Montar al tigre

Creyó que podía montar al tigre. El tigre era bello, de piel brillante y grandes ojos tristes. Al principio, el tigre no se resistió, se dejó montar. Él se sentía feliz y orgulloso. La gente miraba, maravillada, impresionada por su belleza. Cierto que de forma imprevisible, de vez en cuando le tiraba zarpazos y profería un feroz rugido, pero él había aprendido a esquivarlo. Pensó que lo tenía dominado y se sintió feliz así, aunque tenía el rostro lleno de arañazos.

Un día, sin embargo, no pudo esquivar los zarpazos, ni fue capaz de impedir que los dientes de su amado tigre se le clavaran en el cuello. Mientras expiraba, todavía le dijo:

– Te perdono, amor, he sido feliz mientras esto ha durado

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