CATTLEYA, EL HADA ENAMORADA

CATTLEYA, EL HADA ENAMORADA

Haydee Papp

24/05/2018

En la lejana y misteriosa Isla de Avalon, en uno de sus inmensos jardines, vivía en el corazón de una rosa, Cattleya..

Cattleya era un hada romántica, que gozaba de las caricias de sol y del penetrante perfume de las flores que la rodeaban: lirios, jazmines, jacintos, orquídeas y rosas…rosas blancas, amarillas, rojas…¡las rosas!, sus predilectas.

Bella, etérea, de largos cabellos rojos. Su cuerpo estaba cubierto de una luz dorada, tornasolada y transparente.

Durante las noches se reunía con las demás hadas en corro formando un círculo cabalístico. Saltaban y bailaban, felices y despreocupadas.

Una calurosa mañana de verano, mientras se desperezaba en su mullido tálamo de pétalos, la sorprendió la visita de un Colibrí.

Cattleya quedó fascinada con el plumaje de brillantes azules y verdes. Atrevido, bebió sin pedir permiso el néctar de su rosa. A ella no le importó, permanecía hechizada por su aleteo. «Un verdadero acróbata», pensó embelesada.

El apenas se dio cuenta de su presencia. Cuando terminó de alimentarse, continuó su raudo vuelo hacia otra flor.

Cattleya suspiró desilusionada, verlo partir le rompió el corazón. No lo pensó dos veces, inmediatamente se transformó en una pequeña y vivaz ave, y lo siguió.

_ ¿Quién eres?_ escuchó que le decía el Colibrí intrigado.

_ Soy el hada de la rosa que acabas de libar.

_ ¿Por qué me persigues?

_ Porque te amo.

_ Si apenas me conoces.

_ En cuestiones de amor, el tiempo no es importante. Cuando te vi asomar en mi rosa, sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo, despertaste en mí un sentimiento mágico que nunca antes experimenté.

_ El amor entre un hada y un Colibrí es imposible.

_ ¡Qué equivocado estás! Para el amor no hay imposibles, el amor todo lo puede. Mañana te espero en mi rosa. Ven a mí, por favor.

Esa noche no durmió, no bailó, no hiló, sólo pensó en su Colibrí.

Muy de madrugada, las hadas despertaron al son de una melodía dulce y nostálgica, era Cattleya y su flauta. Su música era una declaración de amor, un llamado apremiante.

Su Colibrí nunca regresó, quiso hacerlo, pero la Naturaleza se lo impidió.

Tan perturbado quedó por las tiernas palabras del Hada que olvidó alimentarse y un colibrí no puede permanecer más de una hora sin libar el néctar vivificante de las flores. Si esto sucede muere sin remedio.

Cattleya lo esperó un día, dos días, tres días…lo esperó por siempre.

Oculta entre los aterciopelados pétalos de su rosa, entonó hasta el instante de su muerte un mismo lamento hecho canción:

«Espero sonriente, porque yo sé que un día

tú tendrás que ser mío.

En lo profundo de mis sueños despiertos

yo seguiré esperando, porque sé que algún día

buscarás el refugio de mis brazos abiertos,

y tendrás que ser mío». ( J. A. Buesa)

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