Blaze! Capítulo 33

Capítulo 33 – Cosas de niños.

Patio trasero de la casa de Echleón, donde su joven aprendiz de maga de 11 años intenta por milésima vez ejecutar un peligrosísimo hechizo de propia factoría, apuntándolo a un pobremente fabricado espantapájaros.

¡Ileana! –gritó la pequeña amiga de la discípula de Echleón, cargando un artefacto alargado entre sus manos, el que se encontraba envuelto completamente con un trozo de cuero de vacuno.

No te cruces en mi camino, Hänä, estoy intentando lanzar este maldito hechizo –respondió Ileana, arrojándose al piso, cayendo sobre sus posaderas, exhausta–. Además, te dije que me llamaras por mi grandioso apodo…

Es verdad, Blaze, lo olvidé nuevamente –dijo Hänä, abrazando con sus pequeños y blancos brazos el paquete que cargaba.

¿Qué traes allí? –preguntó Blaze, bebiendo agua desde una jarra que sacó de la cocina de su maestro, sedienta por las horas de esfuerzo dedicadas a su entrenamiento.

Es lo que te dije el otro día, la flecha, como me dijiste que debía basar mi hechizo en mis experiencias personales… –respondió la amiga, desenvolviendo el cuero enrollado–. Estas noches me dediqué un par de horas para tallarla, ¿cómo crees que quedó?

Blaze recibió la saeta de las manos de Hänä, revisándola por todos lados, comprobando el tallado, soltando un sonoro suspiro.

No hay caso contigo, ¿cómo es posible que todo lo que hagas con tus manos quede tan bien? –preguntó Blaze en forma de reclamo, arrancándole una sonrisa a su amiga–. Aunque ahora debes traspasar esta perfección al hechizo, eso no será nada de fácil tomando en cuenta todos los detalles que le hiciste, ¡mira que hasta tallaste plumas detrás de la punta y las de la parte posterior!

Al principio la hice más simple, pero luego pensé en hermosearla, así que la hice de nuevo –dijo Hänä, sonriendo.

Así como también rehiciste el dibujo de mi Astral Sight, con eso se estabilizó el vuelo del ojo alado –acotó Blaze, devolviéndole la flecha a su dueña–. Ahora, invoca tu hechizo y demuéstrame de qué estás hecha.

Hänä agarró la flecha de madera, cerrando los ojos para toquetearla, recorriendo cada uno de sus rincones, aprehendiéndolos completamente, concentrándose en la invocación de una flecha de hielo, concretándola después de unos minutos, presentándosela a su querida amiga.

¡Eres una maldita artista, quedó igual que la tallada! Se ve preciosa, parece hecha de cristal… –comentó Blaze, examinando la fría saeta creada por Hänä–. Ahora probemos como vuela.

Blaze arrojó la flecha al aire, corriendo hacia la casa de su maestro, mientras que Hänä se abalanzó para poder atajar el arma manufacturada en hielo lanzada por su amiga, suspirando al lograr cogerla sin que recibiera daño. Blaze volvió un par de minutos después, cargando un arco, pidiéndole de vuelta la saeta a su amiga.

Veamos que tal… –dijo Blaze, apuntando la flecha al espantapájaros que horas atrás había creado, disparándola hacia la cabeza, pero la saeta se desvió al pecho del muñeco–. ¡Ouch! Algo pasó acá.

Las niñas examinaron la flecha concienzudamente, notando que las plumas dispuestas detrás de la punta estaban desnivelando el peso del proyectil.

Creo que tendrás que sacar las plumas delanteras, o todos tus disparos se desviarán inevitablemente hacia abajo –determinó Blaze, moviendo la cabeza de lado a lado.

Pero así quedará fea… –reclamó Hänä, cruzándose de brazos, negándose a retirar las elaboradas plumas talladas en madera.

Retíralas, punto final. De nada te sirve un arma inútil, no puedes salir a combatir con algo así, te matarán –ordenó Blaze, sabiendo que su obstinada amiga no le escucharía si utilizaba palabras suaves.

No, me niego, si tan sólo no fueran tan pesadas… –dijo Hänä, continuando con su reclamo.

¿Qué esperabas si las tallaste tan gruesas? Obviamente le hacen peso en la punta, si fueran plumas reales… –respondió Blaze, acotando lo obvio–. ¡Claro! Si fueran plumas reales, Hänä, sígueme, vamos a desplumar a alguna ave, deshazte de esa flecha defectuosa.

Blaze y Hänä partieron hasta un establo cercano, colándose para agarrar una gallina, arrancándole las plumas más lindas que tuviera, haciéndola cacarear por el dolor del robo de su plumaje, siendo perseguidas posteriormente por el enojado animal, recibiendo varios picotazos en brazos y piernas, corriendo adoloridas fuera del cobertizo, pero felices por el botín obtenido. Blaze tomó la flecha de madera, cortando las plumas talladas con su cuchillo, amarrando las plumas de gallina detrás de la punta, pasándole a su amiga la nueva saeta.

Intenta con esto, pero en vez de congelar las plumas cercanas a la punta, déjalas lo más delgadas y líquidas posible –dijo Blaze a su amiga, planteándole un desafío–. No será para nada fácil, pero si lo logras, obtendrás una flecha letal e infinitamente hermosa, te lo aseguro.

Justamente lo que quería desde el principio –dijo Hänä, pasando sus dedos por sobre las suaves plumas, cerrando los ojos para compenetrarse con la aérea estructura.

Hänä intentó por días, semanas, meses, creando hermosas e inútiles flechas, comprobando siempre si eran capaces de atacar efectivamente a un objetivo lejano, fallando siempre los tiros. Intentó hasta el desfallecimiento, dejando incluso de dormir y comer algunos días, concentrando todo su ser en la autoimpuesta tarea, hasta que un día se presentó frente a su amiga…

Hola, Blaze –saludó Hänä a su amiga, sentándose en el piso frente a ella, con evidente cansancio.

Hänä, no te puedes desvivir por algo así, te dije que debes descansar o te puedes enfermar –dijo Blaze, repitiendo palabras que días atrás le había vuelto a decir, notando que su amiga estaba demacrándose por no cejar en sus intentos de crear la flecha que ella consideraba perfecta.

Lo logré, al fin –dijo Hänä, juntando las palmas de sus manos, separándolas de a poco, apareciendo entre ellas la saeta de hielo, entregándosela a Blaze, cayendo dormida al piso producto de su último esfuerzo.

Te dije que te ibas a enfermar –dijo la amiga de la desgreñada durmiente, cogiendo la flecha.

Blaze revisó la saeta, notando las plumas de la punta, estaban hechas de cristalina y fluida agua, compuestas de delgadas fibras líquidas deformables al tacto, pero que no se desarmaban ni rompían, volviendo a su posición original después de quitarles la presión del toque, como si se tratase de plumas reales. El resto del cuerpo de la saeta era de cristalino y prístino hielo.

No… No sé cómo lo lograste, son simplemente hermosas –dijo Blaze, procediendo a soplar las plumas de agua, moviéndolas sin lograr destruirlas, mirándolas a trasluz, produciéndose un pequeño arcoíris al pasar la luz del sol a través de ellas–. Sí, simplemente hermosas, pero ¿serán letales?

Blaze depositó la flecha con mucho cuidado en el piso, corriendo a la casa de su maestro en búsqueda del arco, volviendo con este de inmediato, apuntando la saeta hacia un árbol de la casa de los vecinos. Hänä dormía echada en el piso, con una infantil sonrisa en su blanco rostro.

Veamos de lo que eres capaz, flechita –murmuró Blaze, soltando la saeta, atravesando limpiamente el tronco del árbol, explotando luego las fibras del vegetal producto del desmoronamiento del hechizo de hielo, produciendo un gran estruendo, alertando a los dueños del destruido y astillado arbusto–. ¡Ups, creo que me acabo de meter en problemas!

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

¡Cobarde!

Blaze y Bhasenomot escucharon esa palabra proviniendo desde todos lados, observando como el hombre peste atravesado por la saeta comenzaba a perder lentamente su apariencia monstruosa, volviendo a su forma humana normal, con todo lo que eso implicaba. Los cadáveres caminantes que no alcanzaron a ser eliminados por el dueto mágico cayeron al suelo, apilándose sobre los otros cuerpos.

Así que este es el hombre tras la peste –dijo Blaze, mirando al flechado–. Al parecer tu amo te ha abandonado, estas volviendo a ser lo que eras.

El ex hombre peste tosió sangre, agarrándose su atravesado pecho, adolorido por la mortal flecha.

Tus palabras me hicieron dudar, chiquilla, después de eso sentí como disminuyó el poder que ese demonio insufló en mí, recibiendo después esta flecha en mi pecho… Me lo merezco, merezco morir por mis pecados… –dijo el quejoso hombre, tosiendo sangre nuevamente, echado de lado en el ennegrecido piso, rascándose los bubones que volvían a aparecer en su piel–. ¿Tenían que maltratar a mi hija Mika para pelear conmigo?

¡Ah, no! Ese fue Bhase, no tengo nada que ver con lo que él hizo con el cuerpo de su hija –aclaró Blaze, desligándose de la culpa, golpeando con el codo en las costillas de la portentosa rubia poseída por el demonio–. Pídele disculpas al hombre.

Bhasenomot miró con extrañeza a la hechicera, haciendo aparecer en el lugar el cuerpo maltrecho de Mika, depositándolo al lado de su moribundo padre.

Bueno, yo… –dijo el demonio, volviendo a mirar a Blaze, siendo amenazado por el puño de la maga–. Creo que, ¿perdón?

Blaze agarró del pelo a la mujer poseída, obligándola a bajar la cabeza, pidiendo disculpas al hombre por el actuar del demonio.

Ahora moriré, ¿puedo pedirles que entierren nuestros cuerpos juntos? –pidió el padre de Mika, sintiéndose desfallecer.

Claro, nosotros nos haremos cargo –respondió Blaze, esperando al último suspiro del hombre para poder enterrarlo y partir en búsqueda de Albert, para ver si había encontrado algún niño en la destruida ciudad.

Blaze esperaba que el hombre muriera pronto, pero este solo se quejaba y tosía sangre, con la flecha atravesando su pecho, sentado en el piso, acariciando el cuerpo de su pequeña hija muerta, sin embargo, no se moría. Pasaron unos incómodos minutos y el hombre aún seguía en el mundo de los vivos, desesperando a la maga, quien no aguantó la espera y explotó en ira.

Bueno, ¿se va a morir o no? –preguntó la maga, espantando al hombre y haciendo carcajear al demonio.

Creí que estaba muriendo, pero la verdad es que me voy sintiendo cada vez mejor –dijo el hombre, rascándose las cercanías del orificio hecho por la saeta.

Blaze notó un detalle al mirar la flecha, acercándose al ex amo de la peste para poder cerciorarse de lo que estaba presenciando.

Son runas élficas –dijo Blaze, mirando al demonio, volviendo su mirada al hombre atravesado–. Esto no es un hechizo normal, su cuerpo está saturado de ondinas, estaban contenidas en el hielo de la flecha.

¿Ahora dudas de la procedencia de la flecha? –consultó Bhasenomot, viendo la duda en la cara de la hechicera.

¿Qué hacen en mi interior? –preguntó el flechado, recuperando cada vez más fuerza.

Blaze puso su mano en el pecho del hombre, sintiendo el actuar mágico de los seres elementales.

Ellas están sanando su herida, de seguir así la flecha desaparecerá y usted terminará muriendo por la peste –explicó Blaze, respondiendo primero al atravesado, hablando después con el demonio–. Ya no sé qué pensar, esto fue hecho por alguien con conocimientos de magia élfica, y…

Las ondinas se movían en el interior del hombre como pequeñas luces, parecidas a luciérnagas, reparando el daño hecho por la saeta, deteniendo el flujo hemorrágico.

Pero yo quiero morir ahora, es la única forma para pagar mis pecados, no puedo vivir más sabiendo el daño que causé –dijo el hombre, sollozando e intentando arrancar la flecha con sus manos, pero las ondinas dentro de su cuerpo se lo impidieron, inmovilizando sus brazos.

No es lo único que puede hacer para pagar por sus faltas –dijo Blaze–. Matarse es una forma de huir de nuestras responsabilidades, una cobardía, tendrá que vivir con lo que hizo y encontrar la forma de exculparse con el mundo.

Blaze iba a intentar curar de la peste al hombre con el tratamiento que usó con el hijo del guardia de la ciudad de Ílio, pero fue detenida por el demonio, quien agarró una de las muñecas de la maga.

No te preocupes, de esto me encargo yo –dijo Bhasenomot, ocupándose del hombre.

Albert corría por toda la ciudad, abriendo cada puerta y ventana de las viviendas que encontraba en su camino, no hallando a ningún niño y/o niña en estas; pero, a pesar de los nulos resultados, no cejó en su intento de cumplir a cabalidad la tarea que le encomendó su señora.

Suerte que la ciudad es pequeña –pensó el oráculo, sudando por todos sus poros, corriendo con toda su fortaleza–. Debo apurarme o los pequeños pueden salir dañados en esta lucha…

El joven escuchó una especie de alarido, parecido a un maullido muy agudo, el que se acalló repentinamente, como si alguien intentara pasar desapercibido. Albert siguió sus instintos, abriendo la puerta de un sótano, hallando a un grupo de desaseados y armados niños, los que permanecían ocultos desde que la mágica peste atacó a su villa. El mayor de ellos cargaba un bebé que luchaba fervorosamente por librarse de la mano que tapaba su boca, boca desde la que se había emitido el alarido que el oráculo había escuchado.

¡Los encontré! ¿Se encuentran bien? –gritó Albert con alegría, siendo rodeado por las improvisadas armas de los chicos.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

¡Albert, Albert! –gritaba Blaze a los cuatro vientos para sacar al oráculo de donde se supusiera que estuviese, acompañada por dos personas que caminaban detrás de ella.

Desde lejos apareció una menuda forma humana, caminando lentamente entre las sombras del atardecer, arrastrando a duras penas una carreta, cargando a cuatro chicas y tres chicos, uno de los cuales era el bebé que guio a Albert hacia su escondite.

¡Blaze! –saludó el escudero, deteniéndose, apuntando al grupo de menores de edad–. ¡Mira lo que encontré!

Creo que vamos a tener que pasar la noche acá –comentó la hechicera al ver la cantidad de niños que Albert había encontrado–. ¿Dónde los hallaste?

La verdad es que estaban escondidos varias casas más allá, desde donde venían ustedes, pero fuimos hasta el extremo de la villa a buscar esta carreta que pertenecía al padre de Joseph –dijo el oráculo, señalando a un pequeño–, además recolectamos toda la comida que pudimos y… espera, ¿quién es ese hombre?

Albert notó la presencia de un hombre extraño en el grupo, de cabello negro y rizado, tez morena semi-arrugada y mirada esquiva, algo que incomodó al escudero, no estando acostumbrado a enfrentarse a gente más cohibida que él.

¡Ah! Él es un sobreviviente que encontramos, su nombre es Altair –respondió Blaze, presentando al ex hombre peste, ocultando su verdadera identidad.

Ho… hola –saludó Altair, levantando una mano y sin despegar los ojos del piso.

Anímese, humano, Albert le trajo todos esos niños para que sean sus… –dijo Bhasenomot, callándose en reacción a la penetrante mirada de la hechicera, casi revelándole a Albert la real personalidad de Altair.

Sí, tienes razón Bhase, él se hará cargo de estos chicos, nosotros no podemos tenerlos junto a nosotros, es muy peligroso para ellos, ¿cierto? –preguntó la maga, agarrando a la rubia poseída desde el cuello, sofocándola con el agarre de sus fuertes bíceps.

Sí que tengo razón –masculló el demonio, intentando zafarse, con el rostro enrojecido por el esfuerzo.

Aquella noche cenaron todos juntos, pernoctando en torno a una gran fogata mientras Bhasenomot hacía guardia, dejando dormir parcialmente al cuerpo de la mujer en la que se encontraba habitando, haciéndole dormir primero la parte derecha de su cuerpo y luego la izquierda, alternando cada dos horas. A la mañana siguiente, Albert se levantó temprano para preparar desayuno para los niños, despertándolos con una canción infantil.

Parece que se le da eso de tratar con niños –dijo Bhasenomot a Blaze, quien se espantó al ver el rostro desfigurado de la rubia, con el párpado derecho cerrado y la comisura de la boca caída, como si se le hubiera derretido la cara.

¡¿Qué le hiciste a la pobre mujer?! –preguntó Blaze asustada, logrando que el demonio recompusiera el rostro de la poseída, despertando por completo su cuerpo, aliviando a la maga–. Sí, los hombres siempre serán niños…

Blaze y Bhasenomot miraban desde lejos al oráculo, quien jugaba con los menores, cargando al bebé en sus brazos, cantándoles mientras los niños se tomaban de sus manos para hacer una ronda. El demonio notó retardadamente cierta melancolía en las palabras de la maga.

¿Y ese suspiro? –preguntó Bhase–. No me digas, ¿acaso pensaste en tener crías con el muchacho viendo como las trata? Él si querría tener crías contigo.

¿Qué, crías? No hables tonterías, es Albert, un llaverito, no se me podría pasar eso por la mente. Además, no es mi ilusión quedarme en casa criando hijos, no es lo mío –respondió Blaze con molestia–. Desde un tiempo hasta ahora te has puesto muy confianzudo…

¿Tonterías?, ¿te has preguntado la razón de que te siga a todos lados un cobarde como él? Sobre todo tomando en cuenta a todos los peligros a los que queda expuesto solo por hacerte compañía, yo diría que siente algo por ti, aunque no sé qué será –comentó el demonio, sin darse por aludido sobre el tema de exceso de confianza que estaba mostrando en el último tiempo, encendiendo las mejillas de Blaze.

¿Qué? No, no lo creo, seguirme por tal razón… Es una tontería, no quiero que esto se desvíe a algo incómodo, no le menciones nada de eso, no quiero que le envenenes la mente –dijo la muchacha al demonio.

¿Envenenarle la mente? Como si no hubieras notado ya que también es un pervertido –respondió el demonio, gritándole al escudero–. ¡Albert!

Albert miró a Bhasenomot, momento en que el demonio descubrió los turgentes pechos de la rubia, mostrándoselos al escudero, quien cayó al piso como si hubiese sido golpeado, sangrando profusamente por la nariz, siendo rodeado por los niños que jugueteaban con él, preocupados por el sangrado nasal. Después del incidente de las tetas, una vez terminado el desayuno, se juntaron todos y determinaron el plan a seguir.

Entonces, como ya habíamos hablado, Altair se hará cargo de estos pequeños junto a la mujer rubia que Bhasenomot posee, así podremos seguir con nuestro viaje y ellos estarán a salvo –comentó Blaze.

Altair sonrió con ojos tristes, cargando al bebé entre sus brazos, recordando a Mika cuando era una recién nacida, asintiendo a las palabras de la maga, con evidente emoción.

Vamos, libérala –ordenó Blaze al demonio, pasándole la bolsa con monedas de oro que les dio Datiel a Albert–. Entrégaselas tú a Altair, a mí me incomodan ese tipo de interacciones, para que puedan hacerse cargo de los chicos.

Albert se dirigió hacia Altair con las monedas, cambiando su sentir para con el hombre al ver como hablaba con los pequeños, mientras que el demonio liberaba a la muchacha rubia, pensando en realizarle una jugarreta a la hechicera.

¿Dónde estoy? –preguntó la rubia, viendo para todos lados, desorientada.

¿Cómo te llamas? –consultó Blaze, notando a Bhasenomot fuera del cuerpo de la portentosa blonda, flotando junto a ella como un fuego fatuo.

Ahora que no tengo cuerpo que poseer, creo que me introduciré un rato aquí –pensó Bhasenomot, intentando meterse dentro del cuerpo de Blaze, siendo jalado por una especie de espiral de aire.

¡Ni se te ocurra! –escuchó decir el demonio.

Blaze, Albert, Bhasenomot y Joseph fueron succionados por un torbellino que apareció repentinamente entre ellos, cayendo en un vacío continuo que parecía no tener fin. Albert intentó agarrar al pequeño para protegerlo, pero la fuerza del viento dentro del espiral era demasiado fuerte, fallando en su intento. A medida que iban cayendo, cada vez se separaban más, saliendo disparados todos en distintas direcciones.

¡Albert! –gritó Blaze, estirando en vano su brazo, sin lograr alcanzar a su escudero, desapareciendo del torbellino.

¡Blaaaaaaaaze! –gritó Albert, alargando su brazo, mientras que con su otra mano agarraba con todas sus fuerzas la bolsa de monedas, desvaneciéndose también de la espiral.

El demonio desapareció junto a Joseph, alcanzando a introducirse en el cuerpo del niño, cayendo en un pajar, rompiendo el débil techo de la construcción, aterrizando más suavemente sobre un cúmulo de desordenada paja. Blaze cayó de cabeza sobre unas rocas, en una zona montañosa, quedando inconsciente y herida, tirada en el piso, desangrándose. Por su parte, Albert cayó sobre algo relativamente blando, con los párpados fuertemente apretados, temiendo por su vida, sintiéndose aliviado de que el viaje terminase.

¿Dónde estoy? –se preguntó el joven, notando que se encontraba sobre una cama, dentro de una oscura habitación, sin la compañía de Blaze ni Bhasenomot.

¿Dónde fueron a parar todos?, ¿qué ocurrirá con Blaze?, ¿tendrá un TEC abierto o cerrado?, ¿qué pasó con Altair y los pequeños sobrevivientes de la ciudad que atacó? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS