería más difícil. Creo que como escritor entonces puedo dar mucho más todavía”. Se nos ocurre preguntar qué sería él en la vida si no fuera escritor y nos sorprende al decir: “Sería chef. Sí, me dedicaría al ramo de la hotelería. Me gusta mucho ese ramo. Me gustaría tener una posada, por ejemplo, pero en un lugar bien bonito, donde reciba a la gente y poder cocinar también”. Aprovechamos para averiguar cuál es su comida favorita: “La paella, como yo soy valenciano de España esa es mi comida favorita: la paella. Para cocinar y para comer”.

Retomando el tema literario explica que lo motiva a escribir el tener buenas ideas y tener tiempo y las condiciones para poderlas llevar a cabo, para poderlas expresar. Lo que le desmotiva son varias cosas, primero ver la dificultad para publicar. “Me desmotiva a veces, incluso después de haber publicado, el que no se lee, no se lee lo suficiente. Me desmotiva la envidia, y las rencillas y las intrigas, las mezquindades que a veces hay en el medio, en este medio literario. Pero yo trato de que esa desmotivación dure muy poco”. Sobre la famosa musa inspiradora cree que a veces viene inesperadamente y a veces se pueden crear las condiciones para que venga y se presente. Además cree que el estado natural de la literatura es la crisis. Porque precisamente la literatura es una rebelión contra el orden establecido, contra todo lo que va en contra de la libertad humana. Y como la libertad humana siempre está en peligro pues entonces la literatura siempre está en crisis. Pero eso es lo característico de la literatura y de todo el arte en general: estar en crisis. Es una actividad que tiene que ver con la crisis en todos los sentidos, eso es lo que le da vitalidad. En cuanto a la poesía dice: “Está en la calle. La poesía es espontánea. La poesía está en todas partes. Ahora, si hablamos de la literatura como actividad estructural, de un lenguaje escrito, bueno, por lo menos hay que saber leer y escribir. Pero incluso personas analfabetas, hay poetas analfabetas que son extraordinarios poetas. O sea, la poesía creo que tiene que ver más con una actitud ante la vida que ante el lenguaje”.

Se reconoce como un idealista empedernido. Soñador. Alguien a quien a veces le cuesta un poco bajar a tierra pero que hace un esfuerzo por lograr plasmar por lo menos una parte de todo eso que le pasa por la cabeza, que es mucho. Un hombre que necesita libertad para poder expresarse. “Necesito vivir en un entorno donde haya libertad de expresión. Y creo en la democracia, los derechos humanos, todo eso. Si hay una filosofía con la que me identifico es con la liberal”. Si bien cree en Dios y de hecho le agradece mucho que de vez en cuando se acuerde de él, le resulta difícil hablar de su parte espiritual porque cree ser bastante espiritual aunque no sepa muy bien qué significa eso. Por ejemplo todos los días piensa en la muerte. Aunque no sabe si eso aplica o no pero trata de no olvidarse de que va hacia la muerte.

Un artista bastante sencillo, sin poses ni divismos. Un poco a la defensiva pero que poco a poco se fue relajando y creo que disfrutó la entrevista. Un hombre que baila y que le gusta toda la música que lo emocione menos, aclara enfáticamente, el reguetón, cosa que le aplaudimos. Le gustan los grabados de Picasso y el jugo de parchita. Quiere volver a Valencia en España pero el lugar de sus sueños —ya que sueña con él y en él— es el majestuoso cerro Ávila, el eterno guardián de Caracas. Alguien que describe así su domingo típico: “Desayunar un desayuno criollo bien sabroso. Primero no levantarme temprano, me levanto un poco más tarde. El desayuno criollo. Salir a pasear y después echarme una buena siesta, porque después, para mí el lunes comienza el domingo a las seis de la tarde”. Y que a estas alturas de la vida piensa que no cambiaría nada de su vida aunque el dolor más grande que le pesa en el alma sea el haber perdido a su padre cuando era un niño.

Ya finalizando le preguntamos su parecer sobre vida, gente y sentimientos: “¿De vida?, todo está relacionado, ¿no? Sin vida no hay lo demás. Yo creo que la vida es una experiencia extraordinaria. Creo que es un regalo de Dios. Y los seres humanos… Pienso que los seres humanos son buenos en la medida que se dan cuenta de que la vida es un regalo que hay que disfrutar, que hay que valorar, que hay que aprovechar. En esa medida creo en los seres humanos que se dan cuenta de eso, porque hay muchos que no se dan cuenta y entonces viven como ciegos, como dormidos. Y en cuanto a los sentimientos, precisamente nos ayudan a entender que la vida es algo inapreciable, único e irrepetible”.

Así nos despedimos de Eloi Yagüe Jarque, un hombre amable, cálido, gentil, cuyo único plan a corto y largo plazo es escribir y escribir mientras las ideas fluyan y las condiciones se presten. Le auguramos muchos éxitos más a este contador de las realidades y cotidianidades de una urbe que si bien puede ser muy bella también puede ser muy dura. De este enamorado de Caracas que la recrea en esas historias que escribe y que vienen a ser una suerte de fresco urbano. (Ana Berta López)

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Cuando amas deber partir, Premio Nacional del Libro de Venezuela y Premio Salvador Garmendía de la Casa de las Letras Andrés Bello (2006)

Calificada por su autor como una novela negra, roja y rosa, y titulada con un verso del poeta francés Blaise Cendrars, la novela de Yagüe cuenta la historia del periodista Fernando Castelmar, y es la primera parte de una trilogía integrada por Las alfombras gastadas del Gran Hotel Venezuela —publicada en 1999 y que en realidad es la segunda entrega— y La princesa flotante, en la que el autor trabaja actualmente.

Castelmar es la figura del antihéroe característica en el género de la novela neopolicial latinoamericana, que posee algunas chispas de humor y otros elementos no tradicionales en la novela negra clásica.

Autor de cuentos de terror, policiales, fantásticos y minicuentos, Yagüe explica que lo rojo de la novela consiste en su contexto político y social en el que se desarrolla el movimiento popular del 27 de febrero de 1989, conocido como El Caracazo, que es el detonante que acelera la crisis de Castelmar y lo hace retomar sus ideales de izquierda.

La parte rosa de esta novela viene dada por el romance del protagonista con una joven llamada Aída, un personaje que fue muy difícil de construir y uno de los mayores retos de la obra, a juicio de su autor, quien la semana pasada la presentó en Bogotá, Colombia.

La puesta en escena del misterio, por Eloi Yagüe

Debo a mi tía Pilar la iniciación en el misterio en aquellos días infantiles en que ella me cuidaba mientras mi mamá trabajaba. Mi tía Pilar me inició en el misterio de dos maneras: la primera por su carácter. En efecto, ella apreciaba especialmente el misterio. Debo decir que mi tía era un poco intrigante. Nunca decía lo que pensaba directamente, no le gustaba cruzar los puentes sino vadear y prefería dar rodeos a ir directamente al lugar que le interesaba. Curioso comportamiento, ahora que lo pienso, pero sin duda tuvo su influencia en mí. Mi tía Pilar gustaba de hacerme su cómplice, adoraba los secretos, le encantaba mantener siempre alguna información en reserva y era hábil en su utilización posterior, en su manejo como amoroso chantaje. Eso sí le encantaba saber los secretos de los demás, pero nunca que los demás nos enteráramos de sus secretos. Su actitud contribuía a que en casa hubiera siempre una atmósfera misteriosa y sin duda ayudó a que yo me hiciera narrador de ficción.

La segunda vía fue la literatura. A mi tía Pilar le gustaban las novelas de misterio, especialmente las policiacas. Así que cuando tuve edad de entenderlas, me fue prestando los ejemplares de su colección de Agatha Christie. Por supuesto muchas cosas se me escapaban, pero no el encanto de las andanzas de Hércules Poirot, el primer investigador de quien tuve noticia. La señorita Marple, por el contrario, no me llamaba la atención, me parecía algo descabellado que una viejita se dedicara a esclarecer asesinatos. El hecho -y quiero insistir en esto- de que no entendiera completamente esas novelas -yo tendría nueve o diez años- no importaba mucho: lo que más importaba era que yo captaba la atmósfera, la emoción de que estaba ocurriendo algo fuera de lo normal, algo que rompía el orden habitual de la vida y de las cosas. Y esta sensación era acentuada no tanto por las acciones de los personajes, generalmente seres comunes y corrientes, sino en virtud de la puesta en escena del misterio. Y en eso Agatha Christie me parece una buena ambientadora, partidaria de los ambientes exóticos que tanto contribuyen a la buena marcha de una narración como -hay que decirlo- a su fracaso final, en caso de que el paisaje sea una decoración de cartón piedra. Leyendo a la autora inglesa capté que una buena novela policiaca debe ser siempre misteriosa, debe establecer un pacto con el lector. Es como si el autor te contara un secreto y tú tienes que estar dispuesto a recibirlo y no contárselo a nadie. Entonces entra en juego la administración, la dosificación de la acción. Tú te das cuenta de que el autor sabe más que tú, de hecho él sabe todo lo que ocurre en la narración, inclusive hasta el final. Y las veces que hice trampa leyendo el desenlace, me daba cuenta de que me perdía algo de lo más importante: la prolongación del placer. Y en este caso el placer estaba dado por posponer lo más posible la resolución final. Leer anticipadamente el final, me di cuenta con el tiempo, era una transgresión de las reglas del juego, una especie de traición, una culpa similar a lo que uno siente cuando revela un secreto que le ha sido encomendado.

Posteriormente conocí la novela negra, esto es el policial norteamericano con magníficos representantes como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Jim Thompson y Horace McCoy. Pero allí el juego que se propone es diferente. El misterio queda reducido a su mínima expresión en virtud de una puesta en escena excesivamente realista, casi cruda en sus descripciones. En estas novelas muchas veces se sabía desde el principio quién había cometido el o los asesinatos, incluso podía llegar a ser el mismo protagonista, como en el caso de “Asesino Burlón” de Jim Thompson, a diferencia de “El asesinato de Rogelio Ackroyd”, de la Christie, donde el homicida es el narrador, pero sólo se sabe al final.

Debo admitir que el contraste entre ambas formas de literatura policiaca me resultó impactante y aunque en última instancia preferí y prefiero la novela negra, echo de menos el misterio tan inglés que había en las mejores novelas de Agatha Christie, donde era impensable un asesinato a plena luz del día.

Ahora bien, ¿qué es el misterio? ¿Es un estado ánimo, una técnica literaria, un recurso narrativo, un empeño inútil en oscurecer lo que es transparente, en complicar lo que es sencillo? Miren, si me preguntan yo no sé bien qué es el misterio. Si lo supiera dejaría de ser misterioso. Lo que sí sé es que entre dos libros: uno misterioso y otro no misterioso, prefiero el misterioso porque me produce mayor placer. Yo he notado que el misterio puede aflorar de diferentes maneras y en distintas narraciones. Por cierto también existe poesía misteriosa. Pero volviendo a la narrativa y en particular al cuento, me parece que el misterio es una voluntad del autor de aderezar una trama -acaso previsible, acaso irrelevante- con un ingrediente, una especia literaria que va resaltar el sabor de ese guiso que se sirve en la mesa del lector. ¿Cómo se pone en marcha el mecanismo de relojería del misterio? Ah, eso depende de cada autor, es tan personal como la huella digital. Y aislar los mecanismos de la puesta en escena del misterio es tan difícil como separar la sal de un hervido después de habérsela echado. Y a veces no se trata de un solo ingrediente, sino de una variedad de ellos, como el curry, que no es sólo una especia sino una mezcla de varias de ellas.

Un primer mecanismo para la producción del “efecto misterio” es sin duda el manejo de la descripción, bien sea de personajes o de lugares. Lo anterior nos lleva a una primera conclusión: el lugar, la ambientación, la locación, como dicen los cineastas, es importante en el misterio. Los relatos fantásticos casi exigen escenarios naturales. Sin duda el mejor lugar para ambientar Drácula era las lúgubres montañas de los Cárpatos en Europa Central, plagadas de lobos y leyendas que los supersticiosos campesinos han mantenido por generaciones. Mary Shelley escogió la helada superficie del Polo Norte para las andanzas de Frankenstein, al igual que Edgar Allan Poe llevó las aventuras de Arthur Gordon Pym al Polo Sur, mientras que Howard Philips Lovecraft, uno de mis autores fantásticos favoritos, inventó el ficticio condado de Arkham en algún lugar del profundo sur estadounidense, como escenario de sus alucinantes relatos del ciclo de los mitos de “Ctulhu” y “El color que vino del espacio”. Los cuentos de fantasmas exigen un castillo, preferiblemente escocés, con chirriar de cadenas, portazos nocturnos y corrientes de aire frío. Es el escenario típico de la llamada novela gótica que tuvo auge en Inglaterra a finales del siglo XVII y comienzos del XIX, fundada por Horace Walpole con su novela titulada previsiblemente “El Castillo de Otranto”. Un gato nunca está demás en toda narración sobrenatural que se respete.

Este regusto por los escenarios naturales lúgubres fue compartido también por Arthur Conan Doyle que situó “El Sabueso de los Baskerville” en los desolados páramos de las tierras altas escocesas, con abundancia de niebla, riscos inaccesibles y pantanos traicioneros, marco perfecto para las andanzas del temible sabueso, que en este ambiente parecía como un can infernal, una especie de cancerbero y sin embargo era un dogo común y corriente. También, más recientemente, Umberto Eco ubicó la intriga de su erudita novela “El nombre de la rosa” en una abadía benedictina del norte de Italia que en virtud de los asesinatos que allí se suceden, adquiere tintes siniestros. Personalmente me agradan estas novelas porque combinan la trama realista con una ambientación de inspiración gótica.

Sin embargo, cuesta un poco imaginarse a Sherlock Holmes fuera de Londres y tampoco es casual que Poe pusiera a su detective Auguste Dupin en París en “Los crímenes de la Rue Morgue”. Sin duda son ciudades misteriosas, aunque ya no tanto desde que existe el alumbrado público. Londres lo es por la niebla y su trazado laberíntico, París por su red de cloacas subterráneas que han servido de inspiración para tantas historias. El Barrio Gótico de Barcelona es también misterioso. Praga, ciudad que aspiro conocer algún día, además de la fama de hermosa, tiene múltiples recovecos donde puede aflorar el misterio. Sin ir muy lejos, la ciudad amurallada de Cartagena de Indias es fascinante en este sentido y no resulta extraño que en ella hayan sido ambientadas novelas que exploran los límites de la realidad como “Los Cortejos del Diablo” de Germán Espinosa y “Del amor y otros demonios” de Gabriel García Márquez.

Y es que la exuberante naturaleza americana ha sido inspiradora del misterio desde tiempos inmemoriales, desde que los primeros cronistas de Indias vieron plantas, animales y seres fantásticos en las nuevas tierras recién descubiertas. La poderosa fascinación del paisaje americano persiste aún hoy en nuestros días y ha servido para dotar de escenarios a escritores como Horacio Quiroga y Rómulo Gallegos, que situaron en la selva algunos de sus mejores relatos. En el caso de Canaima de Gallegos, donde la selva, como un infierno verde, llega a alcanzar ribetes protagónicos. El Comala de Rulfo y el Macondo de García Márquez parecen más que fruto de la fantasía de sus creadores, brotar de la misma tierra, como volcanes o como accidentes geográficos. Recientemente un joven escritor venezolano, Israel Centeno ambientó en el Avila, la montaña que rodea a Caracas frecuentada por amantes de la naturaleza, una serie de historias de inspiración gótica, de vampirismo, licantropía y otras alucinaciones que hallan un marco perfecto en la majestuosa montaña.

Pero los buenos los buenos narradores no precisan echar mano de un paisaje sobrecogedor para escribir historias misteriosas. Borges, Onetti, Cortázar, Sábato, son capaces de convertir la ciudad es un espacio para el misterio. El venezolano Salvador Garmendia, uno de nuestros más importantes escritores, maestro de la descripción, logra con este recurso narrativo convertir espacios y personajes netamente urbanos en ambientes pesadillescos y monstruos de la más delirante imaginación. Garmendia en este sentido es uno de los escritores que más avanzan en este empeño de derribar los muros artificiales entre literatura realista y fantástica. Insisto en que si bien hay ciudades misteriosas per se, el carácter misterioso se lo da el escritor con su estilo, con su forma de narrar. Es el caso de la Bogotá que refleja Mario Mendoza en Scorpio City.

La descripción de lugares y personajes es importante pero no es el único recurso que sirve al autor para poner en escena el misterio. A veces éste surge de la narración misma, de la simple enumeración de acciones sin mayor énfasis en la descripción. Me vienen a la memoria dos cuentos magistrales que ejemplifican este aspecto uno es Salón Paraíso del cubano Virgilio Piñera. Salón Paraíso es un lugar donde no pasa absolutamente nada, donde el personaje es encandilado por una luz sobrecogedora, donde la única experiencia es el lavado de la retina. A mi modo de ver es un cuento estremecedor precisamente porque instaura entre nosotros una “realidad irreal”, valga la absurdidad.

El otro ejemplo que deseo mencionar es Las fases de Severo, un cuento de Cortázar donde un grupo de personas asiste a lo que parece ser un velorio. Sin embargo el muerto no está muerto sino que atraviesa por diversas fases, a cual más alucinante, y finalmente se convierte en un oráculo que recita a cada uno de los presentes un número cabalístico. Tras lo cual, todos se retiran a sus casas como si nada.

Esta clase de cuentos, tanto del de Piñera como el de Cortázar utilizan la sustraccción de datos como método, es decir, los autores se abstienen de darnos la información completa de qué es lo que ocurre o porqué ocurre lo que ocurre. Ambos adoptan la tensión anticlimática, esto es el retardo en el desenlace. Pero al final, resulta que el desenlace es abierto y no tiene explicación. El misterio sigue abierto para desesperación de los lectores. Son finales por decisión, no por nocaut, para utilizar la terminología boxística que tanto le gustaba a Cortázar. Porque, a pesar de las preceptivas y de los decálogos tipo Quiroga, el cuento no tiene reglas. El viejo código, procedente de la poética aristotélica de principio, nudo y desenlace, queda abolido a partir de ahora y para siempre.

Creo que lo más parecido a un cuento es una partida de póker. El autor va echando cartas y analizando la reacción del adversario. Por supuesto en el caso de la literatura, el autor no tiene la ventaja de estar frente al lector en el momento de la lectura, por lo tanto tiene que imaginarse la reacción del lector, ser eficaz en esto y anticiparse a ella. El autor tiene que imaginarse al más sagaz de los lectores y escribir para él, tiene que ser más inteligente que el más inteligente de sus lectores para anticipar todas las objeciones posibles. No dejar ningún cabo suelto ni ningún resquicio de la trama por donde se pueda colar el desenlace. Si no, se pierde el efecto y el efecto es lo más importante de una narración, como señala Edgar Allan Poe en Filosofía de la Composición. Y para ello, el escritor no puede mostrar todas sus cartas de una sola vez, debe esconder al menos una, la que lo hará ganar la partida. Es lo que Vargas Llosa denomina el dato oculto, el único recursos que tiene el autor para garantizar que el lector llegará al final de la narración. Para lograr esta información reservada, el autor pondrá en práctica su habilidad en el juego de espejos, dará pistas falsas, engañará al lector. En la guerra y en la literatura todo se vale. Y en el caso del cuento, éste funciona o no. ¿Cuál es el único requisito para que funcione un cuento? Para Cortázar el requisito era la esfericidad, lo cual no quiere decir exactamente que el cuento empiece y termine de la misma manera, sino simplemente que dé la sensación de infinito, como la dan dos espejos enfrentados que abren una puerta a un más allá cercano y a la vez inalcanzable.

Estos cuentos que mencioné tienen como piedra angular del misterio la cotidianidad, que es como tratar de parar un trompo sobre la punta. La única forma de hacerlo es haciéndolo girar. Permítanme el desvarío: estos dos cuentos son como trompos que giran sin término. Y de ese girar viene su delicado, y al mismo tiempo brutal, equilibrio interno. Trataré de decirlo con otras palabras: con los mismos ingredientes con los que hacemos una sopa, estos escritores elaboran un plato que no parece de este mundo. Precisamente porque es una puerta que se abre a otro plano de la realidad. Es la puesta en escena del misterio desde la narración misma: no hay descripciones exageradas, no hay situaciones sobrenaturales, no hay seres fantásticos, no hay nada que no veamos todos los días y sin embargo hay la instauración de una realidad otra, un desdoblamiento que nos agarra totalmente desprevenidos, como esas enfermeras que nos inyectan con tanta habilidad que no nos duele ni nos damos cuenta. Al final sólo queda preguntarnos, ¿pero qué pasó realmente? Y, como respuesta, rendirnos a la evidencia de que la realidad no existe. Este tipo de narraciones, que buscan abolir las delgadas fronteras entre realidad e irrealidad, me parecen el reto más grande que un narrador puede asumir. Cortázar dedicó casi todos sus esfuerzos como escritor a esta labor de demolición de prejuicios, de dinamitar la tranquilidad, la falsa seguridad que nos inspira lo que llamamos vida y que muchas veces no es sino una caricatura -muchas veces sangrienta, de la verdadera vida, la que no acepta limitaciones ni etiquetas.

Finalmente está la puesta en escena del misterio a través de los diálogos. Otro reto notable, porque -y en esto coinciden autores como Borges y García Márquez, no hay nada más difícil que la construcción de diálogos creíbles en castellano. Ernest Hemingway era capaz de escribir un cuento con base en puros diálogos. En Los asesinos unos hombres desconocidos llegan a la taberna de un pueblo. Hablando se descubre que van a matar a alguien. Pero no se sabe por qué. La agresividad de sus palabras contribuye a crear una tensión inaudita. El por qué de la muerte queda como una espada de Damocles colgando sobre el lector. Pero el diálogo es lo que moviliza la acción y ese es el gran aporte de Hemingway. Aunque éste no era autor que se contara entre los favoritos de Borges, seguramente él habría dicho que la ventaja de este cuento es que había sido escritor en inglés, un idioma que para el argentino era ideal para construir diálogos. Tal vez sea así, tal vez sea la razón de que en castellano tan pocos cuentos estén armados de esta manera. Tal vez entre ustedes haya algún maestro de diálogos en ciernes que acepte el reto de usar este recurso como vehículo del misterio.

Bien, como sea y retomando el planteamiento inicial, el misterio es un recurso literario que se puede dar tanto en la narrativa fantástica como realista, al cual puede contribuir tanto la narración como la descripción y el diálogo, sin embargo para que funcione depende de la pericia del escritor para administrar y dosificar la tensión narrativa a fin de que el lector mantenga el interés hasta el final del texto, y aún más allá, cuando en su mente resuenen las imágenes y los diálogos del relato recién leído y no se sienta engañado por el autor, sino plenamente gozoso como lector hasta el punto en que pueda afirmar. “Me gusta este escritor. Narra de manera misteriosa”. Lo cual, sin duda, será un triunfo de la imaginación y una victoria que ustedes lograrán si persisten en esta ardua pero adictiva labor llamada literatura. ¿Qué por qué persistimos en esta ingrata labor? Ay, ese es el verdadero misterio.

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