Ariel, ajeno al jolgorio de su alrededor, observaba abstraído como las minúsculas burbujas de su tercera cerveza ascendían; ya llevaba tres cuartos de hora esperando a su amigo Jesús. Como siempre había escogido la mesa del rincón, la menos iluminada de aquel Pub; allí se sentía más resguardado y le permitía, si esa fuera su pretensión, atisbar todo y a todos desde aquel lugar estratégico.

–¡Aquí, aquí! — le instó a su amigo cuando por fin le vio aparecer.

— Uf, vaya día llevo; no llego a tiempo a ningún sitio. ¿Te pido una cerveza?

— Vale, pero sin alcohol — contestó muy serio.

— ¿Y eso?–preguntó Jesús asombrado.

— Pues eso…

— Vale, vale. No insisto — Jesús levantó los hombros y se dirigió a la barra.

Ariel apuró de un trago su cerveza mientras esperaba.

— Ya estoy aquí de nuevo; dos cervecitas bien fresquitas — dijo muy animado. — Ésta es la tuya. ¡Salud! — y chocaron ambas cervezas antes de dar un largo trago– Esto está a tope, se nota que es sábado. Y qué, ¿cómo te va? ¿Mucho curro?

— Como siempre, ya sabes. — La voz de Ariel sonaba apagada, sin alma.

— Joder tronco, cualquiera lo diría. Parece que estás jodido, ¡vaya careto!

— Es que hemos tenido mucho curro en la imprenta. Y tú, ¿qué tal?

— A mí, de puta madre. He tenido curro que te cagas… Por cierto, ¿a que no sabes que me pasó el martes? — Su amigo simplemente le miró a los ojos — Te cuento… iba con la bici a toda ostia por la calle Alcalá y va una menda y abre la puerta de su coche justo cuando yo pasaba… Te lo puedes imaginar… la puerta me la tragué enterita. Y va y me dice que voy como un loco… ¿Será posible? Bueno,… no me cagué en todos sus muertos porque en el fondo soy un caballero, ¿si no? — y se mordió la lengua mostrándola entre sus labios a la vez que levantaba los puños –. ¿Te lo puedes creer…? Y lo peor no es eso… va la tía y se monta en su coche y sale zumbando, dejándome allí con la bici echa un ocho. Menos mal que a mí no me pasó casi nada. Mira…– y se subió la manga de la camisa– unas rozaduras en este codo y en la rodilla derecha. — Ariel miró la herida y dio un trago a su cerveza mientras su amigo proseguía malhumorado–¡Vaya menda!Como me la encuentre va a saber quién soy yo. ¿Sabes cuánto me va a costar el marrón…? 200€ del ala me va a costar una bici nueva.

— ¿Y por qué no la denuncias? Su seguro se debería hacer cargo. Fue culpa suya.

— Va… paso de líos. –Dicho esto fue a la barra a por otras cervezas. Fue cuando Ariel se dio cuenta de la cojera que su amigo intentaba disimular.

— ¿No has ido al médico a que le echen un vistazo a tu rodilla? — le preocupó señalándole la pierna cuando Jesús se volvía a sentar. — A ver si te has roto algo.

— ¡Que va! No ha sido nada. Solo ha sido el golpe — dijo mientras se la palpaba –. Tú siempre con los médicos; si no tienen ni puta idea. Me la he vendado y punto.

— Yo que tú iría si en unos días no se te pasa — le sugirió preocupado.

— Vale, no seas pesado.

— No lo soy; te lo digo porque…– la frase la dejó a medias al comprobar que su amigo no la hacía ni caso; Jesús había sacado su móvil y revisaba los mensajes.

Al cabo de unos minutos saltó una sonora carcajada a la vez que le acercaba la pantalla a Ariel que no había dejado de observarle con cara de pocos amigos.

— Mira, mira… Es cojonudo… léelo, ya verás como flipas — le instó.

— A ver, déjame — y le cogió el móvil para leer el meme–. Cuando Albert Einstein conoció a Charles Chaplin le dijo: «Lo que más admiro de su arte es que usted no dice una palabra y, sin embargo, todo el mundo lo entiende. Chaplin le respondió: «Cierto, pero su gloria es aún mayor; el mundo entero lo admira cuando nadie entiende una palabra de lo que dice».– Hizo una pausa y afirmó con una sonrisa forzada: — Sí, está bien. — Y le devolvió el móvil.

— Parece que no lo has entendido… A ver… Charles Chaplin es Charlot, el que hizo tantas películas cómicas, ¿el del bastón y el sombrero? — Ariel asintió como diciendo, ¿crees que soy tonto? ¡Pues claro que sé quién es Charles Chaplin!–. Y claro… como en aquella época el cine era mudo los actores hablaban pero no se escuchaba, y ponían letreros para saber lo que decían. Las conversaciones, ¿sabes?

— Sí, lo sé. Además en los cines ponían un pianista para tocar la banda sonora.

— ¿De veras? Alucinante… Y después– prosiguió Jesús con su disertación–, Einstein fue un gran científico, el que inventó una fórmula que nadie sabe lo que significa, esa que aparece en muchos sitios escrita… — y se rascó la cabeza a la vez que miraba al techo intentando recordarla: — E M C, sí eso, E M C. Y claro, es un genio porque no tenemos ni puta idea para qué sirve. ¿Entiendes el chiste?

— Bueno, realmente Einstein no fue un inventor. Fue un físico, creo que escribió la teoría de la relatividad, algo del tiempo y del espacio muy difícil de entender.

— Bueno, pues eso, da igual, pero el chiste es acojonante — afirmó ya sin reírse.

Esta vez fue Ariel quién se levantó a por las cervezas. A la vuelta vio a su amigo sumido en sus pensamientos, mirando su cerveza vacía, y se mantuvo en silencio.

— ¿Qué te ronda la cabeza? — preguntó por fin Ariel intentado romper el silencio.

— Nada, nada. Es que yo también tengo una teoría, ¿sabes? Es algo que me ronda el coco. ¿Nunca te has preguntado por qué ocurren las cosas…? No pongas esa cara, no se me ha ido la hoya… En serio, ¿no te lo has preguntado? — y le miró fijamente.

— La verdad es que últimamente mucho — dijo intentando provocar algo en su amigo que no consiguió: — Imagino que ocurren porque tienen que ocurrir.

— Pues creo que yo he encontrado la solución. Mira… es muy fácil. Te voy a poner un ejemplo… lo que me pasó con la bici. No te creas que aquella menda se puso en mi camino por azar. ¡Qué va! Fue una señal para cambiar de bici, ya tenía sus años.

— Pues vaya forma de mandarte señales; casi la diñas. Hubiera sido mejor que te la hubieran mangado, ¿no crees? Ocurrió porque ocurrió, sin más. Yo lo que creo es que estás ‘grillao’ y no te enteras de nada…– su voz se apagó y bajó la cabeza.

— ¿De qué tengo que enterarme? — se interesó Jesús.

— De nada. Cosas mías. Ya sabes…– y evitó su mirada.

— Como quieras tronco… Por cierto te tengo que dejar. He quedado con una titi. La conocí ayer en mi curro; fue a comprar unas bombillas y, ya sabes, parece que le caí simpático. Decía que no me callo ni debajo del agua. –Le dio un sorbo a la cerveza y comentó:– Ah, le pregunté si tenías amigas, para ti y eso, pero dijo que vendría sola. — Se levantó, terminó su cerveza y dijo mientras se iba: — Ya te contaré — y le guió un ojo–. Por cierto, otro día me dices qué te pasa; estás raro que te cagas.

Ariel observó como su amigo se iba disimulando su cojera, y tras perderle de vista, bajó la mirada sobre las burbujas que ascendían por su cerveza, a la vez que decía en voz muy baja: “El próximo día que se lo contaré…”.

FIN

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