CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (parte ll)

CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (parte ll)

Haydee Papp

01/06/2018

CAPÍTULO 14

«Tan dulces dos palabras

Tan dulces y tan mansas

que aceite de rosas

sobre el cuerpo derraman». Alfonsina Storni.

Llegando a la Recova, Lola se cruzó con Jovita que regresaba de comprar unas puntillas para doña Francisca.

_ Lola, ¿qué hacés por acá? _ le preguntó con suspicacia.

_ Nada que te interese, ¡negra metida!.

_ ¡Eeeh!, ¡que humor de perros! Si no me queré decir ta’ güeno. Adiós _ se despidió altanera.

Jovita, ofendida, siguió su camino; aunque se escondió taimadamente en uno de los pequeños comercios aledaños y esperó con paciencia. «Esa negrita ladina algo se trae entre manos», bufó, «Don Cuitiño siguro se va alegrar si averiguo algo picantito de la niña pitucona. Últimamente anda como loco el muy maldito».

Lola se cercioró que Jovita no la estuviera siguiendo. Satisfecha al no ver moros en la costa, se dispuso a esperar al amito Rafael.

Erguido en su montura, perdido en sus pensamientos, el mazorquero pasó delante de ella. Lola lo interceptó con recelo; él, sorprendido, detuvo con brusquedad a Moro, su caballo lobuno.

_ ¿Qué quieres Lola? _ el corazón de Rafael dio un brinco al suponer el arrepentimiento de Lourdes, igualmente se mostró duro.

_ Dice la niña si se da una vuelta por las casas esta noche _ tartamudeó.

_ No puedo _ fue drástico _ Esta noche asistiré a la tertulia que ofrece Benita Anchorena.

_ Joven, por favor, mi niña está muy triste…¡y todo por la culpa de su padrino! _ se le escapó.

_ ¿Qué dices negra bellaca y mentirosa? _ se enfureció

_ Mire, joven, bellaca no sé que significa, pero mentirosa no soy. La otra tarde la niña recibió un mensaje de su padrino en donde la amenazaba con matar a su tío Lorenzo si no le dejaba a usté. Nunca miento, ¿sabe mocito? _ se indignó.

Rafael quedó confundido. ¿Qué decía la negrita entrometida?. ¿Su padrino amenazando a Lourdes? ¿Cómo? Si él no estaba al tanto de su relación con Lourdes. ¿Cómo se había enterado?

«¡Que tonto!, la Mazorca es omnipresente. Tiene ojos y oídos en todas partes».

_ Dile a tu ama que allí estaré _ tiró de las riendas y Moro salió a todo galope hacia el cuartel. Algo averiguaría, se propuso con resquemor.

Lola, por su parte, se apresuró a comunicar la respuesta a Lourdes. Ella la esperaba acongojada en el portón que daba a la calle de la Santísima Trinidad. Cuando la vio llegar, el corazón le dio un vuelco.

_ ¿Qué te ha dicho? _ temió el rechazo.

_ Va a venir niña, hoy a la nochecita está por acá, no ma’._ los dientes blancos de la negra asomaban intrépidos en su gran sonrisa.

Lourdes sintió que sus piernas se aflojaban. «Viene», suspiró agradecida a su madre, «Escuchaste mis ruegos y no me defraudaste. Gracias madrecita».

Rafael, en cambio, estaba desconcertado. Miró con recelo a Cuitiño que en ese momento firmaba unos documentos. «¿Cómo lo encaro?»

_ Padrino, mañana a la madrugada salgo para Entre Ríos.

_ Y pa’ que, si puede saberse…

_ El hermano de don Juan Manuel, el General Prudencio, me encomendó una carta para Urquiza con carácter de urgencia _ mintió con descaro.

_ Que raro, no estoy al tanto.

_ Ya sabe lo discreto que es don Prudencio, confía en unos pocos…entre ellos, usted, por supuesto. Ya verá que en el trascurso del día lo notifica.

_ Puede ser _ dudó Cuitiño.

_ Se me hace tarde. Cuando regrese seguramente le pueda aclarar más el asunto. Hasta la vuelta padrino.

_ Ta’ güeno. Vaya no más y cuídese muchacho.

El argumento de Rafael no convenció a Cuitiño. «Este mozo me está metiendo un verso«, rumió desconfiado.

_ ¡Goyo! ¡Goyo!

_ A sus órdenes mi Coronel _ sin saber donde tirar la colilla del cigarro que fumaba sin autorización, se lo tragó poniéndose rojo como la grana.

_¡Déjese de pitar y ponga atención. Siga al Rafael, pero ¡ojo!, sin que se de cuente. Prepárese, mañana al amanecer se pone en marcha pa´Entre Ríos. A la guelta me informa al detalle sus movimientos.

_ Entendido mi Coronel _ Goyo permaneció parado como una estaca esperando alguna directiva más.

_ ¿Qué espera Goyo? Desentume las tabas y salga de mi vista, ¡ahora! _ ladró colérico.

«Rafael, ¿así que se cree más astuto que yo?, ¡que lo parió!, ya veremos…», con suspicacia se mesó los espesos bigotes.

Llegada la noche, Lourdes se paseaba por el patio trasero con los nervios en vilo. «No vendrá», se lamentaba.

Se alertó al escuchar los cascos de un caballo que se aproximaba al trote. Se apuró a abrir la puerta y ahí estaba él. Ella le tomó la mano y lo hizo pasar. El, serio, intentaba frenar sus deseos de sofocarla con besos.

Alguien debía quebrar el silencio. Ella no encontraba las palabras correctas; él, por orgullo, permanecería mudo…expectante.

_ Rafael, ayer te mentí _ logró decir.

_ Lourdes, estoy cansado de tus caprichos, de tus idas y vueltas. Hoy me quieres, mañana me detestas. ¿Qué quieres de mí? Decídete. Yo también tengo planes. Te repito, ¿qué quieres de mí? Date prisa que Benita me aguarda y no deseo que se enfade por mi tardanza.

_ ¿Benita?_ taratamudeó Lourdes.

Rafael se odió por herirla, pero sus ansias de venganza pudieron más.

No toleró su llanto ahogado, la angustia reflejada en sus ojos esmeralda y la abrazó con tanta fuerza que casi le cortó la respiración.

_ Benita no me espera, ni sé quien es. Lo dije para darte celos, para hacerte sufrir. Perdóname, soy un patán. Perdóname, tú eres mi cielo, sólo en ti encuentro la paz.

_ Ay Rafa, como se complica todo.

_ ¿Por qué me has ocultado la nota amenazante de mi padrino? _ le recriminó con ternura.

_ ¿Quién te lo ha dicho? Seguro fue la lengua larga de Lola.

_ Lourdes, debes confiar en mí.

_ Él me prohibió que te lo dijera. Estoy aterrada, Rafael, la vida de mi tío Lorenzo está en peligro _ lloró sobre su hombro.

_ Tranquilízate, nada malo le ocurrirá a don Lorenzo, te lo garantizo. ¡Confía en mí, amor!…Lourdes, ¿me quieres?.

_ Con todo mi corazón.

_ Perdóname por haberte llamado bastarda. Fui grosero y cruel, quería lastimarte. A veces hago y digo cosas de las que después me avergüenzo _ amagó con develar la verdad que latía en sus entrañas. «Torturé y asesiné, sintiéndome orgulloso de semejantes actos de violencia», quiso que ella conociera la carroña que albergaba su espíritu, pero no pudo hacerlo. «Soy un cobarde, no puedo perderla».

Lourdes, ajena a sus oscuros pensamientos, lo besó con timidez, pero él se apoderó con furia de la boca que lo tenía hechizado, tomó el labio superior de ella y lo mordió con suavidad; los cuerpos trepidantes,buscando ansiosos la intimidad de placer.

_ Rafa, por favor _ Lourdes intentó separar sus cuerpos, él se lo impidió.

_ Cásate conmigo, hoy…ya mismo. Huyamos, en Dolores está todavía el rancho de mamá Pancha. Allí nos refugiaremos y el padre Fermín, mi querido maestro, nos casará. ¿Estás de acuerdo? _ la alentó.

_ No voy a huir Rafa. Mi abuela nos apoya, ella sabe que tú eres mi felicidad y no se opondrá a nuestra relación. Hablemos con ella, ven.

Tomados de la mano cruzaron dos patios. Pasaron delante de la cocina, desierta a esas altas horas de la noche; por el galpón destinado a la fabricación casera de velas y cuando por fin alcanzaron el primer patio, en puntillas se acercaron al dormitorio de Mercedes.

_ Estará durmiendo, no la molestemos _ se acobardó Rafael.

_ Sé que nos espera _ dio unos golpecitos a la puerta y una voz queda los invitó pasar.

Mercedes estaba descansando en un cómodo sillón ubicado cerca de la enorme cama con baldaquín.

Fijó su mirada somnolienta en el apuesto joven que abrazaba posesivamente a su nieta y sonrió complacida.

_ Así que tú eres Rafael, el causante de la tormenta que vivimos _ quiso parecer agradable, pero sonó a reproche.

_ Doña Mercedes, es un honor para mí conocerla. No es mi intención causar problemas, yo sólo amo a su nieta y estoy dispuesto a protegerla con mi vida.

_ No lo dudo Rafael. Los tiempos que corren son turbulentos, por eso tiemblo al pensar en el futuro de mi nieta. Y conociendo a tu padrino…

_ Es verdad, mi padrino es un hombre sanguinario. Su fidelidad al Gobernador excede la sensatez. Le confieso, yo también deseo escapar del círculo de violencia y muerte que lo rodea. Por otra parte, le debo mi vida, me salvó de una muerte segura siendo yo un crío. Me une a él un gran afecto, pero no permitiré que dañe a Lourdes o a su familia. Se lo juro doña Mercedes.

Los sentimientos profundos de Rafael convencieron a Mercedes. «La ama, lo veo en sus ojos».

_ Te confío a Lourdes, ella es mi tesoro, hazla feliz _ con rapidez secó las lágrimas que desobedientes desbordaron de sus cansados ojos._ ¿Cuál es tu plan? Aquí no pueden quedarse, él los encontraría y sería un desastre. Cuitiño odia a los Escalante, algún día sabrás el porqué. Hoy apremia que se marchen.

_ Nos vamos a Dolores, un cura amigo nos casará y nos ayudará a pasar a la otra orilla. En Montevideo estaremos a salvo de la Mazorca_ Rafael fue contundente, esto tranquilizó a Mercedes.

_ Pero abuela, ¿que será de tío Lorenzo? Y si Cuitiño lo apresa, y si lo mata…_ lloró.

_ No te preocupes por Lorenzo. Es un hueso duro de roer. Él también escapará. Tenemos contactos que se solidarizan en estos casos. Te aseguro, pequeña, saldremos adelante.

_ Y usted, abuela, sola en esta casa, sin protección.

_ Querida, a quien le interesa una vieja que de política no entiende ni pizca _ Lourdes no pudo evitar sonreír al ver como su abuela le guiñaba un ojo. Doña Mercedes Escalante de Aguirrezabala tenía la mejor red de información política del país y del entorno de Rosas. Lorenzo no era su único informante. Desde la muerte de su marido aprendió a valerse por sí misma, negándose a depender de otro hombre. Debía cuidar su patrimonio, por ella y por su nieta.

_ Bueno, es hora de que se pongan en camino. Las calles están desiertas, aprovechen la ocasión_ los apuró.

_ Primero debo preparar un bolso con algo de ropa _ se preocupó Lourdes.

_ Tina ya te empacó lo imprescindible, incluída una sorpresa.

_ ¿Como sabías que nos marcharíamos esta noche? _ preguntó desconcertada.

_ ¿No sabías que no existe mejor espía que tu abuela? _ bromeó Mercedes._ Se fuerte mi chiquita, ya has elegido tu camino, ahora tienes que afrontarlo con coraje. Yo siempre estaré a tu lado. Te quiero Lourdes. Y tú Rafael, ¡cuídala!.

_ Con mi vida, doña Mercedes, con mi vida.

CAPÍTULO 15

«Gocen las almas dulcemente unidas,

Formen al pie del mirto nuestro lecho.

Las rosas a los cálices prendidas» (Juan Arolas)



Cabalgaron sin descanso. Rafael, montaba sobre Moro, un caballo robusto y valiente, resistente y tenaz. Lourdes, sobre una yegua gateada. Un burro los seguía obediente, trasportando bolsos, agua y víveres.

Por precaución no se detuvieron en las postas del camino, sólo lo hicieron en la espesura de un bosque de cipreses que los ocultaba de curiosos e intrigantes.

Con apetito voraz, disfrutaron de las exquisiteses que encontraron en la canasta que les preparó Tomasa : pan casero, queso de cabra, panceta y unos jugosos duraznos.

Quedaron atrapados en el lenguaje de besos y caricias hasta que rendida por el cansancio y los sobresaltos, Lourdes cayó dormida en los brazos de Rafael. El permaneció despierto, atento a cualquier ruido extraño.

El espíritu de Rafael se asemejaba a un volcán en erupción. Muchos y riesgosos acontecimientos se fueron sucediendo sin control. Le mintió a su padrino jugándose el cuello; se despidió con tristeza de mamita Pancha, y ahora, arrastraba a Lourdes hacia un futuro incierto. «A nada temo con ella a mi lado», reflexionó, «Sin embargo…», un fuerte temor reptó por su garganta dificultando su respiración.

Luego de un viaje arduo, llegaron a Dolores a media mañana. El día estaba templado y húmedo; una llovizna persistente, les dio la bienvenida.

A trote lento pasaron frente a la pulpería del pueblo. Más adelante, se toparon con la capilla, edificio pequeño encalado y rodeado por rosales, la debilidad del padre Fermín. No interrumpieron su marcha, continuaron entusiasmados hasta el rancho de mamá Pancha que se erguía alejado del pueblo. Tres imponentes eucaliptos lo custodiaban impregnando el aire de su fresco aroma.

Lourdes saltó de la yegua y corrió hacia la puerta que encontró sin tranca. Abrió las dos rústicas ventanas con la intención de ventilar el ambiente. Un modesto mobiliario cubierto de polvo quedó al descubierto.

Rafael amarró las riendas de los caballos al tronco de uno de los árboles y la siguió con premura.

_ Es preciosa Rafa _ le dijo colgándose del cuello del hombre que la observaba fascinado.

_ Es muy pobre, pero te prometo una casa como te mereces. Tu eres mi reina y pondré el mundo a tus pies.

Ambos rieron de la ocurrencia.

_ Si te tengo a ti, nada me falta _ le susurró Lourdes al oído.

Rafael, excitado por las caricias sensuales de la joven, la apoyó contra la pared, le desgarró la blusa y comenzó a besarla con ardor. Sus manos inquietas conocieron cada rincón del cuerpo de Lourdes. Ella no se opuso, lo dejó hacer mientras gozaba quemándose en el fuego de la pasión.

_ Eres una fruta tentadora. Ya no resisto. Déjame hacerte mía _ había tanto lujuria en su mirada, tanta apetencia en su voz, que Lourdes se derritió ante semejante caudal de erotismo.

Suavemente, a un ritmo acompasado, la penetró sin apartar sus ojos del rostro maravillado de ella. La delicadeza duró poco, la cadencia se tornó salvaje. Imposible contener su fogosidad.

Ella cerró los ojos, sensaciones luminosas, de frío y calor, la llevaron en alas de deseo hasta alturas inalcanzables.

Cuando regresaron al mundo real, durmieron abrazados y colmados de placer.

Rafael se despertó al caer la tarde. Sonrió satisfecho al verla tendida a su lado. Con un beso rozó sus labios. Ella, somnolienta, abrió sus enormes ojos verdes parecidos a un vergel fecundo. «¡Ay Lourdes!, aceleras mi pobre corazón», le confesó acercándose. Y nuevamente la tormenta de voluptuosidad se desató entre ellos.

Era noche cerrada cuando Rafael decidió ir en busca del padre Fermín. Mucho le costó separarse del cuerpo cimbreante de su mujer.

Todos sus sentidos se rebelaron cuando se apartó del cuerpo cálido de Lourdes, pero debía ir al encuentro del padre Fermín. Necesitaba las palabras sabias de su maestro para enfrentar su destino. No era un necio, sabía que duros desafíos se alzarían en su camino.

_ ¡Hijo!,¡que alegría verte!…¿qué te trae por estos pagos? _ grande fue la sorpresa del cura ante la presencia de Rafael.

_ Buenas y santas, padrecito. Necesito de sus consejos _ le dijo mientras le daba un fuerte abrazo.

_ Me honras con tu pedido, hijo. Hoy en día los jóvenes desestiman a los ancianos y sobre todo si visten sotana _ se rió al tiempo que le indicaba sentarse a la mesa. La pava y el mate prontos al convite.

_ No diga eso padre Fermín, usted sabe cuanto lo respeto.

_ Sí, hijo, si. Doña Francisca tuvo mucho que ver en eso. Pero dime, ¿cómo anda la buena señora?

_ Su corazón se le ha puesto haragán. El doctor Muñíz le diagnosticó insuficiencia coronaria.

_ Pobre Francisca. Tú sabes el motivo por el que no la visito con frecuencia.

_ Por mi padrino _ dijo seco.

_ Así es. No me gustaría cruzarlo. No me tolera y, Dios me perdone, ese sentimiento es mutuo. Rafael, tú deberías alejarte de su influencia. Yo sé de tu cariño, pero terminará mal, te lo garantizo. Y lo mismo te espera a ti si continúas enredado con La Mazorca _ lo regañó.

_ Precisamente de ese asunto quería su consejo. Estoy harto de vivir metido dentro de tanta violencia, salpicado de sangre, muchas veces inocente, y cargando en mi espalda la muerte de tantos enemigos políticos.

_ ¡Bravo!_ exclamó con entusiasmo el cura y chupó con ímpetú la bombilla saboreando el gusto a menta de la infusión.

_ No fue fácil romper con ese círculo corrupto, por el cariño, que usted bien dijo, siento por el padrino y por mamita Pancha. Últimamente está muy débil, la pobrecita. Pero ya no puedo acallar mi conciencia, ¡me niego a continuar asesinando a mansalva! Y sobre todo ahora que he conocido al amor de mi vida.

_ Bendito sea ese amor que te ha hecho cambiar de rumbo. ¿Quién es ella? _ preguntó emocionado por la confesión del muchacho.

_ Se llama Lourdes, Lourdes Aguirrezabala. Ella es todo para mí, parece frágil, pero nunca conocí a una mujer con tanto coraje. Queremos que nos case.

_ ¡Que felíz me haces hijo! Pero dime, me imagino que le habrás contado la verdad a Lourdes…

_ ¿Qué verdad? _ se desentendió

_ No te hagas el tonto. ¿Le confesaste cómo fue tu vida antes de conocerla?, ¡que torturaste!, ¡que mataste! _ se exasperó.

Rafael enmudeció, inclinó la cabeza y se tapó los ojos con las manos.

_ No, padre _ respondió en un murmullo.

_ Pero muchacho _ el cura estaba consternado.

_ Le mentí, le dije que no estaba involucrado en los siniestros de La Mazorca, que me mantenía al margen de las cuestiones políticas _ confesó avergonzado.

_ Tienes que sincerarte con ella ahora mismo, antes de la ceremonia nupcial.

_ ¡Nunca! Si lo hago, la pierdo y si la pierdo, me muero _ se desesperó.

_ Reflexiona Rafa, no puedes comenzar un matrimonio con una mentira.

_ Primero nos casa y después…

_ Después nada…¡ahora! _ se empecinó con terquedad.

_ Mire padre, ella lo es todo para mí, por ella elegí traicionar al padrino…

_ ¡Traicionar un carajo! Dí mejor que te has dado cuenta del valor que tiene la vida del prójimo…_ estalló.

_ Por favor, cásenos. Prometo que le diré la verdad, no esta noche, sino antes de huir a Chile. Regáleme la oportunidad de ser un hombre nuevo y sólo lo lograré con Lourdes a mi lado.

_ Está bien, no estoy convencido, pero está bien…_ aceptó a regañadientes _ ¿Dónde la has dejado?_ se interesó.

_ En la casita que perteneció a mamá Pancha.

_ ¿Qué esperas? Vamos para allá, no la hagamos esperar. Y cambia esa cara de cordero degollado.

Una idea turbó los pensamientos del cura, «Ciriaco es vengativo y conociéndolo sé que Lourdes está en grave peligro. ¡Dios los ampare!», meditó preocupado.

De camino al rancho, conversaron de manera distendida. Rafael le refirió la treta que le tendió a su padrino para poder huir y como éste había amenazado a Lourdes. «Es evidente que la cosa está que arde», pensó Fermín mientras pateaba distraído las piedritas del sendero.

_ ¡Lourdes! _ la llamó Rafael cuando estaban llegando.

Ella salió a recibirlos con la felicidad pintada en su rostro. El cura se conmovió al verla.

_ Padre Fermín, ¡que gusto conocerlo!.

_ Yo también me alegro y aún más por haber irrumpido en la vida de este tarambana _ y con afecto le palmeó la espalda a Rafael.

_ No diga eso padre que la va a asustar.

_ Entramos y le cebo unos mates, ¿gusta padre?

_ Por supuesto hija, los amargos son mi debilidad.

Pasaron la tarde entre anécdotas, novedades y empanadas de humita.

Lourdes le confió al clérigo su angustia por la suerte de su tío Lorenzo y él la tranquilizó infundiéndole esperanza.

Acordaron que la boda se realizaría esa misma noche, después de la misa vespertina. «El Chinito será el monaguillo; Eulogio, el sacristán y su mujer, los testigos. Todos de confianza», les aseguró Fermín.

Planearon también el escape. Pasados unos pocos días, partirían hacia Las Acollaradas, San Luis; de allí a Malagüe. Desde Mendoza cruzarían a Chile. Era un viaje arriesgado con el agregado de carecer de salvoconductos, pero Mercedes les había dado el nombre de un conocido que los ayudaría sin hacer preguntas. Tendrían que ser sumamente cuidadosos. Cuanto antes se fueran, mejor. Era imprescindible no levantar sospechas en el pueblo. Los espías de La Mazorca, como buitres carroñeros, vigilaban agazapados en todos los rincones.

CAPÍTULO 16

«¡Oh dueña mía! ¡Ten piedad de este esclavo tuyo,
vencido por tus ojos,
muerto por tu carne!
Desde que apareciste he perdido la tranquilidad». (Las mil y una noches)

Petrona, la esposa de Eulogio, el sacristán, contemplaba maravillada a Lourdes.

_ Parece un ángel, señorita.

_ ¿De veras, Petrona? ¿Le gustaré a Rafael?_ los nervios y la preocupación la consumían.

Al atardecer, cuando el padre Fermín los dejó para celebrar misa, Petrona se apareció en el rancho de doña Francisca para ofrecer sus servicios.

_ Si gusta la señorita, yo la ayudo a prepararse pa’ el casorio_ se ofreció con gentileza.

_ Me gustaría mucho. Gracias Petrona

_ Entonces vo, Rafa, andate pa’ la capilla ahora mesmo que yo me encargo de acompañarla cuando estea lista. El novio recién puede ver a la novia en el altar. Así que andate no ma’, pue’.

Rafael, de mal humor aceptó dejar a Lourdes, apenas pudo besarla porque la entrometida mujer lo empujó hasta la puerta y se la cerró en las narices.

_ Mire que es brava Eulogia _ rió Lourdes disfrutando del enfado de Rafael.

_ A mí nadies se me retoba, sino pregunte a mis siete hijos. Los tengo bien cortitos y al Eulogio, ¡también!.

_ Ya veo _ se asombró Lourdes.

_ Bueno y ahora manos a la masa. ¿Qué se va a poner?_ miró con curiosidad el bolso abierto que estaba sobre la mesa.

Lourdes con mucho cuidado, extendió sobre una silla, un vestido de tul y encaje color crema que Mercedes guardó en el equipaje para sorprenderla. Una esquela decía: «Fue de tu madre. Cuando lo luzcas, Consuelo y yo estaremos junto a ti». Al leer el mensaje, lloró emocionada.

Petrona pasó su mano con reverencia sobre el delicado género.

_ Es una belleza, señorita _ no salía de su asombro, nunca había visto algo parecido.

El vestido le sentó a la perfección. Como no había un espejo en el rancho se conformó con la aprobación de Petrona que no cesaba de elogiarla.

_ El Rafa se va a derretir cuando la vea aparecer. ¡Un ángel, señorita, un ángel!_ le repetía mientras la peinaba.

El cabello le caía suelto hasta la cintura. Petrona observó con detenimiento el peinado, «Acá falta algo», pensó.

_ Enseguidita vuelvo señorita _ y desapareció con rapidez dejando a Lourdes intrigada.

Al rato regresó cargada de flores.

_ Son de mi jardín y el de mi vecina, doña Rufina.

En un santiamén, con gran habilidad, le tejió una corona de margaritas.

_ Una corona pa’ la novia más hermosa que ha tenido el pueblo de Dolores. Y pa’ completar el atuendo…¡un ramo de flores!_ con una cinta de seda azul que encontró entre las pertenencias de Lourdes, anudó un ramo compuesto por anémonas y crisantemos. En el medio, destacaba una rosa malva.

_ Es precioso Petrona, muchas gracias por su compañía _ se emocionó. Esa mujer sencilla y generosa, hacía menos penosa la ausencia de su abuela Mercedes en el momento más importante de su vida.

_ ¿Sabe cuál es el significado de estas flores, señotita?

_ No, me gustaría saberlo.

_ Las anémonas y la rosa malva, son flores misteriosas, flores mágicas que auguran amor eterno. Me lo contó mi abuela, que de leyendas sabe mucho.

Lourdes la abrazó agradecida.

Rafael enmudeció al ver avanzar a Lourdes hacia el altar. El la esperaba junto al padre Fermín.

«No permitiré que me aparten de esta mujer, lo juro ante Dios». La tomó del brazo y con delicadeza la besó en la mejilla. Ella se ruborizó.

Una joven rebosante de ilusiones y un joven temerario, dueño de un coraje inquebrantable; unieron sus vidas solemnemente en una noche de luna llena. Cuentan los que saben que la luna llena actúa como un afrodisíaco, invitando al amor. Es una noche preñada de sortilegios.

Rafael sacó de su bolsillo una bolsita de terciopelo negro y para asombro de Lourdes, extrajo de ella un anillo de plata con un engarce de malaquita verde agua.

_ ¡Rafael! Nunca imaginé…

Le deslizó el anillo en el dedo del corazón y con beso ardiente sellaron su pacto de amor.

Luego de brindar con el padre Fermín, Eulogio, Petrona y «el Chinito», regresaron caminando al rancho.

La tensión sexual crecía entre ellos, torturando sus sentidos. Los cuerpos clamaban, rogaban placer.

La fuerza de Rafael, que se expresó sin rudeza, estimuló a Lourdes, la hizo volar a dimensiones desconocidas.

El perfume de ella…Esa fragancia persistente, capaz de encenderlo hasta la locura, lo marcó como hierro candente. Y la piel, esa piel cremosa, lo invitó a deslizarse por ella. Saboreó la humedad del deseo con apetito voraz. Lourdes gemía y él gozaba. El orgasmo, como un relámpago, los atravesó dejándolos exhaustos.

Se durmieron con los cuerpos enredados.

«Mía, sólo mía», pensó él.

«Gracias, Señor, por tanta felicidad», pensó ella.

Ella, serena, soñó con el hombre que la amaba.

El, agitado, soñó que lo perseguían…lo atrapaban…luchó por liberarse…gritó el nombre de ella …y ella le dio la espalda.

CAPÍTULO 17

«Vivir sin tus caricias
es mucho desamparo.
Vivir sin tus palabras
es mucha soledad.
Vivir sin tu amoroso mirar
es mucha oscuridad». Amado Nervo

La semana que se tomaron los enamorados para disfrutarse antes de la huida a Chile, pasó volando y el día más temido para Rafael, llegó.

_ Lourdes, deja de empacar y escucha, tengo que decirte algo muy importante _ un sudor frío lo atravesó.

_ No me asustes Rafael, ¿qué pasó?, ¿nos encontró tu padrino? _ el terror la hizo palidecer.

_ No, no, nada de eso.

_ Entonces… _ se preocupó, lo notaba sumamente nervioso.

_ Te amo más allá de todo entendimiento, haría cualquier cosa por ti.

_ Ya lo sé, yo también te amo _ con ternura le acarició la mejilla. El le tomó la mano y la besó. _ Con sólo tocarte, me enciendes, Lourdes.

_ Dime, amor, ¿qué te intranquiliza?

_ Que me desprecies.

_ Eso, nunca _ la muchacha estaba perpleja.

_ Te mentí Lourdes, por miedo, por cobardía te oculté una verdad atroz.

_ Rafa, ahora sí me asustas.

_ Formé parte activa dentro de La Mazorca. Torturé y asesiné por la causa federal. Fue otro tiempo, otra vida, ¡perdóname!

Lourdes se sintió desfallecer. Había unido su vida a un mazorquero, un hombre vil y sanguinario, un lobo oculto en una piel de cordero.

En silencio, terminó de hacer el bolso. En silencio montó sobre la yegua moteada. Nunca lo miró.

_ Mi amor, por favor, dí algo. Grítame, pégame, pero haz algo._ Rafael creía morir, su mundo se desmoronaba.

_ Ya no soy tu amor. Me has engañado ruinmente. Vuelvo a Buenos Aires._ la furia de su mirada hirió de muerte a Rafael.

_ Esta bien, regresemos a Buenos Aires, pero convéncete, tú eres mía, sólo mía. Lucharé por conquistar nuevamente tu confianza._ lo dijo con violencia, con enojo.

Lourdes, terca, se mantuvo en silencio.

Abandonaron el rancho envarados, distanciados. Pasaron por la capilla para despedirse del padre Fermín. Lourdes agradeció no encontrarlo, no estaba de humor para dar explicaciones.

_ El padrecito se jué a dar la estremaución a un viejo que está en las última _ les detalló Petrona.

_ Siempre recordaré lo buena que fue conmigo, Petrona .

_ Ni lo mencione señorita, pa´ mi fue una alegría _ contestó con sencillez.

Petrona los vio alejarse y presintió que algo malo estaba pasando. «Cuando el padrecito lo sepa, siguro lo va arreglar», se tranquilizó.

El viaje de regreso contrastó con el de ida. No rieron, no hicieron planes; besos y caricias, ausentes.

Lourdes, desilusionada, lloraba y maldecía.

Rafael, abatido, sólo pensaba en la forma de recuperarla.

Pararon en una pulpería para comer y descansar. Ella durmió en un cuarto desvencijado, sola.

El le hizo compañía a los caballos en un galpón que se venía abajo.

Cuando llegaron a Buenos Aires, Lourdes respiró aliviada. Su mayor anhelo era abrazar a su abuela, sentirse protegida.

El intentó ayudarla a desmontar, ella se negó.

_ Vete Rafael, no quiero volverte a ver nunca más, ¿entiendes?, ¡nunca más!_ fue cortante, seca.

_ Te amo Lourdes, en eso nunca mentí._ ahogó el llanto, «los hombres no lloran», las palabras del padrino resonaban en su memoria. ¡Que frase absurda le parecía en ese momento!

_ ¡Nunca más! _ le repitió clavándole una espada en el corazón.

Esperó hasta verla entrar.

_ ¡Niña Lourdes! _ Lola se le colgó del cuello llorando desconsoladamente.

_ ¿Qué pasa Lola?, ¿la abuela enfermó?. ¡Deja de llorar y contesta! _ le gritó entre asustada y enojada.

_ Se…se llevaron al don Lorenzo.

_ ¿Quiénes? _ aunque ya sabía la respuesta.

_ ¡Ellos! _ con un dedo tembloroso señaló a Rafael que las observaba de lejos.

Lourdes volteó la mirada y en ese instante se desvaneció. Rafael, rápido como una flecha, alcanzó a atraparla antes de que cayera sobre la calle embarrada. La cargó en brazos hasta la sala.

_ ¡Lourdes! ¡Rafael!, ¿qué ha sucedido? ¡Santo Dios!, acuéstala en este sillón _ Mercedes se alarmó ante el desmayo de su nieta.

_ La noticia de la desaparición de don Lorenzo la ha impactado.

Tina, presurosa, apareció con las sales, que poco a poco, despabilaron a la joven.

Al ver recuperada a su mujer, Rafael, más tranquilo indagó a Mercedes sobre la suerte de Lorenzo.

_ Se lo llevó La Mazorca hace tres días. ¡Estoy desesperada! _ apretó con fuerza la cruz del rosario, que momentos antes estaba rezando._ Pero ustedes…deberían estar en camino a San Luis, ¿qué ha sucedido? _ se desconsoló.

_ Luego hablaremos de ello, ahora debo encontrar a don Lorenzo.

Mercedes lo abrazó conmovida. Lourdes permanecía en silencio. Rafael se le acercó con la intención de besarla, pero ella ocultó el rostro con sus manos. Cuando, angustiado por el rechazo, se disponía a marchar, ella lo detuvo tomándolo de un brazo.

_ Sálvalo Rafael, por lo que más quieras, sálvalo.

_ Lo que más quiero eres tú. Lo rescataré, te lo prometo.

CAPÍTULO 18

«Jamás mi lengua podrá expresar
cuanto he sufrido en ese encierro metido.
Llaves, paredes, cerrojos,
se graban tanto en los ojos
que uno lo ve hasta dormido». José Hernández.

Encerrado en una celda maloliente; la ropa hecha jirones; la piel desgarrada; el rostro deformado por los golpes recibidos ; el labio superior, partido; el cuerpo cubierto de una costra de sangre. ¡Infame agravio!

Lorenzo, ovillado en un inmundo rincón, sufría esperando la siguiente sesión de torturas. ¿Cuánto tiempo había pasado desde su captura? A esas alturas había perdido la cuenta. Para él, una eternidad. Ese agujero mohoso con olor a orines y mierda estaba acabando con su cordura.

Entre lágrimas de impotencia, recordó la noche en que a hurtadillas llegó a la casa de su hermana para despedirse antes de su fuga a Montevideo. Lo había planeado con esmero. Supuso que no se suscitarían problemas. Se equivocó.

Apenas saludaba a Mercedes cuando cuatro mazorqueros cayeron sobre él. No le dieron tiempo a defenderse. Con una soga lo maniataron y despiadadamente lo arrastraron hasta el cuartel.

_ Mire no más quien nos vino a visitar, pue’ _ se regocijó Cuitiño cuando de una tremenda patada Santa Coloma lo empujó para caer dentro del despacho y a los pies de Cuitiño._ El señorito Escalante.

Lorenzo se incorporó con dificultad y desafiante le escupió el rostro. Como respuesta, recibió una trompada que lo arrojó nuevamente al piso.

_ ¡Maldito hijo de puta! _ gritó Lorenzo secándose la sangre que le chorreaba del labio.

_ Parece que el señorito elegante perdió los modales _ se rió Cuitiño.

_ Me gustaría aplastarte como a un gusano.

_ Siento desilusionarlo. La cuestión es al revés…Yo lo voy a triturar, y como a mi me gusta…lentamente. No hay placer mayor que presenciar el sufrimiento del enemigo.

_ ¡Sádico! ¡Enfermo!, ¿por qué me trajo a este lugar?

_ No tengo la obligación de responder sus preguntas, sin embargo, como soy una persona educada, aunque no haya asistido a esos colegios refinaos’ como lo hizo usté, lo voy a anoticiar. Nos confirmaron que es integrante del «Club de los Cinco» que está planeando un levantamiento militar para apoderarse de la ciudad.

_ ¡Calumnias! _ Lorenzo se alarmó. «¿Quién me habrá delatado?», pensó confuso.

_ Veremos si no cambia de opinión cuando lo deje al cuidado de mis hombres. Parra y Santa Coloma saben sacar de mentira verdad. Son muy habilidosos, ¿sabe? _ se rió salvajemente _ Santa Coloma, sacalo de mi vista y hacelo cantar. Que disjrute su estadía entre nosotros don Lorenzo Escalante _ las carcajadas de Cuitiño lo ensordecían.

Santa Coloma le vendó los ojos y tirando de la soga que lo tenía amarrado, lo arrastró hasta un caballo. Alguien lo ayudó a montar y por un culetazo de trabuco, perdió el sentido. Cuando despertó estaba en una celda con otros dos hombres.

_ ¿Dónde estoy? _ atinó a decir frotándose la cabeza que se le partía.

_ Ojalá lo supiéramos. A nosotros nos trajeron ayer y ése que está ahí, parece que está hace bastante _ señaló un bulto oscuro que respiraba con dificultad en la celda de enfrente.

_ Soy Lorenzo Escalante.

_ Yo me llamo Manuel Zaragoza.

_ Y yo, Juan Martínez. Ese que está ahí tirado es Zacarías Puyol. El mesmo me lo dijo antes de quedar inconsciente.

_ ¡Puta madre!, me estalla la cabeza _ se quejó Lorenzo y una marea de naúseas lo ataco de imprevisto. Vomitó hasta quedar vacío.

_ Amigo, vomitó hasta las tripas. Recuéstece en ese catre, aunque le advierto, está minado de chinches.

Zaragosa, en un arrebato de cólera, comenzó a gritar golpeando su cabeza contra los barrotes.

_ Esto es una inmundicia. Todavía no comprendo como terminé en este infierno. ¡Federales malparidos! ¡Ratas asquerosas, sáquenme de esta mierda! Soy inocente, ¡carajo!, inocente.

Martinez trató de calmarlo.

_ Déjelo mi amigo, que se desahogue _ aconsejó Lorenzo.

Zaragosa se ovilló estallando en un llanto acongojado. Martínez se acucliyó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Poco a poco se fue relajando hasta quedar dormido.

_ Tranquilo, compadre, tranquilo _ le susurró.

_ ¿Sabe por qué causa lo encerraron? _ se interesó Lorenzo.

_ Si le cuento se va a reír _ le respondió Martínez mientras pateaba un ratón famélico que rondaba a Zaragosa.

_ Una tarde en que Manuel volvía del trabajo, fue a la cocina a tomar unos mates. Las dos hijas de la cocinera estaban jugando con unas muñecas de trapo y Manuel no tuvo mejor idea que preguntar a las negritas el nombre de las muñecas. Le respondieron que una se llamaba «doña Encarnación» y la otra «Manuelita». El hombre se rió como un desaforado y a modo de chanza dijo: «¿Cómo es que la esposa del Gobernador y su hija, señoras de tanta grandeza, andan por las cocinas?». Eso fue todo y a los pocos días lo meten preso. Las muy hijas de puta lo denunciaron tildándolo de unitario.

_ Cuitiño no pierde oportunidad para granjeare la simpatía de Rosas _ sentenció Lorenzo asombrado de la acusación irrisoria.

_ Dígamelo a mí. Estoy preso por hablar mal del gobierno. ¿Es delito expresar una opinión?, le pregunté fuera de control a esa mierda de Cuitiño. ¿Sabe lo que me contestó? «Mirá José, vos me caés mal, sos un hombre díscolo y mal intencionado». Y acá me tiene, sólo por decir que la comida está al doble de antes. Y a usté, Lorenzo, ¿por qué lo trajieron?

_ Por pertenecer al «Club de los Cinco», por anarquista, por unitario, por mear fuera del tacho…por lo que sea. Cuitiño hace años me la tiene jurada y todo por una mujer _ se lamentó.

_ ¡Ustedes!, basta de tanto parloteo o van a conocer mi rebenque _ los amenazó el mazorquero de guardia.

Al rato abrió la celda y se llevó a empujones a Zaragosa.

Pasada la media noche se llevaron a Martínez. Ninguno regresó.

Lorenzó, temblando, esperaba su turno. El turno de la muerte.

CAPÍTULO 19

«No estás completamente abandonado
los espíritus de la noche, en la vida, te buscan
y en la muerte, te rodean». Edgar A. Poe

Voces socarronas lo despertaron de manera prepotente. Un soldado le dejó en el piso de la celda un cacharro con agua sucia y un mendrugo de pan duro, su suculento desayuno.

_ Te llegó la hora unitario inmundo _ un mazorquero con el rostro picado de viruela y mirada ladina lo pateó con sadismo.

Maniatado y a los tropezones, lo condujo por pasillos estrechos apenas iluminados. Una siniestra sinfonía de quejidos y lamentos, le golpeó los oídos. El fuerte olor a heces le provocó arcadas.

Cuando llegó a un inmenso patio, inspiró profundamente, llenándose los pulmones de aire fresco.

Al adaptarse sus ojos a la luz del día, el espectáculo que presenció, lo dejó helado. Manuel Zaragosa estaba empalado en el centro del patio. El infeliz colgaba como una marioneta desmembrada, rodeado por un charco de sangre y excrementos. «Y todo por mofarse del nombre de unas estúpidas muñecas», pensó escandalizado, «¡Negras soplonas!, ¡negras de mierda!». Vomitó con violencia salpicando al mazorquero.

_ ¡Asqueroso!, mirá que tenés la tripa floja. Caminá o acá mesmo te cago a rebencazos.

En una oficina se encontró nuevamente con Cuitiño.

_ Buenos días Escalante, ¿cómo lo atendieron mis muchachos? Por lo que veo, demasiado bien _se burló ante el lamentable aspecto de Lorenzo.

_ No se equivoca, la atención es excelente _ la ira comenzó a desplegarse en Lorenzo _Me gustaría que usted también la probara, es más, me encantaría hacérsela probar yo mismo y con mis propias manos.

_ Ja, ja…Había resultado humorista el señorito. Dudo que tenga esa oportunidá. Mire, le presento al Comandante Antonio Reyes, él está a cargo de este cuartel y ha tenido la amabilidá de permitirme disponer de usté.

_ ¡Hijo de puta!,¿qué pruebas tiene en mi contra?

_ Yo no necesito pruebas. Usté es culpable. Llévenlo al sótano. Santa Coloma y yo vamos pa’ allá en un momento.

Dos soldados, uno de cada lado, lo condujeron casi en andas a la parte trasera del cuartel.

_ ¿El Gobernador sabe que encerraste a Lorenzo Escalante, Ciriaco? Mirá que lo tiene en alta estima _ se preocupó Reyes.

_ Nada sabe y nada sabrá.

_ Tené cuidado Ciriaco, podés salir perjudicado.

_ No te priocupés. Este es un asunto mío y yo lo voy a resolver _ fue terminante Cuitiño.

Se dieron un fuerte apretón de manos y el jefe de La Mazorca con su hombre de confianza, Santa Coloma, se dirigieron al sótano.

Estaqueado, totalmente desnudo, Lorenzo, esperaba su hora.

Así lo encontró Cuitiño y una sonrisa sarcástica le iluminó el rostro. A Lorenzo le ardió el cuerpo por la vergüenza, se sintió vulnerable y ese sentimiento lo enfureció.

_ Ta güeno, ta güeno, a ver amigo, sin rodeos, ¿para cuándo está planeado el levantamiento militar contra Rosas?, ¿cuál es el nombre del oficial que encabezará la insurreción?

_ Está loco Cuitiño, no sé de que me habla.

_ ¿Qué momento eligieron para asesinar a su Excelencia?, ¿cómo piensan hacerlo? Quiero saber los planes al detalle del Club de los Cinco. ¡Hable, carajo!

_ Le repito, ¡no sé nada! ¡Yo no pertenezco al Club de los Cinco!

_ Parece que esto va a ser más difícil de lo que supuse. A ver muchachos _ llamó a seis soldados que estaban recostados en una de las paredes _ Déjense de cuchichear como mujeres haraganas y empiecen a saltar sobre este hijo de puta para que largue prenda.

Lorenzo se mordió los labios y cerró los ojos. Rezó, «Señor dame fuerzas, no me abandones, no me abandones».

Los soldados, de contextura robusta, sin quitarse las nazarenas, comenzaron a saltar descarnizadamente sobre los brazos, piernas y pies de Lorenzo.

Sudor y sangre bañaron su cuerpo, pero no imploró compasión. Esto encolerizó a Cuitiño.

_ ¡Basta! ¡Suficiente! _ gritó fuera de sí _ Tírenle un balde de agua _ Lorenzo se había desmayado.

Santa Coloma permanecía imperturbable ante el cuadro que se exponía delante suyo.

_ Es tu turno, hacelo cantar _ le dijo Cuitiño con mordacidad a su brazo derecho.

_ Con mucho gusto, mi Coronel. ¡Esta reaccionando! Muchachos, cágenlo a patadas.

Lorenzo, con el cuerpo anestesiado por el sufrimiento, apenas sentía dolor.

_ ¡Deténgansen! Escalante, ¿vas a aceptar tu culpabilidá o seguimos con la fiesta? _ bramó Cuitiño.

_ No sé nada…nada _ balbuceó.

_ Coronel, mejor lo dejamos descansar unas horas y dispué le damos otra sesión, ¿qué le parece?.

_ Muy bien, desátenlon y arrójenlon a un rincón.

Mientras se cumplía su órden, él y Santa Coloma, salieron al patio.

_ Aprovecho para anoticiarlo de la llegada de su ahijado _ le dijo con suspicacia y encendió un cigarro _ ¿Gusta uno mi Coronel?

_ Gracias _ tomó uno y su cómplice se lo encendió _ El Goyo estará por llegar también, entonces. Me avisó por el Lobo Quesada que el Rafael estaba en Dolores con la sobrina de Escalante. Los casó el padre Fermín. ¡ No sabés las ganas que le tengo a ese viejo sotreta! Un día de estos…Pero, no, no puedo silenciarlo..Por mi viejita, ella lo estima demasiado y no la quiero hacer sufrir.

_ No se priocupe mi Coronel, ya le va a llegar la ocasión y servida en bandeja de plata.

_ Eso espero. ¿Que más sabés del Rafael?

_ Dejó a la moza en la casa de la Santísima Trinidad y él le puso pata pa’ acá.

_ ¡Que raro! Me huele a gato encerrado. Tengo que averiguar que se trae entre manos el sinvergüenza de mi ahijado. Primero terminemos con Escalante.

Aplastaron las colillas con la punta de sus botas y volvieron al ruedo.

_ ¡Ustedes!, traiganlon pa’cá _ zarandeó con voz ronca a unos soldados que jugaban a los dados. Lorenzo temblaba sin control.

_ Sos muy machito, ¿no? _ se burló Santa Coloma _ Vamo a ver hasta cuando _ Alcanzame uno de esos palos de escoba _ le ordenó a uno de los mazorqueros que observaba extasiado.

El federal tomó de los pelos a Lorenzo y lo tiró de espaldas. Un rugido de espanto brotó de su garaganta cuando el salvaje lo sodomizó con el palo. Lo penetró una, dos, tres cuatro veces. Sintió como la sangre, caliente y pegajosa le recorría el culo. Cuitiño disfrutaba.

_ Agradecé que no te meto por el ano una mazorca de maíz porque ahí sí me ibas a suplicar dende veras.

Santa Coloma tiró el palo a un costado y secándose la transpiración con un pañuelo deshilachado, se acercó a Cuitiño que aprobaba satisfecho.

_ Si está de acuerdo mi Coronel, por hoy es suficiente; estoy muy cansado, me debo estar poniendo viejo porque con lo que me gusta mi trabajo no entiendo como prefiero suspender pa’ otro día.

_ Andá a descansar. Pedí que te preparen un catre y algo pa’ comer. Yo me quedo un rato más y dispué me regreso pa’ Buenos Aires. Dejo todo en tus manos.

Cuitiño se volvió hacia Lorenzo que estaba devastado.

_ Y ahora vamos a hablar sin pelos en la lengua usté y yo _ le dijo con voz macabra.

CAPÍTULO 20

«Te cubrirán de sombras. ¡Permanece callado!
La noche tan clara, se oscurecerá
y las estrellas no mirarán la tierra,
desde sus altísimos tronos en el cielo,
con su luz de esperanza para los mortales». Edgar A. Poe

Lorenzo estaba devastado. En sus cuarenta y ocho años, jamás imaginó pasar por tan traumática experiencia. Una pesadilla.

Continuaba tirado en el piso boca abajo, una dolorosa puntada no le permitía incorporarse.

_ Siempre quise verlo a mis pies, arrastrándose.

_ ¿Por qué me odia? _ si bien lo intuía quería que su agresor lo confirmara.

_ Le refresco la memoria: Amparo Leguizamón. ¿Recuerda ese nombre? Fue el amor de mi vida y usté me la robó, maldito miserable.

_ Un amor que ella no le correspondió _ la afrenta lo encolerizó. Tomó el palo ensangrentado, con el que momentos antes Santa Coloma lo sodomizó, y lo golpeó salvajemente en los glúteos.

_ ¡Cállese! _ los gritos de ambos; unos de furia, otros de dolor, se entretejieron resultando una trama dramática.

Cuando calmó su arrebato de cólera, Cuitiño tiró a un lado el palo y con el dorso de la mano secó su transpiración. Miró fijamente a Lorenzo, que respiraba con dificultad.

_ ¡Parese, carajo!¡Unitario marica!

Picado en su orgullo, con esfuerzo sobrehumano, logró ponerse de pie, el cuerpo le vibraba.

_ A pesar de que nos separaba la posición social, la Amparo me juró amor. Yo la adoraba, pero apareció usté y ella me abandonó como si juera un perro_ farfulló resentido.

_ Nunca me interesó Amparo, una muchachita egoísta y altanera. Ella me buscaba, me acosaba; yo siempre le huía _ Lorenzo apenas podía gesticular palabra, pero le impelía defenderse.

_ ¡Injurias! Amparo era bella, bondadosa…un ángel y usté la ultrajó, por eso se suicidó.

Lorenzo estaba mareado, necesitaba respirar aire puro. El dolor que padecía era atroz, rezaba por perder el sentido.

Cuitiño estaba perdido en el pasado.

_ ¡Usté la mató, pedazo de mierda!_ lo apuntó con el trabuco.

_ ¡Se suicidó! Estaba embarazada de su primo. Se lo confesó a su madre en una carta…

_ ¡Mentira! Usté me la arrebató, la mancilló y dispué se desentendió de ella _ ciego de furia le propinó a Lorenzo una trompada en la boca del estómago cortándole la respiración._ No voy a permitir que su sobrina se burle de Rafael, que lo dañe como usté lo hizo con la Amparo y conmigo.¡Cabo!, llévelo al calabozo. ¡Sin agua y sin pan hasta mañana!

Dos soldados lo arrastraron hasta su celda. Antes de salir de ese lúgubre recinto, Lorenzo descubrió a Juan José Martinez, el que se quejaba de las arbitrariedades del gobierno rosista. Cuatro soldados lo tenían sujeto, mientras un quinto le colocaba un hierro al rojo vivo en la boca. «Este es el escarmiento que recibe todo aquel que se opone a nuestro Santo Padre Juan Manuel», escuchó decir antes de que se lo tragara la oscuridad.

Se recuperó a la madrugada del día siguiente. A tientas buscó sus ropas desparramadas por toda la celda. A duras penas logró vestirse.

Advirtió horrorizado que Puyol, el preso que conoció inconsciente, ya no estaba en el calabozo. «¿Qué habrán hecho con él?». Pronto lo supo.

El guardia de turno se compadeció de Lorenzo y le alcanzó un plato de polenta desabrida y un jarro de agua.

_ Despacio, compadre, se va a atragantar _ le aconsejó.

_ ¿Qué fue de Puyol?_ se atrevió a preguntar.

_ ¿Quién? Ah, si, el infelíz incapaz de soportar unos cuantos golpes. Lo jusilamos al amanecer.

«Señor, que termine esta pesadilla, ya no lo resisto», deseó conmocionado.



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