CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (1 parte)

CAMINO DE SANGRE Y…ROSAS (1 parte)

Haydee Papp

25/05/2018

A pesar de los acontecimientos turbulentos que marcan la sociedad de Buenos Aires durante la dictadura de Juan Manuel de Rosas, una joven de la sociedad patricia, Lourdes, vive feliz junto a su abuela.

Rafael, ahijado de Ciriaco Cuitiño, brazo ejecutor de «La Mazorca», se enamora perdidamente de Lourdes. El amor entre ambos jóvenes eclosiona en una persecución feroz que los lleva a huir de la venganza del oscuro Cuitiño por haber traicionado los ideales de la Santa Federación.

Los amantes inician un camino de dolor y pasión, pero a la vez, revelador del valor de las mujeres que engendraron el nacimiento de una Patria libre.

PRÓLOGO l

El sol en su cénit y un camino polvoriento, son los testigos de la temeraria peregrinación que María y Pedro han iniciado desde sus pagos hacia Santa Magdalena, un pueblo al sur de Córdoba y lindero con las fronteras de Buenos Aires.

En la carreta llevan todos sus bienes : baúles repletos de libros, cajas con platos y vasos de peltre, manteles exquisitamente bordados por la mano experta de María. mantas multicolores, varios morrales de cuero y la guitarra de Pedro, fiel compañera en las largas noche de invierno. Y escondido, en medio de todos esos bártulos, un cesto de mimbre. Es el tesoro de María y Pedro.

Sentados, uno junto al otro en el pescante de la carreta, sueñan con la nueva vida que se les proyecta por delante.

Pedro es maestro y esta es la primera oportunidad que se le presenta para poder ejercer su profesión tantas veces postergada.

Con tristeza pero ilusionados abandonaron sus raíces.

María cierra los ojos, apoya la cabeza sobre el hombro de su marido y comienza a imaginar su nuevo hogar. Una casita sencilla, custodiada por un robusto algarrobo, de copa ancha y tupida, capaz de brindar fresco en las tardes calurosas. Un entrometido arroyo de aguas cantarinas pasaría muy cerca de su propiedad; ya no tendría que caminar leguas para lavar la ropa o darse un baño refrescante. Sonríe. «Todo será maravilloso», piensa entusiasmada.

De repente un sonido extraño, constante, cada vez más cercano, rompe la quietud de la tarde.

María, asustada, mira a su alrededor y ve a Pedro cargar el trabuco.

¿Qué sucede? Un grito de espanto convulsiona su cuerpo. A lo lejos divisan un malón que sin tregua los está alcanzando.

María, horrorizada, busca poner a salvo el pequeño bulto que guarda celosamente en el cesto de mimbre. Entonces los ve de cerca, ranqueles montados en sus caballos, armados con boleadoras y lanzas, los rostros pintados…espectros de la muerte.

Pedro dispara una vez, dos. Su esfuerzo es inútil, la mano le tiembla y no da en el blanco; pero la lanza del indio acierta en el corazón de Pedro.

María presencia la escena en cámara lenta. La sangre de Pedro corre por sus manos y ella se transforma en un alarido de dolor.

Un golpe en la nuca la calla y la oscuridad la devora.

Clareaba cuando Ciriaco Cuitiño despertó a empellones a sus compañeros de tropelía que dormían profundamente alrededor de un fogón del que sólo quedaban cenizas.

A disgusto y entre groserías se fueron desperezando. Mientras uno encendía el fuego, otro preparaba el mate y otro cortaba trozos de charque. Ciriaco lo observaba liando un cigarro.

Terminado el frugal desayuno, montaron sus zainos y continuaron el viaje hacia Dolores.

Pasado el mediodía, la curiosidad los detuvo.

Una carreta destrozada y el cadáver, todavía caliente de un hombre, quebraba la belleza del paisaje.

Los gauchos hurgaron entre las pertenencias abandonadas por los indios, por si encontraban algo de valor, pero fue en vano.

Se estaban alejando cuando un llanto los detuvo. Suave, primero; feroz, después.

Desmontaron con ligereza. Revisaron nuevamente y allí estaba, debajo de un cesto de mimbre, un bebé berreando con desesperación.

«¿Y esto?…Ta’ güeno, un guachito pa’ el desayuno de los pumas. Sigamos, pué», dijo despreocupado un de ellos.

Pero ante el asombro de sus compañeros, Ciriaco alzó a la criatura, la envolvió con las mantas que encontró desparramadas y luego montó con el pequeño entre sus brazos. Con el ceño fruncido, ordenó que cargaran también el baúl de madera tallada, abarrotado de libros.

Nadie discutió la decisión del caudillo. Todos lo respetaban y temían.

PRÓLOGO 2

Buenos Aires, entre abril de 1826 y febrero de 1827

Etérea, expresión justa para retratar a Consuelo Aguirrezabala. Dulce, grácil y sobre todo, alegre.

Su padre, Alonso Aguirrezabala, la llamaba «mi cascabelito». Extrañas palabras en boca de un hombre duro y de moral rígida. Su sola presencia infundía miedo, especialmente en Mercedes, su mujer.

Pero Consuelo era la debilidad de Alonso, la niña de sus ojos; y Consuelo adoraba a su padre.

Una dorada mañana de otoño, en que una suave brisa con aroma a azahares se colaba por la ventana del dormitorio que daba al patio, Consuelo renegaba con un par de cuerdas del arpa, obsequio de su padre que hizo traer de Inglaterra.

Amaba ese instrumento y amaba ejecutarlo, acariciaba las cuerdas con elegancia y pasión. Cuando lo hacía se transportaba a tierras remotas y encantadas. Aquel que escuchaba las melodías que brotaban de sus manos, quedaba prendado de la bella joven que parecía un hada salida de la isla mágica de Avalon.

Sin embargo, ese día algo andaba mal. Llamó a Josefa, una negrita de catorce años, para que la acompañara a la Recova a comprar cuerdas nuevas.

Caminó distraída por las calles empedradas de la Santísima Trinidad hasta llegar al almacén de don Roque.

Entró en el negocio y allí lo vio. El joven observaba concentrado unas partituras para piano. Alto, corpulento. Un mechón rubio le cubría los ojos que al levantar la vista se volvieron de un verde profundo.

Sus miradas se cruzaron y ese fue el comienzo de una historia de amor desenfrenado y turbulento.

Consuelo y Esteban Salguero fueron tragados por una vorágine de sentimientos que con audacia enfrentó al puritanismo de la época.

El mes de julio le confirmó lo que temía: esperaba un hijo.

Consuelo Aguardó impaciente el encuentro clandestino. Siempre a escondidas, siempre con temor, pero con el corazón exultante.

Josefa era su confidente, conocía los secretos de Consuelo y la cubría para que los padres no tuvieran la más mínima sospecha del comportamiento de su hija.

Una casona alejada del barrio de Retiro, cobijó a los amantes desde su primera cita. Pertenecía al abuelo de Esteban y estaba desocupada porque su familia había viajado a Córdoba, de donde era oriunda.

Cuando lo vio llegar, se arrojó en sus brazos y lloró.

Le contó la noticia rápidamente, temía su rechazo.

Esteban empalideció y la apartó de un empujón.

Consuelo cayó de rodillas sobre una alfombra raída y allí permaneció, transida de dolor.

Lo único que escuchó fue la negativa de Esteban de hacerse cargo de la «escandalosa» situación.

«Estoy casado, Consuelo. Amo a mi esposa y a mis hijos. Esta noche me regreso a Córdoba. Lo siento, no es mi problema. Debiste ser precavida. Adiós».

Consuelo quedó petrificada. «Entonces todo este tiempo has jugado conmigo, pero…¿por qué?, ¿por qué?», repetía desorientada.

El no le dio explicaciones. La dejo sola, tirada en medio de la gran sala. Los muebles protegidos con lienzos blancos y cubiertos de telarañas fueron testigos de la vil traición.

«Sola con mis miedos, sola con mi tristeza, sola con este hijo que crece en mis entrañas. ¡Que será de mí!».

En ese estado la encontró su negrita querida. No hizo falta que le contara lo sucedido. Era pequeña pero no tonta.

Lentamente regresaron a la casa. Durante tres días estuvo encerrada en su dormitorio. Sus padres estaban preocupados, temían que estuviera enferma. Consuelo se negó a hablar hasta que juntó el valor necesario y entonces, la tormenta estalló.

Alonso, ciego de ira, la abofeteó y la echó. Ni el llanto desesperado de Mercedes le hizo desistir de su dura resolución.

Consuelo huyó a su habitación y allí se quedó hasta que su madre le comunicó la condena : ingresaría al Convento de las Catalinas.

La priora, hermana mayor de Mercedes, la admitió a cambio de una alta dote y, por supuesto, porque era su sobrina caída en desgracia. Consuelo ingresó como huésped, una dama de abolengo en situación comprometida y vergonzosa.

Los meses de embarazo transcurrieron en soledad. Sus padres nunca la visitaron. Su única compañía era Tina, una donada con la que compartía la celda, es decir, una mujer humilde que vestía el hábito sin haber profesado.

Si bien estaba prohibido hablar, ellas lo hacían muy bajito por las noches, cuando las otras monjas descansaban.

Un estrecho vínculo de amistad nació entre las jóvenes. Consuelo le confió su historia y como respuesta, obtuvo comprensión y cariño.

El parto fue difícil. Consuelo no lo resistió. Sangre y llanto.

Muerte y esperanza entrelazadas…

CAPÍTULO 1

«Tu cabeza, tu gesto, tu aire

Como bello paisaje, son bellos;

Juguetea en tu cara la risa

Cual fresco viento en claro cielo». Charles Boudelaire

Acostumbraba a levantarse tarde, pero esa mañana de julio no lo hizo a pesar del frío y de la molesta lluvia.

De un salto abandonó la cama y corrió envuelta en su poncho rojo hacia el tocador. Su cabello era un desastre. «Bueno, está como todos los días», pensó frustrada. Pasó sus dedos, largos, delicados, por sus rulos dorados tratando de separarlos o de darles una forma discreta. Inútil. Entonces hizo lo que acostumbraba hacer cuando estaba apurada o cuando Tina no podía ayudarla. Recogió su rebelde cabellera en una gruesa trenza que le llegaba hasta su estrecha cintura, y la sujetó con una cinta punzó.

Buscó un vestido sencillo, eran los que mas le gustaban. Para la ocasión eligió uno de muselina limón que resaltaba el color de sus ojos, siempre chispeantes e indagadores. Lo deslizó sobre una enagua de lienzo blanco ribeteada de puntillas anchas.

Hizo una reverencia a la imagen que le devolvía el espejo, y sonrió al verse bonita.

Corrió al tercer patio y entró como una tromba en la cocina.

Tomasa, una negra que servía a la familia desde hacía años, se encontraba en el fogón delante de una gran olla de cobre, revolviendo un chocolate burbujeante y espumoso.

_ ¡Humm!, huele delicioso. Adoro el aroma a chocolate caliente. ¿Está todo listo Tomasita?

_ Primero se dice «Buenos días Tomasa», pero no,la señorita siempre apurada _ rezongó la cocinera.

Lourdes la abrazó y la besó con cariño en la mejilla regordeta.

_ No me retes. Hoy es el cumpleaños de la abuela y la quiero sorprender llevándole el desayuno a la cama.

_ Bueno, bueno, basta de cháchara y llévele la bandeja que le preparé hace un ratito no ma’.

_ A ver, a ver…sí, todo está perfecto. Chocolate bien calentito, pastelitos de membrillo, empanaditas de arrope y un cuenco de higos. Exquisito, gracias Tomasa.

Con paso rápido se encaminó al dormitorio de doña Mercedes.

De un empujón abrió la puerta y cantándole el feliz cumpleaños, apoyó la enorme bandeja en una coqueta cómoda cercana a la inmensa cama con dosel.

Lourdes se abalanzó sobre la abuela llenándola de besos.

_ Señorita…¡me está ahogando! _ riéndose Mercedes intentó desembarazarse del abrazo. Entre carcajadas, la joven se retiró para correr las pesadas cortinas de terciopelo azul. Un cielo plúmbeo las saludó irreverente.

_ Amaneció horrible abuelita. Esta lluvia es un fastidio.

_ Deja de quejarte y siéntate a mi lado. Comparte conmigo este suculento desayuno.

_ ¡Que bien prepara el chocolate Tomasa!, ¿no abuelita? Y estas empanaditas…¡que ricas están!

_ ¡Criatura golosa!

Así, entre besos y risas terminaron de desayunar.

Horas más tarde, en la sala principal, agradablemente caldeada por una estufa inglesa, regalo de Lorenzo, hermano de Mercedes; nieta y abuela compartían el mate.

Lourdes bordaba; a su lado, Mercedes tejía y pensaba, «Que desastre es el bordado de esta niña».

Ajena a la crítica de su abuela, Lourdes intentaba dar puntadas prolijas sobre el diseño de flores que asomaba en el mantelito de lino que sostenía entre sus manos.

«Odia bordar, pero lo hace por mí, para hacerme compañía. ¡Cuánto me recuerda a mi querida Consuelo! Hijita, perdón por no haberte protegido, por abandonarte. Perdón porque el miedo a tu padre fue más fuerte que mi amor por ti».

Lourdes levantó la vista de su labor y pensó que su abuela dormía. «Pobrecita, está muy cansada».

Mercedes no dormía, en ese momento vivía otro tiempo, un tiempo muy lejano…

_ Por favor Alonso, no la trate así. Ella es tan inocente y ese truhán la engañó.

_ ¡Basta mujer! Consuelo me traicionó. Nunca pensé que me haría esto. Seremos la comidilla de todos nuestros amigos _ vociferó.

_ Pero Alonso, es nuestra hija…_ Mercedes lloraba y suplicaba.

_ Era, para mí está muerta _ dio media vuelta y se encerró en el escritorio.

Sola en la sala, Mercedes buscó una solución para Consuelo.

«Ya sé, hablaré con Matilde, ella seguro me ayudará».

Matilde era hermana de Mercedes y priora del Convento de las Catalinas. A ella le mandó un recado con una de las criadas. Momentos después regresó de la «Manzana del Campanero» con una respuesta afirmativa.

«Por supuesto que me ayudarás querida hermana, siempre y cuando realice una jugosa donación a tu congregación. ¡Arpía!». Estrujó con rabia la nota que recibió y la arrojó al fuego de la chimenea.

Los recuerdos de Mercedes se centraron en el rostro de Consuelo, pálido y ojeroso.

«La pobrecita tomó el bolso y se marchó en silencio. No estuve a su lado durante el embarazo, tampoco en el parto…¡oh, mi Señor!¡cuánto daño te hice mi pequeña!.

Todavía mi cuerpo zozobra al remontarme a aquel maldito amanecer cuando el golpe de la aldaba anunció tu muerte. Alonso no soportó la noticia. Tanto enojo y dolor acumulados terminaron por matarlo.

Ahora estoy con tu hija. Ella es mi luz, el calor que revitaliza este viejo cuerpo flagelado por los remordimientos».

Miró de reojo a Lourdes que continuaba batallando con la aguja y los hilos. No quería llorar delante de ella. La joven era ajena a todos aquellos acontecimientos y su deseo era que lo siguiera estando. ¡Cuántas mentiras le había contado! No podía enfrentarse a ella con la verdad de su origen, no la avergonzaría. Eso, ¡jamás!

A pesar de resistirse, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Lourdes, al descubrirla llorando, se asustó.

_ Abuelita, ¿qué le pasa? ¿Tuvo un mal sueño? _ se preocupó. Arrojó el bordado sobre uno de los sillones y corrió a abrazar a su abuela.

_ No querida, estoy bien. Sólo son lágrimas de felicidad por tenerte conmigo _ la tranquilizó.

En ese instante se escucharon dos sonoros golpes en el portón de entrada. Tina corrió a abrir. Tina, la mujer que cuidó a Lourdes desde recién nacida y que sostuvo la mano de Consuelo durante el parto.

Con porte gallardo esperaba ser recibido don Lorenzo Escalante. Saludó alegremente a Tina y con paso brioso se dirigió a la sala.

_ ¡Feliz cumpleaños hermanita! ¿Cómo está hoy mi linda sobrinita? _ tomó las manos de Lourdes y la besó en la frente.

_ ¿Sobrinita? Mil veces te he dicho que es tu sobrina -nieta, más nieta que sobrina _ se alteró Mercedes. Su hermano siempre queriendo aparentar menos años de los que en realidad tenía.

_ ¡Ay Mercedes! ¡Que complejo con la edad! Es mi sobrina y punto _ se ofuscó también. A los 48 años se sentía vital y con muchos proyectos que cristalizar.

_ No se peleen, por favor _ intercedió Lourdes, los hermanos tenían la costumbre de reñir por insignificancias _ Pasemos al comedor, seguro que Tomasa tiene la comida lista y ustedes ya saben como se pone si nos retrasamos. La verdad, no tengo ganas de soportar sus reclamos en este día especial.

_ Tiene razón la niña. Vamos Mecha. Yo te escolto, hoy eres la reina _ Lorenzo se inclinó ante su hermana ofreciendo una pomposa reverencia que hizo estallar en carcajadas a las mujeres.

Lorenzo era un hombre agradable. Aún mantenía todo su cabello, crespo y castaño aunque con algunas canas en las sienes. Cda vez que Lourdes lo veía pensaba. «de él heredé estos rulos rebeldes».

Para muchos don Lorenzo Escalante era una personaje frívolo, pendiente de la moda europea y de los buenos vinos. Sin embargo, su familia sabía que esa conducta superficial era sólo una máscara que ocultaba al hombre valiente y arrojado que en realidad era.

Mercedes y Lourdes estaban al tanto de las atrocidades cometidas por Rosas gracias a Lorenzo. El les narraba los acontecimientos sin censura, y les exponía su opinión con audacia y pasión.

«Tenemos que ser precavidos, señoras, las paredes escuchan». Era la frase recurrente de Lorenzo antes de iniciar una conversación de actualidad política.

En el comedor, los recibió una larga mesa de caoba cubierta por un bello mantel adornado con guirnaldas de florcitas amarillas y violetas. Los platos de fina loza y los cubiertos de plata, traídos del Alto Perú. Las copas altas de cristal daban el toque de elegancia a la espectacular mesa.

Una vez acomodados iniciaron una conversación animada hasta llegó la cocinera. Sus manazas sostenían una fuente voluminosa que contenía un sabroso locro. Josefa, detrás de Tomasa, comenzó a servir y los comensales, a deleitarse.

_ Esto está estupendo _ la felicitó Lorenzo.

_ Gracias Tomasa por preparar mi comida preferida.

_ Por favor, doñita Mercedes, que le haga provecho _ al sonreír mostró una espectacular dentadura blanca.

Cuando se quedaron solos, con sigilo, tocaron el tema que realmente les interesaba y preocupaba.

_ La situación está cada vez más tirante. Lo que Rosas prometió al asumir su segunda gobernación lo está cumpliendo estrictamente.

_ ¿Que prometió tío? _ Lourdes dejó a un lado su copa de vino y fijó la mirada en Lorenzo.

_ Nuestro estimado Gobernador se propuso exterminar a todos los unitarios, «esa raza de monstruos», como él la llama. Juró perseguirlos tenaz y vigorosamente para que el terror y el espanto acobarde a todos los que se le opongan.

_ ¡Dios mío! _ se santiguó Mercedes.

_ Los federales acorralaron a las tropas del General Lavalle. A él le dispararon y dicen que murió desangrado. Sus leales soldados ocultaron el cadáver para que no fuera profanado. Eso no es todo. A Marco de Avellaneda lo apresaron y lo degollaron. Su cabeza está exhibida en la plaza de Tucumán.

_ ¡Cuánta locura desatada! _ gritó Lourdes tapándose los ojos.

_ Silencio niña que alguien puede escucharte _ la alertó Lorenzo.

_ ¿Será posible que ni en nuestra propia casa estemos a salvo de ese demente asesino?

_ Así es Mecha, tiene espías ocultos en todas las casas. Los negros lo adoran y están dispuestos a todo por él.

_ Terminemos con este tema tío Lorenzo. Hoy es un día feliz, no lo empañemos. ¡Josefa!,¡Josefa!. Trae la torta _ gritó llamando a la negra.

Más tarde con las copas en alto imitaron la costumbre inglesa de brindar. Por un momento la cruenta realidad quedó exiliada de la casona de los Aguirrezabala.

CAPÍTULO 2

«Salga un grito del infierno

Como trueno furibundo,

Eco de ira del Eterno

Y de venganza del mundo.

Y estremezca tierra y aires

Y con furias espantosas,

Lance un rayo en Buenos Aires

Retronando : «¡Muera rosas!».

«Grito del pueblo», 1841

El «Café de Marcos» tenía una ubicación de privilegio a unas escasas cuadras del Cabildo y la Plaza Mayor.

Allí se encaminó Lorenzo, entrada la noche, para reunirse con sus amigos Jerónimo Pasos, Juan Bustillo, Manuel Arriaga y Baldomero Quintana. Todos Unitarios.

Ansiaba llegar, buscar una mesa apartada y saborear un buen vino español.

Al entrar, los dos espejos que se lucían en la entrada, le dieron la bienvenida. Caminó decidido hasta el fondo del recinto donde Baldomero le hacía señas para que se acercara. Estaban esperándolo con una botella descorchada y las copas servidas.

_ Buenas noches Lorenzo. Justo a tiempo para un brindis _ Juan le palmeó la espalda. Estaba de buen humor.

_ ¿Qué celebramos? _ preguntó Lorenzo dando un fuerte apretón de manos a cada hombre.

_ Que por fin puedo irme de este país de mierda gobernado por un tirano salvaje y asesino _ se exasperó Juan.

_ Calmate, no utilices semejantes improperios _ lo quiso tranquilizar Arriaga, uno de los abogados de los hermanos Reynafé inculpados por el asesinato de Facundo Quiroga.

_ Pero si es verdad. Estamos condenados a una máxima vergonzante, «ver, oír y callar». Este pueblo es demasiado dócil, impresionable y cobarde.

_ El proceder violento de La Mazorca es una de las causas de la desaparición del «espíritu público» _ intervino Lorenzo.

_ ¡Carajo!, si son unos carniceros con sed de sangre inocente _ se ofuscó Pasos, dueño de una librería ubicada en la Recova.

_ ¿Inocente? Ellos nos consideran asquerosos traidores _ replicó Quintana tomándose de un solo trago una copita de ginebra.

_ Muchachos, estoy preocupado por la señora Del Sar y su hermana Victoria.

_ ¿Qué pasa con ellas Lorenzo?

_ Es que como ellas tienen en su casa ocultos varios ejemplares del periódico «El Grito Argentino», temo que los mazorqueros las hayan descubierto y encarcelado o algo peor.

_ No, no, quédate tranquilo. Están bien protegidas _ Quintana encendió un cigarro y convidó a los demás.

_ Es un alivio saberlo. Bueno, volvamos a la noticia que nos acabas de dar, Juan. ¿Cuándo te fugas? _ suspiró tras una bocanada de humo de su cigarro.

_ Dentro de dos días. Un conocido de mi padre…no les doy el nombre para no comprometerlo, me preparó un escondite detrás del Consulado inglés y muy cerca de la costa. A la medianoche, la goleta «Julia», me cruzará a Montevideo… ¡y a la libertad! _ exclamó Juan excitado.

_ Ten muchísimo cuidado, sé precavido y sigiloso. Todos sabemos lo arrebatado que eres y en una fuga se requiere extrema cautela. Acuerdate de Riglos, cuando los federales lo sorprendieron a punto de abordar el lanchón «Manuelita» lo degollaron en el acto, ¿te cuerdas?.

_ Sí Lorenzo. Mi vida va en esto y la de mi madre, también. Tendré cuidado _ dijo contrito.

_ Parece increíble que Buenos Aires, en un tiempo tan alegre y bulliciosa, sea ahora una ciudad desierta y temerosa. A las ocho de la noche las puertas de las casas ya están cerradas…_ reflexionó con tristeza Arriaga, el más centrado de los amigos.

_ Y la de los comercios. Cierro la librería a las seis de la tarde. Ustedes saben que tengo un saloncito detrás de la tienda con libros prohibidos. Vivo con el corazón desbocado pensando que en cualquier momento me cae La Mazorca y «violín- violón».

_ ¡Ay Jerónimo!, ¡que temerario eres!.

_ Así es mi negocio, Lorenzo. Justamente hoy visitó la librería Camila O’Gorman buscando una de las novelas prohibidas: «Genoveva, historia de una sirvienta», de Lamartine. Ella es una de mis mejores clientas.

_ Si su padre se entera, la mata y tú encabezarás la lista de sospechosos que la Sociedad Restauradora le pasa a La Mazorca. Sé prudente. _ le aconsejó Quintana mientras llamaba al mozo para ordenar otra ronda de ginebra.

_ Y tú, ¿en que andas Lorenzo? _ se interesó Bustillo desanudándose la corbata. La ginebra lo hacía entrar en calor.

_ El malparido de Rosas me suspendió el contrato de arrendamiento de las tierras que tengo al sur del río Salado. Sus abogados me dieron un ultimátum, las compro o me las quitan.

_ Pero todo tu ganado está en esas tierras _ se indignó Arriaga que conocía a Lorenzo desde que eran niños.

_ ¡Desgraciado!, no les digo yo que tiene un corazón de tigre, siempre listo a lanzarse a la yugular del que obstaculiza sus planes. Claro, como cayeron los ingresos fiscales necesita dinero…¡Brindo por el hijo de puta más grande de todos los tiempos! _ graznó Juan, bastante entonado.

_ No hay problema. Tengo la suma que me piden. Lo que me preocupa es que me investiguen. Si eso sucede, los esbirros del tirano van a pegarse a mí como si fueran mi sombra. Estoy preocupado porque si caigo arrastro a Mercedes y a Lourdes. Ellas son todo lo que tengo y no encuentro la forma de protegerlas.

Lorenzo estaba en una encrucijada.

_ No desesperes. Tu familia es una de las familias más respetadas en la ciudad. Nunca se sospechó de ustedes. Rosas los tiene en alta estima. _ lo tranquilizó Quintana.

_ Sí, pero…

_ Eres un genio de la simulación. Continúa siendo ese personaje despreocupado, irresponsable y frívolo que creaste y todo saldrá a las mil maravillas _ lo animó Pasos.

_ Amigos, vivimos una época de zozobras y angustias, seamos fuertes de espíritu para poder limpiar la mierda que nos asfixia y recobrar la libertad de expresión. ¡Muera Rosas, carajo!

_ ¡Cálmate Juan!, nada ganamos enfervorizándonos _ con mucho tino, Arriaga apeló a la sensatez.

Los amigos asintieron, debían ser discretos.

Ordenaron una ronda más de ginebra antes de abandonar el Café.

Como ese día había llovido, las calles estaban intransitables. Lorenzo, Quintana y Arriaga, le alquilaron al dueño del Café un carruaje para regresar a sus casas.

Juan y Pasos decidieron caminar. Luego de compartir un trecho, se despidieron cerca de la Plaza Mayor.

De pronto Pasos se sintió inquieto y apuró su andar. Miró rápidamente hacia atrás y a pesar de la débil iluminación, los vio.

Dos mazorqueros se abalanzaron sobre él. A punta de cañón lo condujeron hasta un callejón alejado del vecindario. Lo flagelaron con ferocidad. Cuando se cansaron de torturarlo, lo dejaron tirado frente a su casa.

La esposa, preocupada por su tardanza, al escuchar unos gemidos lastimeros, acercó el candil a la ventana. Al verlo, gritó aterrorizada. Jerónimo Pasos tenía el rostro desfigurado por los golpes. La chaqueta y los pantalones, hechos girones por los azotes recibidos. Tenía la espalda desgarrada, con profundos cortes.

Los latigazos recibidos iban desde los hombros hasta las nalgas y las piernas. En sus manos tenía una nota :

«Te estamos vigilando. Sabemos de tus ventas clandestinas. Lo próximo será fuego. ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes, inmundos y asquerosos unitarios!».

Un lamento amargo como la hiel desgarró el silencio sepulcral de la noche.

CAPÍTULO 3

«Así persistía Cuitiño

Con su apellido de tendero gallego

Su mala fama.

Su escopeta no bendita y su degüello.

La resfalosa crecía en sus venas

Y la Federación por sus sombras». Jorge Luis Borges

«Quien diría que un pobre diablo como yo, hoy estea viviendo en un caserón como este», pensaba Ciriaco Cuitiño, brazo fuerte de La Mazorca, y frío ejecutor de las sanguinarias órdenes de Juan Manuel de Rosas, al que le profesaba una lealtad inquebrantable.

Eran las cinco de la mañana y ya estaba en la cocina tomando unos mates amargos acompañados de unas tortas fritas recién sacadas de la sartén y untadas con ajo. El persistente cotilleo de las negras no le molestaba, apenas les prestaba atención. Sus pensamientos se centraban en lo sucedido la noche anterior.

Rafael, su ahijado, y Santa Coloma, habían cumplido más que satisfactoriamente la misión que les había encomendado.

Maldito Jerónimo Pasos, de ahora en más se cuidaría de vender libros prohíbidos y sobre todo a jovencitas inescrupulosas como esa Camila O’Gorman. La próxima, le incendiaría la librería y si con eso no escarmentaba, entonces…»la resfalosa».
Rafael era su orgullo. «Pensar que era un gurisito llorón con el buche vacío cuando lo encontré aquella mañana. Con la ayuda de mi viejita, pude criarlo y hoy ya es todo un hombre».
Los recuerdos se apoderaron de Ciriaco, transportándolo veinticuatro años atrás.
Apenas anochecía cuando llegó a su rancho de Dolores. Doña Francisca, su madre, no podía creer que su hijo le trajera semejante regalo. A pesar de su rudeza, Ciriaco era cariñoso y solícito, él sabía que ese huerfanito haría feliz a su madre que pasaba mucho tiempo sola. Ahora tendría con que entretenerse.

Entre los dos criaron al «guachito», así lo llamaba Ciriaco, pero doña Francisca lo bautizó Rafael, como el arcángel.

_ ¿De dónde sacó ese nombre vieja?
_ El domingo pasado en la misa, lo escuché al padrecito Fermín contar una historia muy bonita sobre un mocito al que el arcángel Rafael protegió en su largo peregrinar.
_ Si a uste’ le gusta…que se llame Rafael no ma´.
El padre Fermín respetaba a Francisca, pero Ciriaco le caía mal. Siempre lo sermoneaba aconsejándole abandonar las malas compañías y apartarse de la política, especialmente, alejarse del Dictador.
_ ¡Que suerte que no le hice caso padrecito! Míreme ahora, todo un senior y mi viejita es una reina _ relexionó en las brumas del pasado.
Rafael creció rodeado de afecto, siendo su padrino Ciriaco uno de los pilares de su vida. Cuando el niño comenzó a comprender, Cuitiño le contó la verdad sobre su origen. Le refirió con crudeza la suerte de sus padres, víctimas de un malón. «Hay que ser juerte amiguito. Los machos no lloran», le dijo con brusquedad.
El padre Fermín le enseñó a leer y a escribir, además de narrarle hermosas historias bíblicas, que agradaban a doña Francisca y enfurecían a Ciriaco. «El catecismo es cosa de mujeres, no vaya a ser que ese cura me lo ablande al Rafa», se quejaba.
También estaban los libros que encontraron en la carreta destrozada. En ellos, el niño se sumergía horas enteras.
_ ¿Otro mate, don Cuitiño? _ la pregunta de Jacinta lo trajo al presente.
_ No, ¿viste al Rafa?
_ Debe estar durmiendo. Anoche llegó aplastao _ le respondió sumisa la negra.
Cuitiño salió de la cocina, atravesó los dos patios y entró sin llamar al dormitorio del joven.
_ Rafa, ¿lo interrumpo?
El muchacho dio un respingo al escuchar la voz áspera de su padrino.
_ Para nada _ cerró rápidamente el libro que estaba leyendo. Era uno de los prohibidos : «La Teoría Política de Rousseau».
_ Es todo un letrao usté. ¿Que está leyendo ahora? _ mientras preguntaba, se acercó lentamente al escritorio.
_ Es…es…es «El ensayo histórico sobre la vida de Rosas», padrino, ese que publicó el italiano Pedro de Angelis_ mintió.
Guardó con ligereza el libro clandestino en el baúl que tenía al pie de su cama.
_ ¿Quiere que le cuente que pasó anoche?_ continuó Rafael, tratando de desviar el tema.
_ Sí, descríbame todos los detalles. ¿Hinchó el lomo ese afrancesao de mierda?
_ Se resistió, padrino, pero Santa Coloma lo amansó con unas cuantas trompadas. Cuando llegamos al callejón yo lo inmovilicé y Santa Coloma lo azotó. Cada golpe que recibía el mal nacido, le desgarraba la carne. Quedó hecho un mar de sangre.
_ Muy bien, muy bien, ansina se hace muchacho _ aplaudió satisfecho Cuitiño.
_ Padrino, ¿usted cree que es necesario martirizar a los opositores? ¿ No hubiese sido suficiente advertirle seriamente que no infringiese la Ley y ponerle una multa? _ se arriesgó a opinar.
_ ¡Que me dice Rafael! Lo que hicimos está muy bien hecho. Naides le puede hacer la pata ancha a su Excelencia, ¿me entiende? Y ahora apúrese que lo están esperando en el cuartel_ se fue dando un portazo.
«Está caliente», se intranquilizó Rafael. Se ajustó la rastra sobre el chiripá negro y abrigado con una chaqueta roja salió al patio, lo recibieron un cielo plomizo y una brisa helada. Pasó delante del aljibe y observó divertido las pequeñas tortugas que nadaban dentro.
«Antes de ir para el cuartel me tomo un café». Al llegar a la cocina ya tenía servido el desayuno sobre una rústica mesa de algarrobo. Junto a la taza de café, una fuente de pastelitos de membrillo.
Al rato, apareció doña Francisca, enjuta, de cabello cano, arrugada como una pasa. Una amplia sonrisa le iluminaba el semblante. Se sentó frente a Rafael saboreando un mate bien dulce.

_ Y como anda mi muchachito hoy. Se acostó muy tarde anoche _ lo retó con ternura doña Francisca. Ella era ajena a las tropelías nocturnas de su hijo y del joven. Vivía al margen del terror que infundía Ciriaco, hacía tiempo que no salía de la casa. De salud débil, se dedicaba a cuidar de su huerta. Jovita, la hija de la cocinera, una jovencita achispada y observadora, la ayudaba en todos los menesteres.

_ Buenos días Mamá Pancha. Me acosté tarde porque tuve que hacer una diligencia para el padrino.

_ Abrase visto mandar a un muchachito tan tarde por esas calles solitarias. ¡Con los peligros que hay! _ se escandalizó.

_ Mamá Pancha, soy un hombre y sé cuidarme. En cambio usted, ¿por qué está levantada tan temprano? ¿No le dijo el doctor Muñíz que tenía que descansar después del susto que nos dio la semana pasada?

_ Me aburre quedarme tuito el día en la cama m’hijo. El corazón de esta vieja va a dejar de andar cuando se le de la gana _ rezongó la anciana_ ¡Tengo que regar mis begonias! Si yo no lo hago, la sotreta de la Jovita no lo va a hacé.

Rafael contuvo una carcajada, aunque la situación no era para reírse. Doña Francisca debía hacer reposo; su corazón, debilitado por tantos años de trabajo pesado le había jugado una mala pasada.

«Cuanta ropa lavó mamita, sin importar que hiciera frío o calor, que lloviera o quemara el sol; usted firme, lava que lava para que a mí no me faltara el pan».

_ Vamos señora, yo mismo la llevo a la cama. Jovita le ceba unos mates como a usted le gustan. Y ¡nada de fumar! Esos cigarritos de chala están terminantemente prohibidos.

_ A la cama no, Rafael. Lléveme a esa sala pituca que tenemos. Me sienta en la mecedora que me regaló el Ciriaco y me quedo ahí quietita frente a la chimenea que Jovita acaba de encender.

A pesar de su reciente enfermedad, doña Francisca nunca había sido tan feliz. Vivía en una casa elegante que tenía tres patios colmados de rosas, narcisos, begonias, jazmines y margaritas. En su huerta cultivaba zanahorias, coles, cebollas y rabanitos, incluso había logrado unos zapallos ideales para la carbonada.

«Como me mima el Ciriaco, no permite que nada me falte. Y el Rafa, el milagro que Dios puso en mis brazos, luz de mi vida. El único capaz de frenar la violencia de mi querido hijo». Por eso, doña Francisca le estaría eternamente agradecida.

_ Bueno, me voy para el cuartel. Jovita cuídala bien, no te distraigas como es tu costumbre.

_ Deme un beso y váyase_ le dijo cariñosa.

_ Vaya, vaya no ma’ patroncito que yo la cuido bien a la doñita _ aseveró con firmeza la negrita.

Rafael se encasquetó el sombrero de ala angosta con la cinta roja de la Santa Federación y se calzó el facón a la cintura. Saltó sobre Moro, su caballo y compañero, y se dirigieron rumbo al barrio de Montserrat.

_ Por fin llega Rafael. Goyo, cebe unos amargos _ Rafael respiró aliviado al encontrar a su padrino de mejor ánimo.

_ Su Excelencia está que arde por culpa de este periódico, ¿cómo es que se llama? _ continuó diciendo Cuitiño.

_ «El Grito Argentino» _ contestó Rafael tomando un mate.

_ Eso mesmo. Parece cosa e’ Mandinga. Juimo’ a todas las casas que nos señaló la Sociedad Restauradora y no encontramos ni pío. Así que esta noche vamo’ a requisar otra vez a esos malditos unitarios.

_ ¿Y con qué fin padrino? _ se molestó Rafael.

Sin darse cuenta del tono ácido del joven, Cuitiño le expuso el plan.

_ Necesitamos fondos para la causa y los muchachos están molestos porque se le debe la paga de unos tres meses.

_ …así que le vamos a incautar los bienes para lograr nuestros propósitos _ terminó Rafael.

_ Uste’ sí que me entiende. Prepárese, esta noche estamo’ de cacería. Si se resisten se los degüella, faltaba ma’. Esos unitarios maricones están tirando demasiado de la cuerda con sus reuniones secretas y sus conspiraciones. Me están buscando y me van a encontrar,¡carajo! _ se encolerizó.

_ ¿Quién nos va a acompañar en la redada? _ dijo resignado Rafael. No hallaba la forma de huir del atolladero en el que estaba metido. Hacía tiempo que no compartía los métodos de represión de La Mazorca ni las ideas políticas de Rosas. Se consideraba un cobarde por no tener las agallas para enfrentar a su padrino.

_ Vienen con nosotros Santa Coloma, Troncoso, Porto y Reyes. ¿Qué queres Goyo? No ves que estoy ocupado.

El soldado se atrevió a interrumpir por una urgencia. Tímido, recostado en el marco de la puerta y con el gorro rojo dando vueltas en sus manos sucias.

_ Mi Coronel, me mandan los muchachos pa’ ver si tiene si tiene alguna orden pa’ nosotro’. Es que estamo’ al botón no ma’.

_ ¿Qué hora es?_ ladró

_ Las diez, mi Coronel.

_ Vayan pa’ Nuestra Señora del Pilar y esperan que salgan las copetudas de misa. A las que no tengan el moño punzó se los pegan con brea, así no ma’, sin asco. ¿Le gusta el encargo Goyito? _ lo dijo con ironía.

_ Si…si..si señor _ tartamudeó.

_ ¡Tonce váyase de una vez carajo! Estoy harto de esta manga de holgazanes _ explotó Ciriaco.

_ Me voy padrino, nos vemos esta noche.

El joven saludó al soldado de guardia, montó su caballo y lo orientó hacia la iglesia del Pilar. «Tengo que vigilar a esos desalmados».

Eran cerca de las once y media cuando los fieles hicieron su aparición en el atrio. El ánimo de distensión con el que salían cambió abruptamente cuando divisaron a los mazorqueros, quienes comenzaron a inspeccionarlos.

Jubilosos, hallaron lo que andaban buscando. Con una sonrisa dibujada en sus grotescos rostros, se acercaron a una dama que estaba acompañada por su sirvienta. Les había impresionado su gruesa trenza dorada coma las espigas del trigo sin la insignia federal. «A divertirnos», se regodearon los soldados.

Sujetaron a la jovencita entre dos y un tercero le desarmó el peinado tirándole con saña el cabello. Nadie las socorrió, a pesar de los gritos de angustia de la sirvienta.

Un jinete se apeó del caballo y de dos rebencazos liberó a la muchacha de sus captores. Al ver quien era no protestaron y se volvieron cabizbajos y rabiosos.

_ La próxima vez no olvide colocarse la cinta punzó. Por su bien, claro _ sentenció con acritud aunque sus ojos brillaron con fascinación ante la belleza de la joven.

Rafael intentó tomar uno de los rulos rebeldes, pero Lourdes levantó el mentón con petulancia fulminándolo con la mirada.

_ Gracias señor, voy a tener en cuenta su consejo. Adiós.

Abrazada a Tina bajaron apresuradas las escalinatas de la iglesia, para después perderse por las calles de Montserrat. Mercedes nunca debería enterarse de lo sucedido.

Rafael las vio alejarse y un sentimiento desconocido comenzó a gestarse en su corazón.

«¿Quién será esa niña de mirada altanera, pero bella como el sol?» Se propuso averiguarlo.

CAPÍTULO 4

«¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde;

en remansos de cielo o en vórtice hervidor

bajo unas lunas plácidas o en cárdeno horror!» Gabriela Mistral

El espejo, cómplice de sentimientos y secretos, reflejaba la mirada de una joven perdida en un mundo de ensueño. El sol de una tarde espléndida ayudaba a iluminar su fantasía romántica.

Unas horas antes el viento del sur barrió todos los nubarrones intensificando el frío. Lourdes no lo notaba, una calidez desconocida se había apoderado de ella desconcertándola.

A través de las cortinas de encaje se asomaba el recuerdo más cercano que tenía de su madre, un naranjo que había plantado Consuelo siendo niña.

_ ¿Por qué esa mirada triste Lourdes?

Tina la observaba a través del espejo sosteniendo el peine de marfil con una mano; con la otra desenredaba los indomables rizos dorados.

_ Desde que regresamos del Pilar te noto distraída. Pero si todavía estás temblando _ agregó preocupada.

_ Por favor, habla bajo Tina. No quiero que la abuela se entere de lo que pasó _ se inquietó.

_ Lo que yo creo es que no puedes quitar de tu linda cabecita al mozo que te salvó de esos gusanos.

_ ¡Que tonterías dices! Mira si voy a recordar a ese mazorquero impertinente _ Lourdes, con un movimiento rápido le quitó el peine y continuó arreglándose el cabello ella misma, muy nerviosa.

Tina, sorprendida de la reacción de Lourdes, comenzó a reírse.

_ ¿Por qué te ríes?, ¿dije acaso algo gracioso? _ se molestó.

_ Me parece que ese mazorquero impertinente te gusta un poquito.

_ ¡Basta Tina!, como me va a gustar ese truhán fiel Rosas. Seguramente es un sucio asesino.

_ Sin embargo, hoy se comportó como un gentil caballero.

_ Sí, es cierto, pero de ahí a gustarme…Si ni siquiera me fijé en él.

_ Mentirosa _ volvió a reír Tina.

Las mejillas de Lourdes se arrebolaron y aunque intento disimular su rubor, no lo consiguió.

Tina terminó el peinado, un rodete sujeto con dos pequeñas peinetas de plata, la besó cariñosamente en la frente y se retiró.

Lourdes, sin un atisbo de timidez, admitió frente al espejo su interés por el misterioso soldado.

_ A ti puedo te lo puedo confesar, no he dejado de pensar en mi mazorquero _ una amplia sonrisa iluminó su rostro.

Dos suaves golpes en la puerta la hicieron brincar borrando la imagen de su galán.

_ Niña, soy yo, Lola. Le traigo un mate bien calientito como a usté le gusta, y con unas cascaritas de limón. ¿Puedo pasar? _ la negrita se asomó por la puerta.

_ Entra Lola. ¡Hummm! Está riquísimo _ dijo saboreando la infusión.

Lola, la hija de Josefa, era unos meses mayor que Lourdes ; una jovencita inocentona e irreverente que sentía adoración por Lourdes. Ambas estaban unidas por un vínculo entrañable : eran hermanas de leche.

_ ¡Ay niña!, ¿por qué se jueron con la Tina pa’ el Bajo solitas? Si doña Mercedes se entera se va a enojar.

_ Lola, siempre con la oreja pegada en las puertas. ¡Cuántas veces te dije que no es correcto! Y ojo con ir con el chisme a la abuela.

Lourdes le devolvió el mate con el ceño fruncido y continuó retocando su peinado, algunos mechones díscolos se le habían escapado del rodete.

Se pasó manteca de cacao sobre los labios para darles brillo y por último, se perfumó con su fragancia preferida, esencia de jazmín con una sutil nota amaderada de ámbar. «Delicioso», suspiró cerrando los ojos y dejándose llevar por una combinación de aromas que la hacían única. Era un perfume de París, regalo de su tío Lorenzo.

Lola la observaba con una seriedad inusitada.

_ ¿Cuál es el problema?_ se fastidió Lourdes.

_ ¿Le contaron alguna vez la historia de la viuda, niña?

_ ¿Qué viuda?

_ La viuda e’ un alma en pena de una bruja que cuando su hombre murió se volvió loca de pena y rabia. Por eso decidió vengarse de tuitos los hombres. Cuentan que ante’ de morir hizo un trato con el diablo pa’ seguir con su venganza. Parece que el diablo, mandinga, la transformó en un espetro horrible. Desde ese, día los jinetes solitarios que van por el Bajo tienen miedo de que se les aparezca por el camino una mujer vestida de negro y con un velo que le cubre la cara. Y, tonce’, ¡escuche niña, escuche!, la viuda se le acerca al jinete, usa su magia y el caballo se desboca en una loca carrera cayéndose en un barranco. A la otra mañana encuentran los cadáveres en medio del barro.

Los ojos de Lola se salían de sus órbitas y temblaba sin control.

_ ¡Cálmate Lola!, ¡que relato tétrico!¿Quién te lo ha contado?

_ Mi tatita. El sabe mucho, niña.

_ Si, ya veo. Pero ese cuento, ¿qué tiene que ver conmigo?

_ Se lo conté pa’ que no vaya más nunca pa’l Bajo sola. Mire si se le presenta la viuda. ¡La Virgencita Santa nos ampare! _ se santiguó Lola.

_ No me haría nada. Primero porque soy mujer y segundo porque no salgo de noche. Así que déjame en paz y sírveme otro mate.

«Esta muchacha atolondrada», pensó Lourdes al tiempo que se ajustaba el lazo de terciopelo verde que resaltaba sobre su vestido de muselina lila.

De repente se quedó petrificada, «y si mi mazorquero se anima a recorrer esa zona peligrosa por las noches,,,¡ay!, y si se le aparece la viuda, ¡ay!, ¡no, por favor!…Pero, ¿qué me ocurre? ¡Que me importa lo que pueda sucederle a ese cerdo federal!».

Se miró una última vez al espejo, tomó su canasta de labores y con un andar cadencioso, se dirigió al salón donde la esperaba su abuela.

CAPÍTULO 5

«Aqueste marlo que miras

de rubia chala vestido

en los infiernos ha hundido

a la unitaria facción» Rivera Indarte

Seis jinetes, amparados por la bruma nocturna, cabalgaban presurosos por las solitarias calles de Buenos Aires. Eran sabuesos hambrientos buscando una presa.

Hombres excitados por el ímpetu de asesinar, sádicos que se alimentaban del terror que infundían. La sangre derramada de sus víctimas los enloquecía.

Todos disfrutaban con la misión, todos, menos Rafael.

Al llegar a su primer destino, se apearon de sus caballos. Uno de ellos, Troncoso, quedó a su cuidado.

La puerta de entrada tronó con golpes ensordecedores. Los habitantes saltaron de espanto al escuchar : «¡Abran en nombre de la Santa Federación!».

Cuitiño se abrió paso empujando con desprecio al dueño de casa. Detrás de él, entraron los demás. En una mano, el trabuco; en la otra, el facón.

_ Nos enteramos que recibe correspondencia del traidor de Alberdi desde Chile.

_ Le juro que no, Coronel Cuitiño _ tartamudeó el pobre infeliz.

_ Me parece que me está mintiendo y eso no me gusta…¡Llévenselo! _ ordenó socarrón.

_ Esto es un atropello y no voy a tolerar… _ no pudo terminar, Porto y Reyes se abalanzaron sobre el supuesto culpable. Mientras uno lo sujetaba por los brazos, el otro lo degolló sin asco frente a su familia.

La esposa, desesperada, se soltó de Santa Coloma y se arrojó junto al cadáver de su marido. Los niños, de doce y catorce años, se abrazaron llorando.

_ Aura busquen los cobres y las joyas. ¡Gracias doña por colaborar con los proyectos del Restaurador que quiere hacer grande la Patria! _ se jactó Cuitiño _ ¡Viva Rosas! ¡Mueran los asquerosos, salvajes, inmundos unitarios!

_ ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los conspiradores! _ aullaron los mazorqueros.

Rafael estaba helado. «¡Cobarde, soy un mísero cobarde!, se reprochaba incapaz de detener tanta barbarie.

Si se oponía, seguramente Cuitiño lo hubiese matado sin dudar. Acaso Rosas no había asegurado que «asesinaría a su propia hija, Manuelita, si la encontrara responsable de trato con opositores». Idéntico sería su sino. Rosas era el modelo de su padrino y por lo tanto su reacción sería similar.

El momento oportuno para rebelarse llegaría. Debía ser paciente, paciencia que lo beneficiaba, pero no lo libraba de sentirse cómplice del horror.

_ ¡Muchacho!,¿qué hace ahí parado papando mojcas? Vaya con Santa Coloma a requisar los bienes de estos cobardes _ le ladró con furia, no aprobaba el proceder lánguido, sin coraje de su ahijado. Algo estaba cambiando en el proceder del joven y definitivamente no era de su agrado.

_ Voy padrino, voy _ respondió con apatía.

Santa Coloma observó de reojo a Rafael, siempre pulcro, correcto en el hablar, diestro con el facón, dueño de buenos modales. Demasiado perfecto para su gusto. Encajaba mejor en una tertulia de gente elegante que entre ellos, mazorqueros de ley. El Goyo le había referido como el ahijado de Cuitiño había defendido a la chinita que había faltado al uso de la insignia punzó. «¡Así que le gustan las mujeres!, por lo menos no le salió chancleta al Coronel», semejante idea le provocó una siniestra carcajada. Luego se acercó a una de las vitrinas del comedor y se apropió de una botella de vino clarete. La descorchó y se sirvió en una copa de fino cristal tallado. Brindó en voz alta : «¡Violín, violón!, que el santo sistema de la Federación les dé a los salvajes unitarios, violín-violón!». Y de un trago vació el contenido de la copa. Los demás reían, insultaban y destruían las pertenencias de la familia, buscando lo que les interesaba, dinero.

Cuando cumplieron con su cometido, se marcharon dejando una estela de lamentos.

A esa casa le siguieron una docena más; en todas, el mismo rito macabro.

Rafael ansiaba que amaneciera y en ese momento se dibujó en su memoria el rostro de una mujercita de atrapante mirada verde como un vergel y de cabellos cual rayos de sol. «Mi sol, así la llamaré».

Al fin, después de tanta violencia desatada, decidieron concluir la masacre bebiendo en el Bajo, una zona poco poblada y de peligroso acceso, especialmente por las noches. Abundaban las pulperías, por lo tanto, también los mamados y los cuchilleros. Las calles eran zanjones en los que amanecían cadáveres resultantes de algún duelo.

Hacia allá rumbearon los mazorqueros, felices con su botín.

Leandro Alen, propietario de la famosa pulpería «El Pobre Diablo» y amigo íntimo de Cuitiño, los recibió entusiasmado. En el lugar, una choza con dos compartimientos, juntaron dos mesas y pidieron grapa, «Pa’ calentar el garguero», festejó Reyes.

Alen los indagó curioso.

_ ¿Jugoso lo recoletado?

_ Más que jugoso, mi amigo _ respondió satisfecho Cuitiño,

_ ¿Alguno se retobó?

_ La mayoría, pero mi fiel compañero los amansó _ Ciriaco acarició con fiereza su facón, un cuchillo largo con vaina y empuñadura de plata que usaba sujeto en la parte trasera de la rastra.

Las palabras del hombre provocaron un estallido de risotadas. Rafael se mantuvo callado y sombrío.

_ Y uste´muchacho, se ve aplastao, seguro que de tanto entrevero. ´Échese una ginebrita y va a ver como recobra energía _ Alen le palmeó la espalda dándole ánimo.

_ ¿Visitaron a Viamonte? _ siguió interrogando el pulpero.

Viamonte, héroe de las Invasiones Inglesas, tuvo una destacada participación en la gesta de la Independencia.

_ ¡Ajá! Al hijo, el Avelino, lo tenemos embretao por conspirador. Mañana lo jusilamos y a la sepoltura _ tronó Ciriaco dando un puñetazo en la mesa. Con la manga de su chaqueta se secó los bigotes, húmedos de ginebra. Todos festejaron la ocurrencia.

_ Y por acá, ¿alguna novedad _ continuó _ Me cuentan que el Fermín Suarez tiene bien vigilada la zona costera. Estos mugrosos unitarios como mojcas juyen pa’ Montevideo y como a mojcas hay que aplastarlos.

_ Sí, mi Coronel. Suarez lo tiene tuito controlado. Es un federal corajudo y leal _ aseveró Alen

_ Ta’ güeno. Es hora de irnos muchachos, tienen una tranca que apesta _ se rió.

Con movimientos vacilantes, a consecuencia de la borrachera, montaron en sus caballos y sin contratiempos regresaron a la ciudad.

Rafael, cargó a su padrino hasta el dormitorio. Lo desvistió con cuidado; le sacó las nazarenas, las botas con tacones de cuero curtido, el poncho, su preciado cinto de cuatro hileras de patacones de plata y la camisa salpicada de sangre, que se apresuró a quemar en el fuego de la chimenea. «Mamá Pancha no debe enterarse», pensó con tristeza.

Lo cubrió con una manta de vicuña y cerró la puerta. Sólo se escuchaban los ronquidos.

Rafael se encerró en su habitación. Lavó sus manos con el agua fría que contenía la jofaína depositada sobre la cómoda. Deseaba borrar toda huella de locura y muerte de su cuerpo. Se restregó con una toalla de lino que alguna de las sirvientas había dejado colgada en la silla de su escritorio. Exhausto, se desplomó en la cama. No quería pensar ni reflexionar en lo ocurrido. «¡Cuanto daría por despertar de esta pesadilla!»

En medio de su oscuridad, un rayo de esperanza lo iluminó. ¿Quién sería esa desconocida que lo tuvo en vilo durante toda la jornada? Ella lo alejaba de la culpa y los remordimientos. Ella le otorgaba bríos para añorar una vida en paz. Sí, sin dudas, ella poseía magia.

«Mañana mismo me pongo en campaña para averiguar su paradero. Necesito encontrarla».

Con ese pensamiento se durmió. Un hada de increíbles ojos verdes veló su sueño.

CAPÍTULO 6

«Visión que en sueños el poeta mira

el ángel bello de la virtud,

ser misterioso que amor inspira,

eso eres tú».

Amado Nervo

Ciriaco Cuitiño estaba furioso. Se paseaba nervioso a lo largo de la sala señorial y pensaba, «¡Cúantas porquerías juntó esa arpía traidora». Porcelanas, grabados, relojes mecánicos, extravagantes sahumerios, espejos venecianos apoyados en delicadas mesitas rinconeras. Todo rematado por una impactante lámpara de plata que iluminaba asombrosamente.

«Tanto lujo, ¿pa’ que?. Mucha sonrisita a su Excelencia y por atrás le clavaba un puñal. Hizo bien en juir pa’ la otra orilla, que si llegaba a caer en mis manos…»

Mariquita Sanchez de Thompson y Mendeville, una mujer franca y brillante, durante el gobierno de Rosas tuvo que exiliarse en Montevideo porque a pesar de la vieja amistad que existía con el Dictador, había tomado partido por los opositores. Al quedar la casa deshabitada, Cuitiño la usurpó.

El recuerdo de la traidora era el menor motivo de su enojo. Su gran preocupación era Rafael y su cambio de actitud.

«¿Qué fue de ese mozo temerario y aguerrido? En el levantamiento de Corrientes saltaba como un tigre sobre nuestros enemigos y con una naturalidad que daba escalofríos, le aplicaba la resfalosa, los degollaba sin ajco. En Pago Largo pasó a cuchillo a varios oficiales, incluido el cabecilla de la rebelión, Berón de Estrada.

Cuando su Excelencia se enteró de la conjuración preparada por los unitarios encabezada por el Coronel Maza, amigo de Manuelita, fue el Rafa quien lo arrestó y fue el Rafa, quien asesinó al Presidente de la sala de Representantes en el despacho de la Legislatura. ¡Ese era mi Rafael y no este cagón!», reflexionaba contrariado.

¿Encararlo?, ¡no!. Esa no era la forma adecuada. Debía urdir una estrategia con el propósito de averiguar que le estaba sucediendo a su ahijado y sacar de raíz aquello que lo estaba alejando de él y de la causa federal.

«La culpa la tienen esos libros de mierda. ¡Hoy mesmo se los quemo!».

Vociferó el nombre de Jovita y ésta se presentó acalorada por la premura, le tenía pánico a Cuitiño.

_ Negra, quiero que vigilés bien de cerca al Rafael, que él no se de cuenta. Quiero saber con quien habla, a donde va, si tiene nuevos amigos…¡todo!, ¿entendistes?.

_ Sí, patrón, entendí clarito.

_ Mejor así, sino vas a conocer las caricias de mi compadre.

_ ¿De quién?

_ De éste, tonta. Diez rebencazos te van abrir las entendederas _ Ciriaco, mientras le pasaba el rebenque por el cuello, le tiraba con alevosía del pelo crespo y enmarañado.

_ No le voy a sacar loj’ ojo de encima, no se priocupe patroncito.

Jovita desapareció como una exhalación.

Ciriaco le temía a la verdad, quería demasiado a su muchacho, pero era imprescindible indagar, localizar el mal que se estaba apoderando de sus pensamientos y extirparlo.

Llegó la hora del almuerzo y allí se encontraron. Rafael, demacrado ; Cuitiño, colérico.

Doña Francisca no se sorprendió ni se preocupó al ver a su hijo en ese estado, sólo sintió curiosidad. «¿Qué le habrá pasado ahora?». La mirada de Ciriaco era tan oscura como su humor. «Mejor me quedo callada», decidió cohibida.

Rafael se sentó frente a su abuela; Ciriaco, en la cabecera.

Jovita quebró el silencio al entrar al comedor arrastrando los pies y haciendo malabares con la fuente en la que un gran zapallo ahuecado contenía una humeante carbonada.

Sólo se escuchaba el sonido del cucharón chocando contra los platos de porcelana. La tensión crecía a medida que transcurría el almuerzo.

Al servirse el postre, una deliciosa natilla, Ciriaco fijó la vista en su ahijado.

_ Espero que esta tarde se digne a participar en la procesión.

_ Por supuesto, ahí estaré.

Cuitiño se retiró molesto y se encerró en su despacho.

_ ¿Por qué anda tan nervioso el Ciriaco m´hijo ?

_ No sé mamita Pancha _ Bueno, si me disculpa voy a prepararme para la celebración en honor de su Excelencia. No quiero llegar tarde _ la besó en la frente y se marchó.

Se engalanó con el uniforme federal: pantalón ancho de lienzo blanco, camisa al tono, chiripá y chaqueta corta. Buscó el gorro de manga, también rojo con bandoleras blancas. En esa ocasión optó por las botas confeccionadas con cuero de pata del caballo, sin costura y abiertas en la punta.

Con paso cansino se dirigió a la Catedral de donde saldría la procesión.

En el camino se encontró con Nicolás Mariño, secretario privado de Rosas. Conversaron amigablemente.

_ ¿Qué novedades tiene don Nicolás?

_ Malas. Urquiza nos está dando problemas.

_ ¿Qué anda pasando?_ se intrigó.

_ Parece que le empezó a gustar la idea de la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. Rosas está que echa chispas y a eso súmele la exigencia de los correntinos para que se sancione la Constitución.

_ A mí me parece que el punto neurálgico del conflicto es el monopolio económico. El interior se queja porque Buenos Aires usufructúa los beneficios de la Aduana sin darle participación _ opinó Rafael.

_ ¿Y qué quiere mi amigo? Necesitamos de esa ventaja para hacer frente a las agresiones militares que sufrimos. Además gracias a la inepta gestión de Rivadavia, Buenos Aires quedó fuertemente endeudada con Inglaterra.

_ Sí, lo de la Banca de Baring y la hipoteca de las tierras fiscales como garantía para el mentado préstamo.

_ Exacto. Préstamo destinado para la construcción del puerto y el establecimiento de nuevos pueblos en la frontera, como…

_ Carmen de Patagones _ terminó Rafael

_ Está bien informado mi amigo. Llegamos _ dijo al divisar la Catedral _ Hoy la misa la oficia el Obispo Medrano. Lo dejo Rafael, creo ver a Manuelita sentada delante del púlpito. Un gustazo cruzarme con usted.

El sermón se centró en agradecer a Dios los éxitos de don Juan Manuel de Rosas y en exhortar a los jóvenes a pertenecer a la virtuosa causa federal. Monseñor Medrano, siempre intenso en sus homilías, comenzó diciendo:»Feligreses míos, si hay entre nosotros algún asqueroso, salvaje unitario, ¡que reviente!».

Al finalizar la misa, el Obispo abrió la procesión llevando en alto el retrato del Restaurador. Iba flanqueado por dos sacerdotes que lucían unas espléndidas sobrepellizas rojas. Detrás de ellos, avanzaban los fieles cantando himnos sagrados.

En la calle esperaba un carro adornado con rosas rojas. Allí fue depositado con solemnidad el retrato del Dictador. Algunos fieles elegidos, tenían el honor de arrastrarlo entre vivas y una lluvia de pétalos de flores multicolores. Tomaron por la calle de la Santísima Trinidad.

Rafael se mezcló entre la ferviente multitud. Mientras tanto, Lourdes rezongaba ante la insistencia de Mercedes, que la obligaba a participar de la procesión.

_ Por favor abuela, es un circo.

_ Shhh, niña, que pueden oírte. Por lo menos asómate a la ventana, así sabrán que nos unimos a ello.

Lourdes abrió de par en par la ventana del salón y se sentó en el alfeizar. La gente comenzó a pasar frente a ella aplaudiendo y vivando a Rosas, quien se había autoproclamado «tirano ungido por Dios».

Alguien captó su atención. A un lado del carromato que llevaba el retrato del Dictador y de la Inmaculada, iba el mazorquero que la auxilió en la iglesia del Pilar. Su porte altivo y sensual la impresionó. Fijó su mirada en él. Se ruborizó cuando descubrió que los ojos grises de él la estaban devorando.

Incómoda, intentó retirarse, pero no pudo. El era como un imán que la retenía y, para su asombro, a ella le agradaba.

Rafael, también se sorprendió al verla. Estaba bellísima, sonrió al notar que no tenía la insignia punzó en el cabello. Intentó acercarse, pero el gentío se lo impidió. Intentó hablarle, pero el griterío lo silenció.

La deseó y ese deseo lo expresó con la mirada. Ella comprendió su mensaje y se turbó.

Lourdes cerró lentamente la ventana.

_ ¿Fue tan duro el sacrificio? _ preguntó Mercedes invitándola a acomodarse junto a ella y cerca del calor que se desprendía de la estufa.

_ No, abuela, aunque detesto estos acontecimientos. No entiendo como el abuelo Alonso pudo ser amigo de un hombre tan nefasto.

_ Lo creas o no, Juan Manuel fue en una época una persona muy considerada y generosa con la peonada.

_ Y entonces, ¿qué le pasó?, ¿cómo es que se convirtió en un monstruo?

_ No sé hijita…quizá tanto poder en sus manos…

_ ¡Cambiemos de tema abuela!, no arruinemos la tarde…¡Que bien bordas abuela! Este mantel es una obra de arte.

Ambas rieron y continuaron conversando sobre temas amenos, alejados de la realidad política.

Esa noche, Lourdes soñó con su mazorquero. Ella apenas lo conocía, pero él ya se había adueñado de su corazón.

CAPÍTULO 7

«Quiero poseer un rizo de tu pelo

de ese pelo magnífico y luciento

que con tus grandes ojos forma un cielo

soberano, bellísimo, esplendente». Amado Nervo

Rafael entró silbando en la espaciosa cocina. Clota, la cocinera, y su hija Jovita, se codearon risueñas.

_ ¿Qué le pasa a éste que está tan contento?

_ Vaya uno a saber _

Hacía tiempo que el joven parecía embargado por una profunda tristeza, y ahora, verlo tan animado, las sorprendió gratamente.

Rafael se acercó al fogón y mojó un trozo de pan en el caldo del guiso.

_ Esto está riquísimo, Clota._ Espero que hayas preparado mi postre preferido, negra linda.

_ La mazamorra está casi lista _ contestó halagada _. Me tarde en hacerla porque el lechero llegó más tarde que de costumbre.

Y así como entró, salió tarareando un «Cielito». Las negras se miraron divertidas.

Esa mañana, luego de muchos rodeos, logró que su padrino le facilitara los datos de la familia de la calle de la Santísima Trinidad , la familia del hada de sus desvelos.

«Así que eres Lourdes, mi sol se llama Lourdes», saboreó con placer el nombre. Se enteró, también, que Alonso Aguirrezabala, abuelo de la muchacha, había mantenido una relación de negocios con Rosas. En ese entonces, se dedicaron al acopio de frutos y a la salazón de pescado y carne, con redituables ganancias.

Más tarde, don Alonso le vendió unos campos sobre el río Salado, donde Rosas estableció la estancia «Los Cerrillos».

Cuitiño estaba al tanto de estos tratos comerciales por su estrecha relación con el Gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas.

Con sorna, le confió la vergüenza de don Alonso. Consuelo, su única hija, quedó en estado de buena esperanza sin estar casada. El y su mujer, doña Mercedes Escalante, fueron la comidilla de la sociedad porteña durante mucho tiempo, a pesar de sus vanos intentos por ocultar la verdad. La joven murió en el parto y el padre la siguió un par de días después.

_ Doña Mercedes se hizo cargo de la niña que nació en el Convento de las Catalinas. Ahora viven solas en la casona de la Santísima Trinidad con unos cuantos sirvientes. Su Excelencia siente afecto por ellas y las respeta. No olvida que don Alonso lo ayudó financieramente en su juventud, cuando se independizó de sus padres.

Rafael averiguó más de lo que esperaba. Dura historia para una niña tan frágil, al menos eso suponía él.

El próximo paso era provocar un encuentro…y el encuentro no se hizo esperar.

La encontró en la Recova. Iba escoltada por una negrita simpática y diligente.

Lourdes caminaba distraída, tratando de recordar los colores de hilos que su abuela le había encargado y sin prestar atención a la cháchara de Lola.

Rafael hacía su recorrida habitual de media mañana por las Plazas del Fuerte y de la Victoria.

Al verla, apuró el paso.

Cuando Lourdes lo reconoció, era tarde para cambiar de rumbo. No tuvo más remedio que seguir adelante.

Rafael la saludó deteniendo el paso de la joven. Ella apenas lo miró. Lola quedó rezagada, observándolos con desconfianza.

_ El destino está empecina en unir nuestros caminos _ la voz grave del mazorquero la cautivó.

_ Eso parece _ respondió sonrojada.

_ Permítame que me presente. Soy el Sargento Rafael Cuitiño.

_ ¿Cuitiño? ¿El Comandante de la Mazorca?_ se impresionó.

_ Es mi padrino _ le respondió con una sonrisa que la desarmó.

_ Tengo que irme. No puedo hablar con extraños en la vía pública _ los nervios la traicionaban.

_ Si quisiera obsequiarme con su nombre…

_ Lourdes Aguirrezabala.

_ Mucho gusto señorita Aguirrezabala _ intentó tomarle la mano, pero ella la escondió entre la falda. Hizo una extraña reverencia y como un rayo, entró en la primer tienda que vio.

«Ya tendré otra oportunidad y no permitiré que te me escapes tan fácilmente», pensó decidido.

Lourdes adoraba pasear por la Alameda y como esa tarde el sol cohibía al frío otoñal, convenció a Tina para que la acompañara.

Iban abrazadas, conversando y riéndo, probablemente de alguna ocurrencia de Lourdes.

Rafael las contempló de lejos.

Lourdes lucía un vestido de terciopelo azul; una mantilla de seda roja, le cubría la cabeza.

Un presentimiento apremiante, le hizo postergar la lectura de un nuevo libro sobre las ideas políticas de Hobbes, obligándolo a caminar por la costanera. Había hecho bien en obedecerlo.

Rafael nuevamente se le acercó y trabó conversación.

_ Señorita Aguirrezabala, ¡qué casualidad! Es una alegría encontrarnos nuevamente. La tarde está magnífica, ¿no le parece?

Lourdes le contestó con un si tímido y luego le presentó a Tina, que parecía divertirse con la situación embarazosa de la joven.

_ Me gustaría conversar un momento a solas con usted, por supuesto, bajo la vigilancia de la doña Tina.

_ No sé, yo…_ miró a Tina pidiendo auxilio, aunque no fue de gran ayuda

_ Ve querida, te espero en la glorieta. Me encanta contemplar el río a esta hora.

Se sobresaltó, cuando Rafael la tomó del talle. Se apartó con sutileza. El volvió a tomarla, esta vez del brazo. Ella, vencida, se lo permitió.

_ Lourdes, ¿puedo llamarla así? Desde que la vi en la iglesia del Pilar, no dejo de pensar en usted…hasta en sueños me persigue su rostro. La busqué por toda la ciudad, y cuando empezaba a desesperar, la descubro sentada en la ventana de su casa durante la procesión dominical.

_ Yo también me sorprendí.

_ Estos pocos minutos no alcanzan para expresarle todos los sentimientos que usted despierta en mí. Me ha robado el corazón, señorita.

Rafael le tomó las manos y se las besó con pasión. Ella, esta vez, no las apartó.

_ Pero si no me conoce…

_ Lo sé, pero cuando la vi esa mañana, tan frágil, defendiéndose de esos cerdos que la atacaban, mi corazón se contrajo diciéndome que ante mis ojos estaba la perla que siempre soñé. Me miró y me robó el alma. Me sonrió y un sortilegio de amor cayó sobre mí.

Lourdes lo escuchaba embelesada. Nunca antes un hombre le había susurrado sentimientos parecidos.

_ Sería una alegría volver a encontrarnos _ era casi una suplica.

_ Pero usted es un mazorquero y yo… _ Lourdes dudaba

_ Eso que importancia tiene. ¿Acaso es usted unitaria?

_ No, no, mi familia es leal a Rosas _ mintió _ Es que nunca imaginé que alguien de la Mazorca se interesaría en mí. Corren muchas habladurías sobre ustedes y no son buenas _ se animó a decir.

_ Son sólo eso, rumores mal intencionados. No les preste atención, pero, por favor, volvamos a vernos _ insistió.

_ El próximo domingo aquí mismo y a esta hora.

Rafael respiró aliviado, había conseguido una cita.

La vio alejarse, sintiendo como crecía en él, el deseo de saborear ese cuerpo cimbreante que lo enloquecía.

«Todo a su tiempo», se prometió.

A Lourdes le molestó el interrogatorio de Tina, ella sólo deseaba retener en su memoria las dulces palabras de Rafael.

Tina se conformó con algunas frases sueltas y luego permaneció en silencio. «El muchacho es agradable, pero es un mazorquero y todos los mazorqueros son asesinos», se preocupó.

No era la intención de Lourdes desobedecer a su abuela, así que mantuvo en secreto su encuentro con Rafael.

Las semanas pasaron y las citas, también. El Paseo de la Alameda, la Recova y la Plaza Victoria, fueron testigos de un sentimiento que crecía y se afianzaba. Tina observaba y callaba, aunque muy a su pesar, comenzó a simpatizar con Rafael. Le recordaba a ese hijo que había perdido hacía tantos años.

Una mañana, Lourdes inquieta, buscó a su abuela por toda la casa. La halló cerca del aljibe cortando unas hortencias para engalanar el salón.

_ ¡Abuela!, se nos acabaron las zanahorias y las cebollas. Se me ocurrió ir hasta las quintas para comprar lo que nos hace falta. ¿Se le antoja alguna fruta?¿Qué le parece unos ricos zapallos para que Tomasa prepare en almíbar?_ habló atropellada.

_ No me gusta que vayas por el Bajo, Lourdes.

_ Pero abuela si es temprano. Además me lleva Domingo en el carruaje y Lola me acompaña.

_ Esta bien, ve y regresa pronto. Me dejas angustiada, Lourdes.

_ Gracias abuelita. Verá que verduras deliciosas compro.

A poco de iniciar la marcha, un mazorquero detuvo los caballos del carruaje. Domingo se paralizó. «¡La Mazorca, cruz diablo!«, tembló el cochero.

_ Domingo, no temas _ lo tranquilizó Lourdes _ Rafael, sube, y tú, Lola siéntate en el pescante con tu padre._ ordenó.

_ Pero niña…_ rezongó Lola.

_ Nada, nada, ¡haz lo que te digo!

Rafael se acomodó cerca de ella y el coche se puso en movimiento.

_ Me encanta ir de compras Lourdes, aunque me parece que ya es tiempo que le cuentes a tu abuela sobre nosotros _ mientras le hablaba iba dejando un reguero de besos en el cuello de la joven.

_ Paciencia Rafa, ¡lo haré, lo haré!

Harto de contenerse, se adueñó de sus tentadores labios carnosos y la besó intensamente.

_ ¡Rafa!, no me dejas respirar _ se rió disfrutando de la pasión del joven.

Rafael continuó besándola, pegado a la calidez de su cuerpo. ¡Cuánto la amaba!

_ Dime Lourdes _ consiguió decir a pesar de la excitación que no le daba tregua _ ¿Cuál es tu temor? ¿Es porque soy el ahijado de Ciriaco Cuitiño?

_ Sí. Mi familia aborrece a la Mazorca. Es sabido las monstruosidades que cometen y ¡tu padrino es el jefe!

_ Mil veces te aseguré que no tengo nada que ver con la Mazorca, yo simplemente administro los bienes personales de mi padrino, casi ni me aparezco por el cuartel. El no quiere involucrarme en sus asuntos y a mí no me interesa hacerlo. A ese hombre le debo lo que soy, le debo la vida, Lourdes…a él y a «mamita Pancha». Una tarde te llevo a mi casa y te la presento. A pesar de su ignorancia, es la persona más sabia y sensata que conozco. Estoy seguro que congeniarán.

Lourdes se colgó del cuello de Rafael y lo besó con desenfado. El la aceptó enardecido.

Detuvieron su juego sensual al llegar a la zona de las quintas.

Llenaron dos canastas de hortalizas y frutas.

Regresaron felices de haber compartido una jornada mágica, abundante en sueños y proyectos.

Antes de llegar se besaron largamente, imposible separarse.

_ De esto nada a la abuela, ¿entendido?

_ Entendido niña _ dijeron al unísono Domingo y Lola, temerosos de una reprimenda.

Mercedes la escuchó llegar. Lourdes cruzó el salón entonando una nana francesa que su abuela le cantaba de pequeña para que se durmiera. Se saludaron cariñosamente. Luego de inspeccionar la compra, Lola llevó las canastas a la cocina.

Más tarde, en su habitación, estudió la manera de comunicar a su abuela y a su tío Lorenzo su profundo amor por Rafael, un mazorquero. «La tormenta estallará», pensó apenada.

CAPÍTULO 8

«Llamó a mi corazón, un claro día,

con un perfume de jazmín, el viento». Antonio Machado

Luego de la partida de Lourdes, Rafael se encerró en su dormitorio. Deseaba fugarse a un mundo en el que la justicia y los derechos de los hombres fueran respetados por aquellos que detentaban el poder.

De contrabando, logró adquirir un ejemplar de «El Nacional» de Montevideo. Allí, Echeverría publicó: «La lógica de nuestra historia está pidiendo la existencia de un nuevo partido, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y otro partido (unitarios y federales)…Los medios para resolver el progreso de la Nación Argentina están en la democracia; fuera de eso, no hay sino caos, confusión y quimeras».

Los gritos desaforados de Jovita, hicieron que pegara un respingo rompiendo una de las hojas del periódico.

_ ¡Patroncito!, su padrino lo llama con urgencia _ Rafael, con apuro, escondió el diario debajo de la cama.

_ Calma, ¿qué sucede?

_ No sé, pero está jurioso.

Rafael encontró a Cuitiño en el comedor fumando un cigarro. Parecía irritado.

_ Rafa, algo terrible acaba de pasar.

_ Cuente, padrino _ se intranquilizó por Lourdes.

_ Los unitarios sotretas intentaron asesinar a su Excelencia.

_ ¿Cómo?, ¿a pesar de la protección estricta de su guardia personal? _ se intrigó.

Últimamente Rosas vivía enclaustrado en su mansión de Palermo temiendo un atentado contra su persona.

La Mazorca estaba al tanto que su Excelencia , el Gobernador de Buenos Aires, engañaba a sus enemigos haciéndoles creer que atravesaba la ciudad en su galera colorada completamente cerrada tirada por cuatro caballos y escoltada por ocho soldados. En realidad él iba y venía de Palermo a caballo en altas horas de la noche y protegido por hombres de su confianza, carniceros de profesión.

_ Vamos a tener que reforzar la protección del Gobernador y usté se va a encargar.

_ ¿Yo?, ¿por qué?. Hágale ese encargo a Santa Coloma, o mejor aún, al jefe de policía, don Parra.

_ No se me retobe Rafael. Mis órdenes no se discuten, se cumplen _ Cuitiño ardía.

_ Como diga padrino, no se enoje. Ahora cuénteme que sucedió.

_ Hace unos días un franchute le regaló a don Juan Manuel una caja de madera repujada que quedó sobre su escritorio. Ahí estuvo sin que se le diera importancia hasta que la Manuelita se la pidió. Ella se la llevó al dormitorio y cuando levantó la tapa, varios tubos la apuntaron. Si no juera por la agilidá del Gobernador, que de un manotazo la tiró por la ventana, en este momento los dos estarían bien muertos.

_ Todo me parece muy extraño padrino.

_ El mesmo Gobernador dijo que si seguía vivito y coliando era porque Dios lo había protegido. Cuando nos enteramos, los federales de ley, salimos juriosos por las calles. ¿No nos escuchó? Que se enteren esos cerdos unitarios, a don Juan Manuel no se lo puede tocar porque es el ungido de Dios.

_ No, no escuché…estaba leyendo…¡ay, Santo Dios!

Rafael salió disparado hacia la calle dejando con la boca abierta a Cuitiño.

«Lourdes estaba sin protección. ¿Y si esos locos la alcanzaron?». Desesperado, corrió hacia la casa de la muchacha. Las consecuencias que provocaría su presencia no le interesaban. Basta de mentiras, era la hora de la verdad. Más tarde tendría una charla con su padrino, dura, decisiva; ya nada le interesaba, sólo Lourdes, su sol.

Ciriaco Cuitiño se quedó de una pieza cuando su ahijado lo abandonó de manera abrupta. «¿Qué bicho lo habrá picado?», se preguntó perplejo.

_ ¡Jovita!, vení pa’cá.

_ ¡Mande patrón! _ como de costumbre, la negra tembló ante la figura recia de Cuitiño. Ese hombre era mandinga para ella.

_ ¿Averigüaste algo? El Rafa anda como perdido. Hace rato desapareció como alma que se lleva el diablo.

_ Hoy vino de visita una señorita linda y elegante. Conversó con doña Pancha tuita la tarde; mate va, mate viene. En realidá la mocita vino por el joven…¡se besaron en la boca, patrón! _ se escandalizó.

_ ¿Cómo se llama?

_ Lourdes

_ ¿Lourdes Aguirrezabala? _ el giro de los acontecimientos no le gustaba en lo más mínimo.

_ Eso mesmo. Me lo dijo su criada. Parece que se están viendo hace bastante.

_ ¡Maldición!…Podés irte y ¡seguí espiando!

«¡De todas las mujeres que se mueren por estar con él tuvo que elegir justamente a la Aguirrezabala! La lealtad a Rosas de esa familia está en duda. Muchos son los hipócritas que fingen devoción al régimen y conspiran por atrás. Lorenzo Escalante es uno de esos, además con ese malnacido tengo cuentas pendientes».

Se juró vigilar estrechamente a Rafael, frustraría el romance, él tenía los métodos adecuados para lograrlo.

Rafael, ajeno a los planes de su padrino, se encontró con el doctor Muñíz a una cuadra de la casa de Lourdes.

_ ¿Qué le pasa muchacho? Su palidez me preocupa,,,¿acaso doña Pancha tuvo una recaída?

_ No, doctor, ella está perfectamente. Pero…¿hay alguien enfermo en la familia Aguirrezabala?

_ Nada de cuidado. La señorita Lourdes resultó herida levemente en la manifestación que tuvo lugar hace unos momentos. Por lo del atentado, usted sabe.

_ Sí, sí, me enteré. ¿Cómo está ella? _ preguntó como al pasar.

_ Asustada pero bien. Le recomendé una tisana para calmar los nervios. ¿Usted la conoce? Lo noto preocupado.

_ La conozco, de hecho, venía a visitarla.

_ En ese caso, me despido con una recomendación, que la visita sea breve, ella necesita descansar.

_ Eso haré, doctor.

Muñíz se perdió de vista al doblar por la calle de la Piedad.

Rafael, reflexionó. Ese no era el momento adecuado para presentarse. Mejor esperar a que los ánimos se apaciguaran y en un clima de mayor tranquilidad declarar a la familia el inmenso amor que sentía por Lourdes.

Con el corazón en un puño se alejó cabizbajo.

CAPÍTULO 10

«La manera en que la noche

se conoce con la luna, sé eso conmigo.

Sé la rosa más cercana

a la espina que soy». Jalal ud-Din Rumi

La habitación daba vueltas a su alrededor. No era por la herida ni por la tisana de tilo. La figura de su abuela se tornó borrosa por el velo de lágrimas que opacaba su visión.

La voz de Mercedes, siempre cálida y tierna, sonaba dura…seca.

_ Es una locura, Lourdes. Totalmente descabellado.

_ Pero abuela, ¡lo quiero!

_ ¡Un mazorquero, Lourdes! ¡Un mazorquero!

_ Él no es un mazorquero, su padrino lo es.

_ ¡Ja! Ciriaco Cuitiño, un asesino, un hombre vil y arribista _ intervino Lorenzo enfadado por la confesión de su sobrina.

_ Pequeña, lo único que deseo es tu felicidad y donde la buscas, no está.

_ No diga eso abuela _ Lourdes estaba destrozada. ¿Con qué palabras expresarles que su corazón latía al compás del corazón de Rafael?

_ Querida, la Mazorca es una organización temible, es el brazo armado de Rosas, ¿comprendes?. Asesinan a sangre fría. Muchos de mis amigos fueron torturados cruelmente y algunos fueron fusilados sin juicio previo. Y eran inocentes, Lourdes, ¡inocentes!_ Lorenzo se contuvo para no abofetearla, debía dominar su violencia.

_ ¿Y si ese joven finge amor para vigilarnos? ¿Y si me están espiando por el problema de mis tierras? _ continuó irascible Lorenzo.

_ Esa suposición es un disparate, tío. Rafael me quiere, su padrino no está enterado de nuestra relación. Además yo nunca mencioné ni su nombre ni su conflicto con las tierras que tiene arrendadas. _ se ofendió.

_ Esa gente no es de fiar, querida, nosotros sólo queremos tu bien _ Mercedes se acercó al sillón donde estaba recostada Lourdes. Con su pañuelo de encaje le secó las lágrimas y la besó en la frente.

_ Abuelita, entiéndame, ¡lo quiero! _ insistió con firmeza.

_ ¡Insensata! _ gritó Lorenzo con rudeza.

_ Lorenzo, por favor, con exabruptos no solucionamos este dilema. Lourdes, perdí a tu madre, no quiero perderte a ti también. Tu amor por ese mazorquero es un peligro para todos, debes comprender.

_ Es verdad, querida _ Lorenzo más calmado, apeló al razonamiento _ Bien sabes que no estamos de acuerdo con la política de ese loco. Cercena nuestros derechos, pisotea la libertad…Desea manejarnos a su antojo implantando el terror. ¡Tantos jóvenes desaparecidos!, capaces, instruídos, amantes del progreso, defensores del libre albedrío. ¡Rosas impone su pensamiento y a los que se le oponen, los decapita! _ explotó indignado.

_ ¡Rafael no es como Rosas!_ chilló furiosa.

_ Pero si es un mazorquero, niña, ¡despierta de una vez! _ Lorenzo, con rabia, arrojó un florero contra la pared. Su sobrina, una criatura frágil, sensible, delicada con un asqueroso mazorquero…¡jamás!

_ Tío, por favor, entienda _ suplicó sollozando.

Mercedes los escuchaba discutir y un frío intenso se apoderó de su espíritu. Creyó que la tierra se abría bajo sus pies y ella caía, caía….la oscuridad la aprisionó.

_ ¡Abuela! _ Lourdes, olvidando su enojo, corrió en auxilio de su abuela que se desplomó sobre la alfombra.

_ ¡Mecha!, ¡carajo!…¡Josefa, las sales!. Este es el resultado de tu capricho _ increpó a su sobrina. «¡Hijo de puta, no dividirás a mi familia!», pensó furibundo sobre Rosas.

_ ¡Abuela!, ¡huela, huela! _ las sales hicieron efecto y Mercedes reaccionó lentamente.

La sentaron en uno de los sillones y Tina se apresuró a preparar un té de belladona. El clima era tenso.

_ No ha sido nada, sólo un mareo inoportuno _ los tranquilizó.

_ Hay que llamar al doctor Muñiz…¡Domingo!

_ No, Lorenzo, me siento bien.

_ Sin embargo…_ dudó

_ No insistas. Ahora lo importante es que Lourdes piense con responsabilidad su decisión. Niña, nuestro destino está en tus manos. Lorenzo corre peligro; él ayudó en la fuga de Bustillo, Alberdi y Somallera. Si ese incidente llegara a conocerse, no sólo perdería sus tierras, sino su vida. Y nosotras…¡no sé que sería de nosotras!

_ Pero abuela, lo amo con todo mi corazón. Me siento completa junto a él.

Mercedes la abrazó con ternura, como cuando era una niñita y se asustada por los truenos de las tormentas invernales.

«Me encuentro en una encrucijada, ¿qué haré?», pensó desconsolada Lourdes.

_ Voy a romper con Rafael. No es mi intención dañarlos, no lo soportaría _ dijo quebrada. En un segundo, su mundo se desmoronó.

Mercedes sonrió complacida y Lorenzo respiró aliviado.

Esa noche la persiguió una nefasta pesadilla. Una mirada gris, tormentosa, la acechaba y le arrancaba el corazón. Se despertó agitada y repitiendo :»Rafael, no me abandones, ¡comprende!».

Se levantó somnolienta y caminó hasta la ventana. Se quedó allí, temblando, aguijoneada por el frío de la habitación y por el frío de su alma. Así la encontró Tina cuando fue a llevarle el desayuno.

_ ¡Lourdes!, estás helada. Rápido, acuéstate _ con prontitud la cobijó con varias mantas de lana de vicuña.

_ ¡Ay Tina! No quiero renunciar a mi amor por Rafa.

_ Lo siento tanto, mi niña, pero no tienes alternativa _ Tina no pudo ofrecerle el consuelo que ella necesitaba.

Al quedarse sola, Lourdes buscó papel y pluma. Con letra redondeada y prolija, escribió una nota a Rafael citándolo en La Alameda.

Tomó la mantilla de seda que descansaba sobre una silla, se cubrió los hombros y fue en busca de Lola. Estaba en la cocina planchando sábanas. Sin desearlo, sonrió. La pobre Lola, flacucha y desgarbada, apenas tenía fuerza para levantar la pesada plancha de hierro.

_ Deja el planchado y llévale esta nota a Rafael. Seguro aún está en su casa. Dásela únicamente a él, ¿has entendido?

_ Sí niña, voy enseguidita _ reconfortada abandonó la tarea que detestaba.

Encontró a Rafael en el preciso momento que montaba su caballo para dirigirse al cuartel. Se alarmó al ver a Lola, pero luego se alegró al leer la nota de Lourdes.

_ Dile que allí la espero.

Las horas pasaron lentamente para los dos. Aprovechando la siesta de su abuela, se escabulló por la puerta trasera del último patio. Los nervios la asfixiaban.

Cuando alcanzó la Alameda, él ya la esperaba. Le besó la mano controlando el ímpetu de su cuerpo que demandaba por más. La gente observaba y murmuraba. Había que ser precavidos en una sociedad puritana y pacata.

_ Lourdes, te veo y aceleras mi corazón. Estos días he vivido al filo de la desesperación. Sin saber de ti después de ese maldito accidente. Por suerte me crucé con el doctor Muñiz, él me tranquilizó.

_ ¿Cómo supiste?

_ Mi padrino me contó sobre la manifestación. Creí enloquecer, Lourdes, esos delirantes podrían haberte matado. De solo pensarlo…

_ Shhh, mi amor, estoy bien, nada pasó _ con sensualidad lo calló apoyando un dedo sobre sus labios.

_ Me quemas Lourdes, un solo roce de tu cuerpo me hace delirar de placer_ y ocultos tras un álamo la besó perdiendo el control.

_ Mi abuela y mi tío Lorenzo están al tanto de lo nuestro _ consiguió decir, saboreando todavía la boca amada _ Están furiosos, no lo aprueban.

_ Pero…¿por qué? No lo entiendo.

_ Nos oponemos al régimen rosista.

_ Pero si don Juan Manuel los tiene en gran estima. Varias veces vi a tu tío en las tertulias organizadas por Manuelita en la residencia de Palermo.

_ Una mascarada. Mi familia no está de acuerdo con los procedimientos de atropello del Dictador.

_ ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿No confías en mí?_ se turbó.

_ Al principio tuve miedo y luego subestimé el conflicto político, me equivoqué. Es un fantasma que constantemente nos sobrevuela, y ya no lo resisto. No quiero dejarte Rafael, se lo prometí a mi abuela, pero no quiero, no quiero _ Lourdes se arrojó en sus brazos llorando.

_ No voy a permitir que te alejen de mí. Nos pertenecemos, ¿acaso no lo entienden? Voy a luchar por ti, lo juro. ¿Me amas?

_ Por sobre todo y todos

_ Entonces verás como todo se soluciona, mi amor, no temas.

Rafael con sus besos, bebió cada una de las lágrimas de Lourdes.

CAPÍTULO 11

«Dime mi amor, ¿qué hago?

Dime que hacer para poder partir,

sin sentir como si fuese a morir.

Dime tú como vivir…sin ti» Adriana Nava Sosa

Atardecía cuando Lourdes regresó a su casa.

Mercedes la vio llegar desde la puerta vidriada del comedor. La muchacha pasó frente a ella rehuyendo su mirada.

«Señor, que no se repita la historia de Consuelo, no lo resistiría», suspiró acongojada Mercedes.

Lourdes, en su dormitorio, apoyó la cabeza sobre la almohada de plumas y cerró los ojos. Las sienes le latían y hasta la tenue luz que se filtraba por la ventana le molestaba. Sólo deseaba dormir, evadirse de tantos sinsabores. Cuando estaba a punto de lograrlo, Lola llamó a su puerta. Sobre una bandejita de plata descansaba un sobre con el sello de Cuitiño. Lourdes se alarmó.

_ Lo trajo Jovita, la sirvienta de doña Francisca _ le aclaró Lola.

Con mano temblorosa extrajo la nota. Luego de leerla, voló lentamente hacia el piso de madera. Lourdes se derrumbó sobre la cama llorando quedamente. Lola estaba desconcertada.

_ Niña, ¿qué dice esa carta? No llore, se va a enfermar, mi niña linda.

La negrita permaneció junto a ella acariciando los cabellos desparramados sobre la almohada.

Una vez recuperada, Lourdes recogió el agrio mensaje y lo respondió con valentía.

_ Lola no te preocupes, yo estoy bien. Toma, dáselo a Jovita, ella sabe que hacer.

Le entregó dos sobres, uno para Cuitiño; otro para Rafael.

Lourdes permaneció sentada , con la vista pegada a la imagen que le devolvía el espejo.

_ ¿Por qué la gente lo complica todo? Un sentimiento profundo, limpio…lo ensucian, lo destruyen. La abuela se opone, el tío Lorenzo se violenta y ahora, esto. Es una carga muy pesada.

Releyó la esquela : «Mi estimada señorita, voy a ser directo. La relación que mantiene con mi ahijado no es de mi agrado y por lo tanto, se vuelve peligrosa para usted y su familia. No le conviene ponerse en mi contra. Estoy vigilando a su querido tío, sé de sus andanzas con los inmundos unitarios traidores a su Excelencia. Si no lo quiere ver colgado en la Plaza de la Victoria, termine con Rafael. Esto es entre usted y yo, si Rafael llegara a enterarse, usted no vuelve a ver a su tío con vida. Yo no amenazo, cumplo. Espero sea sensata. Ciriaco Cuitiño.»

Furiosa arrojó el papel en el fuego de la chimenea. Las llamas golosas lo devoraron en el acto.

Cuitiño recibió la respuesta de Lourdes con satisfacción. Mejor que él, nadie para manejar las situaciones límite. Por algo Rosas confiaba en su astucia. Contaba con armas arteras para lograr sus más bajos propósitos. Siempre tenía éxito.

«Esta corderita desabrida no me va a robar a mi Rafa, un lobo sanguinario consagrado a la lucha por una Patria soberana, ¡carajo!», bufó embravecido. «En cuanto a usté, mi estimado don Lorenzo Escalante, le tengo preparada una linda sorpresa», ironizó.

Rafael, leyó confundido el mensaje de Lourdes, deseaba verlo con urgencia. Se había propuesto enfrentar a su padrino esa misma noche, después de la cena. Se marcharía con ella lejos de Buenos Aires, basta de luchas políticas. Sin embargo, las palabras que recibió lo frenaban. Debía esperar.

Comió en silencio. El estofado de cordero le cayó pesado y la ambrosía, amarga.

Se sorprendió del buen humor de su padrino. Al terminar la copita de jerez que acostumbraban compartir luego de las comidas, se retiró a su habitación.

Doña Francisca no salía de su asombro, ver sonreír a su hijo era un verdadero milagro; aunque le preocupaba la expresión taciturna de Rafael.

Al escuchar al sereno dar las nueve de la noche, el muchacho se despidió de la anciana aludiendo tramitar encargos de su padrino. «Este Ciriaco te tiene como bola sin manija, m’hijo», protestó doña Francisca.

Montó a Moro, su caballo, y cabalgó pensativo tratando de comprender la mente femenina.

Un poco antes de llegar, desmontó y tomando a Moro de las riendas, se dirigió hacia la puerta trasera de la casa. Golpeó tres veces, como indicaba la nota y esperó ansioso. Al poco rato, apareció Lourdes con el llanto pintado en el rostro. Se abrazaron presintiendo la despedida.

_ Lourdes, no soporto verte llorar. ¿Qué sucede?

_ Se acabó Rafael, se terminó _ logró decir entre lágrimas.

_ ¿Cómo? ¿Por qué? Yo tengo todo resuelto, hoy mismo nos fugamos y ¡al diablo con todos! _ se exasperó.

_ Imposible Rafael, mi abuela se moriría de pena. ¿No te das cuenta que nuestro amor daña a los que nos rodean? _ trató de convencerlo.

_ ¡Tonterías! Luchemos, Lourdes,¿acaso no me quieres?_ se desesperó.

_ Sabes que sí, pero no puedo anteponer mis sentimientos al dolor de las personas que siempre velaron por mí

_ ¿Y yo?.¿Te importo yo? _ el mal genio de Rafael se encendió.

_ Entiéndeme Rafael, no quiero fugarme, no quiero hacer sufrir a mi abuela….

_ Pero a mí sí, a mí me haces sufrir; me matas, Lourdes. Eres una niña caprichosa y consentida, incapaz de arriesgar su seguridad. ¡Has jugado conmigo!_ le gritó resentido.

_ ¡No es verdad!¡No es verdad!

_ Reconócelo, te burlaste de mí.. Me engañaste Lourdes. ¿Te has divertido jugando al amor con este pobre tonto? ¡Contesta! _ la tomó por los hombros y la sacudió con violencia. Ella no se resistió, estaba destrozada. No podía confesar la verdad. La vida de su tío dependía de ella.

_ Tienes razón. Yo, ¿enredada con un sucio mazorquero? ¡Que ridículo! _ Lourdes se odió por herirlo.

_ ¡Maldita! Estaba dispuesto a decepcionar a mi padrino, a abandonar a mamita Pancha así enferma como está, y todo por ti…una bastarda que desprecia a un mazorquero.

_¿Qué dices Rafael? ¿Una bastarda? Yo no soy bastarda _ se indignó.

_ Todas las damitas de la aristocracia porteña lo saben y murmuran a tu espalda. Se burlan de ti,como tú te has burlado de mí. ¿Por qué no le preguntas a tu adorada abuela quién fue tu padre? _ le escupió despechado.

_ ¡Cállate, por favor, cállate!

Lourdes contuvo las lágrimas con desesperación. Debía mostrarse fuerte, cuando en realidad se estaba desangrando.

_ Vete Rafael, ya nada existe entre nosotros.

Ciego de ira dio media vuelta y abandonó la casa.

Sola, escuchó el trote acompasado de Moro alejándose por las calles desiertas.

Sola, lloró con amargura.

Sola, se despidió del hombre de su vida…

CAPÍTULO 12

«Las abandonadas son fruta caída

del árbol frondoso y alto de la vida

son, más que caída, fruta derribada

por un beso artero como pedrada». Julio Sesto

Cabizbaja, con paso cansino y envuelta en una nebulosa asfixiante, alcanzó su habitación.

Mercedes la esperaba.

_ ¡Abuela!, ¿qué haces despierta? Es muy tarde.

_ Lo mismo te pregunto.

_ Estuve con Rafael. Terminamos.

Lourdes se desplomó sobre un sillón y se permitió llorar hasta desfallecer. Mercedes permaneció en silencio, el corazón partido. «Amores prohibidos, amores dañinos», pensó turbada.

Arrimó una silla cerca de su nieta y le tomó las manos, tan blancas, tan delicadas.

_ Cuéntame querida.

_ Fue horrible, abuela. En un momento Rafael se violentó. Jamás lo vi antes de esa manera. Me llamó bastarda, abuela, ¡bastarda!

_ ¡Que infamia!_ Mercedes trató de disimular su sorpresa, pero su empeño no bastó; Lourdes captó la incomodidad de la mujer.

_ Abuela, necesito la verdad. ¿Es verdad que soy una bastarda? ¿Por qué cada vez que le pido que me cuente sobre mi padre, me rehuye? De la misma forma reacciona el tío Lorenzo. ¿Qué me esconden?¿Por qué mi apellido es igual al de mi madre? Ya no me conforma el cuento infantil de que se casó con un primo hermano.¡Quiero la verdad!, no me la niegue, es mi derecho saber…

_ Mi mayor deseo fue mantenerte alejada de toda maledicencia, pero veo que fracasé _ contestó resignada.

_ Abuelita, ya soy una mujer, no puedo seguir viviendo en un castillo de cristal. Es hora de enfrentar la realidad, estoy dispuesta a hacerlo…¡quiero hacerlo!

Mercedes sonrió con pesar, se sentía tan cansada…

_ Tu madre nunca se casó. Tu padre no murió combatiendo con las tropas de Dorrego contra Lavalle. Él vive y no sé quién es. Consuelo nunca nos reveló el nombre del hombre que la sedujo para después abandonarla. Sólo sé que era casado, ella no lo sabía, él la engañó. Tu abuelo al enterarse se enfureció y la echó de casa. Mi hermana, la monja, la recibió en el convento de las Catalinas, allí naciste. Tina asistió a tu madre en el parto. Ella te protegió y cuidó al morir Consuelo.

_ ¿Por qué me lo ocultaste?

_ Ya te lo he dicho. No deseaba que sufrieras, suficiente fue que crecieras sin el cariño de una madre. Además… _ dudó en continuar.

_ Además,¿qué?

_ Temía que me rechazaras. Fui una cobarde, Lourdes, no supe defender a tu madre delante de Alonso, permití que la echara como a un perro. La abandoné, ¡la abandoné!…Consuelo vivió su embarazo alejada de mí, huérfana de cariño. Ella, la niña mimada y consentida. Nunca la visité, tu abuelo me vigilaba, controlaba mis salidas_ revivir la historia la aniquiló.

_ Abuela, no se culpe, usted hizo lo que pudo _ cariñosamente le secó las lágrimas con su mantilla _ La tía Matilde seguramente estuvo al lado de mi madre consolándola y brindándole contención.

_ ¿Mi hermana?, ¡ja!, mi piadosa hermana la despreció desde el momento en que pisó el convento. Nunca se acercó a Consuelo, la gran pecadora. ¡Gracias a Dios estaba Tina! El, en su infinita misericordia, la puso en el camino de tu madre. La vergüenza y los remordimientos me persiguen desde entonces. Perdóname Lourdes, no fue mi intención mentirte, sólo quise protegerte. Tu presencia en mi vida es el perdón de Consuelo, eres una parte de ella, mi queridísima Lourdes.

«Si me desprecia, me lo merezco», pensó angustiada.

_ Abuela, usted es la madre que nunca conocí. En esta casa crecí rodeada de amor y hasta hoy desconocía el dolor. Dolor por el abandono que sufrió mi madre, dolor por el rechazo de mi padre y de mi abuelo; dolor por los prejuicios que asesinan como si fueran armas de fuego. Usted fue una víctima, abuela, como lo fue mi madre. ¡La quiero con toda mi alma! _ se abrazaron embargadas por la emoción.

_ Mi niña linda, mi niña bonita…eres tan madura, tan generosa…

Permanecieron abrazadas y en silencio, escuchando el latir acompasado de sus corazones.

_ Lourdes, si lo amas, defiénde ese sentimiento.

_ No la entiendo abuela _ Lourdes comenzó a ilusionarse.

_ Te ayudaré con Rafael, ¿ese es su nombre,no? Se lo debo a Consuelo _ dijo con convicción.

_ ¡Gracias abuela! _ le dio un beso con tanta fuerza que casi la derriba de la silla _ Aunque será difícil, nos dijimos cosas terribles.

_ ¡Tonterías! El despecho nos hace pronunciar palabras crueles. Esperemos que se calme y luego, ya verás, todo se solucionará. ¿Por qué ese ceño fruncido, pequeña?

_ Hay algo que no le conté. Hoy recibí una nota de Ciriaco Cuitiño. Me amenaza con asesinar a tío Lorenzo si no rompo con Rafael.

_ ¡Desgraciado! ¿Así que revolviendo en la basura del pasado?…Hay que avisarle inmediatamente a Lorenzo, debe tomar precauciones…y no te amargues, querida, tu amor por Rafael nada tiene que ver con esta inquina de Cuitiño hacia Lorenzo. Cuando ese mal nacido se ensaña con alguien no se detiene hasta eliminarlo. Lorenzo debe escapar sin demora. Ya mismo enviaré a Domingo para advertirle del peligro que lo acecha. Pero antes, toma, es la llave del dormitorio de Consuelo, te pertenece.

La cara de sorpresa de Lourdes la hizo reír.

_ Desde niña me intrigó esa habitación siempre cerrada. Le confieso que muchas veces intenté forzar la cerradura, la curiosidad me carcomía…Bueno, me carcome.

_ Me alegra verte de mejor ánimo. No existe embrollo que no tenga solución. ¡Confiemos! Y ahora, ¡a dormir mi princesa!

La ayudó a desvestirse, la arropó y la besó con ternura en ambas mejillas. Se despidió diciéndole:

_ Mañana, al trasponer la puerta de la habitación de Consuelo, todos sus recuerdos y secretos te pertenecerán por derecho. Conocerás a una mujer valiente que te amó y defendió sin que le importara ser humillada y despreciada.

El sueño la tomó desprevenida. Unas manos amorosas la acunaban y una voz dulce como la miel le susurraba al oído palabras de esperanza.

CAPÍTULO 13

«…gastándonos los labios

de besarnos el alma,

quemándonos la vida.

Así llegaste al mundo». Pablo Neruda

Desayunó con apetito voraz. Tomasa, la cocinera, sonrió complacida; su niña volvía a ser la de antes, risueña, afable… llena de luz.

Más tarde, Lourdes buscó a su abuela. La encontró regando los canteros de sus flores predilectas, las margaritas.

_ Abuela, acompáñame a visitar el cuarto de mi madre _ el entusiasmo la delataba.

_ Vamos, querida.

Mercedes estaba tan ansiosa como Lourdes, deseaba ver la expresión de su nieta al descubrir las huellas de su madre. «El pasado nunca nos abandona, a veces regresa con crueldad; otras, con la magia del amor», reflexionó con melancolía.

Al entrar, una fragancia dulce y balsámica les dio la bienvenida. «Ambar, el perfume dilecto de Consuelo», le dijo con un nudo en la garganta.

Lourdes corrió las cortinas de lino y el sol atrevido iluminó cada rincón, cada capítulo de una vida sencilla y apasionada.

Un mueble de caoba captó su atención.

_ Se llama «work-table». Un regalo de Alonso para su hija. Lo consiguió de contrabando, traído directamente de Londres. ¡Que no hacía él por su hija adorada!…todo, menos perdonar _ terminó Mercedes con resentimiento.

_ Que el rencor no empañe este momento, abuela _ le rogó con templanza.

_ Tienes razón. Pero mira, en el work-table Consuelo guardaba sus hilos de seda. Le encantaba bordar, era una experta, ¿sabes?

_ Creo que yo no heredé esa cualidad _ ambas rieron del comentario divertido y acertado.

Lourdes revolvió curiosa el contenido de los cajones del singular mueble. La sorprendió el hallazgo de un libro de cuero oscuro, oculto debajo de un mantel exquisitamente bordado.

_ Un diario, abuela. ¿Puedo leerlo?

_ Por supuesto, ella lo ha escrito para ti. Te dejo sola. Esto es entre tu madre y tú_ la besó en la coronilla y se retiró.

Se acomodó en una poltrona de terciopelo bermellón. Se liberó de sus chapines, «leer descalza es la gloria», se dijo con picardía.

Contuvo la respiración ante la dedicatoria:

«Para mi hija: Siempre supe que serías una niña, una pequeñita de cabello dorado, con muchos rulos y rebelde, como el de tío Lorenzo. ¡Como te costará dominarlo!…y tus ojos, seguramente serán de un verde intenso, atrevidos, como los de tu padre.

Siento latir tu corazoncito en mis entrañas y me estremezco de amor. Nada importa, ni el rechazo de tu padre ni la furia de tu abuelo ni el escándalo que protagonizó mi desvergüenza.

Me da pena mi madre, sé que me quiere, pero es débil y le teme a mi padre. A pesar de sus miedos, logró cobijarme en un sitio seguro. Así que acá estoy, en el Convento de las Catalinas.

Mi tía Carmen, la priora, apenas repara en mí. Es una mujer agria y soberbia que nada tiene de santa. Nunca se me acerca, nunca me dirige la palabra, nunca me sonríe. ¡Mujer mezquina!. Sé que mi madre la detesta y con razón.

Sin embargo, Dios es bondadoso y me ha enviado un ángel para que cuide de nosotras. Se llama Tina, compartimos la misma celda. Es una donada, una sirvienta de las monjas. Las donadas pertenecen a los sectores más bajos de la sociedad, son las rechazadas y aquí encuentran un refugio. En esto nos parecemos. Tina tiene una historia amarga, algún día te la contará.

Pocas veces salgo de mi celda. Allí me siento segura. Si lo hago es para ir al refectorio a tomar las comidas. Ni te imaginas lo lúgubre que son esos momentos. La tía Carmen, con su rostro avinagrado, preside todas las mesas. Comemos en silencio, sólo lo interrumpe la lectura de algún pasaje de la Biblia que una monja realiza con reverencia desde un púlpito.

Fuera de eso, disfruto pasear por el patio en las tardes soleadas y cálidas. Me adormece escuchar el murmullo del agua que brota de una magnífica fuente que engalana el lugar.

Le soy indiferente a las monjas, mujeres que matan el día con rezos y meditaciones. Ellas tienen a su Dios, yo te tengo a ti. Cuando me gana la tristeza, pongo mis manos en mi vientre abultado, y al sentir tus fuertes pataditas, la alegría vuelve a nacer en mi corazón.

Desearía compartir este milagro con tu padre, pero es imposible. Ojalá el destino permita que algún día lo conozcas. Por favor, no lo juzgues, estoy segura que me amó. Yo ya lo perdoné.

Sé que Josefa ha preguntado por nosotras varias veces, me lo ha contado Tina, que siempre está atenta a los comentarios de las monjas. Mi buena Josefa, mi fiel compañera.

Hoy he recibido una carta de mi madre. En ella me cuenta que mi padre no está bien de salud. ¡Que disgusto le he dado! Es un gran hombre. Me quiere, pero su orgullo puede más. Al principio lo odié y deseé su muerte, ahora me arrepiento. Lo quiero muchísimo. Cada vez que regresaba de sus viajes al interior del país me obsequiaba con holgura. Recuerdo la noche que entró a mi dormitorio oculto tras una enorme caja envuelta en papel de seda verde. Con el entusiasmo de mis diez años desgarré el envoltorio y ante mí apareció una preciosa muñeca de porcelana. Su vestido estaba confeccionado con muselina amarilla, tules y puntillas blancas. Lucía muy oronda unas botitas de cuero negro. Su cabello castaño, estaba adornado con una vincha de flores. La tengo guardada en el armario, ahora es tuya, mi querida.

La otra tarde, sacando cuentas con Tina, concluímos que llegarás a mediados de febrero. El día once de ese mes se celebra a Nuestra Señora de Lourdes. Me gusta como suena…Lourdes. ¡Ese será tu nombre! Lourdes. Espero que concuerdes con mi elección.

¡Ay Lourdes!, no veo el instante de acunarte en mis brazos, de llenar de besos tus mejillas de rosa.

¡Como vuela el tiempo! Falta poco para conocer tu carita. ¡Que va a ser de nosotras! ¿A dónde iremos?

Hoy te haré un juramento: nunca nos separarán, jamás lo permitiré. Tina nos ayudará, me lo ha prometido. Además confío en mi madre, ella no nos abandonará. Seré fuerte por ti, mi niña bonita.

11 de febrero:En la madrugada desperté con una molestia en la cintura. Por momentos el vientre se pone duro como una roca. Tina está a mi lado. Parece que empecé con el trabajo de parto. No voy a poder seguir escribiendo, así que hasta aquí mi crónica de lo que he vivido en esta prisión dulcificada por tu presencia. Recuerda siempre que mi vida te pertenece; tú eres mi esperanza, Lourdes.

Un consejo de madre: defiende tus convicciones, no le concedas a otro decidir por ti; no silencies tus sentimientos y escucha siempre a tu corazón, él nunca se equivoca.

Un velo de lágrimas empañó la mirada de Lourdes. «Voy a luchar por lo que quiero, sin importar a quien me enfrente», decidió con valentía, «Lo haré para honrar tu memoria, madre».

Con un silencio reverencial abandonó la habitación, y pensativa, descansó bajo la sombra del naranjo apoyada en el broquel del aljibe.

«Me comunicaré con Rafa, le pediré perdón; si es necesario, me humillaré. Debo recuperarlo».

Determinada, fue hasta la huerta. Entre zanahorias y coles, divisó a Lola.

_ ¡Ven rápido! _ la llamó con urgencia.

_ Mande, niña. ¿Pa’ que me precisa? _ la negra se limpio el sudor con el ruedo del delantal; a sus pies, una canasta repleta de hortalizas.

_ Ve ya mismo a la Recova. A esta hora Rafael hace su ronda de vigilancia. Búscalo y dile que me apremia hablar con él.

_ Y si no quiere.

_ Ruega, suplica, pero consigue que acepte. ¡Ah!, y ni se te ocurra mencionarle la nota de su padrino, ¿comprendido?

_ Sí, niña. Ya mesmo voy.

«Creo que va a rechazar mi pedido. Anoche estaba fuera de sí. ¡Dios mío, que venga, que venga!».

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