Esa tarde llamó mi atención un místico hombre sentado frente al chorro que salía de la cascada en la plazoleta principal de un centro comercial, sus crespos cubrían gran parte del rostro; lo más extraño es que aun cuando esta estaba en funcionamiento él continuaba con los ojos cerrados, además que llevaba puesta unas gafas. Me senté a su lado, estaba sonriendo y me dijo:

  • – Qué difícil es recordar los detalles

No entendí porque lo decía, al entrar más en detalle deduje que el problema eran sus ojos. Me pidió que le describiera el chorro que observaba, le expliqué que era un abanico de luces en medio de agua. Entonces, sonrió de nuevo.

  • – Antes me gustaba soñar porque podía ver y con buena luz, pero cada vez que despertaba perdía de nuevo la vista, así pasé mucho tiempo pensando en la ceguera y en su derrota, entonces, me puse en la tarea de entenderla y reconocer sus dibujos y finalmente, recuperar mi voluntad, llegué a la conclusión que mis ojos están enfermos, son solo una masa de gelatina, pero sin gafas me siento desnudo. Hoy día, ya no me importa tanto soñar, seguir haciéndolo, es negar mi realidad. Incluso llegué a pensar que se había perdido humanidad, llamé por teléfono y pregunté en la biblioteca si había libros que los ciegos pudieran leer. Me contestaron: los ciegos no leen.
  • – ¿Qué hora es?
  • Las seis de la tarde, contesté.
  • – Hmmm hace mucho que la luna, el sol y las estrellas desaparecieron, ahora percibo algunos parpadeos entre las sombras, sigue siendo tan difícil precisar en todos los detalles, menos mal conservo tremenda galería de imágenes, aunque ahora son más tenues. De mi esposa no puedo recordar su cara con facilidad, y de mi hija pequeña, solo escasos recuerdos de su niñez y de sus complejas preguntas sobre la ceguera, ¿padre si llorara y mis lagrimas cayeran en tus ojos, podrías ver?
  • – Ahora tengo una gran habilidad, cuando sonrió soy verdaderamente consciente de que lo hago: del movimiento, esfuerzo y la vibración en los músculos, creo que porque reconozco que ninguna sonrisa me va a contestar. Sabes, uno nunca recibe nada de sus propias sonrisas hasta que es consciente de ello, en consecuencia, debo preguntarte algo:
  • – ¿Ya he dejado de sonreír? Porque no lo sé.

Yessenia García P.

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