El restaurante de los sueños

El restaurante de los sueños

eduardo schamis

22/05/2018

El restaurante de los sueños

Eduardo Schamis

Para Andrea

Si una persona cualquiera pasara por casualidad por la vereda de esa calle tan pintoresca en la ciudad española de Barcelona, y levantara la vista y prestara atención hacia la ventana de ese restaurante en particular, tres cosas podrían suceder.

La primera es que vería a través del cristal a dos personas comiendo en una mesa junto a la ventana, aparentemente muy interesadas en su conversación.

La segunda opción es que vería solo a una persona comiendo en esa mesa, sumida en sus pensamientos.

Y la tercera cosa que podría ver seria las luces apagadas y el restaurant cerrado.

De una u otra forma, ninguna de las tres imágenes podría transmitir realmente lo que sucede en ese restaurante, y es que allí…

Allí los sueños se hacen realidad…

1

Esa mañana de invierno, Nicolás y Martina discutían una vez más, como lo venían haciendo desde hacía un mes, en el piso que alquilaban en el centro de la ciudad de Barcelona.

­—Deberías dejar ese orgullo de lado y pedirle ayuda a tu padre de una vez por todas —gritaba Martina desde la cocina.

—Hace más de 25 años que no hablo con mi Padre, y aunque lo hiciera, no tendría ningún sentido, a esta altura somos dos extraños —respondió desde el dormitorio Nicolás, todavía recostado en la cama.

Habían llegado a España hacia seis meses ya, escapando de la crisis económica que castigaba duramente a su país, Argentina, pero todavía no habían conseguido trabajo, en el caso de Nicolás por culpa de un retraso con los papeles de la ciudadanía.

Los últimos meses no habían sido fáciles. Habían pasado muchos buenos momentos juntos, y también los habían pasado muy malos, pero rara vez se lo contaban a alguien. Guardaban esos secretos que eran dolorosos, era cierto, pero eran suyos y de nadie más. Se contaban todo, compartían todo, y eso los unía cada vez más, a pesar de las discusiones.

A sus 45 años, nieto de abuelos italianos por parte de su madre, y españoles por parte de su padre, Nicolás hizo lo que sus abuelos habían hecho dos generaciones atrás, y emigró en busca de mejores oportunidades.

—Además es bien sencillo —continuó Nicolás —lo llamo y le digo “Hola Papa, ha pasado tiempo sabes, necesito dinero”, a lo que el responderá “claro hijo, pero mira que has crecido, ¿cuánto necesitas? —sostuvo con ironía, mirando al techo.

Haz lo que quieras, como siempre —balbuceo Martina —me voy a una entrevista de trabajo, luego hablamos.

La puerta se cerró con un portazo y Nicolás se quedó tumbado en la cama, apoyado sobre un par de almohadas, lamentando que una vez más había dejado pasar una de las escasas oportunidades que la vida le fue poniendo delante.

Desde hacía unas semanas Martina se comportaba de forma un poco nerviosa. Le preocupaban los planes y proyectos, y había empezado con sus preguntas habituales:

—¿qué íbamos a hacer con el poco dinero que quedaba? ¿podríamos quizás pedir prestado a alguien?

Sobre la mesilla de noche de Nicolás descansaban un par de libros, uno de ellos todavía sin leer.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se dedicó a la lectura,

aunque siempre había sido una de sus grandes pasiones.

Le gustaba leer todo lo que se le cruzaba por delante, pero en especial lo atrapaban las novelas policiales de autores como Grisham o Connelly, y también las románticas, Nicholas Sparks en particular.

Había conocido a Martina tres años atrás, en medio de un controvertido y triste divorcio con su ahora ex mujer, Julieta, y madre de sus dos hijos, Agustina y Lucas, y se habían casado un mes antes de viajar a España.

Tenía un carácter un tanto particular. La gente solía pensar que Martina era muy reservada, muy introvertida, pero con Nicolás no era así. Sin que le preguntara nada, en la primera cita le contó todo sobre su familia, y en especial el profundo amor que sentía por su madre.

Se quedó pensando en su padre, y recordó cuando al cumplir sus dieciocho años éste lo echo de su casa, ante las reiteradas faltas de respeto que Nicolás le prodigó a la mujer que había vuelto a elegir para casarse, al morir su madre luego de un largo y agónico sufrimiento producto de un virulento cáncer cerebral.

—Mi padre, jaja, tendré que hacer lo que he hecho toda mi vida, y eso es

arreglármelas solo —murmuró.

Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño, se lavó la cara y los dientes,

y después de secarse con la toalla de mano, se detuvo a contemplar su imagen en

el espejo.

La imagen que le devolvía era la de un hombre con sus 45 años bien puestos, alto y delgado, bien parecido, calvo por herencia de su padre y con unos cautivantes ojos color miel por parte de su madre.

—A ver si hoy hay más suerte, aunque eso es difícil de creer —se dijo a sí mismo y volvió al dormitorio.

Al pasar por el comedor, se detuvo a observar el jardín que Martina había creado en la terraza y que cuidaba con tanto esmero.

Su madre decía que tenía el “dedo verde “, porque todo lo que plantaba, crecía y florecía con fuerza.

Cuidaba con mucho esmero azaleas, geranios, margaritas, petunias, jazmines, amapolas, y hasta un limonero. Era su pequeño pedazo de cielo, decía con orgullo.

Encendió el Móvil y lo primero que hizo como todos los días fue mirar el

Twitter de su Hija, Agustina. No se le daban muy bien las redes sociales. Había abierto una cuenta en Twitter y otra en Facebook exclusivamente para seguir las actividades de su hija.

También Miraba los otros perfiles de Facebook, pero no hacía ningún

comentario, No felicitaba a nadie, no saludaba por sus cumpleaños, pero lo que sí

hacía era juzgar. Juzgaba sus publicaciones, sus cambios de perfil de acuerdo a la tragedia de turno, ya fuese los niños refugiados, otro atentado terrorista en el mundo, pero todos viviendo vidas que no les pertenecían.

Al parecer Agustina había rendido ayer un examen en la universidad y le había ido muy bien, o al menos eso era lo que comentaba en su Twitter.

Las redes sociales eran la única manera de saber que era de la vida de su hija, ya que hacía más de un año que había decidido no hablar más con él. Lo acusaba de mentiroso, de haber engañado a su madre, de abandonarlas, y de unas cuantas cosas más, que por supuesto, no eran ciertas.

Pero la mente de una adolescente es fácilmente manipulable, y lamentablemente le habían llenado la cabeza en contra de su padre.

Agustina tenía ya 20 años, y se encontraba viviendo con su madre en Argentina, en donde cursaba la carrera de Ciencias Políticas.

Nicolás la echaba muchísimo de menos.

Termino de vestirse, procurando abrigarse, y salió de su casa en busca de trabajo, como todos los días.

Esa mañana decidió caminar y prescindir del coche. Habían comprado un

Smart, “el carrito de la compra”, Lo llamaba Nicolás, porque consumía muy poco, y podía aparcarlo en cualquier hueco, por pequeño que fuera.

Caminó unas cuantas cuadras con las manos en los bolsillos de su abrigo, y se detuvo frente a una cafetería. Era una típica Cafetería europea, con ese aroma a café tostado, bollos recién horneados y tartas de variados sabores y colores.

Abrió la puerta y al entrar lo abrigó el calor y lo envolvió el aroma. Caminó hasta la barra, se quitó el abrigo y se sentó en un taburete. Pidió un cappuccino, y se dejó tentar con un bizcocho catalán.

Disfruto de su café, delicioso con la leche montada y una pizca de canela, y el tiernísimo bizcocho, con notas de naranja y limón.

A Nicolás siempre le había atraído el mundo de la cocina.

Cuando lo echaron de casa, ya no tuvo quien le cocinara, y entonces aprendió con un cuaderno de notas repleto de recetas italianas que su abuela Emilia le obsequió, y comenzó a experimentar ese vasto y maravilloso universo. También

su padre le había inculcado el amor hacia la gastronomía.

Jose Toscano, Olivier, su actual seudónimo, Comenzó trabajando como editor en un prestigioso diario de la Argentina, y poco a poco fue especializándose en el mundo de la alta cocina.

Hizo una carrera brillante como crítico, y finalmente, se instaló en Paris y se

convirtió en uno de los críticos gastronómicos más influyentes de Europa y del resto del mundo.

Chefs tan renombrados como Jean Paul Bondoux, Francis Mallmann, Joel Robuchon, o los hermanos Roca, por nombrar algunos, respetaban muchísimo su opinión.

Nicolás había seguido la carrera de su Padre con admiración, pero nunca tuvo el coraje de ponerse en contacto con él, ya fuese por orgullo, por miedo, o simplemente porque el tiempo fue creando un abismo que ninguno de los dos se atrevía a cruzar.

Lo más cerca que Nicolás estuvo de la gastronomía fue un duro trabajo de ayudante en un restaurante, y con ese dinero logro pagarse los estudios y luego de 5 agotadores años, se recibió de arquitecto, la profesión que le había prometido seguir a su madre.

El sonido del móvil lo sacó de sus pensamientos.

Era Martina.

—¿Hola amor, respondió Nicolás —Como te ha ido en la entrevista?

—Pues bien, al parecer necesitan que la candidata comience cuanto antes, así que entre hoy y mañana me responderán si soy la elegida —dijo Martina ilusionada.

—Ojalá, necesitamos un ingreso o nos quedaremos sin dinero en pocos

meses —¿y de que va el puesto?—preguntó.

—Es de auxiliar contable, y como bien sabes, tengo mucha experiencia en esa área.

—Seguro amor, bueno, me alegro, yo tengo que pasar por dos estudios a dejar el curriculum y después volveré a casa —dijo Nicolás.

—Bien, yo me encontrare a almorzar con mi hermano, nos vemos más tarde, te amo.

_Te amo, un beso.

El hermano de Martina, Gabriel, había dejado la Argentina 10 años atrás para radicarse en Barcelona, y fue él en parte quien les dio el empujón que necesitaban

para tomar la decisión y emigrar.

Nicolás salió nuevamente al frio de la ciudad y se dirigió con prisa al centro, esperando tener algo más de suerte de la que había tenido hasta ahora.

2

Al mediodía estaba fresco cuando salió de otro edificio de oficinas en el centro de la ciudad y caminó unas cuantas cuadras sin rumbo, sumido en sus pensamientos.

El sol amagaba con salir entre las nubes, mientras dejaba atrás los grandes edificios.

Las calles parecían desiertas, y algunas tiendas permanecían cerradas después de un fin de semana largo a consecuencia de un día festivo que conmemoraba el día de la Hispanidad.

Algo le llamó la atención a su derecha, y al levantar la vista vio un restaurante. Tenía una hermosa puerta doble labrada en madera, y un gran ventanal desde el que se podían ver unas cuantas mesas muy bien dispuestas. Sin un motivo aparente y casi sin darse cuenta, abrió las puertas y se encontró de pie dentro.

Siempre le había gustado comer en restaurantes, probar diferentes platos, conocer otras culturas, experimentar las fabulosas sensaciones que regala la gastronomía del mundo.

Era un lugar muy bonito, con unas 20 mesas aproximadamente, aunque en ese momento estaban todas vacías. el suelo de madera, las Paredes blancas y una iluminación perfecta, ni muy recargada ni tampoco lúgubre.

Una barra al fondo le daba un toque un tanto rústico, y justo al lado se encontraban las dobles puertas vaivén que daban acceso a las cocinas.

se quedó admirando ese magnífico restaurante, y sintió una sana envidia, porque siempre había deseado ser el propietario de un lugar así, pero lamentablemente la vida le tenía preparados otros planes, y tener un restaurante no estaba en ellos.

Se le acercó un hombre menudo, vestido de etiqueta, de estatura mediana, algo excedido de peso, cabello y barba blanca, que supuso sería el maître.

—bienvenido señor, lo saludó amablemente —¿desea almorzar?

Tenía un tono un tanto divertido, pero una mirada profunda, como si intentara mirar más allá en los ojos de Nicolás, pero, así y todo, emanaba confianza y amabilidad.

—desde luego —respondió Nicolás.

el maître lo acompañó a la única mesa que estaba junto al gran ventanal que daba a la calle.

—Le recomiendo esta mesa, señor, si es de su agrado, por supuesto.

—Esta mesa está bien, muchas gracias —respondió Nicolás mientras lanzaba una mirada a través de la ventana.

Tomó asiento mientras el maître se retiraba.

Giró la cabeza y lo observó abrir las puertas de la cocina y adentrarse en ella.

Al mirar con más detalle alrededor, observó que de las paredes colgaban varios cuadros, en los cuales podían leerse diferentes frases.

Se levantó de la mesa y se encaminó a la pared que estaba al fondo del salón, junto a la barra, ya que había algo fuera de lo común que le llamaba la atención.

Al acercarse pudo ver que esa gran pared estaba cubierta en casi la totalidad de su superficie por cintas de raso azules, cada una con un nombre escrito.

Hizo un rápido calculo y llegó a la conclusión que había por lo menos cientos de miles de ellas, creando un efecto un tanto peculiar, hipnótico, casi como si la pared tuviese movimiento.

Volvió extrañado a su mesa, y se detuvo en uno de los cuadros.

“Sueña el rico en su riqueza,

Que más cuidados le ofrece;

Sueña el pobre que padece

Su miseria y su pobreza;

Sueña el que a medrar empieza,

Sueña el que afana y pretende,

Sueña el que agravia y ofende,

Y en el mundo, en conclusión,

Todos sueñan lo que son,

Aunque ninguno lo entiende.

Calderón de la Barca.

Y otro cuadro:

“El hombre en pocas ocasiones se arrepiente de lo que ha hecho, sin embargo, en demasiadas se arrepiente de lo que ha dejado de hacer”

Había muchas más frases enmarcadas colgando en las paredes alrededor de las mesas.

Volvió a tomar asiento y al cabo de unos minutos apareció nuevamente el maître.

—Le dejo la carta, señor, ¿y puedo sugerirle un vino para acompañar el menú?

—Gracias —respondió Nicolás —pero prefiero tomar agua sin gas, con hielo por favor.

—Como usted ordene, señor —y se retiró una vez más.

Uno de los problemas de Nicolás había sido la bebida.

En los últimos años había comenzado a beber cada vez más, al punto de volver borracho más de una noche, y convertirse en un ser grotesco y odioso.

Su mujer Martina había tenido mucho que ver con su recuperación.

Permaneció en ese limbo de alcohol y tristeza hasta que ella apareció en su vida y comenzó el largo y doloroso proceso de rehabilitación, no solo por la bebida, sino también emocionalmente.

Desde que habían llegado a España no había tomado ni una gota de alcohol, ni siquiera en las comidas, y estaba orgulloso de ello.

Tomo el menú en sus manos. Era una especie de tabla de madera labrada, muy similar a los dibujos que adornaban la puerta del restaurante.

Al abrirla se encontró con una impecable hoja de papel donde sólo se podía leer un simple menú; una entrada, un plato principal y un postre. Y al pie de la carta había un trozo de papel, troquelado, con una de esas cintas azules abrochada y una pregunta en él, y debajo un espacio para responder.

¿Cuál es su sueño?

Esa era la pregunta.

Se quedo observando el menú extrañado.

—Mi sueño —se preguntó mientras rozaba con sus dedos la cinta azul. Hacía mucho tiempo que Nicolás había dejado de soñar.

La vida se había encargado de arrebatarle cada uno de sus sueños, y a esta altura, estaba convencido que soñar era inútil, que era una ilusión y que por más que uno soñara, los sueños rara vez se hacían realidad.

Algo molesto e incómodo por la pregunta, y también porque el menú le parecía ridículo, con sólo una entrada, un plato principal y un postre, se puso de pie y decidió retirarse de ese extraño restaurante. dio un paso hacia la puerta, pero algo le daba vueltas en la cabeza, y se volteó a mirar nuevamente la carta.

Ahí estaba lo que le había llamado la atención.

La entrada consistía en una Panzanella, el plato principal unos Fetuccini al pesto, y el postre un Tiramisú. Lo leyó otra vez para asegurarse que no se había equivocado.

Curiosamente eran algunas de sus comidas favoritas, esas que su abuela Emilia cocinaba los domingos cuando toda la familia se reunía alrededor de la mesa y disfrutaban esos almuerzos tan italianos, en donde reinaban la alegría, el amor, y la unión.

Nicolás echaba tanto de menos no sólo esas exquisitas comidas, sino también esos momentos que el tiempo y el destino fueron desmembrando hasta que ya no quedó familia que reunir.

Se acercó nuevamente el maître y Nicolás lo miró un tanto confundido.

—Es que hay algo que no es de su agrado? —preguntó el hombrecillo mirándolo directamente a los ojos, con una profundidad que lo intimidaba un poco.

Nicolás se sentó lentamente en su silla, todavía con la carta en sus manos.

—Tomaré el menú —dijo casi en un susurro.

—De acuerdo —sonrió el maître, y antes de tomar la carta de sus manos, le acercó un bolígrafo.

Nicolás se quedó observándolo con curiosidad una vez más.

—Verá usted, en este restaurante tenemos una antigua tradición, y esa es que todos nuestros comensales respondan a esa pregunta que figura al pie de la carta, luego corten el papel por la parte troquelada y lo pongan debajo del plato, y al retirarse se lo lleven consigo, junto con la cinta azul.

—Si el sueño se cumple, deben volver y poner esa cinta azul con su nombre en aquella pared —continuó, señalando la pared del fondo llena de cintas azules.

Nicolás lo miro fijamente, y estaba a punto de responder con un sarcasmo, cuando

notó en los ojos de aquel hombre que hablaba muy en serio y que creía firmemente en aquello.

—No tengo sueños —respondió Nicolás secamente, y le devolvió la carta y el bolígrafo.

El maître hizo una imperceptible mueca de resignación y comprensión, y se retiró hacia la cocina con la carta bajo el brazo.

Sueños, pensó Nicolás con amargura.

Su vida no había sido un cuento de hadas, aunque al terminar la Universidad se casó con Julieta, y en ese momento todo indicaba que podía formar una familia y ser feliz.

Un año después nacía Agustina, y su corazón experimento el más asombroso amor que hubiera conocido hasta entonces.

Ambos tenían excelentes trabajos, un buen pasar y una hija maravillosa.

Seis años después nació Lucas, y ese fue el corolario de una fantástica historia de amor, todo parecía estar en orden y los sueños parecían hacerse realidad.

Nicolás nunca olvidaría la sonrisa de su esposa al coger en brazos a su hijo recién nacido. Se lo acercó al pecho en un movimiento por demás natural, y le regaló

una sonrisa espontánea, una sonrisa que sólo tenía reservada para Lucas.

En cuanto a él, Había leído en algún lugar que se necesitaba tiempo para crear un vinculo entre el padre y el bebé, ya que con la madre era inmediato, pero en el caso de Lucas fue instantáneo.

Sólo con cogerlo en sus brazos, como lo había hecho antes con Agustina, supo, aunque podía pecar de egoísta, que la felicidad era totalmente suya.

Pero Nicolás cometió algunos errores, en principio con la administración del dinero, y luego con algunas malas decisiones que afectaron su trabajo y la vida familiar.

No tenía familia en la cual apoyarse, su madre había muerto y a su padre no lo había vuelto a ver desde que lo echó de su casa.

Sólo le quedaba su Hermano, Alejandro, que era el único que lo quería incondicionalmente, pero Nicolás había aprendido a manejarse sólo en la vida, y eso fue lo que quiso demostrarle al mundo.

Así que también se alejó de él.

Por supuesto que no tuvo quien lo aconsejara al tomar esas malas decisiones, y aprendió de la manera más dura, golpeándose contra la pared una y otra vez.

Sus hijos crecieron en un hogar feliz, era cierto, aún cuando sus malas

decisiones los ponían en situaciones difíciles.

Pero como si de una película de terror se tratase, la vida no tuvo contemplaciones y le asestó su golpe más duro y cruel.

Una tarde de abril, Nicolás pasó a buscar a Lucas por el colegio.

Su hijo ya tenía 7 años, y era todo un espectáculo verlo crecer. Su pelo lacio, sus grandes ojos, su cuerpo fuerte y macizo, sus ocurrencias y su maravilloso sentido del humor, lo hacían parecer mayor entre sus compañeros.

—bueno —¿qué tal el cole hoy? ¿Has aprendido algo nuevo? —preguntó Nicolás mientras se ajustaba el cinturón de seguridad del coche.

Lucas no respondió, estaba distraído mirando por la ventanilla.

—¿Lucas?

—matemáticas, lectura y educación física —dijo, y luego se giró para mirarlo y agregó —pero no pude correr mucho porque me dolía la pierna.

Lo vio hacer una mueca de dolor mientras se llevaba la manito a la pierna izquierda, precisamente a la altura de la tibia.

Nicolás no le dio mayor importancia, puesto que dio por sentado que habría sido algún golpe jugando al fútbol.

Fueron al parque como habían acordado el día anterior. Hacía calor para ser

otoño en argentina, y el parque estaba lleno de gente haciendo running, parejas

paseando y madres con sus carritos de bebé disfrutando de ese magnífico sol otoñal.

Unos niños jugaban al fútbol mientras Lucas los miraba con atención correr detrás de la pelota.

Esa noche le contó a Julieta del dolor en la pierna.

—¿Y crees que no debemos preocuparnos? —dijo Julieta mientras se servía un café.

—Por supuesto, seguramente se habrá golpeado jugando, no es nada —la tranquilizó Nicolás.

Pero de cualquier manera decidieron que al día siguiente lo llevarían al médico a que lo revisaran.

Por la mañana le prometieron a Lucas que si se portaba bien irían luego a comer al Mc Donalds.

—Iuupiii —gritó alzando los brazos en señal de victoria.

3

—Bien, no quiero que se preocupen —dijo el médico —pero hay algo aquí que deberíamos mirar con más atención.

Estaba bien —dijo —pero sus síntomas se parecían un poco a una osteomielitis, una inflamación del hueso, de modo que, por precaución, le harían unos cuantos análisis y un TAC, y luego le llevarían todo a una especialista que les recomendaría.

Al llegar a la consulta de la doctora, Nicolás se percató de algo que le paralizó el corazón. En uno de los títulos colgados en la pared de su consulta ponía que era especialista en oncología infantil.

Los resultados fueron la peor pesadilla por la que un padre puede transitar.

—Sarcoma de Ewing en la tibia izquierda —dijo la doctora, y agregó;

Un raro cáncer de hueso que afecta a uno de cada un millón de niños y adolescentes, y que lamentablemente le toco a Lucas.

Para Nicolás eran solo estadísticas, no significaban nada. lo único que escuchó fue la palabra cáncer, después de eso, sólo oía murmullos y el sonido apagado del tránsito y de la vida que continuaba fuera de esas paredes, aunque para ellos el mundo se había detenido en ese momento.

Miró a su lado y pudo ver a Julieta con la cara desencajada, la boca abierta,

y una postura extraña, como si se estuviera hundiendo en la silla.

Todo lo que le importaba era que un maldito cáncer se había metido dentro del cuerpo de su hijito, un niño de solo 7 años, algo que por ley divina no debería estar permitido.

Al salir de la consulta, un oscuro manto de nubes estrangulaba la ciudad. Inmediatamente al llegar a casa, sacó su ordenador, perdido y confundido, y se le ocurrió googlear Sarcoma de Ewing.

Encontró millones de resultados, y entre enlace y enlace, se descubrió inmerso en el inexplicable mundo del cáncer pediátrico.

Al abrir esa puerta, toda clase de nuevas palabras, terminología e imágenes, lo golpearon con una fuerza abrumadora.

Los diferentes Síntomas, fases, palabras como huesos, tejidos blandos, blogs de padres desesperados, tratamientos invasivos, catéteres, quimioterapia. cada nuevo descubrimiento era como un insulto, una bofetada a su vida, a la vida de su familia, y en especial a la vida de su pequeño Lucas.

No pudo seguir leyendo más. Por suerte Lucas lo interrumpió a los gritos para que fueran a jugar Star Wars en la PlayStation.

Esa noche lo acostó en su cama, lo arropó entre las sabanas y se quedó mirándolo mientras se le cerraban los ojitos, sin poder comprender como su hijo, que estaba tranquilamente dormido, respirando profundamente, con su peluche y

esa paz que irradiaba su carita, estaba siendo acechado por una enfermedad mortal.

Esa misma semana empezaron con el tratamiento de quimioterapia.

Duró seis eternos meses, con todas sus aberraciones, caída de cabello, llantos, pinchazos, y más torturas que ningún niño debería sufrir.

Luego una extensa cirugía de casi catorce horas para extirpar lo que quedaba del tumor, y otros seis meses mas de quimioterapia para asegurarse de que no quedara ningún rastro.

Pero el tratamiento fue devastador, y Lucas se fue apagando como una vela.

Los últimos días lo llevaban cerca del aeropuerto a ver despegar y aterrizar los enormes aviones. Siempre le habían atraído los aviones, y verlos pasar tan cerca suyo lo hacía estremecer de alegría.

Pero ni siquiera tenía fuerzas para disfrutarlos, sólo se los quedaba viendo muy callado y quieto, los seguía con la mirada hasta que desaparecían en el cielo, mientras Nicolás solo lo miraba a él.

Lucas dio una batalla memorable, con todas sus fuerzas, una fuerza que Nicolás comparaba con la de un superhéroe.

Porque eso era para él, un héroe, su héroe.

Pero al final, su cuerpecito no aguanto más, y el maldito cáncer gano.

4

Nicolás no recordaba mucho del funeral.

Seguramente era algún mecanismo de su cerebro, algo que bloqueaba esos momentos tan dolorosos. Eran recuerdos difusos, escondidos tras una cortina de niebla, confusión y tristeza.

Una multitud de gente, todos los compañeros de colegio de Agustina, con sus uniformes y sus melenas adolescentes, algo que Lucas no llegaría a tener nunca.

La madre de Julieta, en su silla de ruedas, luego de sufrir un infarto y sobrevivir, y el resentimiento de Nicolás al verla, tan anciana y frágil, pero viva después de casi 80 años, toda una vida que su hijo no tendría jamás.

Y algo que jamás olvidaría, como así tampoco la gente que estaba cerca aquel día.

– ¡Por favor, no lo cubran con tierra, va a estar solo y no podre abrigarlo cuando tenga frio!

Esas palabras desgarradoras saliendo de las entrañas de Julieta, fueron como flechas que dieron en el centro del pecho de los que la escuchamos.

Los mensajes no tardaron en llegar.

—“estamos con ustedes” –“Lucas ya es un ángel” —“sabemos cómo se sienten” y

—“ya está en un lugar mejor”.

Pero eso no era cierto.

—¡No tienen idea de cómo nos sentimos, el mejor lugar para Lucas era aquí con nosotros, no en otro lugar! —gritaba por dentro, partido de dolor.

A Nicolás el alma se le fracturo en pedazos, el dolor fue indescriptible.

Saco fuerzas de donde pudo y sostuvo a su mujer y a su hija, pero poco a poco fueron distanciándose.

Comenzó a beber, y en poco tiempo su vida fue deslizándose hacia un precipicio.

A veces despertaba envuelto en una especie de neblina, y los pocos recuerdos que tenía quedaban apagados por el alcohol.

Echaba muchísimo de menos a Lucas, al punto de sentir dolor con el solo hecho de respirar.

Un día decidió armar una maleta y después de discutir con Julieta, se fue de casa. Necesitaba estar solo, en esa casa veía a su hijo en cada rincón, sentía su aroma, y vivir con su ausencia se le hacía imposible.

5

Los pasos del maître lo sacaron de sus tristes pensamientos.

—Buen apetito —le deseó, mientras le servía la entrada.

La Panzanella que tenía delante era una maravilla, exactamente como la recordaba hecha por su abuela.

Consistía en un pan duro humedecido en agua, al cual se le añade tomate, cebolla, aceite de oliva, vinagre, sal y unas hojitas de albahaca.

Es un Antipasti típico de Italia, pero más precisamente de la región de la Toscana, de donde provenían sus abuelos maternos.

El exquisito aroma invadió sus fosas nasales, y sus otros sentidos se despertaron.

Dio un mordisco a ese pan, e inmediatamente esos sabores lo transportaron como por arte de magia 30 años atrás en el tiempo, a esas mesas familiares llenas de felicidad.

Disfrutó cada bocado y al terminar la entrada el maître se acercó y le retiro el plato.

Nicolás estaba alucinado.

Al cabo de diez minutos, se abrieron las puertas de la cocina, y el aroma a

pesto llenó cada rincón del restaurante.

Nicolás giró su cabeza con rapidez y mientras miraba acercarse al maître con su plato, otra vez viajó hacia el pasado, y esta vez imaginó a su abuela sirviendo la pasta.

Delante suyo tenía un espléndido plato de Fetuccini al pesto.

Los fetuccini son una clase de pasta, como fideos aplastados hechos con harina y huevo, cocidos Al Dente, es decir, en su punto justo, y regados por encima con una salsa a base de albahaca, aceite de oliva, ajo, piñones y queso parmesano. La ternura de la pasta, y la textura de los piñones crocantes mezclados con el ajo y el granulado dulzor del queso hacen de este plato una fiesta para el paladar.

Nicolás no daba crédito a lo que estaba sucediendo frente a sus ojos.

Tenía la sensación de que su abuela estaba cocinando esos platos exclusivamente para él.

Saboreó hasta el último de los fetuccini, y se permitió un detalle que a su abuela siempre le hacía mucha gracia, y era pasar un trozo de pan por lo que quedaba de salsa hasta dejar el plato limpio.

sonrió ante el recuerdo.

Y, para terminar, el maître le sirvió el postre. Tiramisú.

Es un postre frio hecho con capas alternas de bizcocho y crema. El bizcocho se humedece con café, y la crema se hace con huevos batidos con azúcar y queso

mascarpone. Al final, se espolvorea por encima con cacao en polvo.

Nicolás tomo la cuchara y probo ese postre que su abuela le preparaba con tanto amor.

Los sentidos volvieron a despertar, en especial el contraste entre el dulce del cacao con la crema, y el sabor a café.

Nicolás perdió la noción del tiempo, producto de haber viajado tanto al pasado transportado por ese almuerzo, y comenzó a sentirse un poco mareado.

El maître se acercó silenciosamente y depositó sobre la mesa la cuenta y una pequeña copa de lemoncello, una bebida a base de alcohol, limón y azúcar que se guarda en el congelador y se sirve helado.

Como era solo un chupito, no pudo con la tentación y se lo tomo de un sorbo, sintiendo en la garganta el frescor de esa maravillosa bebida.

Pero la magia de ese almuerzo había terminado, y la realidad se imponía a la fantasía.

Su querida abuela Emilia había muerto muchos años atrás, al igual que su

madre, y por supuesto, su amado Lucas.

—La pérdida ha sido parte de mi vida —recordó con amargura.

Al levantarse de su silla y caminar hacia la salida, el maître le abrió la puerta.

—Espero que la comida haya sido de su agrado, señor —le dijo, y acto seguido le guiño un ojo de manera casi imperceptible.

Nicolás se quedó mirando a ese curioso personaje.

—Ha sido un almuerzo memorable —respondió —definitivamente recomendaré este lugar —y mirando hacia las mesas vacías agregó —por lo que veo les vendrá muy bien.

—Verá usted—dijo en tono amable el maître —este restaurante siempre estará abierto para aquellos que deseen comer bien y en especial, para aquellos que deseen soñar.

Nicolás lo miro una vez más y salió a la fría tarde de invierno.

6

Al llegar a casa se encontró a Martina sentada en el sofá, con el ordenador sobre sus rodillas. La saludó con un beso y se sentó suavemente a su lado.

—Cuéntame de ese nuevo empleo —le dijo con una sonrisa mientras le ponía suavemente una mano sobre el hombro.

Martina dejo el portátil a un lado:

—¡Es maravilloso, la paga es buena, el horario flexible, y está a solo quince minutos de casa!

—Por fin, ya era hora que las cosas comenzaran a mejorar —dijo Nicolás con algo de alivio —¿y cómo te fue en el almuerzo con Gabriel?

—Oh, muy bien, nos pusimos al día con las novedades de la familia —¿y sabes qué, al parecer Mamá y Papá van a vender la casa en Argentina y se mudaran aquí, a Barcelona, no es increíble?

Nicolás se puso de pie, y mientras se dirigía a la cocina para preparar la cena, le dirigió una sonrisa cómplice y se giró para responder —Oh sí, eso es increíble.

La relación con su suegro nunca había sido del todo buena. Era una persona anticuada, y no veía con buenos ojos que su hija se casara con un hombre divorciado.

Habían tenido sus diferencias, y todavía las tenían, según Nicolás, pero el amor que sentía por Martina era mas fuerte que cualquier problema externo, ya sea familiar, laboral o de cualquier otro tipo.

Mientras Martina tomaba un baño, Nicolás dispuso prolijamente los ingredientes sobre la mesada de la cocina, lo que en el mundo de los chefs solía llamarse la MISE EN PLACE, que significa organizar y ordenar los ingredientes y utensillos.

Vendría a ser como una especie de guion visual, que permite ser eficaz a la hora de preparar los platos y respetar los tiempos de cocción.

Se tomaba muy en serio el cocinar, y aunque había hecho algún curso acelerado, y había aprendido otro tanto en su primer empleo, su experiencia había sido su propia cocina.

Era un autodidacta, leía muchísimos libros de recetas, y probaba todo tipo de técnicas, experimentaba con diferentes sabores, y lo principal, agasajaba a sus seres queridos con sus platos, porque en definitiva estaba convencido que al cocinarles no solo les llenaba el estómago, sino que les llenaba el corazón de amor.

Sobre la mesada, que no era tan grande como hubiese querido, dispuso mantequilla, harina, huevos, leche y queso parmesano rallado.

Su primer plato era un soufflé de queso, ideal para esos días tan fríos.

Mientras colocaba la mezcla ya preparada en los moldes, Martina se acercó a la cocina y se quedó observando a su marido, y es que, si bien todos los días lo veía preparar la comida, nunca se cansaba de contemplar la pasión con la que lo hacía.

—Eso tiene muy buena pinta —le dijo mientras le robaba un pedacito de parmesano de la mesada, y se ganaba una mirada de reproche.

—Y cómo te fue a ti en el día de hoy, —preguntó Martina.

—Lo de siempre, respondió distraído Nicolás, entrevistas que no conducen a nada, curriculums dejados en diferentes empresas y estudios, pero hasta ahora, nadie se interesa en un arquitecto de 45 años, con más de 20 años de experiencia.

—Bueno amor, ya he conseguido trabajo yo, algo está cambiando, dijo Martina con optimismo mientras ponía la mesa.

Nicolás asintió con la cabeza y mientras colocaba los moldes del soufflé en el horno y se disponía a preparar el segundo plato, le conto a su esposa el curioso restaurante en el que había almorzado. le hablo del enigmático Maitre, de la sencilla y asombrosa carta, del delicioso menú y de la cinta azul y los sueños.

—¡Pero qué idea tan maravillosa! —exclamó Martina —¿te imaginas un restaurant así?, sería un gran éxito.

—No lo creo —terció Nicolás —la gente ha dejado de soñar, el mundo en el

que vivimos es demasiado cínico, no hay lugar para sueños —repuso amargado.

—¿Y los platos eran tan deliciosos como dices? —cambió de tema rápidamente Martina.

—Fue como volver atrás en el tiempo, casi podía sentir el olor de la casa de mis abuelos los domingos, el sabor de esos platos eran como si los hubiese cocinado mi abuela personalmente, realmente fue un momento mágico —dijo Nicolás emocionado.

—Bueno, a ver cuando me llevas a comer a ese lugar tan peculiar —sonrió Martina.

Esa noche terminaron de comer y se recostaron en el sofá a mirar una película. Era su sofá favorito, el que tenia el respaldo duro como a él le gustaba.

Martina se quedó dormida con su cabeza apoyada en el respaldo. La luz de la lampara de noche proyectaba un tenue color pálido sobre las paredes y el techo. Nicolás vislumbro parte de su espalda desnuda que quedaba al aire, así que la arropo con la colcha. Se quedó contemplándola dormir, su nariz casi perfecta, su respiración suave y tranquila, sus largas pestañas, aunque no tan largas como a ella le gustaban, y así se quedó dormido él también.

Para ambos, después de tantos meses de angustia y decepción, éste había sido un buen día.

7

La semana siguiente Nicolás se dirigía al centro de la ciudad, ansioso porque había conseguido una cita en un estudio de arquitectura en el cual había dejado su Curriculum y querían entrevistarlo personalmente.

Era un día frio, con nubes que acechaban y prometían lluvia y viento.

En un momento de la entrevista, su interlocutor, un hombre de unos sesenta años, director y socio del estudio, le hizo una pregunta:

—Cuál es su sueño, Nicolás? —quiso saber.

Nicolás se quedó perplejo, otra vez esa pregunta en menos de una semana. No tenía respuesta, se había olvidado hacía mucho tiempo de sus sueños, y la muerte de su hijo Lucas hizo que los archivara definitivamente en algún remoto lugar de su cabeza.

—Mi sueño es crecer y desarrollarme profesionalmente, mintió descaradamente, sabiendo que era exactamente lo que ese hombre quería escuchar.

Al terminar la entrevista decidió caminar un poco, ya que su estado de ánimo no era el mejor, y siempre, en estos casos, caminar le sentaba bien.

Sin proponérselo y por casualidad, o al menos eso fue lo que creyó, se

encontró nuevamente en la puerta del curioso restaurant.

—Vaya, otra vez por aquí —se sorprendió y sin pensarlo nuevamente se dirigió hacia la puerta.

Nada más traspasar las hermosas puertas labradas, lo recibió el mismo enigmático Maitre.

—¡Buenos días!, lo estábamos esperando.

—¿Esperando, A mí?, eso es imposible, me encontré aquí por casualidad, no pensaba venir hoy —dijo Nicolás con vehemencia.

—¿Es que no ha sido de su agrado la comida? —preguntó el hombrecillo haciendo un gesto de preocupación un tanto teatral —¿acaso no pensaba volver nunca más?

—La comida ha estado maravillosa, y por supuesto que pensaba volver.

—Ahí está —Concluyó el maître —por eso mismo lo estábamos esperando —y con una sonrisa lo acompaño a la misma mesa junto a la ventana en la que había almorzado la última vez, y se retiró presuroso a la cocina.

Nicolás miro a su alrededor, y se sorprendió una vez más que el restaurante estuviese vacío, ningún comensal disfrutando esos exquisitos platos, todas las mesas bien dispuestas y absolutamente nadie sentado.

Desde la cocina comenzaron a llegar unos aromas maravillosos, y a Nicolás

se le despertó el apetito de repente.

Se levanto de la silla y se encamino hacia la pared que tenía enfrente, y observó más cuadros con frases, todas relativas a los sueños.

“Sin sueños y planes para alcanzarlos, eres como un barco que ha zarpado sin destino”

Fitzhugh Dodson

“Los obstáculos son esas cosas temerosas que ves cuando apartas los ojos de tu sueño”

Henry Ford

“El futuro pertenece a los que creen en la belleza de sus sueños”

Eleanor Roosevelt

El sonido de las puertas de la cocina abriéndose lo distrajeron de su lectura y Nicolás vio al Maitre acercarse hacia su mesa con la carta en la mano. Se sentó y observo la carta una vez más, deliciosamente labrada. miró con más detalle y pudo

apreciar los dibujos. Soles, lunas, estrellas, ángeles, símbolos, elefantes.

Eran dibujos que por separado no decían nada, pero en el conjunto emanaban una fuerza y una armonía difícil de explicar.

Abrió la carta y por supuesto se encontró con sólo una hoja de papel con el sencillo pero apetitoso menú del día. Pero esta vez había algo distinto, aunque curioso como la vez anterior.

Como entrada ofrecía una ensalada capresse, como plato principal spaghetti alla carbonara y de postre panna cotta.

Estos, a diferencia de los platos que había probado la semana pasada eran los platos que cocinaba su madre y que a el tanto le gustaban.

Miro extrañado al Maitre.

—¿cómo es posible que aquí ofrezcan en el menú exactamente las mismas comidas que mi abuela y mi madre me cocinaban con tanto amor en mi infancia, tantos años atrás? —se apresuró a preguntar.

—Bueno —respondió el maître con picardía —es que aquí nos esforzamos

por agasajar al cliente y que mejor que hacerlo con sus platos preferidos, ¿no le parece? —Y guiñándole un ojo y sin dejarle lugar a más preguntas, se retiró a la cocina a paso ligero.

Las sensaciones que recorrían el cuerpo y la mente de Nicolás eran muchísimas y variadas.

Se asemejaba a un carrousel donde los recuerdos, las imágenes, las vivencias y la realidad daban vueltas alrededor y le costaba focalizarse en una de ellas. Volvió a prestar atención a la carta y vio que al pie del menú estaba la dichosa pregunta ¿Cuál es su sueño?, y debajo la cinta de color azul.

Sacudió la cabeza y cerró la carta con fuerza.

Al cabo de unos minutos se acercó el maître con una botella de agua mineral fría en una mano y la entrada en la otra. Por lo visto recordaba que no tomaba alcohol.

Le sirvió el plato, vertió agua en la copa hasta la mitad y dijo:

—Buen provecho —y con una imperceptible reverencia se retiró nuevamente.

Nicolás abrió las manos y contempló la ensalada Capresse que tenía delante impresionado.

Consistía en rodajas de tomate por debajo, rodajas de muzzarella de búfala superpuestas y hojas de albahaca por arriba todo regado con un exquisito aceite de

oliva.

Se deleito con los sabores y por supuesto el recuerdo de su madre fue inevitable. Una vez por semana comía ensalada capresse, y tenía que hacerle un plato por separado sólo a Nicolás, ya que siempre se quedaba con ganas de más.

Después de la muerte de su madre, nunca más la había probado.

Sus ojos se humedecieron ante el recuerdo, y se detuvo en medio de un bocado para recuperar el aliento debido a la emoción.

Siempre respetando el tiempo exacto entre plato y plato, el maître se acercó nuevamente a retirarle el anterior y dejarle sobre la mesa el plato principal, y sin hacer ningún comentario, pero mirándolo fijamente con una mirada extraña entre divertida y cautivadora, se retiró.

Bajó la vista y se encontró con un suculento plato de spaghetti allá carbonara.

Los spaghetti Son unos fideos finos y largos, hechos con huevo, cocinados en agua hirviendo al dente, y luego se les agrega una mezcla de yema, queso pecorino rallado, tocino y pimienta negra.

Cerró los ojos y dejó que los aromas inundaran nuevamente sus fosas nasales, llegando a su cerebro y encontrando el camino hacia su pasado.

Nicolás los comía como su madre y su abuela le habían enseñado.

Colocaba una cuchara que sostenía con su mano izquierda y enrollaba la pasta sobre la cuchara con un tenedor en la mano derecha, y de esta manera no le quedaban colgando los fideos de la boca, algo que tanto disgustaba a su padre.

Estaban exquisitos, en su punto justo y con un sabor indescriptible.

Termino de comer y se quedó observando a través del ventanal el mundo que seguía su curso allí afuera, mientras que en el restaurante parecía como si se

hubiese detenido en el pasado.

Nuevamente lo distrajo el maître, que le preguntó si estaba preparado ya para el postre, a lo que Nicolás asintió con el entusiasmo de un niño.

La panna cotta que tenía delante no era la excepción.

Esta era una versión con fresas, como a él le gustaba, aunque su hermano Alejandro la prefería con frutos rojos.

Es un postre hecho con crema de leche, azúcar y gelatina, adornado con fresas.

Recordó como su madre lo servía en unas copas labradas y siempre le agregaba unas fresas extras a la suya.

Curiosamente, ¡esta también tenía fresas extra!

Después de retirar el último de los platos, el maître se acercó a la mesa y dejando la copa de Lemoncello le pregunto si había sido de su agrado el almuerzo.

—Maravilloso, mágico, estupendo —respondió Nicolás buscando más adjetivos que reflejaran ese momento increíble.

—Veo que una vez más no ha respondido la pregunta —observó el maître mirándolo con un brillo especial en los ojos.

—como ya le he dicho en otra ocasión, no tengo sueños, y aunque así fuera, no perdería el tiempo en perseguirlos —respondió Nicolás con el ceño fruncido y empezando a hartarse de la insistencia de aquel hombre.

El maître se quedó pensando un momento y con educación pregunto:

—Me permite decirle algo, señor…

—Nicolás, mi nombre es Nicolás.

—¿Nicolás, sabe usted que algunas personas en el momento de mayor dolor de sus vidas toman una decisión trascendental y deciden crear un futuro mejor, no solo para ellos sino para los que los rodean?

Nicolás lo miro sin entender porque ese extraño le decía aquellas cosas justamente a él.

—Esos cuadros —prosiguió, nos muestran frases que representan el poder

que tienen los sueños, y la valentía y el sacrificio que a veces hay que atravesar para cumplirlos, pero le aseguro —dijo con determinación —que, al llegar a la cima, la vista es increíble.

Nicolás se conmovió por la pasión con la que ese hombre hablaba de los sueños, pero, de cualquier manera, se mantuvo firme en su postura.

—Le agradezco mucho que comparta su sabiduría conmigo —y ya poniéndose de pie continuó —el almuerzo ha sido maravilloso como siempre, dele mis felicitaciones al chef.

Dejó el dinero sobre la mesa y cruzó las puertas labradas rumbo al frio de la tarde.

El maître se quedó mirándolo por la ventana y con una sonrisa dijo:

—Por supuesto se las daré…

8

Para fines de ese mes, Nicolás ya tenía un nuevo trabajo, aunque no era lo que él esperaba, pero, así y todo, por lo menos tenían un ingreso más.

Lo habían contratado en un estudio de arquitectura, y le dieron un pequeño proyecto de remodelación de un viejo almacén, para convertirlo en una moderna librería. Había pasado casi un mes desde su ultimo almuerzo en el curioso restaurante, y su cabeza todavía le daba vueltas. Aún podía sentir los aromas y el sabor de esos maravillosos platos.

Esa noche, Nicolás y Martina habían terminado de cenar y estaban recostados en el sofá mirando la tele.

—¿Qué te parece si mañana vamos a almorzar a ese restaurante del que te hablé? —Preguntó Nicolás en el intervalo.

—Por supuesto, me parece fantástico, pásame a buscar por mi trabajo al mediodía —respondió entusiasmada.

A la mañana siguiente, Martina llamó a último momento para cancelar el almuerzo.

—Tengo una importante reunión de trabajo, es imposible postergarla —dijo con pesar.

Nicolás tomo la decisión de su esposa de mala gana, pero, de todos modos,

decidió ir al restaurante.

Caminó con paso ligero, ansioso por probar nuevamente aquellos platos exquisitos.

Nada más llegar, Cruzó las hermosas puertas labradas, y allí estaba de nuevo el maître esperándolo, con esa enigmática sonrisa en su rostro, y por supuesto, como no podía ser de otra manera, el salón totalmente vacío de comensales.

—Qué bueno volver a verlo por aquí, Nicolás —lo recibió el maître con su habitual amabilidad.

—Muchas gracias —respondió Nicolás —¿y que tenemos hoy en el menú? —preguntó mientras se quitaba la chaqueta y tomaba asiento en la mesa de siempre.

El maître le dejó la carta labrada y se retiró.

Dentro había una hoja de papel con el menú del día, y la famosa pregunta que quedaría sin respuesta.

De entrada, Bruschetta, de plato principal risotto ai funghi y de postre gelatto.

Por supuesto, para incredulidad de Nicolás, estos también eran los platos que su madre y su abuela cocinaban a diario, y que él había intentado reproducir en algún momento de su vida, con resultados variopintos, aunque nunca le salían igual

que aquellos.

Nicolás recordó el día que decidió enseñarle a cocinar a Lucas.

Justamente estaba intentando recrear la receta del risotto, aunque sin éxito, en el momento en que Lucas pregunto:

—¿Papa, la abuela te enseño a cocinar?

—Sí, y como a mí me gustaba mucho, me quedaba mirando como lo hacía, y así fui aprendiendo.

—¿Y si a mí no me gusta cocinar? —preguntó con picardía.

—Pues entonces encontraras algo que te guste hacer, y disfrutaras las cosas ricas que mama y yo te cocinaremos —respondió Nicolás con una sonrisa.

—¡Me gustaría aprender a cocinar unas ricas galletas para regalar a mis amigos! —exclamó de repente lucas.

Entonces Nicolás le enseño a hacer unas deliciosas cookies de vainilla con chispas de chocolate.

La primera vez salieron muy ricas, aunque el aspecto de las galletas no era el mejor. Pero con el tiempo, Lucas fue aprendiendo, y las cookies le salían cada vez mejor.

Era lo único que le gustaba cocinar.

Su cabeza se llenó de recuerdos, de esas tardes en las que su hijo y él cocinaban esas deliciosas cookies y la casa quedaba impregnada de ese exquisito aroma a vainilla y chocolate.

Lucas batía la manteca con el azúcar moreno, añadía el extracto de vainilla, el huevo, la yema y vuelta a mezclar, dejándole las manos llenas de masa. Luego agregaba el bicarbonato sódico, más harina y más mezclado. Ese era el momento para agregarle las chispas de chocolate, aunque unas cuantas terminaban en su boca antes de llegar a la preparación. Una vez que la masa reposaba y se enfriaba, se les daba forma de galletas y se metían en el horno.

El olor que emanaba a vainilla y chocolate era indescriptible, y al sacarlas del horno ya listas, Lucas aplaudía con tanto entusiasmo, como si hubiera hecho la receta más importante del mundo.

Y así era, por lo menos para su embelesado padre.

La masa dorada, la textura blanda y esponjosa, el crujiente de las chispas de chocolate, el aroma a vainilla, en fin, era una experiencia de formas y sabores entre

padre e hijo única.

No lo había pensado hasta ese momento, pero su pecho se encogió al descubrir que nunca más volvería a probar las cookies de vainilla de Lucas.

El maître lo trajo de vuelta de esos recuerdos agridulces y dejó sobre la mesa la botella de agua y la entrada.

La bruschetta consistía en rebanadas de pan tostado, rebozadas con ajo y doradas a la parrilla, regadas al servirlas con aceite de oliva, sal y pimentón.

Su madre cocinaba una canasta llena de bruschettas, y en cuestión de minutos no quedaban ni las migas.

Estaban crujientes y deliciosas, y las devoro rápidamente.

Nicolás se puso de pie y camino nuevamente hacia el fondo del restaurante, mientras esperaba el plato principal, donde aquella pared llena de cintas azules le llamaba tanto la atención.

Se acercó y pudo ver que todas ellas llevaban un nombre escrito, y con un rápido calculo mental llego a la conclusión que habría miles y miles. imaginó que si lo que decía el maître era cierto, todos esos miles de personas habían cumplido sus sueños, y habían vuelto con el fin de pegar sus cintas en aquella pared en señal de agradecimiento.

Sería cuestión de suerte, supuso, toda esa gente sin duda tenía mucha suerte de poder cumplir sus sueños, pero no era su caso, él no tenía suerte.

Regresó caminando lentamente hacia su mesa, con una sensación de tristeza y nostalgia invadiéndole el alma.

En cuestión de minutos, las puertas de la cocina se abrieron y el maître se aproximó a su mesa seguido de un aroma increíble.

El risotto ai funghi era un plato que su madre preparaba muy a menudo.

Es una perfecta combinación de sabores muy cremosos con el arroz carnaroli, vino blanco y hongos.

A Nicolás le gustaba más cremoso aun, y el plato que tenía delante suyo era exactamente igual al de su madre.

—¿cómo es esto posible? —se preguntó sorprendido una vez más, casi con la boca abierta.

Disfrutó del risotto como ningún otro plato anterior, y al cerrar los ojos se encontró sentado en la mesa del comedor de su casa, 30 años hacia el pasado, como si lo estuviese viviendo en el presente.

Su abuelo Giuseppe sentado en la cabecera de la mesa, con su servilleta acomodada alrededor del cuello, detalle que a Nicolás le hacía mucha gracia.

Su abuela y su madre cocinando y sirviendo los platos, las fuentes llenas de exquisitos manjares, su hermano Alejandro robando pedacitos de queso parmeggiano de la quesera, y su padre, en la otra cabecera, observando como si estuviese evaluando todo y a todos.

Su tía Silvia, de la que Nicolás era especialmente afecto. Sus tíos y primos completaban esas maravillosas e inolvidables escenas familiares.

Comer en este restaurante era como hacer un viaje con todos los sentidos, un deleite al paladar, al olfato, a la vista, al oído y al tacto, pero también un latigazo al alma, pues le recordaba todo lo que había perdido.

El postre no fue la excepción, y el gelatto de limón era tan refrescante como solía serlo en su infancia, ideal para digerir los platos de risotto que comía de más.

se acercó el maître con el bolígrafo en su mano nuevamente, y otra vez Nicolás lo ignoro y pagó el almuerzo sin prestarle atención a la famosa pregunta y la dichosa cinta azul.

—¿Hay algo más que pueda hacer por usted? —pregunto el maître amablemente.

Nicolás lo pensó un momento, y estaba a punto de responder que no y marcharse cuando lo miro nuevamente y dijo:

—Me gustaría conocer al chef, por favor.

El maître se quedó inmóvil, y Nicolás vislumbro un repentino cambio en el brillo de aquellos ojos.

—Mmm, vera usted, esa es una petición un tanto particular, y en general va contra las reglas del restaurante —hizo una breve pausa —pero déjeme ver qué puedo hacer —y guiñándole un ojo se encamino hacia la cocina.

Lo que sucedió a continuación fue algo surrealista, como salido de una

película, en cámara lenta, y sin sentido alguno.

Nicolás vio las puertas de la cocina abrirse y salir por ellas a su madre.

Estaba exactamente como la recordaba, con su cabello corto y rubio, esos kilitos de más que tan bien le sentaban, y esa sonrisa…bueno, esa sonrisa que iluminaba todo a su paso.

Mientras ella caminaba hacia su mesa, Nicolás era incapaz de moverse, de hacer ningún gesto, solo tenía la mirada fija en su madre, y la visión nublada a causa de las lágrimas que se estaban formando en sus ojos.

Llegó a la mesa, abrió sus brazos y Madre e hijo se fundieron en un abrazo que buscaba eternidad.

Nicolás se arropó en el pecho de su mamá como si fuera un niño de 8 años. Suavemente, ella tomó el rostro de su hijo entre sus manos y secándole las lágrimas con los pulgares, le dijo con ternura:

—Nicolás, hijo, mírate como has crecido, te has convertido en todo un hombre.

—Cómo es esto posible —balbuceó Nicolás.

—Bueno, digamos que este restaurante siempre está disponible para los que lo necesitan, y tú lo necesitas hijo.

—tu abuela y yo, que, por cierto, te manda un beso enorme, pero se ha quedado en la cocina limpiando un poco el desorden, ya sabes cómo es, hemos querido cocinarte esos platos que tanto te gustaban para aliviarte un poco tanto sufrimiento.

Nicolás sollozó.

—Estás tan perdido, sin rumbo, sin sueños —continuó su madre mientras le sostenía las manos con ternura —es cierto que no ha sido fácil la vida que te ha tocado, pero créeme, la vida nunca es fácil.

—He cometido tantos errores mamá, que seguramente éste es mi castigo.

—No es así como funciona esto hijo, no se trata de premios ni castigos, sino

de acciones y consecuencias.

—A veces sentirás que la oscuridad te envuelve, que la soledad te acompaña, que lo has dado todo y nada funciona, que el pasado pesa demasiado, pero cuando todas las cosas vayan mal, no te vayas con ellas, quédate aquí. Es cierto que el dolor nos recuerda que estamos vivos, pero el amor nos recuerda porqué lo estamos —concluyó su madre.

—Eso me dice Norma, la madre de Martina, le dijo Nicolás haciendo una mueca.

—Pues deberías prestarle más atención, esa mujer me recuerda tanto a mí, repuso con nostalgia.

Nicolás tenía tantas preguntas, pero ninguna le vino a la cabeza en ese momento, estaba en shock.

—Mi amor, debo irme ya, pero déjame decirte una última cosa, mírame a los ojos —susurró su madre.

—Si mamá —respondió Nicolás obediente.

—Nunca, pero nunca dejes de soñar, y recuerda esto, si persigues tu sueño, lo verás…

Y así sin más, se levantó, le dio un beso en la frente, lo miró como solo una madre puede mirar a un hijo, y se perdió nuevamente en la cocina de ese extraño restaurante.

Nicolás se quedó un rato largo tratando de reponerse y recobrar la compostura, con las piernas temblando de emoción.

A veces fantaseaba imaginando a su madre y a Lucas juntos.

Lo veía sentado sobre la falda de su abuela, mientras le leía un cuento o un libro de recetas.

Se le hubiera caído la baba con Lucas.

Después de un tiempo, que no supo precisar, volvió a prestar atención a la carta labrada que estaba sobre la mesa, la abrió con la mano temblorosa, tomó el bolígrafo y por fin escribió la respuesta de aquella pregunta.

¿Cuál es su sueño?

Cortó el trozo de papel y lo colocó debajo del plato, y se guardó la cinta azul en el bolsillo de la chaqueta. Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta, se dio media

vuelta y al mirar hacia la cocina una vez más, pudo ver al maître que con una sonrisa inclinaba la cabeza a modo de saludo.

Salió hacia la fría tarde de Barcelona, inmerso en sus atribulados pensamientos.

El maître se acercó a la mesa, tomó el papel que Nicolás había olvidado bajo el plato, y lo guardó cuidadosamente en su bolsillo mientras lo miraba caminar por la vereda cabizbajo.

9

Esa noche Nicolás estaba callado, prácticamente no había cenado.

—Nicolás, por favor, habla conmigo —suplicó Martina.

Al llegar a casa esa tarde lo encontró sentado en el sofá, con la vista fija en un punto incierto, y no habia querido contarle porque estaba tan angustiado.

Estaba preocupada. ¿acaso Habría tenido problemas en el trabajo, habría caído otra vez en la tentación y bebido, o quizás era otro de esos ataques de angustia y tristeza que a veces lo atacaban sin piedad y lo dejaban sin fuerzas?

Nicolás por otro lado, No sabía cómo contarle, no encontraba las palabras, ni siquiera el comprendía los extraños sucesos de esa tarde.

Se quitó las gafas, esas para ver de cerca, las limpió con un paño y las guardó prolijamente en el estuche, y se dispuso a contarle todo a su esposa.

—Es difícil de creer algo así —dijo Martina después que su marido hizo el intento de resumir su almuerzo, y agregó —sólo dime que no has bebido nada y juro que te creeré —afirmó.

Al oír esto, la cara de Nicolás se transformó, y el enojo y la frustración lo invadieron todo.

—¡Sabía que no me creerías, sabía que pensarías que estaba borracho!

—Amor, no es eso, pero escúchate, no puede ser real lo que me estas contando, nadie puede creer algo así —dijo Martina al borde de las lágrimas.

—Y hay algo más —dijo Nicolás distraídamente, como si estuviera pensando en otra cosa y ya todo le diese igual.

Esa tarde había mantenido una reunión con su jefe. Era un hombre amable pero estricto. Le expuso la situación delicada que atravesaba el estudio a raíz de un proyecto que estaba retrasado y que podía afectar seriamente su trabajo.

Nicolás suspiró y se giro un poco en la silla. En su cara habían aparecido arrugas de preocupación. Su jefe miro por la ventana, y noto que estaba dando golpecitos con el pie por debajo de la mesa, nervioso.

Era una mala noticia en todos los aspectos, ya que perdería sus ingresos.

—Las cosas no marchan bien —concluyó mirando seriamente a su esposa —volvemos a estar otra vez en problemas—dijo desviando rápidamente la mirada.

—Pues entonces déjate de perder el tiempo con esas fantasías y dedícate a encontrar la manera de que podamos tener un ingreso estable —le espetó Martina casi sin pensarlo, enojada no tanto con su marido sino con la situación que otra vez volverían a vivir.

—¿Fantasías?, ¡mañana vendrás conmigo y lo verás con tus propios ojos, y

me importan una mierda tu trabajo y tus reuniones ¡—explotó Nicolás —si hubieras venido hoy conmigo no desconfiarías de mi —exclamó.

Y así, sin más, Nicolás se fue a la habitación, cerro de un portazo, y se quedó tendido en la cama.

Intentó dormir, pero esa noche fue una misión imposible. Las imágenes de su madre volvían una y otra vez.

“sí persigues tu sueño, lo veras”, fue lo último que le dijo.

—¿Que había querido decir con eso?

Al mediodía siguiente, estaba chispeando cuando Pasó a buscar a Martina por su trabajo y juntos se dirigieron al restaurante. La piedra gris del asfalto se confundía con la lluvia.

—Lo siento mucho amor —dijo Martina arrepentida, mientras caminaban tomados de la mano —te creo, nunca debí dudar de ti.

—Está bien, a mí también me hubiese costado creer una cosa así, no tienes por qué disculparte —le sonrió Nicolás.

Al llegar a la esquina, Martina de repente se detuvo al ver a su esposo, que se había quedado de pie, inmóvil, mirando alrededor y con cara de sorpresa.

—No lo entiendo —dijo Nicolás con los ojos bien abiertos.

El edificio donde debía estar el restaurante, con sus puertas labradas y su gran ventanal que daba a la calle, ahora estaba tapado con unos grandes paneles de madera, y en la puerta había un cartel de una inmobiliaria que ponía “se alquila”.

—Esto no puede ser, tiene que haber un error, ayer estuve almorzando aquí mismo —gritó Nicolás perplejo.

—Amor, te habrás equivocado de calle, preguntemos a alguien —trató de calmarlo Martina.

—Es éste el lugar, aseveró —y se asomó por la sucia ventana para poder ver algo dentro.

Lo que vio no tenía sentido.

Se quedó allí parado un momento, parpadeando bajo la brillante luz del sol, viendo como los coches pasaban frente a él por la gran vía.

Estaba aturdido, sin saber qué hacer.

Dentro pudo ver algo parecido a una barra al fondo, algunas sillas por allí, una alfombra por allá, y mucho polvo y suciedad. Nada hacía suponer que eso había sido un maravilloso restaurante hasta el día de ayer.

Nicolás pensó que a lo mejor lo que decía Martina era verdad, que quizás se estaba volviendo loco, que todo fue un invento de su imaginación, en busca de un

poco de paz para su maltratado corazón.

Martina lo tomó de los hombros y sonrió, no con enfado, sino más bien con una pizca de comprensión, como si con eso lograra hacerle sentir un poco mejor y

juntos lentamente emprendieron el camino de vuelta a casa.

Allí le preparo un té, le dio un calmante y así, arropado por su amada esposa, y por esos hermosos recuerdos que él seguía creyendo que eran reales, se durmió.

10

A la mañana siguiente, Nicolás se despertó aletargado, todavía bajo el leve efecto de los calmantes que Martina le suministró la noche anterior.

Fue hasta el cuarto de baño y se lavó la cara intentando recordar los hechos de los últimos días. El increíble almuerzo, el encuentro con su madre y al día siguiente el restaurante que había desaparecido, como si nunca hubiese existido.

Puso una cápsula de café bien fuerte en la Nespresso, se duchó, se vistió de manera informal, y mientras desayunaba, tomó una decisión.

Llamó a su jefe para avisarle que no iría a trabajar, que no se sentía bien, y salió por la puerta del apartamento con aire decidido. Caminó con paso firme y seguro, y al llegar al lugar donde se suponía que encontraría el restaurante, lo que vio fue lo mismo que el día anterior, solo un local en alquiler.

Él sabía con certeza que no lo había soñado, que todo había sido muy real.

Todavía podía sentir el calor de las manos de su madre en su cara, el sabor de esos platos cocinados por su abuela, y el aroma inconfundible de la pasta recién hecha.

Tomó nota de la dirección de la inmobiliaria, que quedaba a unas pocas calles de distancia, y hacia allí se dirigió.

Al llegar lo recibió una mujer bajita, con el pelo corto y negro, un tanto

regordeta, y muy amable.

—Buenas tardes, vengo por el local que se encuentra en alquiler a la vuelta del paseo San Joan —dijo Nicolás.

La mujer le dio los detalles del local, las dimensiones y el precio del alquiler mensual.

—Puedo mostrárselo si quiere —dijo la mujer —tengo las llaves aquí mismo.

—Eso sería fantástico —respondió Nicolás sin dudarlo.

Al entrar pudo apreciar que si bien el lugar tenia las mismas dimensiones, allí no parecía haber funcionado restaurante alguno. Se acerco a la pared del fondo, aquella llena de cintas azules, pero todo lo que pudo ver fue una sucia y oscura pared.

—Puedo preguntarle hace cuánto tiempo tienen el local en alquiler —quiso saber Nicolás.

—Alrededor de dos meses —respondió la mujer.

—Eso es imposible —murmuró.

Tenía sus manos dentro de la chaqueta, y giraba mirando en todas

direcciones, incrédulo, cuando en ese preciso momento, mientras seguía con la vista el interior de ese lugar que un par de días atrás lo había hecho vivir momentos mágicos, tocó algo dentro de uno de los bolsillos.

Sacó la mano y vió que entre sus dedos sostenía la cinta azul que había tomado de la carta del restaurante que allí mismo había funcionado solo unos días atrás.

De repente, empezó a ver todo con más claridad. En su cabeza comenzó a formarse un remolino de imágenes, planes, ideas, proyectos, cocinas, y casi sin darse cuenta, una sonrisa se instaló en su rostro.

A veces le gustaba pensar que era Lucas quien guiaba sus acciones y sin dudarlo le dijo a la mujer que seguía mirándolo con curiosidad;

—¡Lo quiero!

—Muy bien señor, si me acompaña nuevamente a la inmobiliaria completaremos los papeles y comenzaremos con los trámites —dijo la mujer con satisfacción.

Nicolás escucho un murmullo a sus espaldas, pero no le prestó atención, tan concentrado estaba recorriendo el local con su mirada.

Giró para mirar a la mujer y se percató que le estaba haciendo una pregunta.

—¿Perdón? —dijo con educación.

—Qué es lo que va a abrir en este lugar —preguntó por segunda vez la mujer con una mirada un tanto curiosa.

—Un restaurante —dijo Nicolás con satisfacción, y agregó mirando hacia la pared del fondo –“El restaurante de los sueños”.

11

—¿Que has hecho que? —gritó Martina visiblemente furiosa.

—He alquilado un local —dijo su marido como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Eres consciente de que nuestros ahorros son cada vez más escasos y que nuestros ingresos no alcanzan para hacer una inversión en este momento, —arremetió con una mirada severa.

—¿Y además que piensas hacer con ese local? —preguntó Martina caminando por la cocina con las manos en su cabeza, tratando de pensar con claridad.

Martina confiaba en su marido, sabía que era un hombre que, si bien había cometido muchos errores en su vida, seguía siendo brillante, inteligente y muy capaz. Pero no lograba ver lo que Nicolás al parecer sí tenía muy claro, y eso le preocupaba mucho. Le molestaba que hubiera tomado una decisión tan importante sin consultarla, con el riego que entrañaba.

—Perseguiré mi sueño, quiero abrir un restaurante, siempre lo he querido —dijo Nicolás con un brillo diferente en sus ojos.

Martina sabía que seguiría a su marido hasta el fin del mundo si éste se lo

pidiera, pero esto no parecía tener ningún sentido.

Nicolás esperó que dijera algo, pero sólo se limito a asentir con la cabeza, los ojos fijos en un punto indeterminado de la pared.

—¿Y con qué dinero lo harás? —preguntó asustada —imagino que es una gran inversión, y nuestros ahorros no alcanzan para eso —concluyó casi sin aliento, haciendo una mueca.

—Calma —sostuvo con un tono demasiado tranquilo —tengo una semana para concretar la operación, sólo he dejado una señal y paga, y aprovecharé ese tiempo para hacer cálculos y delinear un plan de acción.

Martina negó con la cabeza brevemente, pero con decisión. Luego abrazó a Nicolás y le susurró al oído:

—Confió en ti amor, aunque no logro comprender lo que estás haciendo, confió en ti.

Aunque lo cierto es que Martina prefería la seguridad que le daba un trabajo remunerado, en una empresa consolidada. Le encantaba su trabajo.

Trabajaba en un departamento que se encargaba de analizar las cuentas corrientes de los clientes. Era tan meticulosa con los números, que rápidamente obtuvo el reconocimiento de sus jefes con un pequeño pero necesario aumento de salario.

Transcurrió una semana y llegó el día de concretar el alquiler del local. Toda esa semana Nicolás había hecho un trabajo de investigación, haciendo llamados, visitando tiendas, proveedores, calculando costos de remodelación, y preparando

un plan de inversión que abarcara todos los aspectos de un emprendimiento como ese.

Había afinado el lápiz para que la inversión fuera más austera, pero sin alejarse demasiado del proyecto que tenía en su mente.

Nicolás sentó a Martina en la mesa del comedor y le explicó su ambicioso proyecto. Con sus ahorros llegaban a cubrir la mitad de la inversión.

La otra mitad se la pedirían al banco, con una tasa de interés más que aceptable y que podrían empezar a pagar recién tres meses después de la apertura del restaurante. Eso les daba tres meses de ventaja.

El primer mes lo utilizarían para refaccionar el local y ponerlo a punto.

El segundo mes la decoración, los muebles, carteles, cartas, manteles, equipamiento de las cocinas y reclutar personal, que al principio no serían tantos como él deseaba. Se arreglarían con pocas personas, pero eficientes e idóneas.

Él se ocuparía de la cocina y contrataría un souz chef, un chef ayudante, dos camareros para atender a los comensales, un ayudante de cocina y una persona que se hiciese cargo de la caja registradora.

El tercer mes abrirían las puertas.

A Martina el proyecto le pareció muy conservador, pero lo de pedir un préstamo al banco no le gustaba mucho.

—¿No hay manera de pedirle prestado a alguien conocido? —insistió.

—No tenemos a quien —repitió una vez más Nicolás —quédate tranquila, lo tengo todo bien planeado, no puede salir mal.

Martina cerro los ojos y al abrirlos nuevamente dijo:

—Ok, confió en ti, hagámoslo.

Esa noche decidieron ir a un pub a tomar algo y festejar el comienzo de ese nuevo proyecto.

La noche era maravillosa, y, además, hacía mucho tiempo que no salían juntos.

Eligieron un bar irlandés cercano al piso que alquilaban. Al abrir la puerta y entrar, fue como meterse en un baño turco, caliente y húmedo. Ubicaron un lugar en la barra, y pidieron unas cervezas heladas, mientras hablaban por sobre las conversaciones de la gente y el molesto ruido de las maquinas de azar, pero con todo, se sintieron muy cerca uno del otro, compartiendo un proyecto de vida una vez más.

12

Las refacciones comenzaron al día siguiente de firmar el contrato en la inmobiliaria, y previo al otorgamiento del dinero por parte del banco.

Nicolás era arquitecto y había hecho muchas reformas y refacciones de locales y tiendas comerciales. Le sobraba experiencia, pero, además, por ser un proyecto propio, tenía muy claro el tipo de restaurante que quería.

La imagen del restaurante de los sueñas estaba grabada en su mente.

Mandó hacer unas puertas labradas en madera por un artesano, y también las cartas. Se aseguró de dejar dos grandes paredes al fondo del restaurant libres, y en las restantes enmarcó frases relativas a los sueños, para así poder recrear aquel mágico lugar donde su madre y su abuela habían cocinado para aliviar un poco su sufrimiento y para que por fin tuviera el coraje de perseguir su sueño.

“si persigues tu sueño, lo veras…

Repartió las 16 mesas de acuerdo al espacio que tenía en el salón, pero reservó el lugar que daba al ventanal para poner una mesa más, separada solo un poco del resto. Era la mesa que el había ocupado en esos mágicos almuerzos, y era un lugar especial.

Las dobles puertas vaivén separaban el salón comedor de la cocina, la cual

había equipado con todo lo necesario.

Había lugar para cuatro cocineros, con estaciones para la cocina fría, donde se preparan los entrantes y las ensaladas, ubicada cerca de los refrigeradores y neveras.

La cocina caliente, donde se elaborarían los platos calientes, y por lo tanto estaba ubicada cerca de fogones, planchas, freidoras, hornos.

La zona de pastelería, donde se preparan los postres caseros.

El área de apoyo, donde se harían los emplatados y montajes, antes de salir por las puertas hacia el salón.

La zona de limpieza, separada del resto.

Y por último el área de almacenaje, donde se guardarían las materias primas en perfecto orden e higiene.

Durante el último mes entrenaron con todo el equipo ya formado. Nicolás invitó todos los días durante los últimos 15 días a diferentes entidades, tales como grupos de jubilados, escuelas y centros de atención médica, o gente en situación de desamparo, a degustar sus platos de manera gratuita, como parte de ese entrenamiento y también porque sentía un gran placer en ayudar a los demás.

Martina colaboró con la puesta a punto del restaurante, cuidando cada detalle, dándole su toque delicado y femenino, y aportando plantas y flores a la

decoración.

Nicolás había decidido que el próximo viernes, casi tres meses después de haber iniciado el proyecto, inauguraría el restaurante. Invitaron a amigos, familiares, proveedores y mandaron también algunas invitaciones a críticos gastronómicos.

13

El día de la inauguración el restaurante estaba colmado de gente, de pie alrededor de las mesas, observando y admirando el resultado del arduo trabajo realizado por Nicolás y Martina.

En la entrada de calle, a un lado de las puertas labradas y sobre una pared de color gris, “El restaurante de los sueños”, en letras azules, invitaba a entrar.

Esa noche no habría menú a la carta, sino un menú degustación compuesto por 2 entradas, 3 platos principales y 2 postres.

Las Entradas;

-Bruschettas con tomates

-Cubitos de polenta con queso gorgonzola.

Los platos principales;

-Pappardelle con salsa bolognesa

-Solomillo de cerdo a la pimienta verde

-Gambas a la plancha perfumadas al sabor de naranja.

Los Postres;

-Tiramisú

-Affogato di caffe.

Y por supuesto una amplia selección de vinos, en especial los italianos Lambrusco y Montepulciano, y españoles como Rioja o Ribera del Duero.

Nicolás y su equipo cocinaron sin parar, pero con una armonía y dedicación admirables, sacando uno a uno los platos en el tiempo y forma previstos. no dejaron ningún detalle librado al azar, y él Personalmente superviso cada plato antes de que saliese por las puertas. Martina recorría las mesas hablando y recibiendo elogios, alguna que otra crítica y dando la bienvenida a todos.

Al terminar el segundo de los postres, todos los comensales fueron servidos con una copa de champagne y en ese momento todo el equipo de cocinas salió por las puertas vaivén y se quedaron de pie rodeando a su jefe, quien se colocó delante de la barra y golpeando suavemente con una pequeña cuchara su copa de champagne pidió atención:

—Ante todo —dijo Nicolás, quiero agradecer a cada uno de ustedes por estar aquí en este momento tan importante de mi vida.

—Pero en especial quiero agradecer a mi esposa, Martina, porque sin su

apoyo, sostén y comprensión hubiese sido imposible lograrlo.

Todo el mundo la busco con la mirada y aplaudió a una Martina que miraba

a todos con un gesto de agradecimiento.

—También quiero agradecer a mis hijos, Agustina, que pese a no estar aquí conmigo, la amo con el alma, —y ya sabes hija, la distancia puede impedir un abrazo, pero nunca un sentimiento.

—Y a mi hijo Lucas, que me acompaña en cada momento de mi vida dándome fuerza e inspiración —dijo Nicolás visiblemente emocionado y contagiando esa emoción a muchas de las personas que lo observaban de pie con una copa en sus manos.

—Y por último a mi madre y a mi abuela, quienes me enseñaron y transmitieron el amor por la cocina y porque gracias a sus platos lograron que hoy este aquí, frente a ustedes, persiguiendo este sueño que poco a poco se va haciendo realidad.

Otra vez el restaurante se llenó de aplausos y algún que otro grito de alegría.

—Si bien ustedes hoy no lo han experimentado, este restaurante tendrá una particularidad.

—A partir de mañana, cuando abramos las puertas al público, cada comensal recibirá una carta maravillosamente labrada en madera, donde podrán leer el menú,

y en la última hoja encontrarán un extremo troquelado con una pregunta:

—¿Cuál es su sueño?, y una cinta azul de raso.

—El cliente puede escribir su respuesta, cortar el pequeño papel troquelado y colocarlo debajo de su plato.

—Al retirarse, se llevarán ese papel y la cinta azul.

—Cuando se cumpla ese sueño, pueden volver y escribir su nombre en esa cinta y pegarla en esa pared que está allí —dijo señalando la vacía pared del fondo.

—Y digo cuando se cumpla ese sueño porque los sueños se cumplen, solo tenemos que perseguirlos con determinación.

Por ahora esa pared esta vacía, pero estoy seguro que día a día ira llenándose de cintas azules, de sueños cumplidos.

—Y por supuesto —dijo Nicolás riendo —tendrán una excelente excusa para volver a degustar nuestros exquisitos platos.

Luego de los aplausos, Nicolás recorrió el salón saludando y conversando con los invitados, quienes lo felicitaban y auguraban un gran éxito, y así, la velada transcurrió hasta bien entrada la madrugada.

14

Los primeros meses no fueron como Nicolás esperaba.

Los clientes no superaban la decena, e inclusive había días en que casi no entraba nadie. Si esto seguía así, pronto no tendrían como hacer frente a los pagos del préstamo, y ni siquiera llegarían a juntar el dinero suficiente para pagar al personal. Además, la pared del fondo no tenía ni una cinta pegada, y muchos de los clientes ni siquiera habían prestado atención a aquello.

El conocía bien la sensación de no creer en los sueños, y comprendía perfectamente a la gente que pensaba así.

Nicolás se preguntaba si tendría éxito, o todo se derrumbaría a sus pies.

Aunque pensándolo bien, siempre había creído que la percepción del éxito era algo muy personal.

Hay quienes sienten que han tenido éxito por lograr algo importante como los deportistas, o quienes acumulan mucho dinero, o quienes gozan de una buena salud, o quizás quien tiene más amigos, o también quien mantiene una familia unida.

Seguramente un hombre que considere el éxito como la acumulación de dinero podrá mirar a los otros con desdén, porque seguramente, según su visión, serán fracasados.

Pero si les preguntáramos a esos otros, con seguridad no se sentirán

fracasados, sino exitosos de tener una familia, amigos, etc.

Nicolás tenía una familia, amigos, un proyecto, por todo esto sí, se sentía exitoso, aun mirando atrás y aprendiendo de los errores, pero nunca dejándose vencer, siempre levantándose una y otra vez, para seguir intentándolo pese a todo.

Se acercaba la navidad, y este año, la pasarían en casa de los padres de Martina, que finalmente habían logrado vender su casa en Argentina y se habían mudado definitivamente a Barcelona. Prepararían una autentica comida navideña, con pavo y patatas asadas, árbol de navidad y villancicos, y hasta gorros de navidad.

La semana siguiente fue especial por dos hechos que marcaron un antes y un después en la corta vida del Restaurante de los sueños.

El primero tuvo lugar la noche del viernes.

Una familia ocupó una de las mesas del centro del salón.

Un anciano con bastón y un elegante sombrero se sentó en la cabecera, y un matrimonio con dos hijos pequeños y un bebe ocuparon los asientos restantes. La familia se veía feliz, los niños riendo, la joven pareja tomándose de a ratos las manos, y el anciano disfrutando esa maravillosa cena familiar.

Uno de los camareros, Toni, se acercó a la cocina y le hizo un gesto a Nicolás para que saliera a mirar.

El salón no estaba completo, como casi siempre, pero en el medio resaltaba esta hermosa familia.

Nicolás miro de reojo a su camarero, y dijo:

—Es por estos momentos que vale la pena abrir las puertas todos los días, para que familias así puedan disfrutar y unirse alrededor de una buena comida.

Volvió la vista a esa particular mesa, justo en el momento que el anciano se ponía de pie, y con la ayuda de su bastón, daba unos pequeños y frágiles pasos hasta la pared del fondo.

Metió su mano derecha en el bolsillo de la chaqueta, sacó la cinta azul y la colocó en la pared. Al volver a su mesa, pasó por delante de Nicolás, e inclinando la cabeza levemente a modo de saludo, le hizo un gesto de agradecimiento y se sentó nuevamente con su familia.

—Recuerdo a ese anciano —dijo el camarero —estuvo aquí almorzando sólo la semana pasada.

A Nicolás se le humedecieron los ojos. Por lo visto, a aquel hombre se le había cumplido su sueño. Volvió a la cocina con una sonrisa en los labios,

disfrutando del primer sueño cumplido en su restaurante, sin dejar de pensar cual habría sido el sueño.

¿Conocer a ese bebé quizás, reunir a su familia? Sea lo que fuera, Lo

importante es que se cumplió.

Salió nuevamente de la cocina en el momento en que la familia se retiraba.

Se quedo allí, de pie, pensando en lo fácil que parece a veces la vida. Y comprendió que así es. Es simple y lo complicamos. Nunca tendremos felicidad todo el tiempo, Eso es imposible, pensó.

Pero podemos aprovechar esos momentos, ya sean muchos o pocos, y disfrutarlos plenamente. Porque la vida no tiene secretos, todo está al alcance de la mano.

Solo hay que verla, sentirla, y vivirla…

15

Esa noche Nicolás llego tarde a casa, y se encontró a Martina dormida, como casi todas las noches. Tener un restaurante es un trabajo muy sacrificado, los horarios no coinciden con los que tienen un empleo de oficina. Se dio una ducha, se acostó junto a su mujer, y mientras recordaba al anciano y su familia, se quedó profundamente dormido.

Al despertar, el aroma a café recién hecho y a tostadas le abrieron el apetito.

Caminó torpemente hacia la cocina y descubrió a Martina preparando un exquisito desayuno, compuesto de café con leche, tostadas de pan integral y mermelada de ciruelas, manteca y una copa de jugo de naranja recién exprimido.

—¿Es que hoy no vas a trabajar? —pregunto Nicolás con curiosidad.

—Normalmente no trabajo los sábados amor —respondió su mujer con una sonrisa.

—Es cierto —pensó —ni siquiera se en que día vivo.

Nicolás le contó del anciano y su familia.

—Es maravilloso —¡el primer sueño cumplido! —exclamó Martina ilusionada, con una sonrisa de oreja a oreja.

—A este ritmo, no habrá más sueños, ni restaurante, ni nada —y continuó abatido —Ya no podremos hacer frente a los próximos pagos, esto se acabó amor, —concluyó Nicolás cabizbajo.

Sus palabras sonaban huecas, sin siquiera un atisbo de emoción, pero Martina le apretó la mano, mientras lo miraba con un extraño fulgor en los ojos.

—¡Pues estas muy equivocado Nicolás Toscano, de eso nada! —dijo levantando apenas el tono de su voz, adoptando una expresión seria.

—¡Te levantaras y seguirás adelante, aunque solo veas obstáculos! —continuó Martina con énfasis.

—¿Y sabes porque lo harás? —preguntó a su marido sin esperar una respuesta.

— Lo harás para demostrar si realmente estas dispuesto a sacrificarte por tus sueños, por algo mejor, o si tan sólo se trata de un deseo efímero y ante las primeras dificultades te darás por vencido —concluyó.

Nicolás se acercó a su esposa y la abrazo con fuerza.

—No sé qué haría yo sin ti a mi lado, le dijo con ternura.

—Me había jurado que no lloraría —dijo —y siempre cumplo mis juramentos, pero quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti, de verdad —y agregó —no

dejaré que este proyecto se venga abajo.

El otro hecho importante de la semana ocurrió la noche del sábado.

Era otra noche como cualquiera, había pocos clientes en el salón, aunque algunos más que un día de semana.

Toni, el camarero entró a la cocina y se quejó de un comensal que por lo visto era muy exigente.

Nicolás lo tranquilizó y le explicó que esos eran los clientes a los que había que satisfacer en todas sus necesidades, ya que pondrían a prueba a todos, desde los camareros hasta los cocineros.

La noche transcurrió en calma. Nicolás salió de la cocina y recorrió el salón con la mirada, limpiándose las manos con un repasador. Había muchas mesas vacías, y si esto seguía así, sería imposible seguir adelante por más fuerza de voluntad que tuviera. Estaba volviendo nuevamente a la cocina cuando fijo la vista en un comensal en particular.

Estaba de espaldas a él, y, sin embargo, algo familiar le llamo la atención, aunque no pudo precisar qué era.

Ya comenzaba a dirigirse hacia la mesa cuando un grito en la cocina lo interrumpió.

Al ingresar su ayudante estaba maldiciendo a los gritos porque una salsa bolognesa se había quemado y arruinado el plato de spaghetti.

Nicolás se ocupó de preparar una nueva salsa, y se olvidó por completo del comensal.

Toni entro nuevamente a la cocina una hora después.

—Otro cliente ha dejado una cinta —anunció el camarero.

Nicolás dejó lo que estaba haciendo y se volvió para mirarlo.

—¿Sabes quién ha sido? —preguntó con interés.

—Sí, por supuesto, cómo no recordarlo, fue ese hombre tan exigente, después de pagar la cuenta y antes de retirarse se levantó y fue hasta la pared y coloco la cinta azul —dijo.

—Pues al parecer su sueño se cumplió muy rápido —bromeó Nicolás.

Y así termino esa noche.

La semana siguiente no fue mucho mejor.

El panorama que tenía por delante no era nada alentador, y ya había pensado en dar licencia a algunos de sus empleados, aunque sabía que esto resentiría el buen funcionamiento del restaurante.

Parecía que el sueño llegaba a su fin, y no había nada que pudiese hacer para revertirlo. Había dado lo mejor de sí, cocinado los platos con todo el amor que era capaz de dar, intentando brindar el mejor servicio y la mejor atención, esmerándose en cada detalle, sin dejar nada librado al azar, pero todo esto parecía no tener importancia, ya que la gente no elegía su restaurante.

16

El sábado por la mañana Nicolás tuvo que pedirle a Martina que fuera a ayudar al restaurante, ya que el teléfono no había parado de sonar.

Todas las llamadas eran para pedir reserva para esa noche, y como se habían agotado, para el domingo, y para el lunes, y así hasta los próximos 10 días.

—Esto no puede ser verdad —dijo Nicolás con los ojos bien abiertos —no entiendo que es lo que está ocurriendo.

Martina estaba a punto de responderle cuando otro llamado la interrumpió.

—Sí señor, claro, lo entiendo, no señor, lamentablemente esta todo reservado hasta el día 21, sí caballero, ya sé que son 10 días, pero es lo único que puedo ofrecerle. Claro, una mesa para dos a nombre de Bautista Santos y señora, muy bien, buenas noches.

Martina colgó el teléfono y mirándose uno al otro, solo atinaron a abrazarse muy fuerte al mismo tiempo que daban saltitos de felicidad.

Esa noche Nicolás tuvo que pedir algunos refuerzos de personal temporal, no solo de camareros sino también para la cocina.

Al otro día, Nicolás se levantó agotado, pero exultante. Habían pasado una noche de locos en la cocina. Esa fue la prueba de fuego, habían puesto a su equipo

a sudar y fue un todo un éxito.

Todos los platos salieron a tiempo, aunque alguna que otra cosa hubo que volverla a hacer, pero, en definitiva, sirvió como enseñanza y como ejemplo de cómo hay que trabajar en una cocina, siempre en equipo.

Martina estaba leyendo algo en su ordenador, y al levantar la mirada y ver a su marido, le dijo con picardía,

—¿Quieres saber qué es lo que ha pasado, y porqué de repente nuestro restaurante es el favorito de todo el mundo? —preguntó con una sonrisa y girando el ordenador para que Nicolás pudiera leer.

Era una crítica del diario Le monde de Paris, reproducida por el diario local La Vanguardia, de Barcelona y Ponía así:

“El restaurante de los sueños”

He tenido el gusto de visitar este curioso restaurante en el corazón de la pintoresca ciudad de Barcelona.

Como ustedes ya saben, es una ciudad que amo, por su gente, su maravillosa arquitectura y su exquisita gastronomía.

Este restaurante está abierto mediodías y noches.


La entrada, con unas hermosas puertas labradas en madera, sus mesas bien dispuestas, sus pisos de madera inmaculados, y una excelente luminosidad enmarcaron la escena.

Las paredes sobrias, con cuadros que hablan de frases relativas a los sueños, y una barra al final del salón dan al comensal una agradable bienvenida.

El menú, también dentro de una carpeta de madera labrada exquisita, es sobre todo de cocina italiana y por supuesto también española.

La primera señal agradable fue la canasta con pan de pizza cortado en bastones y el aceite de oliva y romero para poder regarlo sobre ellos.

La atención del camarero italiano Toni fue sencilla y a la vez, muy servicial.

La primera sorpresa de la noche me la lleve al descubrir al final de la carta una pregunta y un papel troquelado para responderla y colocarlo debajo del plato y retirarlo al terminar de comer.

La pregunta es siempre la misma: ¿Cuál es su sueño?

Y una cinta azul de raso, porque si se cumple nuestro sueño, podremos volver y colocarla en una pared de este restaurante y cerrar el círculo, según me explico Toni amablemente.

Debo confesar que mi primera impresión fue de incredulidad.


¿Quiénes son estas personas para arrogarse el poder de cumplir sueños ajenos?

Pero luego comprendí que no es eso lo que hacen aquí, sino que simplemente le recuerdan a la gente lo importante que es tener sueños y perseguirlos, y que solo así podrán hacerlos realidad.

Pero volviendo a lo que en verdad nos interesa, debo decir que el menú me sorprendió mucho.

Pedí una bruschetta de prosciutto di Parma. Un antipasti típicamente italiano, que consiste en una rodaja de pan toscano, regado con aceite de oliva, untado con ajo, una feta de prosciutto de Parma montada, y unas escamas de queso parmigiano.

El segundo plato no fue la excepción, acompañado por un vino Barolo, Luigi Baudana, cosecha 2006, sugerencia de Toni, excelente elección debo decir.

Les estoy hablando de la famosa Bagna Cauda, plato típico de la región del Piamonte.

Preparada en una cazuela de terracota, se unta el fondo con aceite de nuez, dientes de ajo triturados y anchoas, esta salsa se calienta sin llegar a hervir.

En este caso la acompañe con remolachas hervidas, patatas, cebollas asadas y trocitos de pan tostado.

Una delicia.


y el postre fue simplemente espectacular.

Unos Cannoli de maravilla.

Es una masa con forma de tubo rellena de una crema ligera de ricota batida con azúcar, y en los extremos pistacho molido.

En definitiva, debo decir que es un restaurante que cumple con lo que promete, tiene una excelente relación precio calidad, y los platos son como si los cocinara nuestra abuela en casa.

Tiene un buen presente y un mejor futuro, ya que va por el buen camino.

Y debo confesar que, al retirarme, pude colocar la cinta en la pared, pues mi sueño se había cumplido.

Olivier

—Papá —murmuró Nicolás visiblemente aturdido.

—¿Pero cuando fue, no recuerdo…—se quedó mirando fijamente la pantalla del ordenador, y de repente cayo en la cuenta?

Se apresuró a vestirse y salió corriendo hacia el restaurante, dejando a Martina con la boca abierta, ahogando una carcajada, incapaz de comprender que bicho le había picado a su marido.

Llegó justo cuando su ayudante recibía temprano a uno de los proveedores, pasó por detrás de la barra y fue hasta la pared del fondo.

Había unas pocas cintas azules, y se acercó para buscar entre los nombres escritos en ellas.

Hasta que la vio, y tomándola cuidadosamente entre sus dedos, sin sacarla de la pared, leyó el nombre.

José.

Así que ese hombre exigente que cenó aquella noche y que creyó reconocer había sido su padre. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y una sensación mezcla de culpa y alivio recorrió su corazón. Pero algo le daba vueltas en la cabeza.

¿Cuál había sido el sueño de su padre, y cómo era posible que lo hubiese cumplido tan rápido?

—Tal vez algún día lo Sabré.

A partir de entonces las cosas fueron cada vez mejor.

El restaurante de los sueños estaba siempre a tope, la gente acudía por curiosidad, por sus exquisitos platos, y en parte porque querían conocer qué era eso de los sueños de lo que tanto se hablaba.

Nicolás comenzó nuevamente a hablar con su hija Agustina, ya que los comentarios del restaurante habían llegado hasta la Argentina, y lo había llamado para felicitarlo y para decirle lo orgullosa que estaba de él, y le prometió que iría a

visitarlo el próximo verano.

Todo era casi perfecto, solo que echaba tanto de menos a Lucas que por más que lo intentaba, no lograba encontrar la paz en su corazón.

Martina había sacado el tema una noche.

—Amor, ¿te gustaría tener un hijo conmigo?

Nicolás se quedó helado, nunca había pensado en aquello, y ahora no sabía que decir. Hasta ese momento nunca habían hablado de tener hijos.

Vivían solos en un apartamento, Martina tenía su trabajo, los fines de semana veían maratones de series en Netflix, Nicolás pasaba horas viendo los partidos de la Liga Santander, en especial del Barca, equipo del que era fan.

La primera sensación fue de traición hacia Lucas, pero rápidamente se convirtió en miedo. Miedo de vivir otra vez un infierno como aquel, miedo a la enfermedad, miedo al futuro.

Su cerebro procesaba todas estas posibilidades y no encontraba una respuesta adecuada, solo veia a su amada esposa y la ilusión dibujada en su rostro

al hacer esa pregunta, y no quería decepcionarla por culpa de sus miedos e inseguridades.

Martina adoraba a los niños.

En cambio, la relación de Nicolás con los niños era un poco más difícil.

Meses después de la muerte de Lucas, se quedaba cerca de un parque viéndolos jugar, mientras sus madres los vigilaban de cerca y hablaban entre ellas de cosas cotidianas.

Por supuesto que no era sensato merodear en un parque infantil, sólo y sin niños, por eso disimulaba y se sentaba en un banco alejado, aparentando leer un libro. Pero cada niño que veía sonreír le recordaba a Lucas.

Veía a Martina comportarse con ellos, con los hijos de sus amigas, y era realmente adorable. Y llego a la conclusión que un hijo no sería reemplazo de nadie, que solo era el fruto del amor entre dos personas.

—Claro que sí —respondió Nicolás en un susurro, y abrazando rápidamente a Martina para que no notara sus lágrimas.

Las semanas siguientes fueron de una inmensa alegría para la familia.

Gabriel, el hermano de Martina, había tenido una hija, y a partir de aquel día, fueron los flamantes tíos de Francesca. Y para culminar un mes de proposiciones,

nacimientos y reencuentros, Nicolás había hablado por teléfono con su padre, y si bien fue una comunicación breve y torpe, quedaron en verse en un futuro, ya que había muchas cosas de que hablar.

17

Una tarde, Nicolás caminaba por una de las calles cercanas al restaurant, cuando un hombre lo detuvo con amabilidad.

—Perdone que lo moleste —dijo —¿pero es usted el dueño del Restaurante de los sueños? —quiso saber.

—Sí, el mismo —y agregó con una sonrisa —en que puedo ayudarle señor…

—Barbieri, Martin Barbieri —dijo tendiéndole la mano.

—Verá, es que hace unos meses mi padre descubrió su restaurante, y después de almorzar allí nos contó a toda la familia no solo lo exquisitos que eran los platos sino también de la maravillosa idea de escribir los sueños y de la cinta azul.

—Pues bien —continuó Martin —el hecho es que mi padre sufría una enfermedad terminal, y ese día escribió que su sueño era poder ver a su tercer nieto, que estaba por nacer pronto.

Nicolás lo escuchaba con atención, sin perderse ningún detalle de esa emocionante historia que le estaban contando de píe, en medio de la calle.

—Gracias a dios logro verlo, y disfrutarlo unos cuantos meses más, y la semana pasada murió rodeado de toda su familia, en paz.

—Quería darle las gracias en nombre de mi padre, y en nombre nuestro —concluyó emocionado.

—¿Por qué las gracias a mí? —dijo Nicolás con delicadeza —si no he sido yo quien le ha cumplido su sueño.

—Es cierto, pero su idea de abrir un restaurante donde la gente se animará a escribir sus sueños hizo posible que mi padre se aferrara al suyo, y estoy seguro que si uno lo persigue con todas sus fuerzas, lo logrará, y así fue —argumentó.

El hombre saco su billetera del bolsillo trasero, la abrió y sostuvo una foto de la familia completa, posando a la cámara en el comedor de una gran casa, con su padre sentado rodeado de sus hermanos, hijos y nietos, y se la enseño a Nicolás.

—¿Tiene usted todavía a sus padres vivos? —preguntó con amabilidad Martin.

—Sólo a mi padre, pero hace muchos años que no nos vemos —respondió con un poco de vergüenza, al ver con cuanto amor hablaba Martin del suyo.

—Pues si me permite le daré un consejo. No sé qué pudo haberlos distanciado, pero seguramente nada tan importante como para privarse de vivir la vida juntos.

Nicolás asintió con pesar, y Al observar la foto con detenimiento, logro reconocer con emoción que el anciano que posaba en medio de su familia era el

mismo que había puesto la primera cinta en la pared del restaurante.

—Le agradezco que me contara esto —dijo Nicolás visiblemente emocionado —No sabe usted lo importante que es para mí saberlo.

Ambos hombres se miraron una vez más, Nicolás le entregó la foto, se estrecharon las manos en señal de mutuo agradecimiento, y cada uno siguió su camino con las emociones a flor de piel.

18

Una semana después, Nicolás se encontraba sentado en una de las mesas fuera del Bar du Marche, en la rue de Buci, en parís, esperando a su padre.

Habían quedado allí para almorzar. Era un típico bar parisino, con un toldo con rayas rojas y blancas, bien ubicado en una de las calles de parís más transitadas, plagada de bares y restaurantes, como no podía ser de otra manera tratándose de un crítico gastronómico.

Lo reconoció de inmediato al verlo dar la vuelta en la esquina. Se incorporó de un salto y ambos se quedaron de pie, mirándose el uno al otro, sin saber si estrecharse la mano o fundirse en un abrazo.

Esto último hubiese sido lo mas adecuado, pero solo atinaron a darse la mano, mientras se estudiaban el rostro mutuamente, descubriéndose las arrugas, esas que la vida les había marcado a ambos, en diferentes circunstancias.

—Bueno —rompió el hielo Nicolás —aquí estamos.

—Así es hijo —dijo Jose mirándolo fijamente, para luego desviar la mirada

hacia las otras mesas. Seguramente era una deformación profesional, no podía evitar observar los platos en las diferentes mesas contiguas, y hacer una previa evaluación del lugar.

—He oído que el restaurante marcha de maravilla —y continuó —estaba seguro que así seria.

—Sí, y por eso quiero darte las gracias —dijo Nicolás mientras le hacía un gesto al maître para que se acercara.

—¿Las gracias?, no hay nada que agradecer —negó con la cabeza su padre, No te he regalado nada, solo he publicado la verdad, el mérito es todo tuyo. has aprendido bien, los platos que allí cocinas son iguales a los de tu madre y tu abuela —y al nombrarlas apareció en su rostro una nueva línea de arrugas —estoy orgulloso de ti, y ese era precisamente mi sueño.

—Es el mejor halago que me hayan hecho jamás —asintió emocionado.

Para cambiar un poco de tema, pidieron el almuerzo.

Nicolás pidió un couscous con carne, pollo y vegetales, y un mousse de chocolat de postre.

Su padre en cambio pidió una tortilla de vegetales, un croissant y un café.

Padre e hijo continuaron hablando y poniéndose al día después de 25 años de ausencia, algo que sin duda era imposible, pero sabiendo que, a partir de aquel

día, tendrían mucho tiempo por delante para dejar atrás viejos rencores y malos entendidos, y encarar el resto de sus vidas juntos.

En un momento, se hizo un incomodo silencio, y Jose cambio la expresión de su cara, y dijo con pesar:

—Lamento mucho lo de Lucas.

Nicolás notó que su padre se esforzaba por no llorar, y esto no hizo mas que romper el dique que se había formado en sus propios ojos.

El haber escuchado el nombre de su hijo pronunciado por su padre fue demasiado para su estabilidad emocional.

—Perdón papá —le soltó llorando con una pena contenida tantos años y fijando la mirada en su plato —perdón por negarte la posibilidad de conocer a tu nieto, un ser único, maravilloso, tan lleno de amor —y agregó entre sollozos —¡lo siento tanto!

Jose toscano le tomo la mano, y con la sabiduría que dan los años y las buenas y malas experiencias de la vida, lo miro con dulzura y le dijo en un tono calmado y suave:

—Sé que lo sientes, y también a mi me hubiese encantado conocerlo, pero para eso estas tu aquí, hoy, conmigo.

Nicolás lo miró sin comprender que le quería decir su padre, tratando de recuperar el aliento, pero en cambio lo que consiguió fue romper a llorar de nuevo, incapaz de contener las lágrimas.

—Es que tú me contaras todo sobre mi nieto, todo, y así lo conoceré a través tuyo, porque sin duda, me lo enseñaras con el mas puro amor que un padre puede sentir por un hijo, concluyó.

Esa tarde caminaron juntos por las calles de Paris, mientras Nicolás le contaba de Martina, de Agustina y por supuesto, de la maravillosa vida de su hijo Lucas, y Jose le mostraba parís en una tarde de verano.

La vida de Nicolás, una vez más, volvía a tomar el camino deseado, con algunas bajas importantes, por supuesto, pero esa era la vida que le había tocado.

¿Qué hubiese hecho de haber tenido la posibilidad de saber de antemano cómo sería su vida?

Había fantaseado alguna vez con esa pregunta, y la respuesta era siempre la misma.

La elegiría una y mil veces.

El Haber perdido a su madre en el momento en el que más la necesitaba, la expulsión de su casa, los errores cometidos, las oportunidades malgastadas, la

muerte de su amado hijito, su divorcio de la mujer que le había dado dos criaturas

maravillosas y a la que había jurado amar toda la vida, el enojo de su hija Agustina,

el haber conocido a Martina, haberse ido a vivir a otro país, la inexplicable aparición

en su vida del curioso restaurant, el cumplir sus sueños, el reencuentro con su padre, y tantas cosas mas que sucedieron y las que seguramente sucederían en el futuro.

Toda una vida de aventuras, de buenos y malos momentos, pero era SU VIDA, la que le regalaron sus padres, y la honraría hasta el final.

19

Una fría noche de invierno, ya de madrugada, el restaurante había cerrado sus puertas después de un día arduo con mucho trabajo, y Nicolás se había quedado sólo repasando algunas anotaciones y aprestándose a cerrar cuando de repente las puertas de la cocina se abrieron y apareció el enigmático maître al que nunca más había visto después que el restaurante aquel desapareciera.

—¡dios mío hombre, que susto me ha dado! —gritó asustado —¿y usted de donde diablos ha salido? —preguntó sorprendido.

—Eso no importa Nicolás, y creo que ya te lo imaginas —y continuó:

—Me he permitido prestarle su cocina a un chef muy especial que ha querido agasajarlo con un postre también muy especial —dijo con picardía el maître.

Y dicho esto Se perdió rápidamente dentro de la cocina.

Nicolás se quedó atónito, sin saber que decir o hacer.

Al abrirse las puertas nuevamente un penetrante aroma a cookies de vainilla invadió el restaurante y también las fosas nasales de Nicolás, y siguió su recorrido hacia su cerebro, donde una catarata de imágenes, sensaciones y recuerdos lo inundaron todo.

Existen millones de formas de demostrar amor, pero en ese momento, para

Nicolás el amor tenía forma de cookies de vainilla.

Mientras el maître le dejaba un plato repleto de cookies de vainilla con chispas de chocolate recién horneadas Nicolás comenzó a estremecerse.

“sí persigues tu sueño, lo verás…

Sus ojos se nublaron por las lágrimas y la emoción.

Tomó una galleta con la mano temblorosa, se la llevó a la boca e inmediatamente cerró los ojos.

Reconoció esas cookies que creyó que nunca más volvería a probar, y recordó a lucas amasando junto a él, y echando una lluvia de chispas de chocolate sobre la masa y comiéndose otras tantas.

Al abrir nuevamente los ojos se encontró con la mirada cómplice y con esa sonrisa característica del maître.

—¿Puedo…? —Balbuceó Nicolás, pero Las palabras no le salían, estaba conmocionado.

Lo volvió a intentar, esta vez más lentamente.

¿Puedo… conocer… al chef? —Preguntó por fin con el rostro bañado en lágrimas.

El maître lo miró una vez más y dijo:

—Vera usted, ese es un pedido muy particular, y va contra las reglas del restaurante, aunque claro, pensándolo bien, este es su restaurante, así que déjeme

ver qué puedo hacer —y dicho esto se adentró nuevamente en la cocina guiñándole un ojo.

Cuando las puertas se abrieron nuevamente, los ojos de Nicolás se abrieron desmesuradamente al mismo tiempo que se levantaba de la silla y corría con los brazos abiertos.

Epilogo

Una noche de verano, Nicolás salió más temprano del restaurante, porque Martina le había prometido cocinarle una cena muy especial en casa solo para ellos.

Al llegar, vio que su mujer había puesto una mesa sencilla, con velas, estilo romántico.

De la cocina salía un aroma a carne asada con verduras a la plancha muy prometedor.

Martina apareció en el comedor, sonriendo, y le sirvió a su marido una copa de vino. Esa noche estaba especialmente radiante, con el pelo rubio recogido y su piel pálida en contraste con su vestido verde.

—Y todo ésto a que se debe —preguntó curioso.

—Ah, ésto —dijo mirando alrededor —y tocó levemente el borde de su copa casi vacía de manera casual.

Entonces rodeó el cuello de su marido con los brazos y le susurró algo al oído, e inmediatamente Nicolás esbozó una dulce sonrisa mientras una lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.

Fin

“Si la vida en algún momento te regala un recreo, no pierdas el tiempo y sal a jugar”

Eduardo Schamis

Correo electrónico: eascha2004@hotmail.com

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS